LA GENERACIÓN DEL 98 Características Nómina Modernismo y 98 Para el contexto histórico, véase el libro de texto (pág. 209) y tema anterior (El Modernismo) Desde que se estableció el término de Generación del 98, se estableció también la oposición entre éste y el de Modernismo, como si fueran dos movimientos distintos, el primero más interesado por el contenido y las ideas, el segundo por la belleza formal. Pero lo cierto es que la crítica, en los últimos años, defiende la existencia de un solo movimiento, el Modernismo, del que el 98 sería, como mucho, una dirección: si bien con estéticas diferentes, compartirían las mismas inquietudes respecto al cambio producido en la concepción de la vida y la cultura a finales del XIX y principios del XX. No habría razón para separar del Modernismo los nombres del 98 (Unamuno, Machado, Valle-Inclán, Baroja, Azorín y Maeztu). Pero tanto ellos como otros autores hispanoamericanos (con Rubén Darío a la cabeza) e incluso españoles no incluidos en esta generación (caso de Juan Ramón Jiménez) son modernistas o, si se prefiere, gente del 98. Todos contribuirán a la renovación de la palabra poética en español, como nunca se había renovado antes. Sin entrar en polémicas, integrarían el grupo Unamuno, Azorín, Baroja y Maeztu. Y habría que discutir los casos de Antonio Machado y Valle-Inclán, por su evolución artística e ideológica (fuera se quedan dos grandes figuras coetáneas, Menéndez Pidal, que brilló en el campo de la erudición filológica e histórica y Jacinto Benavente, a pesar de que Azorín lo incluyó en los artículos que establecieron la nómina de autores del 98). De hecho, no deja de ser curiosa la evolución ideológica de cada uno de ellos: en su juventud, Unamuno, Azorín, Baroja y Maeztu fueron izquierdistas radicales (Unamuno y Maeztu, socialistas; Azorín y Baroja, anarquistas); en 1910, Azorín señala que todos se han alejado del radicalismo juvenil, del que sólo quedan vagos anhelos idealistas. Y cada uno seguirá su propio camino ideológico: Unamuno se debatirá toda la vida entre íntimas contradicciones; Baroja se recluirá en un radical escepticismo ante todo; Azorín derivará hacia posturas tradicionalistas católicas; más profundo será el giro de Maeztu, hacia actitudes políticas muy próximas al fascismo (terminó militando en un partido político opuesto a la República); Machado evidenciará a partir de 1917 (en la edición ampliada de Campos de Castilla) una actitud crítica hacia el atraso y la pobreza de Castilla y Andalucía que irá a más, con sus Poesías de guerra (entre las que destaca el poema El crimen fue en Granada, denunciando el asesinato de Lorca) y sobre todo con su prosa y los dos volúmenes de Juan de Mairena (1934-1939), donde reflexionará sobre temas poéticos, filosóficos, sociales, políticos… Finalmente hay que hablar de Valle-Inclán, que hacia 1920, ha pasado de su tradicionalismo inicial a un progresismo que alcanzará expresiones muy radicales, ideológica y estéticamente, concretadas en el Esperpento. 1) Las preocupaciones existenciales, consecuencia de sus actitudes neorrománticas y de la influencia de las corrientes irracionalistas europeas y filósofos como Nietzsche. Los interrogantes sobre el sentido de la vida, el destino del hombre, etc. serán muy importantes en todos ellos (muy especialmente en Unamuno) 2) La preocupación por España y la búsqueda de soluciones desde el plano de los valores, ideas y creencias, más que desde el plano Temáticas económico y social. Lo que les llevará al 3) descubrimiento del paisaje, sobre todo castellano, considerado como esencia de la nación española. Por él harán desfilar a las grandes figuras de la España que fue (como el Cid), lo que conllevará también la valoración de nuestros escritores clásicos (Berceo, Arcipreste de Hita, Jorge Manrique, Cervantes, Quevedo…), que representan lo mejor del espíritu nacional. El modo de escribir, el lenguaje del 98, supone una prodigiosa renovación. La destrucción del lenguaje decimonónico y su sustitución Formales por otro mucho más breve y ágil refleja el valor que comienza a cobrar por sí mismo (Baroja y su estilo aparentemente descuidado, Azorín y su estilo de Sujeto + Verbo + Punto, la prosa lírica de las Sonatas de Valle-Inclán…). 1 Unamuno Valle-Inclán La obra del 98 (I) Lo más característico y original de la obra de Miguel de Unamuno se encuentra en sus ensayos. Sus preocupaciones recurrentes fueron: a) La historia y la esencia de España (En torno al casticismo, 1895), que le llevó a desarrollar el concepto de intrahistoria, representado por las costumbres y modos de vida de los individuos anónimos que viven de la misma manera desde tiempo inmemorial, ajenos a las modas o los vaivenes de la historia y a reivindicar la figura de don Quijote como símbolo del alma Ensayo española y modelo del idealismo, del ser humano empeñado en no plegarse a la sociedad (Vida de don Quijote y Sancho, 1905) b) El sentido de la vida humana, la existencia de Dios y las incógnitas del más alla (Del sentimiento trágico de la vida, de 1913 y La agonía del cristianismo, de 1925). Aquí Unamuno se debatió entre su razón, que le llevaba al escepticismo, y su corazón, que necesitaba desesperadamente a Dios A las novelas trasladó Unamuno buena parte de las preocupaciones y temas que dieron cuerpo a sus ensayos. En este sentido, los sucesos que narra son reflejo de sus inquietudes religiosas (San Manuel Bueno, mártir) o existenciales (Niebla, de 1914, donde además intentó renovar las técnicas narrativas, hasta el punto de enfrentar a su protagonista con él mismo, Unamuno, su autor). Se acercó también a cuestiones tan relevantes como el sentimiento de la maternidad (La tía Tula) o la educación (Amor y pedagogía). Y su Novela primera novela, Paz en la guerra (1897), había sido una novela “intrahistórica” sobre la guerra carlista. Todas sus novelas se construyen en torno al protagonista, que representa la idea que el autor quiere someter a debate a lo largo del relato, reduciéndose al mínimo las descripciones y centrándose la acción en debates o monólogos de gran densidad conceptual. Consciente de la novedad que suponía esta manera de novelar, Unamuno inventó para sus relatos el nombre de nivolas, afirmando así su libertad creadora frente a los reproches de la crítica. La poesía de Unamuno es amplísima y compone una biografía de su espíritu, desde sus Poesías de 1907 al Cancionero póstumo, pasando por El Cristo de Velázquez (1920), en el que vierte su pasión por Jesús. Sus versos, de ritmos ásperos y robustos, al margen de Poesía las tendencias, tardarían en ser apreciados. Su teatro tuvo escaso éxito. La densidad de sus ideas no va acompañada de fluidez escénica. Citemos Fedra y El otro, entre sus Teatro dramas. Su producción narrativa sigue la misma evolución cronológica, estética e ideológica que su creación dramática, que veremos en próximos temas (a grandes rasgos, pasa de un modernismo refinado y nostálgico a una crítica desgarrada, con un estilo radicalmente nuevo, el esperpento). a) A la primera fase modernista corresponde el ciclo de las Sonatas, cuatro novelas (una para cada estación del año: Sonata de primavera, Sonata de estío, Sonata de otoño, Sonata de invierno) que se presentan como las memorias del Marqués de Bradomín, hidalgo gallego que se autodefine como un donjuán “feo, católico y sentimental”. Hay en ellas una visión entre nostálgica y distante, de un mundo refinado y decadente plasmado con una prosa rítmica, rica en efectos sensoriales, elegante, bellísima. b) La trilogía de novelas de La guerra carlista (1908-1909) revela ya un mayor interés del autor por cuestiones políticas. En esta trilogía muestra el contraste entre el heroísmo y la brutalidad de la guerra, entre el mundo religioso tradicional de los carlistas y el progreso liberalizador representado por las tropas isabelinas. c) A los dominios del esperpento pertenece la cumbre de la creación valleinclaniana: Tirano Banderas (1926), grotesca aproximación a una república hispanoamericana gobernada por un tirano. Experimentación verbal, crítica despiadada y escasa acción narrativa se juntan en la trilogía de El ruedo ibérico, esperpéntica visión del reinado de Isabel II. 2 Azorín Machado Maeztu La obra del 98 (II) El temperamento de Azorín se muestra en la temática dominante en su obra: a) Sus evocaciones de infancia y juventud, consecuencia de su obsesión por el tiempo, por la fugacidad de la vida que le produce, más que angustia, una tristeza íntima. b) Sus evocaciones de las tierras y hombres de España, en las que revive el pasado, las ciudades, sus figuras históricas y Temas literarias o sus gentes sencillas, con especial atención a los aspectos cotidianos (la intrahistoria) c) Sus pinturas de paisaje merecen mención aparte; especialmente inolvidables son sus visiones del paisaje de Castilla, al que identificaba con el alma española, con su espíritu, en unas descripciones que destilan lirismo. Todos estos temas aparecen en sus ensayos, género al que pertenecen dos de sus libros más famosos: Los pueblos (1905) y Ensayo Castilla (1912). Aparte, Azorín escribió muchos ensayos de crítica literaria. A él debemos, en una serie de artículos escritos en 1913 y publicados en ABC, el término de “Generación de 1898”. Las novelas azorinianas son muy particulares: en ellas, el argumento es tan tenue que parece un pretexto para hilvanar pinturas de tipos y ambientes, lo que las emparenta con sus ensayos. Destacan las primeras, por su carácter autobiográfico: La voluntad La novela (1902), donde trata el tema de la abulia como una de las lacras de la sociedad española y Confesiones de un pequeño filósofo (1904), en la que frente a los males nacionales, aboga por un refugio en la propia subjetividad. Quiso renovar, pero le faltó sentido escénico. Merece, con todo, recordarse Lo invisible (1928), tres piezas en un acto sobre el Teatro tema de la muerte. En cualquier caso, el valor de Azorín radica sobre todo en la creación de un estilo de prosa que rompió con el párrafo amplio y la retórica altanera de la narrativa decimonónica. Se trata de un lenguaje caracterizado por la concisión y la brevedad, en el que Estilo destaca un vocabulario muy preciso y el gusto por la descripción impresionista, la escasez de metáforas y el uso recurrente de la primera persona del plural y del presente para implicar al lector y dotar al texto de una dimensión intemporal. Su ímpetu revolucionario juvenil se plasma, con tan sólo quince años, en Hacia otra España (1899), visión implacable del “marasmo” de la decadencia. En 1901, junto a Azorín y Baroja, publica el Manifiesto de los tres, en el que denuncian la descomposición de la atmósfera moral del país, la desorientación de la juventud… Desean “mejorar la vida de los miserables”. Atrás han dejado sus ideas revolucionarias y se han aproximado a un reformismo de tipo “regeneracionista” (el de Joaquín Costa y Ángel Ganivet, que propugnaban medidas concretas para la mejora del país, “despensa y escuela”, “europeizar España”…). Su campaña fue un fracaso y un hondo desengaño. El grupo se deshizo y cada cual seguiría su propio camino. Nos dejó una brillante interpretación de tres grandes mitos españoles: Don Quijote, don Juan y la Celestina (1926), siempre con un estilo intenso, apasionado y sugestivo. En su etapa posterior, antirrepublicana y antimarxista, escribe Defensa de la hispanidad (1934), donde exalta el espíritu y la obra de la España imperial, integradora de razas y de pueblos. Militó en el partido de Renovación española (partido monárquico, defensor del legado de Alfonso XIII y opuesto a la República), del que fue diputado en las Cortes por Guipuzcoa. Al comienzo de la Guerra Civil, fue detenido por milicianos republicanos, encarcelado y fusilado. Véase tema anterior 3 Concepción de la novela Estilo Baroja lleva a tal extremo la tendencia antirretórica de los noventayochistas que se le acusó de descuidado, pero su prosa es espontánea y agilísima, con absoluto predominio de la frase corta y el párrafo breve. Gracias a ello la narración fluye rápida, amena. Las descripciones suelen ser escuetas, gráficas, impresionistas, a veces líricas; y el diálogo destaca por su autenticidad. Una buena parte de su narrativa se agrupa en trilogías, cuyos títulos indican la idea común de las novelas que las componen. He aquí algunas trilogías: 1) La tierra vasca, formada por La casa de Aizgorri (1900), El mayorazgo de Labraz (1903) y Zalacaín el aventurero (1909) 2) La lucha por la vida, formada por La busca (1904), Mala hierba (1904) y Aurora roja (1905) 3) La raza: La dama errante (1909), La ciudad de la niebla (1909), El árbol de la ciencia (1911) Destacan, sueltos, otros títulos como Camino de perfección, Las inquietudes de Shanti Andía o Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox, así como las veintidiós novelas que componen la serie titulada Memorias de un hombre de acción (1913-1935), cuyo protagonista es Aviraneta, un inquieto personaje que sirve a Baroja para hacer un recorrido por la historia del siglo XIX. Los del 98 destacaron sobre todo en el ensayo y la novela, con las grandísimas excepciones de Machado en la poesía (la reivindicación de Unamuno y su poesía vendría mucho después) y Valle-Inclán en el teatro. Con la Generación del 98 se configura el ensayo moderno, haciéndolo apto para recoger las más variadas reflexiones o vivencias. Ensayo La renovación de la novela por parte del 98 puede apreciarse en los siguientes rasgos: a) Abandono de la estructura ordenada y lineal típica del Realismo, por un modo de narrar en el que se producen frecuentes vaivenes cronológicos. Al haber caído la realidad en descrédito, los del 98 resolvieron recrearla en la novela: más que las causas, importan los efectos; más que los fenómenos, la impresión que dejan en el lector. b) Frente a la novela decimonónica, que aspiraba a reflejar una clase social, la novela del 98 descansa sobre protagonistas individuales que representan las aspiraciones regeneradoras del Modernismo o se convierten en exponentes de la inseguridad del hombre en el mundo. Al haber perdido el individuo la consistencia y la seguridad de las décadas anteriores, también los Novela personajes de ficción resultarán menos consistentes, hasta el punto de convertirse en peleles, muñecos y fantoches de la voluntad del autor. c) En relación a lo anterior, abunda el tipo de novela conocido como relato de formación, donde se describe el proceso de formación o educación del protagonista Las descripciones del modelo realista que pretendían crear una ilusión de verosimilitud, dejan paso a unas descripciones de mayor tono lírico y al diálogo que convierte a la novela en un vehículo para el conocimiento y la formulación de ideas. El 98 y los géneros literarios La obra del 98 (III) Obra Baroja a) La estructura en las novelas de Baroja es muy libre, a veces parece que ni siquiera tienen, pues en ellas se van yuxtaponiendo episodios, anécdotas, digresiones, mientras que aparecen y desaparecen los más variados personajes, aunque b) todas se centran siempre en un único personaje, siempre al margen de la sociedad o enfrentado a ella, un personaje que puede ser: - activo y dominador, hombre de acción que quiere escapar de la grisura cotidiana (Zalacaín), - pasivo y sin voluntad, marcado por la desorientación existencial o la frustración (el Andrés Hurtado de El árbol de la ciencia). 4