¿AMÉRICA LATINA ES INCAPAZ DE CONSTRUIR PROYECTOS EN COMÚN? Guido Mendoza Fantinato Obra suministrada por el Autor a la Secretaría General de la Comunidad Andina ¿América Latina es incapaz de construir proyectos en común? Guido Mendoza Fantinato(1) Cuando el 18 de febrero 1960 Argentina, Brasil, Chile, México, Paraguay, Perú y Uruguay firmaron en Montevideo el Tratado que dio nacimiento a la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), los analistas más entusiastas vaticinaban el inicio de una nueva etapa en la región. Se preveía el nacimiento del primer instrumento práctico que buscaría concretar el ideal de la integración regional tantas veces postergado desde inicios del siglo XIX. La ALALC era entendida como la primera propuesta de integración económica latinoamericana. Dicho proceso se efectuaría de forma gradual por medio de la eliminación de todas las restricciones, cupos y gravámenes al comercio entre los países firmantes que sentarían las bases del gran mercado latinoamericano, primer paso en la construcción de nuevos mecanismos que facilitasen la construcción gradual de etapas más profundas de integración regional. La expectativa surgida entonces fue especialmente importante a la luz de la buena experiencia que ya venían acumulando los 6 países fundadores de la entonces Comunidad Económica Europea (CEE). Así, Alemania, Francia, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo, signatarios del Tratado de Roma de 1957, habían logrado abrir una página novedosa y esperanzadora en el camino de la unidad en ese continente. ¿Qué ha ocurrido en América Latina desde entonces? La ALALC no pudo concretar sus metas originales y fue sustituida en 1980 por la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI). Adicionalmente se han creado en estos años una gran variedad de organizaciones internacionales regionales para trabajar en apoyo directo al tema de la integración. Conjuntamente con la aparición de las organizaciones de ámbito latinoamericano (tales como el Sistema Económico Latinoamericano - SELA, el Parlamento Latinoamericano, la ALADI y la recientemente creada Unión de Naciones Suramericanas - UNASUR, por citar sólo algunas de las más destacadas) nacerían también las organizaciones subregionales que trabajan con agrupaciones o bloques de países con mayor cercanía geográfica (tales como la Comunidad Andina y el Mercosur en el área suramericana, la CARICOM en el área del Caribe o el SICA en el área centroamericana). Sin embargo, los esfuerzos desplegados por todo este conglomerado de organizaciones en el último medio siglo pareciera mostrar incidencias modestas en las expectativas del desarrollo nacional de los países mientras la región latinoamericana aún está muy lejos de posicionarse como un bloque vigoroso en el escenario internacional. Al mismo tiempo, los bloques subregionales de integración tampoco han logrado canalizar la fuerza necesaria para sumar logros contundentes al gran proyecto de unidad e integración latinoamericana. No es extraño por eso que al interior de los propios países latinoamericanos, en los círculos académicos, políticos, económicos, sociales, etc. exista una identificación limitada con los trabajos adelantados en estas cinco décadas por los diversos procesos y mecanismos de integración en marcha y se siga hablando de este asunto como un tema que permanece aún en las posibilidades de un futuro lejano, como un hermoso ideal sin visos cercanos de concreción posible. 1 Es interesante contrastar esta realidad con la percepción del filósofo francés Pierre Calame, quien en una visita en Perú en mayo de 2009 sostenía que en América Latina existe una incapacidad o falta de voluntad para construir proyectos en común, y que por lo tanto no se avanza en una verdadera integración regional que permita alcanzar una mayor presencia internacional(2). Sin embargo, la realidad parecería demostrar que al menos en el último medio siglo todos los gobiernos de la región han apostado en mayor o menor medida por el tema de la integración regional. La creación de distintas organizaciones internacionales con esta finalidad (desde las que privilegian el modelo intergubernamental de actuación hasta las que reconocen la supranacionalidad de sus decisiones) constituyen una clara evidencia de que se desea trabajar y construir proyectos en común. Quizá la explicación de los limitados resultados obtenidos hasta la fecha esté en el hecho de la falta de continuidad con los grandes objetivos de largo plazo que los propios países desean trazar en torno a las posibilidades y perspectivas de la integración regional. Las concepciones de corto plazo y la búsqueda de resultados beneficiosos inmediatos han atentado directamente contra la fortaleza del proyecto integrador. Asimismo, las crisis internacionales han producido el refuerzo de visiones cortoplacistas que han acrecentado la tentación de seguir insistiendo con posiciones individualistas en el escenario internacional que, si bien pueden brindar algunos logros parciales en lo inmediato, a la larga sólo han terminado debilitando la visión unitaria de la región. Las organizaciones internacionales que trabajan conjuntamente con los países de la región en favor de la integración definitivamente no han sido inmunes a esta tendencia y parecieran encontrar enormes dificultades de poder trabajar en la consecución de proyectos estables y de largo aliento de la mano con las distintas administraciones nacionales. Entonces más que incapacidad para construir proyectos en común, el gran problema latinoamericano parece radicar en la dificultad de perseverar en la construcción de proyectos de largo plazo concebidos como verdaderas políticas de estado, con reglas de juego claras respetadas nacionalmente por las distintas administraciones gubernamentales y donde se privilegie la solidaridad en la búsqueda de beneficios comunes. Estas cinco décadas de esfuerzos integracionistas dejan esa clara lección. Mientras se continúe insistiendo en la visión coyuntural, individualista y de recompensas inmediatas como alicientes para apostar por la integración regional, queda claro que se seguirá reproduciendo la tendencia a los resultados modestos y de concreciones muy parciales. Sin embargo, en lugar de producir desánimo, esta valiosa experiencia acumulada debería servir de reflexión para entender la importancia de apostar por los grandes objetivos nacionales y regionales de largo plazo, convirtiendo precisamente a la integración regional en una verdadera política de estado en cada uno de los países de la región, con realizaciones graduales y concretas, respetada en sus grandes lineamientos por las distintas administraciones gubernamentales que se sucedan en el tiempo. Esto implica superar definitivamente la visión que la integración sólo sea un componente coyuntural de los programas de gobierno de turno y con limitadas posibilidades de aplicación vigorosa y sostenida en el tiempo. Quizá sea el mejor momento para plantear una discusión profunda en la región sobre esta situación y definir la estrategia consensuada de los próximos años tomando como base los logros alcanzados hasta la fecha por los mecanismos de integración ya existentes. Es decir, apoyados en la vigente institucionalidad de dichos mecanismos, avanzar en un necesario cambio de enfoque en las percepciones nacionales que facilite 2 la inclusión de los objetivos centrales de la integración regional al interior de las políticas de estado de los países latinoamericanos como instrumentos efectivos para apoyar de manera perseverante la consolidación del desarrollo nacional y la mejor inserción en el escenario internacional. Si se logra con ello que los compromisos con la integración regional sean temas que se desarrollen de manera continua en el mediano y largo plazo, y ejecutados con la misma dedicación por las distintas administraciones gubernamentales en el transcurso de los siguientes años, se habrá dado un salto cualitativo en la historia de la región, empezando a dejarse de lado la utopía que los proyectos cortoplacistas y los periódicos cambios de rumbo pueden ser vehículos eficientes que conduzcan al desarrollo. Los enormes beneficios que los países y poblaciones latinoamericanas recibirían a cambio muestran inobjetablemente que es un camino que debe recorrerse con renovado empeño. 3 Notas bibliográficas: (1) Profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC). (2) Entrevista concedida por Pierre Calame al diario El Comercio de Lima, el 9 de mayo de 2009. 4