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Denis Diderot
Fernando Savater
Intentar resumir brevemente la vida y personalidad de Denis Diderot supone aceptar un
enfrentamiento con todo el gran siglo XVIII, con las luces que le dieron su nombre y
también con sus sombras. Sólo la vida de Voltaire tuvo mayor proyección que la del
director de la Enciclopedia en el ámbito de la Europa culta y ni aun esa simboliza mejor la
imagen -incrédula, razonadora, cientificista, libertina, virtuosa, refinada, materialista,
optimista- de la Ilustración. No basta con señalar que Diderot fue plenamente un hombre
de su tiempo, con todos sus vicios y virtudes; hay que destacar que su tiempo fue tal, en no
desdeñable medida, por Diderot.
Denis Diderot nació en Langres, cerca de París, el 5 de octubre de 1713. Su padre fue
cuchillero, hombre de ideas conservadoras -monárquico y católico- y de gran rectitud y
laboriosidad; su ejemplo de «hombre honrado, trabajador y bueno» marcó profundamente la
imaginación del escritor, que siempre lo tuvo de algún modo, y más al final de su vida, como
modelo. Denis fue el mayor de tres hermanos:le siguieron Denise, «soeurette» como él la
llamaba, vivaracha y temperamental, que permaneció soltera toda su vida y cuyo carácter
tanto se asemejó al de Denis, y Didier-Pierre, severo y reposado, que se ordenó sacerdote,
cuyas conflictivas relaciones con el enciclopedista mencionaremos en la presentación de la
«Carta a mi hermano». En la familia Diderot, todos los varones habían sido clérigos o
artesanos; pero los adelantos de su época le permitieron recibir instrucción gratuita en el
colegio de los jesuitas de Langres, quienes, vistas las dotes de Denis le remitieron al colegio
Louis-le-Grand (o d'Harcourt) en París, donde el contacto con la capital le abrió nuevas
perspectivas. No deja de ser curioso el importante papel que la enseñanza jesuita
desempeñó en la formación de los enciclopedistas; Voltaire, que también fue alumno suyo,
guardó buen recuerdo de sus años entre ellos. En 1732, Diderot es recibido maitre-es-arts
por la Universidad de París. Abandona definitivamente los proyectos que su padre abrigaba
para él de hacerse clérigo y se entrega al irresistible atractivo de la vida parisina. Durante
diez años, los especialistas pierden la pista de los acontecimientos externos de su vida;
sabemos que estudió derecho, que dio clases, que trampeó como pudo para sacar dinero. Su
padre había cortado los suministros, aunque su madre le envió algo de vez en cuando. El
sexo debió tener un importante papel en esa iniciación, como en la de cualquiera: él mismo
dijo que vivía «en el libertinaje». Frecuentaba dos cafés: el Procope, al que iban artistas y
comediantes -e incluso se vio tentado por esta profesión- y el Regénce, en el que se jugaba
al ajedrez y donde conoció a Rousseau. Dura y dulce vida de bohemia, de amoríos, de
numerosas lecturas que iban a marcarle para siempre: Montaigne, Pope, Voltaire
(diecinueve años mayor que él), Ramsay, Tindal... En 1741 conoce a Antoinette
Champion, que se dedica con su madre a un modesto comercio de lencería; van a casarse,
pero el padre de Diderot le encierra en un convento; se escapa por la ventana, camina
campo a través hasta París, enferma, Antoinette le cuida y, en 1743, se casan en secreto.
Una historia de la época. Desde un comienzo, el matrimonio no es demasiado feliz: Diderot
es desordenado, impuntual, se pasa la vida con sus amigos en los cafés; la mujer quisiera
verle ganar un sueldo seguro, tenerle en casa, ni entiende ni comparte sus elucubraciones,
en parte por culpa de él mismo, que la tiene apartada de su trabajo. Tienen una hija que
muere al año de nacer; esto ocurrirá con los tres primeros vástagos del matrimonio. El hace
traducciones: la Historia de Grecia, de Temple Stanyan, el Ensayo sobre el mérito y la
virtud, de Shaftesbury. En esta última, Diderot hace su primera profesión de deísmo.
Comienza la larga traza de su polémica con la religión revelada: pasará del catolicismo al
deísmo, del deísmo al materialismo nihilista más radical, pero haciendo eventuales
escapadas al deísmo volteriano. En 1745 comienza su amorío con Madame de Puisieux,
primera de una lista bastante considerable de amantes estables, «oficiales», que le
compensan de la sujección matrimonial.
Entre el Viernes Santo y el lunes de Pascua de 1746, Diderot escribe sus Pensamientos
filosóficos en los que proclama su deísmo naturalista, sostiene que la razón es la única
auténtica fuente de la religión y critica los excesos de los devotos. Una orden del Parlamento
de París condena la obra el 7 de julio; es quemada públicamente de modo simbólico. Esto no
arredra a Diderot, que sigue en la brecha combativa y redacta el Paseo de un escéptico, en
línea aún más radical que la anterior; la obra no será publicada hasta 1830, pero las lecturas
privadas y las discusiones entre amigos bastan para hacerla notoria. Diderot se va haciendo
conocer como «espíritu fuerte». Al teniente de policía Berryer le llueven cartas de denuncia
contra él, enviadas por curas párrocos, devotos, ciudadanos celosos del orden... Diderot se
muda a la rue de la Vielle-Estrapade y abandona su casa de la calle Mouffetard, que ya la
policía le había registrado una vez por denuncia del párroco de Saint-Médard. Pero sigue
polémico y escribe su ensayo sobre la Suficiencia de la religión natural, en el que ya han
desaparecido sus últimos atisbos de cristianismo y que tiene la prudencia de no publicar,
aunque lo da a leer a sus amigos. Traduce con Toussaint y Eydeux el Diccionario de
Medicina, de James, su primer contacto con el mundo cerrado y omnicomprensivo de las
enciclopedias.
En el invierno de 1746 se pone en contacto con el editor Le Breton, que dos años antes
ha comenzado un gran proyecto, de ambiciosa envergadura: la traducción de la
Enciclopedia inglesa, de Chambers. Le Breton había encargado en primer lugar al
abate Gua de Malves la edición francesa, pero éste se mostró un poco demasiado
extravagante para el gusto del editor. En octubre de 1747, Diderot y D'Alambert
quedan encargados de la traducción de la Enciclopedia, de Chambers. Así comienza
un combate contra todo tipo de dificultades, librado casi en solitario por Diderot
durante veinte años, que tendrá como resultado la obra científica y humanista más
característica del siglo y una de las más notables consecuciones del espíritu
occidental. Casi desde un comienzo, Diderot decide no limitarse a traducir el diccionario de
Chambers, sino refundir varias obras de consulta y, sobre todo, crear algo nuevo, a la altura
del más libre pensamiento de la época. Para ello, apela a los espíritus más esclarecidos:
Voltaire, Fontenelle, Montesquieu, Buffon, Rousseau... Algunos no colaborarán, pese a
prometer su concurso; en cambio, surgirán otros nuevos, que revelarán todo su talento
precisamente en esa colaboración: así, el polifacético y laborioso Chevalier de Jaucourt, el
médico Barthez, el naturalista y explorador La Condamine, el crítico Marmontel, el
economista Turgot, el herético abate de Prádes, etc... Pero el mismo Diderot es el mejor y
más asiduo colaborador de la Enciclopedia: más de mil artículos salen de sus manos, y no
sólo de materias brillantes, como la Historía de la filosofía o la Estética, sino también de esos
temas -mecánica, artesanías- que los demás ignoran o no sienten interés en tocar. La
tradición artesana de los Diderot logra en la Enciclopedia una sorprendente confirmación. Es
imposible resumir esos veinte años de marchas y contramarchas, sanciones, prohibiciones,
críticas y excomuniones; todos se aburren y se alejan de la empresa alguna vez: hasta
Voltaire, hasta D'Alambert se asustan y se retiran... Todos, menos Diderot. Apoyado por
Malesherbes, tolerante alto funcionario del Rey, por Madame de Pompadour, por los
anónimos suscriptores de la obra, Diderot persevera en la idea original de su grandioso
diccionario razonado de artes y oficios, irreverente y preciso, documentado y liberal. A
veces, los artículos más polémicos son los de apariencia más inocente: ¿qué censor iba a
reparar en ese agnus scythicus en el que Diderot oculta una denuncia de la superstición y
las milagrerías? El espíritu subversivo de la época, como el de todas, puede hacer su divisa
del larvatus prodeo cartesiano.
Diderot entra con mal pie en la Enciclopedia: no lleva ni dos años trabajando en ella y aún
no ha redactado el prospecto divulgatorio destinado a atraer a los suscriptores cuando se le
encarcela por «libertinaje intelectual». Se trataba de un caso de endurecimiento de la
represión gubernamental; nuevos impuestos descontentaron a la gente y pulularon los
escritos satíricos e irreverentes de toda laya; el gobierno golpeó con dureza y la Bastilla se
llenó de representantes del «partido intelectual». Diderot ha continuado su producción de
escritos peligrosos: en 1748 publica, para ganar algo de dinero, una novelita erótica, Las
joyas indiscretas, de tono bastante subido; al año siguiente, su Carta sobre los ciegos para
uso de los que ven, en la que un ciego de nacimiento reduce todas sus ideas a lo que puede
percibir por el tacto, exigiendo finalmente tocar a Dios para poder tener idea de Él. Encierran
a Diderot en Vincennes; asustado, temiendo su ruina, la de la Enciclopedia y la de su
familia, lloriquea ante sus captores, rechaza la paternidad de sus obras, atribuye un cuento
licencioso a su amante, Madame de Puisieux... Este comportamiento poco digno permite que
mejoren su condición en Vincennes, que le permitan escribir y, finalmente, que le devuelvan
su libertad. Al año siguiente, el prospecto de la Enciclopedia, redactado por Diderot, atrae
a numerosos suscriptores. Su desfallecimiento de ánimo en la cárcel lo compensará Diderot
con una extraordinaria firmeza a lo largo de los veinte años de lucha de la Enciclopedia.
Su dedicación al gran proyecto enciclopedista no le impide continuar produciendo obras
propias, las mejores de las cuales permanecerán inéditas hasta mucho después de su
muerte, conocidas sólo por sus amigos, en manuscritos y lecturas privadas. Tal es el caso
de su diálogo El sobrino de Rameau, su obra maestra y quizá la de la Francia de su siglo. Un
vividor y perdulario, sobrino del célebre músico Rameau, expone su cínica y desencantada
visión del mundo a un ilustrado racionalista que bien pudiera ser el mismo Diderot; todos
los virtuosos tópicos bienpensantes de la época, de los que los enciclopedistas -y Diderot no
el que menos- abusaron, son puestos en solfa, junto a todas las justificaciones ancestrales
de la vida y el orden social. Es evidente que Diderot, ni en su vida ni en su obra, practicó
este nihilismo demoledor; pero es indudable que se sintió profundamente tentado por él y
que le concedió voz en la mejor de sus creaciones. El texto de esta obra apareció por
primera vez en alemán, en 1805, traducido por Goethe. Tampoco verá publicado en su vida
su novela filosófica Jacques el fatalista, donde -pinta con gracia y profundidad el tránsito por
este mundo de un Perfecto determinista, ni su Suplemento al viaje de Bougainville, en el
que retrata a unos idílicos y desprejuiciados salvajes, tan desprovistos de dogmatismos
teológicos como de represiones en su vida social. Publica, eso sí, numerosas obras
científicas, trabajos de estética (sus Salones) y numerosas notas y recensiones en la
Correspondencia Literaria, dirigida por Grimm. La religiosa, su novela sobre las torturas que
la convención y el fanatismo imponen a una joven novicia sin vocación, también deberá
esperar hasta después de su muerte para ver la luz. Es la obra amplia y diversa de un
trabajador tenaz, de un curioso impenitente, de un espíritu admirablemente vivo, que le
consigue fama en Europa entera. Ni las condenas ni las excomuniones que llovieron sobre él
pudieron abatir su ímpetu racionalista, subvertidor de dogmas; a fin de cuentas, sabía que él
estaba con su tiempo y que su tiempo estaba con él.
En 1756 Diderot se había enamorado de una soltera de cuarenta años (él tenía tres más),
seca, erudita y con gafas: Sophie Volland. Durante muchos años, apagada la pasión de la
carne -que nunca debió ser demasiado punzante-, mantuvo con ella una correspondencia
que figura entre lo más deleitoso de este siglo eminentemente epistolar. En 1767, Catalina
II de Rusia, ilustrada déspota, le compra su biblioteca por una sustanciosa pensión,
permitiéndole conservarla hasta su muerte; agradecido, atraviesa Europa y va a San
Petersburgo a visitarla. El viaje, aunque espiritualmente agradable, está a punto de costarle
la vída, tal como las inquietudes intelectuales de otra princesa nórdica acabaron con el pobre
Descartes. Diderot es un hombre maduro, respetado, célebre. Ha tenido una hija que ha
logrado superar esos trágicos años de infancia en los que han muerto sus tres primeros
retoños; la ha visto criada, cultivada, y la ha casado; resulta un suegro un poco demasiado
entrometido, pero su yerno tiene buena pasta. La Enciclopedia ha salido adelante contra
todas las dificultades; la edad ha suavizado las relaciones con su esposa, acercando de
nuevo al matrimonio; quizá el único acíbar en su vida es el rencor que guarda a su antiguo
amigo Jean Jacques Rousseau. Sueña con ser un sabio estoico, recto e impasible, pero
sabe lo lejos que está de ese ideal y se ríe suavemente de él. Escribe a una de sus antiguas
amigas, Madame de Meaux:
«... Cuando sobre mi sarcófago una gran Palas desolada muestre a los viandantes con el
dedo las grabadas palabras: Aquí yace un sabio, no vayáis con una risa indiscreta a
desmentir a la Minerva llorosa y a ajar mi memoria honrada, diciendo: Aquí yace un loco...
Guardadme el secreto.»
Ha sido apasionado, desorbitado incluso, excesivo cambiante, lleno de pasión por el sexo,
por la comida, por los colores, por la naturaleza. Se ha entregado mucho, no se ha aburrido
nunca. Quizá un poco de hastío, un mayor recogimiento, le hubiesen propiciado algo más de
sabiduría... ¡Qué importa! ese no era su estilo de ser sabio.
En 1784 escupe sangre, lejanas consecuencias de su visita a Catalina en la helada Rusia.
Muere Sophie Volland, su corresponsal amada; muere también D'Alambert, que comenzó
con él la gran aventura de la Enciclopedia. El 30 de julio de 1784 dice a los amigos que han
ido a verle y a interesarse por su salud: «El primer paso hacia la filosofía es la incredulidad.»
Esto le resume. Al día siguiente, en la mesa, se inclina para servirse compota de cerezas; su
mujer le hace una pregunta, a la que ya no responde. Un cura comprado con la esperanza
de un entierro sustancioso le inventa una conversión final y permite que le entierren en la
iglesia de San Roque. Nunca ha podido encontrarse su tumba en ese ámbito extraño,
crédulo y hostil: es como si se hubiera escondido, avergonzado...
Texto extraído de "Escritos filosóficos", Denis Diderot, introducción, págs 9/17,
Editora Nacional, Madrid, España, 1975.
Selección y destacados: S.R.
Con-versiones marzo 2005
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