EL CINE EN RENTERIA FEDERICO FELLINI (UN SIGLO DE CINE ITALIANO) Gonzalo Larumbe Gutiérrez Roma c/cy/¿spìriti G in g 0 r e F r e d Jla ìtote bella luna Siilyricoii O tto e m ezzo 5T5 ¿¡nflKkQKÙ La D c lc e V ita Una de las escenas más características de Federico Fellini es La c ittà d e lle d o n n e LO SCOCCO SIAJNCO E la nave va quilidad y aparente bienestar. Su vida m atrim onial es triste -su aquella de Roma en que aparece, en medio de una proyección de m arido la e n gañ a- pero no obstante al final opta por abandonar diapositivas de la ciudad eterna, un enorm e trasero (el culo, según su m u n d o de fa n ta sm a g o ría s y a c e p ta r la vida ta l c o m o es. cuenta Fellini, debía hablar en n a p o lita n o, aunque por unas u A ctitu d resignada si se quiere, que es la misma - o parecida- a la otras razones al final se prescindió de este gag). En todas las pelí- del Dionisio de Tres sombreros de copa. Al final de la representa- culas de Fellini es fundam ental ese tema: las relaciones entre la ción, es com o si saliera un personaje de detrás del telón para realidad y el deseo, o si se quiere entre el yo y "lo o tro " (el ello, lo anunciarnos: "Señores, la farsa ha term inado. Bienvenidos a Doña inconsciente). En Giulietta de los espíritus la protagonista, un ama Realidad". Claro que en el caso de Fellini se pueden aducir razo- de casa burguesa de mediana edad, se ve tentada por la influe n- nes personales, además de las artísticas, para evitar en este caso cia de una serie de amigas y, muy en particular, por el m undo de la caída. De todos modos Fellini ha representado la tentación (el Susy, con sus piscinas interiores y sus cabañas en lo alto de los juego, la carne, la sensación fugaz frente a la verdad eterna). Lo árboles. M ientras el m undo que le ofrece su m arido responde un de menos es que al final ésta se lleve a su térm ino. Lo fund am en - poco a la confortabilidad burguesa de horario bien estructurado y tal es que exista com o virtualidad. Fellini acaba condenando la mesa-camilla, el de Susy tiene más que ver con la escenografía transgresión, pero la ha representado. En La dolce vita, con su d e lira n te , con el lib e rtin a je y la fa rsa . De la m a n o de ésta, retrato de la vida amoral de cierta clase acom odada rom ana ya G iu lietta consigue, incluso, te ne r atractivos pretendientes (dos había escandalizado a L'Osservatore rom ano. En Ocho y medio, jóvenes en m o to las adm iran desde abajo m ientras están en lo bajo la aparente m oderación -G u id o se entrevista con un carde- alto de la cabaña). Claro que el m undo de Susy está un poco del nal para pedirle consejo sobre la orientación moral de su película— lado del burdel, de lo prohibido, de lo que no tolera la moral bur- el planteam iento es aún más explícito: la Iglesia aparece del lado guesa. Susy nos evoca fácilm ente a la Paula de M ihura en Tres de la represión y el castigo fre n te a la inocencia de los deseos s o m b r e ro s d e c o p a , c o n su a s u n c ió n p r e m e d ita d a de la infantiles (la Saraghina). A Fellini se le consideró en sus primeras inconsciencia y am oralidad del teatro frente a la vida cóm oda y películas el cineasta de la Democracia Cristiana, quizá debido al aburrida de los señores que desayunan huevos fritos porque desa- film e La Strada, con su apelación a una bondad a todas luces yunar café es "d e b o h e m io s". Precisamente el prim er film e de excesiva y a una cierta épica de la resignación (esa Gelsomina que Fellini, El je q u e blanco, recordaba a la obra de teatro de M ihura, jamás se rebela, que acepta su condición inferior de mujer y, al fin por su explícito contraste entre Iván Cavalli, representante del y al cabo, de puro valor de cambio), su visión centrada más en los orden y el "je q u e ", personaje aparentem ente amoral que prom e- problem as interperson ales que en los c o n flic to s sociales y su te una serie de ensueños vagos y rom ánticos -p o r más que se carácter de fábula atem poral, que le valió la desaprobación de desvele un personaje tan vacuo com o su o p o n e n te -. G iulietta no Zavattini y los teóricos del neorrealismo, afines a la izquierda. Sin caerá en la tentación pese al indudable atractivo que sobre ella em bargo, ya en El je q u e de blanco había cierta ambivalencia hacia ejerce este subm undo interior de caballeros españoles y mujeres Cavalli, personaje que representa la sumisión al orden, obsesiona- hermosas que acaba de descubrir después de largos años de tra n - do con la rectitud y las buenas maneras, y que no por casualidad 2 2 tiene com o firm e propósito -q u e al finia del relato se cu m p lirá entrevistarse con el Papa -e n Fellini la Iglesia es siempre la sanción del o rd e n -. Mientras su esposa, W anda, busca la realización de sus sueños, por más que éstos sean quim éricos, Iván no se preocupa más que del "q u é d irá n ", es decir de la o pinión que sobre su conducta tienen los demás: es un conform ista en estado puro. En cualquier caso la visión felliniana de una clase media d iv id id a a partes iguales e n tre la sum isión in c o n d ic io n a l a la Iglesia y la fascinación por la cultura de masas no es precisamente benevolente: él supo ver com o pocos que el verdadero enem igo de esa Italia de los De Gasperi, M oro o A n d re o tti no era el com unismo, sino precisamente esa Industria C ultural que aparece en Lo sceicco bianco, y que cu a tro décadas después se alzará al p o d e r, al m is m o tie m p o q u e se p ro d u c e el c o la p s o de la Democracia Cristiana, que la llevará a su práctica desaparición después de cincuenta años de poder casi ininterrum pido. Pero si la Iglesia es para Fellini el superyo, la autorid a d de la sociedad interiorizada en la conciencia -e l paradigm a de esta visión es la escena del confesionario de Am arcord, con el sacerdote exhortan do a Titta a la confesión de su pecado mientras éste se recrea en la evocación de las geometrías delirantes de la estanquera y de otras muchachas del p u e b lo - en la sociedad contem poránea su visión no será mejor, y la a ctitud progresista del fem inism o será para él represiva y castradora. El fem inism o será visto com o una extensión de la represión más que com o una liberación. La ciudad Marcelo Mas troiani en "Otto e mezzo". de las mujeres -q u iz á su película peor e n te n d id a - es al cabo sólo un sueño. El sueño com o no puede ser menos de un italiano algo envejecido, y com o italiano, algo católico, algo rom ántico, algo tra m p o so , a lg o d o n ju á n . Sus sueños son ta m b ié n los de una época que a goniza, de ahí el rea ccio n a rism o que han creído advertir algunos críticos en lo que no deja de ser una sincera plasmación de los tem ores de un típico hom bre a la antigua (recuérdese el h arén de O cho y m e d io ) a n te la crisis de la c u ltu ra patriarcal. Tam bién G in g e r y Fred lo m uestra perp le jo a nte la sociedad del espectáculo. La reivindicación del circo, del juego, del inconsciente y de lo antaño reprim ido por la moral tradicional, ahora resulta innecesaria. C om o Foucault en su H istoria de la sexualidad lo que Fellini encuentra es una explosión de discursos. Porque es precisamente ese discurso de lo reprim ido el que en la era de la televisión se ha convertido en dom inante. A hora es pre- Sandra Milo y Giulietta Mas ina en “Giulietta degli spiriti". cisamente el sexo, el circo y la pretendida diversión lo que do m ina el discurso de los media, que es el de la TV. Discurso que to d o lo absorbe y to d o de manera torcida -la televisión de G inger y Fred está llena de sosias de artistas: Proust, Kafka, los propios Ginger y Fred, y ni siquiera las mujeres que en ella aparecen son realm ente m ujeres-. De ahí que la exhortación que cierra La voce della luna, y con ella la sostenida em oción en que se desarrolla su obra, ("Si hubiera un poco de silencio podríamos entender a lg o ") sea quizás más un g rito co n tra la om nipresencia del discurso m assm ediático, contra la p ro liferación acrítica de los discursos, que el g rito de misticismo desesperado que muchos han querido ver en ella. 23