Ópera en Austria Carmen en Viena La actividad operística es tal en Viena que cuentan con tres casas de ópera: la Staatsoper, la Volksoper y el Theater an der Wien, ¡las tres con diferentes funciones diariamente! Tal vez la ópera más representada de todo el repertorio operístico sea Carmen de Bizet, pero verla con escenografía y dirección escénica de Franco Zeffirelli es otra cosa, y es lo que más me atraía al escogerla para asistir en la Staatsoper de Viena. El escenario es único, porque quiere reflejar la época y el ambiente en España y lo logra con verdadero arte. Cada escena es una pintura goyesca. De pronto se detiene todo el coro y se quedan como en cuadro plástico dando la impresión de estar ante una pintura de Goya. El colorido es de un tonos sepia y tanto eso como el vestuario describen el ambiente español de la época sin caer en vulgaridades. El director fue Dan Ettinger, originario de Israel pero con trayectoria en Alemania donde es desde 2003 el asistente de Daniel Baremboim en la Staatoper de Berlín. No sólo es un magnífico director, sino que se siente impregnado de esta música. Tuvo un gran respaldo en los cantantes que fueron la israelita Rinat Shaham en el papel titular y el tenor Roberto Alagna en Don José, así como el francés Laurent Naouri como Escamillo y la rumana Anita Hartig como Micaëla. La Shaham tiene todo el tipo de gitana, sin caer en exageraciones de mujer “sexy”; lo es por naturaleza propia y tiene el tipo perfecto para Carmen. Tiene a su cargo numerosas funciones con este papel en esta temporada. Su voz cálida corre con soltura y emotividad. Alagna es un expresivo Don José que logra conmover. Naouri hizo un garboso Escamillo. Hartig fue una Micaela delicada y musical. Ni qué decir del coro, el ballet y la orquesta, todos de la Staatsoper por María Teresa Castrillón Die Fledermaus en Viena Esta inmortal opereta de Johann Strauss es una carta de presentación de Viena. No me canso de verla y oírla cada año: representa el alma vienesa, especialmente de principios del siglo XX, con su frivolidad picaresca, su elegancia, sus intrigas. No se cansa el público de oír una y otra vez los mismos diálogos, ver el mismo vestuario, la misma escenografía, y las tradicionales morcillas, porque así le gusta: es ya un ritual desde su inauguración en 1906. Los vieneses aman la tradición y la respetan. Los cantantes no son los conocidos internacionalmente, pero son magníficos e ideales para esta maravillosa obra; el tenor en el papel de Gabriel von Eisenstein se enfermó cinco minutos antes de la función y fue cubierto por otro cuyo nombre desgraciadamente no entendí y nadie me supo decir porque merece un premio: cantó estupendamente y creo que el titular (Jörg Schneider) no lo hubiera hecho mejor, además de tener una mejor figura. Rosalinde, su esposa, fue Melba Ramos; la graciosa Adele fue Elisabeth Schwarz; su hermana Ida, Claudia Nagy. El príncipe Orlofsky fue Martina Mikelic, una estupenda mezzo de gran estatura que hacía muy bien el papel masculino. Capítulo aparte merece el personaje de Frosch el carcelero, tradicional borrachín que no canta pero es un gran actor y causa gran hilaridad su actuación que roba la escena. El director fue Rudolf Bibl, quien tiene la sangre vienesa en las venas para dar ese impulso característico del vals. por María Teresa Castrillón enero-febrero 2014 Escena de Nabucco con Riccardo Muti Foto: Silvia Lelli Nabucco en Salzburgo Agosto 31. Si la inauguración del Festival de Salzburgo, que este año cumplió 93 años de historia, tuvo un marcado acento venezolano con el carismático Gustavo Dudamel y una amplia representación de “El Sistema”, el conjunto de Orquestas y Coros venezolanos creado por José Antonio Abreu hace 40 años para acercar la música a los niños más desfavorecidos; tres conciertos con Riccardo Muti al frente de la Orquesta y Coro del Teatro dell’Opera di Roma en los cuatro últimos días del festival, pusieron el broche de oro al homenaje que el célebre evento salzburgués rindió a Verdi en el bicentenario de su nacimiento. Como era de esperar, el maestro napolitano entusiasmó al público con su memorable versión en concierto de Nabucco. Pocos directores conocen a Verdi como Muti. En su ensayo Verdi, l’italiano, Muti afirma que el compositor “es el músico de la vida y ciertamente es el músico de mi vida”. Muti ha hecho de la interpretación de Verdi la prioridad artística de su vida. Su rendida admiración por el genio de Busseto, a quien considera el patriarca de la música italiana —“un genio absoluto, de la misma forma en que Dante lo es a la literatura y Miguel Ángel al arte”— es algo que contagia al público desde las primeras notas. Cantantes, coro y orquesta mostraron un entusiasmo extraordinario como embajadores del estilo y la cultura italiana. Muti hizo valer su autoridad, sabiduría y control sobre la orquesta. Con gesto comedido y un estilo de batuta claro, enérgico y autoritario, no sólo marcó los tiempos sino también el sentimiento y el pathos de la música italiana, en absoluta sintonía con un compositor inimitable. Su magnífica interpretación fue toda una lección de cómo hay que dirigir esta obra temprana de Verdi, cargada de expresividad, una energía dramática totalmente diferente a la de Bellini y un vigor rítmico distinto al de Rossini. Un elenco vocal cuidadosamente seleccionado, que se benefició además de la excelente dirección de Muti, contribuyó al extraordinario éxito del concierto. El serbio Željko Lučić —para muchos el mejor barítono verdiano de la actualidad— fue una vez más el rey Nabucodonosor, en una sentida interpretación que defendió con su potente voz, oscura, de gran musicalidad, homogénea en todo el registro, con un magnífico legato, y limpia emisión. Muy aplaudida su aria final ‘Dio di Giuda!’ pro ópera Anna Pirozzi, la soprano de origen napolitano que Muti llamó por teléfono a última hora para sustituir (con sólo tres horas de ensayo) a una resfriada Tatjana Serjan en el complejo papel de la princesa asiria Abigaille, fue la gran estrella revelación de la noche. Prácticamente desconocida para el público del Großes Festspielhaus, la cantante italiana encandiló al público y a la crítica con una voz poderosa, muy bien timbrada, un registro agudo excepcionalmente amplio y un contundente registro grave. Pirozzi sorprendió por su gran fuerza vocal y expresiva, con una voz asombrosa de verdadera soprano dramática y por la sensibilidad con la que afrontó la despiadada tesitura de Abigaille (se dice que la dificultad del papel fue la causa del declive vocal de Giuseppina Strepponi, la mujer de Verdi). Muti felicitó al final del concierto a la cantante, rubricando así el entusiasmo mostrado por el público. Entre el magnífico elenco vocal cabe destacar también la buena actuación del bajo ucraniano Dimitry Belosselskiy como Zaccaria, el Sumo Sacerdote de los hebreos que, con voz oscura y profunda, quien defendió con seguridad su gran aria ‘Vieni, o levita! … Tu sul labbro’. Entre los secundarios destacó la mezzo Sonia Ganassi (Fenena), una voz cálida de gran musicalidad y brillantes agudos. Realmente conmovedor y memorable fue el famosísimo coro de los esclavos del III acto. El célebre ‘Va pensiero’, que en las voces del Coro del Teatro dell’Opera di Roma, soberbiamente ensayado por el maestro de coro Roberto Gabbiani, sonó reflexivo y profundo bajo la batuta de Muti. “Es el canto de un pueblo que clama porque está en el exilio y quiere regresar a su tierra prometida. Tiene que ser una canción que se canta lentamente, con gravedad y sotto voce. No tiene las características de un himno” (Muti dixit). por Lorena Jiménez La Novena Sinfonía en Salzburgo Septiembre 1. Con el concierto matinal de la Novena Sinfonía de Beethoven, la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig y su actual Kapellmeister, Riccardo Chailly (a primeros de junio renovaba su contrato por cinco años más), se despidieron del Festival de verano salzburgués ¿Tenía prisa el director italiano por terminar el concierto? De no ser así, cuesta comprender la necesidad de tanta celeridad. Bajo la batuta del director milanés, la célebre sinfonía Coral transcurrió a toda velocidad, y al final parecía a punto de desbocarse. Chailly, que reconoce abiertamente que su manera de entender a Beethoven dista mucho de los planteamientos de los grandes directores post-wagnerianos de la tradición centroeuropea, ha decido activar el acelerador en su personal manera de entender la integral sinfónica, con la que pretende reivindicar las indicaciones metronómicas del compositor alemán, recogidas en la edición de Peters y retocadas por él mismo; controvertidas indicaciones que casi todos los grandes directores han desechado como erróneas, teniendo en cuenta que Beethoven estaba completamente sordo, y el todavía imperfecto funcionamiento del primitivo cronómetro musical —conocido hoy como metrónomo— patentado por su amigo Mälzel, aprovechando una idea del holandés Winkel. La pseudo-historicista Novena que escuchamos en vivo en el Großes Festspielhaus, marcada por la rapidez de los tempi, cargada de energía cinética y asombroso vigor, resultó más festiva que profunda, carente de grandiosidad y francamente decepcionante. La respiración de la música no fluyó con naturalidad, las transiciones resultaron forzadas y el equilibrio sonoro se perdió en ocasiones debido a los excesivos contrastes dinámicos. Se echó de menos una mayor claridad orquestal y sobre todo una mayor acentuación de la línea melódica en la famosa oda ‘An die Freude’. Más breve incluso que la de Toscanini, que el propio Chailly cita como una de sus referencias (aunque su Novena recuerda más a la de 1977 de Karajan, otro de sus referentes): el primer movimiento, más vertiginoso que maestoso, obvia el peso de los silencios y pierde su carácter heroico; el scherzo, prestissimo y poco demoniaco; el adagio, fraseado sin cantabilidad, y poco expresivo; y el finale, a todo gas, despojado de los matices beethovenianos, sonó más apasionado y espectacular que grandioso. Del cuarteto de solistas, sobresalió René Pape, que defendió muy bien su difícil cometido. La veterana soprano eslovaca Luba Orgonášová mostró más técnica que voz, y sus agudos sonaron forzados. La contralto Gerhild Romberger y el tenor Roberto Saccà estuvieron simplemente correctos. El Coro de la Musikverein vienesa (con desmayo incluido de una de las cantantes antes del último movimiento), preparado por Johannes Prinz, estuvo magnífico en todas sus secciones. El rendimiento de la orquesta fue bueno, pero menos de lo esperado. Estamos hablando de los músicos de la Gewandhaus de Leipzig, una orquesta de profunda raigambre beethoveniana. Sin embargo, la enardecida batuta del director milanés impidió escuchar su particular color orquestal. o por Lorena Jiménez La Novena de Beethoven, con Chailly Foto: Stev Wackerhagen pro ópera enero-febrero 2014