PEPA VIO NACER LA CONSTITUCIÓN Caminaba hacia mi colegio, Felipe Neri, una agradable tarde de marzo víspera del comienzo de la primavera, festividad de San José. Quien cuenta esto soy yo, Pepa Zidac, con mis 18 años y 12 en el colegio. Hoy era un día muy especial, mi día. El jefe de estudios del colegio, Vicente Pascual y Esteban había preparado un acto especial y entrañable. Realizaríamos una lectura de la Constitución de 1812 que en estas fecha celebraba su aniversario. Antes de entrar al salón de actos me desvié hacia mi clase. Abrí la puerta y en lugar de los pupitres y la pizarra, me encontré con una gran habitación donde había una gran cantidad de gente que mostraban una cierta impaciencia, alegría, tensión, emoción ... por el momento que estaban viviendo. Era curioso, me pareció como una fiesta de disfraces... gente ataviada con trajes de hace 200 años... sombreros de copa ... Por su presencia y su vestimenta, observé que habían obispos, nobles, burgueses, juristas, gente del pueblo... Alguien gritó: -La soberanía reside en la Nación y la Nación es libre, no pertenece a ninguna familia. Todos los hombre son libres ... En la sala se oía: - ¡Escribano, toma nota! A pesar del incesante murmullo, el consenso parecía estar próximo y las acaloradas discusiones llegaban a su fin. Si Goya estuviera allí, hubiera plasmado su arte en algún lienzo, pero las playas gaditanas quedaban lejos y acercarse era difícil por el cerco de las tropas francesas sobre la ciudad. Escondida tras una columna de aquel edificio observé que un soldado arcabuz en mano se acercaba hacia mí. Salí veloz del aula y me encontré con mi compañero Fernando, el séptimo de siete hermanos. - ¡Te estamos esperando, Pepa! Es hora de leer tu artículo. ¿Dónde te has metido? Llevamos 200 años esperándote ... ¡ja, ja! -rió él. Corrimos hacia el salón de actos y subí al estrado. El subdirector, Saenz de Olaméndi me miró con gesto enfadado y el secretario Diego Muñoz Torrero me increpó: - ¿Dónde se había metido? ¿En qué reunión estaría Ud? Empiece ya Pepa. ¡Cómo les iba a explicar de dónde venía! Pensé. Un rápido viaje por la historia. Lo que se han perdido ustedes. Pero lo peor era que con todo el ir y venir no recordaba qué artículo tenía que leer. ¡Qué ridículo! Y estaba delante del rector de la Universidad donde iba a estudiar el próximo curso, don José de la Quintana. ¡Oh! ... qué extraño parecido ... si parece el hermano gemelo del señor que había visto gritando al escribano hace unos minutos en mi clase. Todo el mundo esperaba que yo hablara. Y yo, sin saber qué tenía que decir. Y arranqué ... Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos. Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. El silencio se hizo patente en la sala. Interminable. Pero se cortó con la voz del director, Agustín Argüelles. Con voz grave se dirigió a mí mirándome fijamente: - Pepa Zidac, creo que se ha equivocado. Ese no es el artículo de la Constitución que le tocaba leer, ni siquiera es un artículo de la Constitución, más bien es un artículo que encontramos en la Declaración de los Derechos Humanos, efectuada 150 años después. ¿Había cometido algún error grave? Bueno, quizá el error fuera pequeño, pero no estaba equivocada. Me armé de valor y expliqué: - Efectivamente don Agustín tiene razón, pero he tratado de contar el espíritu de la Constitución de 1812 a través de un artículo fundamental de la Carta de los Derechos Humanos para que los aquí presentes reflexionen sobre el carácter que marcaron a la Constitución sus creadores. Se adelantaron 150 años a otra declaración universal no menos importante. Porque además del concepto de Nación, soberanía nacional, división de poderes etc, también hay un conjunto de artículos dedicados a los derechos fundamentales del individuo, como la libertad de expresión y la igualdad ante la ley, todos derechos legítimos y naturales. Tras el silencio comenzaron los aplausos. Tras el acto, Argüelles, Martín, José de la Quintana, Pascual, se acercaron a mí, me rodearon y me felicitaron por mi intervención. Fue la segunda vez que noté su presencia tan próxima, tan cercana ... la primera fue en mi propia clase.