Esperanzas, ilusiones... Akia era una chica, de unos 12 años que vivía en África. Tenía la piel oscura y suave, unos preciosos ojos color café y el pelo negro, largo y sedoso. Vivía en Eritrea, un país muy pobre. Tenía suerte de poder vivir en una cabaña hecha de barro y paja, sin muebles, que por lo menos servía de refugio. Eso allí era un privilegio, al igual que encontrar algo de comida o ropa. Su padre Joseph, su madre Anikka y su hermano pequeño Kim vivían con ella. También acogían en su casa a George que era el mejor amigo de Akia. Sus padre murieron en un incendio en la plantación que ahora estaba reducida a cenizas. George y Akia se llevaban estupendamente, sus padres habían sido amigos desde pequeños, y ahora ellos perduraban la amistad en otra generación. No podían permitirse ir al colegio, y su único juguete era una pelota hecha de trapos y telas atada con una cuerda, que, con que le dieras una patada un poco más fuerte... se deshacía dejando el partido de fútbol, baloncesto o cualquiera de los juegos a los que jugaban. Si comían, lo que comían eran raíces, alguna fruta que sobreviviera en la nueva plantación o en el peor de los casos... bichos. Una curiosa historia, de como su amistad se reforzó hasta el punto de ser los mejores amigos por siempre fue la siguiente: Un día, Akia decidió ir a explorar un terreno cercano a su choza. Fue sola, sin avisar a nadie, muy temprano por la mañana para no despertar a su hermanito. Muy contenta, se encontró una pradera muy grande. Vio una preciosa mariposa de color turquesa muy grande, y decidida, empezó a seguirla por todo el campo. Sin embargo, se tropezó y se enredó en una trampa de las que colocaban los cazadores. Muy asustada, empezó a gritar y gritar. Mientras tanto en el poblado, George se había despertado y no veía a su amiga, así que la buscó por los sitios a los que solían ir. Después de buscarla sin ningún resultado, se fue a la pradera. A lo lejos vio que había alguien con el pelo negro atrapada en el suelo, y en la otra dirección se acercaba un coche de cazadores. George, sin pensarlo se fue hacia la chica en apuros. Cuando se acercó vio que... ¡era Akia! Deprisa desató el nudo que había en su tobillo y le agarró del brazo para ir juntos a la aldea. Sin embargo, mientras, los cazadores ya habían llegado al sitio en el que estaban los niños. Muy enfadados empezaron a gritarle cosas en inglés a George. No lo entendían, pero no parecían cosas muy agradables... Akia dio la cara por su amigo y les dijo que le dejasen en paz y que tuvieran cuidado por donde ponían las trampas. Y acto seguido, salieron corriendo. Al llegar a la aldea, los dos amigos se fundieron eu un abrazo y se prometieron ayudarse el uno al otro para siempre. Todo seguía igual por Eritrea hasta que... Un día ya no podían mantenerse más, así que decidieron ir hasta Arabia en pateras para conseguir un trabajo, una casa y comida. Entre todo el poblado, que era muy solidario a pesar de lo poco que tenían, construyeron la pequeña embarcación. Akia miró la patera pensando que en ella estaban todos sus sueños, esperanzas, y fe que tenía. Además en ella también estaba su vida. La suya y la de los seres queridos. Al día siguiente embarcaron y se despidieron de toda la gente que conocían de siempre. Montaron temerosos y empezaron a navegar dejando atrás el sol poniente. Al principio empezaron poco a poco a contar anécdotas, historias, e incluso Akia, Anikka y el pequeño Kim dieron una actuación en directo de una canción típica. Todos estaban alegres y uno a uno empezaron a quedarse dormidos. Pasaron días, quizás semanas.... y seguían en el pequeño e inestable cayuco sin nada que comer, y perdiendo poco a poco la esperanza de llegar a su destino con vida. Los ánimos estaban por los suelos y ya casi ni se hablaban. Tan sólo miraban y miraban hacia el horizonte. Akia se despertó una mañana y vio unas nubes negras que anunciaban tormenta. Les avisó a los demás y juntos empezaron a hacerse a la idea de una tempestad en una pequeña barca... Muy difícil. El mar empezó a revolverse, balanceando violentamente el cayuco con sus aterrados pasajeros dentro. Anikka abrazó con fuerza al pequeño Kim. Joseph abrazó a su mujer. Akia y George se dieron la mano. Un rayo cayó a pocos metros, y empezaron a ponerse muy nerviosos. De repente Kim empezó a llorar desconsoladamente. Akia intentó pensar en otra cosa para tranquilizarse. A partir de ese momento la chica solo vio cosas borrosas...una gran ola los arrastraba hacia el agua... una pequeña figura caía...alguien se tiraba para ayudarle...y el cayuco se volcó...y con él sus sueños, ilusiones... Pero sin embargo no llegó a soltar a George. Eso sí que lo veía claro. Un fuerte dolor le devolvió a la realidad. Abrió sus preciosos ojos marrones y miró a su alrededor. Lo primero que vio es que estaba tumbada en una playa de blanca y fina arena. A su lado un chico le daba la mano. El dolor venía de una gran y profunda herida que tenía en su pierna. De repente se acordó de todo. La patera...la tormenta... Se incorporó de un salto y vio a George con los ojos cerrados. -¡George! ¡despierta! Por favor, contéstame...-dijo Akia al borde de las lágrimas.¡George! ¡¡GEORGE!! ¡Por favor, abre los ojos! No se movía. Akia empezó a llorar lastimeramente y se dejó a caer sobre George. Su amigo empezó a toser. ¡Estaba vivo! Akia le ayudó a levantarse y ese momento de felicidad....se derrumbó. ¿Y su familia? Poco después George y ella buscaron por toda la playa. Buscaron en el agua y vieron un trozo de cayuco arrastrado por las olas... Akia cerró los ojos. “No puede ser...no puede ser...” Pensó. Cuando los abrió seguía en la playa con el trozo de el cayuco, que también eran sus sueños, sus ilusiones, su vida... Suspiró. Y se levanto muy despacio intentando asimilar todo lo que había ocurrido. Entonces... Su familia, la tormenta... La pequeña figura sería Kim, y su padre se habría tirado a salvarle. Después al volcarse el cayuco, ellos habrían tenido la suerte de ser llevados hasta la costa... No podía pensar más en ello, una fuerte opresión en el corazón le impedía hacer cualquier cosa. George le abrazó y juntos caminaron hacia la ciudad que se veía al final de aquella playa... aquella playa en la que la vida de Akia cambió para siempre...en la que aprendió que la vida es dura. Años después Akia y George aprendieron a leer, hacer operaciones matemáticas, geografía, en fin, todo lo que aprendería cualquier chico o chica de su edad. Mucho después formaron una familia, y la protagonista, ya superado el pasado, se dedicó a escribir libros, que dedicó a sus vecinos y amigos de Eritrea, y con el dinero que ganó, pudo crear una fundación para ayudar a todos lo que emigrasen en cayuco, para que fuera más seguro. Y así cumplió los deseos, ilusiones, esperanzas... de mucha gente. FIN Este libro lo escribo porque esto una realidad que ocurre cada día, mientras que otras personas como tú o yo nos quejamos de problemas que no son nada comparado a lo que tienen que sufrir los emigrantes que viajan hasta otros países en cayucos y pateras. Gracias por haberlo leído.