177 VEINTE DESTELLOS DE ILUSTRACIÓN ELECTORAL Antes el culpable de absolutamente todos los males electorales del país era D´Hondt. Ahora la solución mágica a cualquier desafío representativo parecen ser las listas abiertas. Uno era el malo, las otras son las buenas, pero el problema de fondo permanece: en ambos casos nos hallamos ante un maniqueísmo simplista, mal entendido y completamente desencaminado. ¿Qué se pretende con la reivindicación de las listas abiertas? Parece que sobre todo dos cosas: acabar con la corrupción y ensanchar nuestra libertad de elegir. Analicemos con más detalle cada uno de esos propósitos. Objetivo uno: acabar con la corrupción. La idea básica sería, según entiendo, esta: “quiero listas abiertas para poder tachar corruptos de una lista de partido”. Bueno, pues, en mi opinión, eso es el chocolate del loro. Algo que distrae la atención de lo verdaderamente crucial. Y aquí veo al 15M y a muchos movimientos populares algo despistados. Estamos otra vez, me temo, persiguiendo al elefante de John Travolta. Los representantes son los partidos, y es a ellos a los que tenemos que sujetar. Esa es la cuestión fundamental. Sujetar a los partidos. Para eso solo hay una receta: voto igual y proporcionalidad. Si además, dentro de cada partido, podemos elegir entre unos y otros representantes, pues perfecto… pero eso es mil veces menos importante. Y lo es por una cuestión muy básica. A veces me sorprende el nivel de exigencia rebajada, y rebajada casi a nivel de súbdito, que encuentro en ciertos enfoques. “Quiero poder tachar a un candidato corrupto de una lista” es una proclama inconcebible en Alemania. En Alemania son los propios partidos los que se encargan de que no haya corruptos en las listas. ¿Por qué? Porque hay competencia entre ellos, competencia de verdad. Libre competencia, no duopolio más o menos atenuado. Y, de la misma manera que, cuando hay libre competencia económica, las MISERABLES CON ESCAÑO (sobre las listas abiertas) 178 empresas se encargan de que su mercancía no sea una porquería, cuando hay libre competencia política, los partidos se encargan de que no les relacionen con la corrupción. No sé si les suena el nombre de Theodor Guttemberg. Era el ministro más valorado del gobierno de Alemania y el delfín de Merkel, su seguro sucesor. La estrella del partido. Pero, en 2011, en el cenit de su carrera, con 39 años, una popularidad arrolladora y toda una carrera por delante, tuvo que dimitir. Y por supuesto fue su partido el que le obligó a hacerlo. ¿Por qué? Porque se descubrió que, hace años… había copiado partes de su tesis doctoral en la universidad. ¿Ustedes se imaginan algo así en España? En España, a un sujeto imputado por lo más inmundo, lo más rastrero y lo más moralmente despreciable que uno puede concebir… se le protege desde el partido. Miren el caso de Manuel Blasco, del que el juez observa “sólidos indicios” de que robaba del dinero destinado a la cooperación internacional – esto es: a los desheredados del planeta - para pagarse los coches y pisos de lujo exigidos por su miserable tren de vida. Es de una bajeza moral tan repugnante que hay que remontarse a cuando Roldán metió la mano en la caja de los huérfanos de los guardias civiles asesinados por ETA, allá por 1990. Pero ya ni nos llama la atención. Porque en los años que han trascurrido entre Roldan y Blasco ha ocurrido algo muy grave en este país: hemos perdido nuestra capacidad de indignación. Esto es: nos hemos acostumbrado a la indignidad moral. Por eso el primer 15M fue tan esperanzador. Pero volvamos a la corrupción. En Alemania los partidos se encargan de limpiarse a sí mismos. No porque los partidos alemanes sean culturalmente mejores que los españoles, o algo así, sino por algo mucho más sencillo: porque institucionalmente no les queda otro remedio. Porque disfrutan de un buen diseño representativo, un diseño 179 VEINTE DESTELLOS DE ILUSTRACIÓN ELECTORAL inteligente… no uno manipulado. Es de cajón: si presentan un corrupto en su lista, los votantes se irán a otra lista sin corruptos. El abc de la libre competencia. A diferencia de los votantes de centro-derecha españoles, los alemanes pueden irse tranquilamente a otro partido sin tener que votar por un partido de izquierda. Por tanto, Guttemberg - cuyo caso de “corrupción” en España ni aparecería en la prensa, porque sería de risa – a la calle. Porque en su mismo partido le indican la puerta de salida. A él, y a cualquiera salpicado por el más mínimo asunto turbio. Aunque yo los detesto, también es evidente que en los sistemas Fragmentados la corrupción se controla mejor desde un punto de vista electoral. Es casi inviable pensar que un sujeto imputado por corrupción se presente él, con nombre y apellidos, a competir por el escaño del distrito. Ni su partido se lo va a permitir, ni los electores le van a dejar ganar. Supongamos un sistema Fragmentado en España, ¿alguien puede creer que Ana Mato se podría presentar en un distrito como candidata del PP? No, porque sería como regalarle el distrito al PSOE, o a UPYD, o a quien fuera. Los dos extremos - Alemania y Estados Unidos, sistemas Uniformes y Fragmentados – tienen sus mecanismos de control electoral de la corrupción. Sus mecanismos internos: los propios partidos se limpian a sí mismos, porque los electores son soberanos y pueden elegir. Pero, ¿Y España? En España ni una cosa ni otra. Ni libre competencia entre partidos, ni candidatos que luchan por el único escaño de un distrito. En España, lo peor de los dos mundos. Así nos va. Y aquí nos jugamos mucho, y hemos de enfocar bien la cuestión. Y no sé si lo estamos haciendo. Yo creo que, por rara que suene, la pregunta correcta es esta: ¿hay algo más desamparado que un votante de derechas en España? Si usted es de centro-derecha o de derecha, sólo puede votar PP, no existe otra opción. No puede comprar otro producto, no hay MISERABLES CON ESCAÑO (sobre las listas abiertas) 180 alternativas. En la inmensa mayoría de las circunscripciones no hay ni siquiera un partido de centro que pueda recoger el descontento de esos votantes. Solo hay uno de izquierda, el PSOE, al que lógicamente esos votantes no quieren respaldar. Por tanto, si el PP presenta listas con imputados por corrupción, esos votantes o se abstienen – que es como dejar que gobierne el PSOE –, o se tapan la nariz y votan PP, aunque sea con corruptos. ¿Qué hacen? Hacen esto último, claro. Los votantes de centro-derecha, como todo el mundo, detestan la corrupción, pero nuestro sistema representativo no les deja mucho margen. O tragan, o PSOE. Y tragan, claro. Y, con los votantes de centro-izquierda, tres cuartos de lo mismo: o votan PSOE, o gana el PP. Imaginen que pudiéramos tachar nombres de las listas. Eso es, creo, lo que se persigue con el mantra de las listas abiertas. El nombre técnico no es ese, es “listas cerradas desbloqueadas”, pero eso da igual. Lo que no da igual es que así no se combate la corrupción. Así solo se maquilla. La cuestión no es tachar a los corruptos de una lista, la cuestión es que ningún partido permita la corrupción en sus listas. Pondré de nuevo un ejemplo económico. Ustedes no exigen a las marcas de refrescos que, si se cuela una lata envenenada, la marca correspondiente les pague los gastos hospitalarios y una indemnización. Es decir, sí lo exigen, pero mucho antes de eso y sobre todo exigen algo obvio, tan obvio que lo damos por descontado: que no haya ninguna lata tóxica… ¡Pues claro! Esa es la exigencia fundamental: que no haya corrupción. No podemos andar reivindicando el derecho a “tachar corruptos”, lo que tenemos que exigir es que no existan corruptos. Porque el “derecho a tachar corruptos” implica, obviamente, que el partido ya lleva, como de serie, los corruptos en la lista. ¿Recuerdan aquella frase terrible, “mi marido me pega lo normal”? Esa frase sólo podía explicarse en una sociedad en la que el machismo estaba tan interiorizado que ni siquiera 181 VEINTE DESTELLOS DE ILUSTRACIÓN ELECTORAL se percibía como anomalía, sino como parte natural del paisanaje. Pues bien, el “derecho a tachar corruptos” solo es concebible en una sociedad en la que todos hemos acabado asumiendo algo así como que “mi partido se corrompe lo normal”. Una sociedad en la que se encuentra viciada la misma idea de normalidad. Si dejamos todo como está y la única modificación que se consigue es la de las listas abiertas, nada va a cambiar con respecto a la corrupción. Si un partido presenta a un corrupto en sus listas, es porque ese partido se puede permitir encubrir corruptos sin que la cosa le pase demasiada factura electoral. Es decir: el mal ya está hecho. La cuestión no es tachar nombres, la cuestión es tachar la corrupción. Así que, aquí, la solución no es abrir las listas. Y, desde luego, no es otro enésimo pacto PP-PSOE contra la corrupción. De hecho, es más bien al contrario: esos pactos son el problema. Pero aquí nuestra propia mentalidad se encuentra tan sojuzgada por el bipartidismo que no acabamos de ver con claridad. ¿Qué alegan siempre las dos empresas de todo duopolio? Que se van a poner de acuerdo para producir lo mejor para el consumidor, que no van a pactar precios, etc… es decir: que entre ellas dos lo van a arreglar todo. “¿Libre competencia? ¡No, por Dios! No se preocupen ustedes que entre nosotras dos arreglamos esto. No hace falta que venga otra empresa a competir. Ustedes despreocúpense y déjenlo en nuestras manos”. El próximo escándalo de corrupción, observen cómo el PP y el PSOE siguen el manual del duopolio al dedillo: propondrán un gran pacto anticorrupción… ¡entre ellos! ¡Un pacto entre los corrompibles! Y la gran mayoría de periodistas, intelectuales y politólogos les bailarán el agua, porque hemos perdido la perspectiva por completo. No se trata de que los dos únicos partidos pacten nada ¿Se imaginan a dos empresas de refrescos, entre una nube de flashes y cámaras de MISERABLES CON ESCAÑO (sobre las listas abiertas) 182 televisión, pactando no volver a envenenar de nuevo sus productos? Sería su inmediato final, claro… porque hay otras marcas de refrescos. Pero a eso nos hemos acostumbrado en política, y tan tranquilos. Los pactos no se hacen entre partidos. Es cada partido el que tiene que ofrecer un pacto a sus votantes. Y, si no cumple, los votantes se van a otro partido. Pero para eso hace falta algo obvio: que existan otros partidos e igualdad de oportunidades. Es decir: que exista libre competencia. Y sólo entonces todos y cada uno de los partidos tendrán alicientes para cumplir con sus votantes. Y tendrán esos alicientes por obligación con sus votantes, no por ningún pacto surrealista… ¡con la empresa rival! Es el mundo al revés. Así que la relación de las listas abiertas con la corrupción es más bien remota. En España el verdadero problema consiste en que los ciudadanos no tenemos capacidad de castigar a los partidos por sus coqueteos con la corrupción. Un votante de centro izquierda que quiera castigar a un PSOE manchado por casos de corrupción – por ejemplo en Andalucía – solo puede hacerlo al altísimo precio (electoral) de permitir que gane el PP. Y, si el votante es de centro derecha, ocurre lo mismo: si castiga al PP por Gurtel, ganará el PSOE. En cuanto electores, los ciudadanos estamos desapoderados para sancionar a los dos grandes partidos, porque si castigamos al que menos nos disgusta… ganará el que más nos asusta. Un precio demasiado alto. Un último apunte en torno a todo esto. El de la corrupción es un fenómeno endiabladamente complejo, y no se puede combatir únicamente desde un frente. Y el electoral es eso: solo un frente. Un frente fundamental, porque demarca el poder que tenemos los ciudadanos para castigar electoralmente la corrupción. Pero, más allá de eso, la corrupción no se combate solo desde las urnas. Hay muchísimos otros factores que resultan decisivos: despolitizar las escalas superiores 183 VEINTE DESTELLOS DE ILUSTRACIÓN ELECTORAL de la administración, insertar mecanismos de aviso en el sistema (y no solo de denuncia, cuando ya es tarde), democratizar los partidos políticos por dentro (esto es absolutamente crucial, porque lo que pasa en España no tiene parangón a nivel internacional), etc. Hay mil frentes esperando a ser activados. Así que, en efecto, cambiar el sistema representativo no va a acabar con la corrupción como por arte de magia… pero es lo primero que tenemos que hacer para que todo lo demás empiece a cambiar. Pasemos al objetivo dos: más libertad. La idea aquí sería “quiero listas abiertas para poder elegir entre la lista: fulano no, mengano sí”. Nada que objetar… excepto que lo que sabemos por otros países, y lo que podemos deducir a nada que pensemos un poco en ello, es que todo eso es papel mojado. Por muy atractivo que nos parezca exigirlo, se trata de un derecho que no vamos a usar. Quiero decir, está muy bien tenerlo, claro. Las listas tienen que ser abiertas (desbloqueadas, más bien, pero ya les digo que no voy a entrar en la cuestión terminológica). Tenemos que tener el derecho de votar a fulano y no a mengano dentro de una lista, por supuesto. Eso no lo discuto. Lo que discuto es el efecto de la medida. Algunos parecen depositar en ella una esperanza enorme, pero, créanme, es un derecho que no vamos a utilizar. ¿Por qué? Por los mismos motivos por los que normalmente no usamos otros votos a los que tenemos, sí, todo el derecho del mundo… pero que jamás ejercitamos. ¿Quién vota por el presidente de la escalera? ¿Quién por el presidente de su Club Social? ¿Y por el del Colegio Profesional? ¿Y por el presidente de cada una de las asociaciones de las que somos socios con derecho a voto? Poquísimas personas. En muchas ocasiones, ninguna, porque solo hay una candidatura. En otras, ni eso. ¿Por qué? Porque, aunque podamos votar, no hay nada que elegir. Excepto en casos muy sonados – si se descubre que alguien ha metido MISERABLES CON ESCAÑO (sobre las listas abiertas) 184 mano en el dinero de la asociación, o que se aprovecha de su cargo, básicamente – la cosa no nos quita el sueño, y ni siquiera sabemos quién ostenta el cargo. ¿Y por qué no hay nada que elegir? Bueno, pues porque ahí no hay política. Quiero decir, normalmente, en ese tipo de asociaciones lo que hay es gestión. Con saber que la persona al frente no roba, y poco más, la cosa funciona. No hay grandes desavenencias, no hay enormes desacuerdos, no hay diferencias. Y no las hay porque no hay demasiadas alternativas. Así que está muy bien que, en último término, el poder sea nuestro, de los socios, y podamos poner las cosas en su sitio si llega el caso. Pero, mientras tanto, piloto automático… Y eso es lo que pasa, lo que va a pasar y lo que tiene que pasar dentro de un partido político. Dentro de un partido no puede haber excesivas discrepancias políticas. No, por lo menos, en lo relativo a la ideología (puede haber, y hay a raudales, discrepancias en torno a cuestiones de poder: cargos, puestos, etc…). Pero, si en un partido hay demasiada distancia entre lo que defienden unos y otros, algo va mal. Si un partido me presenta una lista en la que sé que unos miembros están en contra de las propuestas de otros miembros del mismo partido… qué quieren que les diga, es probable que no vote a esa jaula de grillos. De hecho, cuando en un partido existe mucha tensión interna con respecto al programa, todo apunta a una escisión. Y, cuando no hay tensión, eso significa que los miembros del partido piensan aproximadamente lo mismo. Pero claro, si ese es el caso, ¿para qué voy a votar por uno o por otro de los miembros de la lista, si apenas hay diferencias entre ellos? Estoy simplificando mucho, pero creo que lo anterior atrapa bien el meollo de la cuestión. Recuerden la campaña del PSOE entre Rubalcaba y Chacón. Ni eran primarias, ni los ciudadanos estábamos invitados, de acuerdo. Era tan sólo un congreso de partido, pero la cosa fue bastante 185 VEINTE DESTELLOS DE ILUSTRACIÓN ELECTORAL reveladora. ¿Alguien recuerda una sola idea por parte del alguno de los dos candidatos? ¿Algún enfrentamiento dialéctico medianamente reseñable? ¿Alguna discrepancia seria? No. Y, si eso pasaba entre los candidatos a dirigir uno de los dos grandes partidos de España, imaginen el desierto ideológico que serán las listas en las que tendremos que votar nosotros en su caso: la municipal, la autonómica y la del Congreso. ¿De veras vamos a ponernos a distinguir entre los fulanos y menganos de cada una de esas ristras de 10, 20 o 30 nombres de los que no sabemos prácticamente nada? ¿Y en el Senado? En el Senado ya hay listas abiertas, y nadie las usa. Absolutamente nadie… lo que creo que es una confirmación empírica definitiva de todo esto: ¿para qué votar entre alternativas que no se diferencian entre sí? Las listas abiertas no van a solucionar ningún problema. Cuando el 15M pide circunscripción única y listas abiertas, lo primero es una exigencia totalmente fundada que implicaría modificar nuestro panorama representativo de raíz, tornando el voto igual y poniendo a los partidos a competir entre ellos en un universo de libre competencia. Pero lo segundo es, me temo, una ocurrencia de la época, un lugar común sin demasiada trascendencia. Y es peligroso equivocarse en las exigencias, porque a los partidarios del status quo conceder las listas abiertas y dejar todo como está les puede venir de maravilla. Y eso podría parecer una victoria, pero sería tan solo un brindis al sol: las cosas seguirían igual. A lo mejor los miserables a los que hayamos descubierto no consiguen escaño, pero la miseria de la corrupción seguirá, de un modo u otro, alojada en el bipartito. Así que aquí creo que conviene tener las cosas claras. ¿Listas abiertas? Muy bien, pero después de lo verdaderamente importante, mucho después… ¡cuidado con John Travolta!