PATRICIO HERNÁNDEZ

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El desgobierno de lo público (La Opinión 25/4/09)
PATRICIO HERNÁNDEZ
Este es el título de un libro necesario del que el maestro Emilio Llédo ha dicho que resultaría
escandaloso y lamentable que se ignorase en un país como el nuestro.
Un país en el que después de treinta años de régimen democrático –la mayor parte bajo
gobiernos socialistas-no hemos logrado que la financiación de los partidos sea transparente
(además de las constantes irregularidades contables denunciadas por el Tribunal de Cuentas,
la sombra de la financiación ilegal vuelve a estar de actualidad con la operación Gürtel ). Un
país donde no hemos sido capaces todavía de imponer un simple régimen de
incompatibilidades claro y público a nuestro diputados y senadores ( 250 de los cuales tiene
ingresos extras, ajenos a su trabajo como parlamentarios, que hasta esta semana misma eran
secretos, y sólo 33 tiene dedicación exclusiva) . Un país de listas cerradas y bloqueadas que
pone todo el poder en manos de cúpulas oligárquicas que controlan unos partidos muy poco
democráticos; donde la corrupción política está ampliamente extendida, sobre todo en el
ámbito municipal, y no logramos salir de la agobiante sensación de impunidad (resultan
indignantes y vomitivas las constantes maniobras de las direcciones de los partidos- sobre todo
del PP, que en esto no hay simetrías-para dificultar las investigaciones y cuestionar el trabajo
de jueces, fiscales y policías para esclarecer las tramas corruptas, como acaba de hacer una
vez más el inefable Martínez Pujalte a propósito de la operación Tótem sobre corrupción en
Totana).
El desgobierno de lo público ( Editorial Ariel, 2008) es el último ensayo de Alejandro Nieto
(catedrático de Derecho Administrativo, ex-presidente del CSIC, Premio Nacional de Ensayo,
entre otro méritos), que lleva más de veinte años denunciando en trabajos excepcionalmente
lúcidos y libres la desorganización y el mal funcionamiento de nuestra administración y de
nuestro sistema político.
Las tesis y conclusiones de este libro brillante resultan feroces e inmisericordes con nuestra
clase política. Caracteriza nuestro sistema como una partitocracia con sus propias reglas, sólo
formalmente constitucionales. En realidad el proceso político constituye una serie de
suplantaciones: el Estado suplanta la voluntad del pueblo, el Gobierno la del Estado y el partido
la del Gobierno. Los partidos están en manos de aparatos profesionales dominados por
reducidas y poderosas camarillas que constituyen la base de la clase política.
Distingue las siguientes fases de desarrollo del proceso político: 1ª. Una oligarquía se apodera
del aparato político. 2ª. El partido triunfante en las elecciones margina a sus adversarios. 3ª. El
aparato del partido triunfante se apodera sin contemplaciones del aparato del Estado. 4ª. Los
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hombres que han ocupado el aparato del Estado imponen desde él su política. Y 5ª. Además
desvían el ejercicio del poder en beneficio institucional del partido y personal de sus ocupantes
y allegados, intentando desmontar los contrapesos institucionales (burocracia profesional,
oposición política, y presión social) que planteen resistencias al ejercicio del poder.
Esta clase política vive aislada en un mundo virtual que ella misma ha creado, con evidentes
patologías, siendo la corrupción la más visible y la que mejor expresa la degradación de un
régimen. “La corrupción generalizada-citamos- es el desgobierno en su estado puro. Tal es
probablemente la causa de la incoherencia de la política oficial que se sigue al respecto: por un
lado, una repulsa incondicional y un anuncio constante de represión –que no pasa nunca de
meras declaraciones verbales-, y por otro, la ocultación sistemática de los hechos y la
tolerancia práctica”. La idea es dar la falsa sensación de que se está haciendo algo, de que
algo está cambiando y la tolerancia ha desaparecido, para luego acabar las denuncias, en la
mayor parte de los casos, en los cestos de los papeles.
Como explicación de la pasividad generalizada arriesga la idea de que en la práctica lo que rige
es un pacto de no agresión entre los partidos, con el correspondiente reparto de sus áreas de
influencia, roto excepcionalmente cuando un partido se siente acosado o cuando cree que esta
baza puede darle la victoria. “Tratan de evitar a toda costa que alguien –dentro de la clase
gobernante, ya que los de fuera no cuentan- ‘tire de la manta’ porque nadie se salvaría del
constipado”.
Señala que la corrupción política no es más que una manifestación específica de un fenómeno
más amplio de corrupción social. De una sociedad profundamente corrupta es inevitable que
surjan gobiernos corruptos. Esto explicaría la falta de censura social y castigo electoral a los
políticos corruptos, y el mantenimiento en los cargos.
Esclarecedoras son también sus ideas sobre la situación del funcionariado. Aquí lo que ha
ocurrido, nos dice, es que la estructura funcionarial tradicional ha sido sistemáticamente
desmantelada por la falta de estímulos a la carrera administrativa y el maltrato que supone el
nepotismo y la arbitrariedad generalizados, ofreciéndosele a cambio una liberación de
responsabilidades por el escaso rendimiento y una relajación de los castigos disciplinarios. El
poder político deteriora y envilece la burocracia funcionarial, que de resultar profesional y eficaz
supondría un contrapeso al poder político que éste no tolera, prefiriendo una burocracia
ineficaz pero que sirva de botín a disposición de amigos y militantes, “porque al partido
gobernante no le interesan tanto los servicios que los empleados prestan al Estado como las
rentas políticas y económicas que pueden obtener de ella”. Por eso todas las reformas
administrativas han terminado siendo un fracaso estrepitoso.
Esta deplorable situación que describe alcanza su grado mayor en los municipios, “en los que
el despilfarro, la patrimonialización y la corrupción han alcanzado unas cotas hasta hace poco
inimaginables”.
Pesimista sobre las posibilidades de salir de esta situación, no ve otra alternativa que la de la
“sumisión subvencionada o la rebelión, que de momento es utópica”, pero-dirá- aquí toda
indiferencia significa complicidad. Desde luego nuestro autor no es, como ven, ni indiferente ni
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sumiso.
Patricio Hernández Pérez
Presidente del Foro Ciudadano de la Región de Murcia
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