S´ı, efectivamente

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Capı́tulo 51
Sı́, efectivamente
“El hábito hace de los placeres suntuosos, imprescindibles
necesidades cotidianas.”
A. Huxley
E
sa noche saldrı́an; romperı́an con aquella costumbre ya instalada, de reunirse en
el departamento de Marucha. No era que quisiesen cambiar de escenario, sino que se
vieron obligadas por una fuerza mayor. Usted, mi querido lector, dirá: ¿fumigación?, ¿le
habrá prestado el depto a alguien para que lo use de bulı́n?. No; esas no son fuerzas
mayores. Las fuerzas mayores son siempre las ocultas, las invisibles.
Creemos que por una de estas fuerzas, Marucha, cada 9 de Octubre, pegaba en las
paredes todas las fotos de Roberto, encendı́a sobre la mesa una gran vela rosa que con
su llama hacı́a bailar el rostro enmarcado de su amor platónico y cuando la primer pista
del disco de vinilo comenzaba a sonar, ella salı́a de su hogar dejando que ese pequeño
mundo artificial muriera en la pureza de su soledad.
¿Por qué esa fecha? Bueno, un 9 de Octubre Marucha escuchó por primera vez la
música de Sandro y desde entonces quedó encantada por la voz del gitano de América.
Esta es la fuerza oculta que hacı́a de móvil; solo la podemos ver desde lejos, pero no
entender.
Pasemos sin más a esa noche: El torino sufrı́a seis nalgas. Coca, Pepa y Marucha,
La Polaca no pudo cumplir, tenı́a una final de canasta contra Doña Pichuca, una vieja
pituca que solı́a hacer trampa en el póker y de quién aún hoy se cuenta que envenenaba
a sus maridos (ya va por el quinto) para cobrar, además del seguro de vida, la pensión.
La primer parada fue en el quiosco de Ramón Dı́az de la calle La Madrid. Pepa bajó del
auto y al rato trajo dos botellas de fernet y una coca-cola de tres litros. Marucha luchaba
con las inmensas páginas de La Nueva Provincia buscando la dirección más cercana. El
torino frenó cerca de una esquina y Coca, a través de la ventanilla de la farmacia pidió lo
que sigue: un frasco de hepatalgina, una tableta de pastillas de carbón, té de coca y un
Ibupirac en comprimidos que según la Polaca, mezclados con el fernet iban de maravilla.
Con una maestrı́a difı́cilmente igualable, Pepa mezclaba el Fernet en la parte trasera del
auto que iba bramando en primera como un toro anestesiado. Marucha manoteaba de
manera paciente por debajo de su asiento en busca del tubo y de las mangueritas. Minutos
más tarde, cuando arreciaba el tontódromo y su desbordante masa multicolor-sónica
paroxidiaba en la noche; un joven que caminaba por Alem exclamaba “ ¡Bunterevoltichen
del orto !” y se paraba en la esquina para ver pasar ese auto que hizo las delicias de
los participantes del tontódromo. Ese auto se movı́a no ya como un toro anestesiado
sino como una oruga metálica de la que salı́an voces aflautadas cantando aquel clásico
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CAPÍTULO 51. SÍ, EFECTIVAMENTE
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hit Babasónico: “Trance-roller-chiva-boogie-zamba-adicto-sónico”. Sı́; el torino se habı́a
transformado en un Patinador Sagrado y dentro del mismo, el último litro de elixir se
balanceaba cobijado por las garras de Pepa. Coca no pudo aguantar más y les largó la
sorpresa de una: - Tengo tres entradas para una fiesta- dijo entrando en una estación de
servicio-. ¿una fiesta? - dijo Pepa apurando un trago - Marucha soltó: - No me digas que
es...............(Todas al unı́sono): ¡Es la fiesta de Avelino!.
Avelino era un ex compañero del colegio de Coca quien heredó una gran fortuna y se
estableció cerca de Guaminı́, en la provincia de Buenos Aires, donde vive actualmente,
junto con su prima, una empresaria de renombre y con la que mantiene una relación que
muchos juzgan perversa e incestuosa. Tipo extravagante y generoso este Avelino, que
todos los años sorprendı́a a los invitados con la no menos bizarra decoración de su casa,
que no era tal, sino una réplica exacta del castillo que según dicen, fue el de Macbeth.
Al dibujarse el contorno del edificio en el horizonte Pepa se dio cuenta de lo impresentables que estaban para una fiesta que siempre ameritaba buena pilcha; pero Coca
tenı́a todo pensado con antelación y las tranquilizó diciéndoles que en el baúl estaban los
vestidos y los artı́culos de cosmética necesarios.
Las primeras en llegar, se cambiaron en una habitación sorprendentemente vacı́a salvo
por un clavicordio apoyado en una alfombra circular. Después bajaron al living donde
las esperaba Avelino sentado en un sillón de terciopelo negro, iluminado por el fuego
del inmenso hogar que de a ratos dejaba escapar un chispazo que resonaba en las altas
paredes de la sala.
- Me alegro de verlas - dijo Avelino tras aspirar el profundo humo del cigarro.
- Hoy seremos pocos, pero la sesión será interesante- agregó mirando hacia la chimenea.
- ¿qué vamos a hacer Avelito? - preguntó Marucha. Las luces de un auto atravesaron
el amplio ventanal a espaldas del sillón negro. Coca pudo ver que eran dos autos antiguos
pero no supo decir quienes eran. Avelino les dijo que lo siguieran. Bajaron por una serie
de escaleras una altura cercana a tres pisos; o al menos eso le pareció a Pepa que estaba
algo nerviosa y miraba constantemente hacia atrás. Entraron en una sala circular. Las
paredes eran de piedras geométricas, rectangulares y alargadas. En el centro, una mesa
triangular sostenı́a dos candelabros y en el piso, bajo la mesa, otro triángulo equilátero
trazado profundamente en la roca y del mismo tamaño que la mesa, formaba una estrella
de seis puntas.
No pasaron tres minutos cuando se escucharon pasos en las escaleras. Apareció un
hombre alto, flaco, con el cráneo alargado y la frente estrecha seguido por una mujer
robusta; al rato llegó un hombrecito bajo con lentes gruesos y extremadamente nervioso.
Los tres iban de negro; se sentaron en la mesa y tras unas palabras en un idioma que
nuestras conocidas desconocı́an, comenzó la sesión.
Arriba el castillo se vio decorado al estilo del siglo XVIII y los invitados
llegaban en carruajes tirados por hermosos corceles. Ya cuando todos habı́an
ingresado se cerraron las puertas y pasaron de la sala de recepción al comedor.
En una mesa larga los comensales, rodeados de un lujo halagador al que poco
a poco se iban acostumbrando, esperaban la comida. Más tarde el humo de
algún que otro cigarro se elevaba arremolinándose por sobre la concurrencia
que cruzaba miradas silenciosas como acusándose a sı́ mismos en los otros.
Uno de los invitados luego de hacerse rogar, subió hasta la habitación del
clavicordio y deleitó a los que lo escoltaron tocando una pieza de Bach. Abajo
se discutı́an temas de actualidad, es decir del año del orto.
El trance se hacı́a más arduo y pronto el escenario cambió. Ahora se veı́a una
ruta de noche. Luego un ruido espantoso seguido de varios otros. La imagen
se aclaraba lentamente y se vio lo sucedido: un choque. Camiones-jaula de
un circo volcados en la banquina. El suelo retumbaba. Los animales sueltos
CAPÍTULO 51. SÍ, EFECTIVAMENTE
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fueron arreados hasta el castillo. Iluminados por las antorchas de la entrada
las bestias cruzaron el puente. A los arrieros les costó mucho trabajo separar
a los leones que atacaron a los caballos atados fuera del castillo.
Adentro, las personas fueron sorprendidas en sus sillas; algunos murieron
pisados, otros devorados por leones y tigres, hubo quien se suicidó con un
puñal y un oso decapitó a una mujer de un zarpazo. Los que estaban arriba
se encerraron en la habitación y colocaron el clavicordio pegado contra la
puerta ya que no habı́a otro mueble.
La mesa triangular vibraba. Afuera empezó a llover muy fuerte. Los arrieros
cerraron las puertas del castillo y desaparecieron. El agua subı́a rápidamente.
Coca empezó a cantar the animals went by two by two, hurray hurray! Los que estaban
encerrados abrieron la ventana y vieron que estaban demasiado alto como
para tirarse. A lo lejos, un bote se acercaba, en él iban dos hombres que
parecı́an gemelos; preguntaron mirando hacia arriba si estaba el aviador.
El hombre que habı́a tocado la pieza de Bach ostentaba ese tı́tulo, por lo
que se asomó a la ventana, cambió unas palabras con los hombres de abajo
y bajó por una cuerda que ellos traı́an. El bote se detuvo a unos treinta
metros y las personas desde la ventana vieron como el aviador era apaleado
y arrojado al agua. Este llegó nadando hasta un poste de luz sobre el cual
trepó quedándose acurrucado con las rodillas apoyadas en el mentón. Los
gemelos desaparecieron gritando: Noé! Noé!.
La visión ahora era inconsistente, fragmentaria, confusa. Un gorila subı́a por las
escaleras con una tetera de porcelana, cinco mariposas doblegaban a un camaleón aplicándole la doble Nelson, bajo el agua que ya alcanzaba el primer
piso, un pulpo cargaba cartuchos de impresoras, un ojo gigante flotaba picoteado por un cardúmen de abogados, Fidel bailaba polca con Bush. La mesa
temblaba. Las mentes querı́an ir cada una por su lado y esto comenzó a entorpecer la
visión hasta por fin disolverla. Fue entonces cuando abrieron los ojos y se soltaron de
las manos. Sin decir una palabra subieron por la retorcida serie de escaleras volviendo al
living del castillo. Se sentaron en los sillones sintiéndose aliviados. Avelino se paró para
servir coñac.
Pepa dijo escuchar algo y silenció a los demás, que ya estaban hablando, después
giró la cabeza mirando hacia la escalera. Una música simple y pegadiza llegaba desde
arriba. Todos subieron sigilosamente y Avelino, que iba delante, los frenó con un movimiento de mano, justo delante de la puerta del cuarto del clavicordio. Marucha abrió la
puerta y todos vieron a Charly Garcı́a sentado ante las teclas cantando de chiquito fui
aviador, pero ahora soy un enfermero . Luego agregó: say no more y se tiró por la
ventana.
Nota: Si el lector piensa que me fui al carajo, deberı́a releer el tı́tulo.
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