Lealtad y galletas

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.:Lealtad y galletas:.
El corazón me palpitaba con fuerza en el pecho, sudaba a pesar del frío del bosque
al recordar las últimas semanas de mi vida. No podía dormir, desde aquella noche fatal en
que tuve que huir del pueblo el sueño se había convertido en un enemigo para mí. Siempre
ausente, pero cuando aparecía se dedicaba únicamente a torturarme. En mi cabeza solían
aparecer imágenes de ese día, el día en que lo perdí todo y a todos los ponis que alguna vez
me habían importado.
El mundo está muerto y es mi culpa.
Bueno, en realidad nadie ha muerto y los arboles y animales siguen alrededor. Pero
me refiero a que… a que ya nada es como antes.
Cuando era una potra anhelaba con todo mi corazón ser una Wonderbolt, deseo que
me siguió hasta mi edad adulta y logró impulsarme hasta hacerlo una realidad. Sí, lo logré,
sin importar las burlas que todos mis ex compañeros de clase pudieron llegar a darme. Hace
unos meses esa era mi vida: un sueño. Había logrado llegar a la cima del mundo,
literalmente, Cloudsdale está catalogada como la ciudad ubicada a la mayor altitud en toda
Equestria. En fin, yo tenía todo lo que alguna vez pude pedir. Amigas leales y cariñosas. Mi
propio lugar en el mejor equipo de acróbatas aéreos del universo. Una amorosa compañía
reptiliana. Una hermanita…
Pero todo eso, todo lo que alguna vez quise, se esfumó en un solo día. Estaba sola,
envuelta en una vieja y sucia manta, durmiendo sobre una cama de hojas y piedras. No era
nadie. No tenía a nadie. Era… menos que nada. Pero estaba viva. Eso debía contar de algo,
¿cierto?
Seguir con vida era lo único que me mantenía adelante. Si yo moría, también ellos.
Sus recuerdos eran lo único que quedaba tras aquel estúpido accidente que acabó con mi
vida y la del resto del pueblo. Memorias, era lo que podría salvarlos. Yo los recordaba
cómo eran, alegres, coloridos, felices ponies con vidas que acabaron por mi culpa. Dejaron
de ser ellos mismos, se volvieron maquinas, puros sacos de carne, hueso e instinto
devorador de galletas. Habían desaparecido, y yo era la única que podía mantenerlos vivos,
en mis recuerdos.
Les debía eso, era lo menos que podía hacer.
Ah, ¿por qué no los escuché? ¡Maldita sea, soy más terca que Applejack!
Pero… ella era mejor que yo, ella habría sabido cuando parar. Ella se habría dado
cuenta de que todo había ido demasiado lejos. No como yo, que simplemente me limité a
empeorar las cosas sólo porque mis amigas habían criticado el esfuerzo que le pongo a mis
bromas. Floja, así me decían, y quizás hayan tenido razón.
Mi mente le daba vueltas a aquellos locos sentimientos, mi corazón se oprimía por
ellos y mi cuerpo resentía todo aquel esfuerzo. Y aun así, me fue imposible dormir aquella
noche. No era para tanto, ya me estaba acostumbrando a las noches en vela de esta vida.
El sol y la luna continuaban con su ciclo eterno, lo que sólo podía significar una
cosa. Celestia y Luna seguían con vida. Las princesas habían logrado sobrevivir a esta
catástrofe que mis estúpidas bromas provocaron en un principio. Incluso en la oscuridad de
mi refugio en el bosque, podía distinguir los primeros rayos dorados atravesar el espeso
follaje de los caprichosos árboles del Everfree. Me levanté en cuanto logré divisar la luz.
Estaba cansada, como siempre, pero igual me preparé para el largo día que me
esperaba. Sacudí mi pelaje, llevaba unos cuantos días de sudor y polvo sobre él así que
estaba bastante pegajoso, mugriento. Mi melena no estaba mejor, simplemente estaba atada
en una coleta grasienta. Quizás al día siguiente podría visitar el lago y darme un baño. Je,
Rarity seguramente estaría gritando como yegua loca si viera lo desaliñada que me veía. Mi
melena comenzó a temblar un poco, uhg, como detestaba cuando hacía eso.
Desde que era pequeña tuve esta extraña condición médica, cuando yo
experimentaba sentimientos muy fuertes o simplemente deseaba algo, mi melena tomaba
formas extrañas, se transformaba e incluso era capaz de crecer e igualar la de otros ponies.
Mis padres nunca indagaron realmente en el tema, mi mamá creía que el extraño
comportamiento de mi crin se debía a que lo había heredado de mi abuela Surprise. Y a mí
realmente no me había preocupado demasiado de pequeña. Pero…
Si mi melena no hubiera estado atada en una coleta al estilo de Saddle Arabia en ese
momento habría crecido y se habría enrizado, se habría vuelto igual a la de Rarity. Aprendí
que si pensaba demasiado en ellas, en mis viejas amigas, o si las recordaba con suficiente
fuerza, entonces mi melena actuaría sola. Una vez aproveché ese talento- aunque no salió
cómo yo esperaba-, para agradar un poco más a los Wonderbolts. Durante mi caminata
fuera de la cueva, me fastidiaba que mi crin intentara expresar aquel dolor de pérdida que
yo misma sentía sin poder decir nada.
Era bastante frustrante, pero hey, toda mi vida era frustrante.
Sobre mi lomo llevaba un par de alforjas, ambas cargadas de la poca comida que
había podido reunir de mis ocasionales expediciones al pueblo, mi manta estaba ya doblada
y lista para otro viaje. En la otra llevaba una caja, una caja verde que sería mi única
esperanza si algún día llegaba a encontrarlos a ellos, la navaja de mi padre y una
fotografía. No era mucho, pero era todo lo que tenía después de haber abandonado el
pueblo.
Salí de la cueva, mi refugió y mi nuevo hogar. Estaba bastante lejos de la frontera
del bosque con Ponyville, así no me preocuparía por encontrarlos mientras estaba ahí. La
encontré una noche después del accidente. Las piernas comenzaron a temblarme en cuanto
recordé lo que había sucedido aquella noche.
Todos los ponies del pueblo se habían convertido en zombis con saliva de arcoíris.
Los habitantes de Ponyville se habían reunido en un destino común durante su búsqueda
desenfrenada de alimento, de más galletas de broma. Yo estaba encerrada junto a las
potrillas exploradoras y sus respectivas hermanas mayores. Las seis nos habíamos
atrincherado en un viejo granero cerca de Sweet Apple Acres, las ventanas y cada agujero
estaba cubierto en su totalidad, nos habíamos asegurado de no dejar un solo muro sin
reforzar. Aun así, cuando pensé que estaríamos seguras, sucedió. Confesé. Les dije a mis
amigas, a las pequeñas, a las adultas, a mi hermanita, les dije todo. El sentimiento de ira en
el rostro de Applejack, el susto de Rarity y la decepción de los ojos de Scootaloo son algo
que jamás olvidaré. Discutimos un poco, más bien, me regañaron mientras yo no intentaba
defenderme. Yo hubiera podido decirles tantas cosas. Pude haberles pedido perdón, pero no
lo hice.
No.
Antes de que pudiera decir algo en mi defensa, aunque realmente no iba a hacerlo,
varios cascos comenzaron a irrumpir en el granero. Los muros y las ventanas estaban
siendo destruidos por los ferales instintos de los zombis que buscaban las galletas. Aquellas
malditas galletas que nosotras habíamos arrastrado hasta nuestro refugio. No puedo mentir,
estaba asustada, pero mi corazón se detuvo cuando vi los rostros sin vida de mis antiguos
compañeros y vecinos. Sus pelajes eran grises, como el mismo señor del caos los hubiera
cambiado a todos. Las miradas de los zombis estaban pérdidas, sus ojos bizcos, salvo
Ditzy, ella siempre los había tenido así. Eran ellos, pero sin ser ellos. Sus mentes habían
sido consumidas por lo que fuera que las galletas tenían. Sus personalidades habían sido
remplazadas por el deseo ardiente de más galletas.
Un escalofrío me recorrió la columna. De inmediato alguien gritó, no podía recordar
si había sido yo, o alguna de mis amigas, pero igual obedecí. Nos apresuramos a cubrir los
agujeros del granero. Dijimos cosas, muchas cosas… Intenté advertirles. No estaría sola si
ellas me hubieran escuchado.
Les dije que no comieran las galletas. Pero ellas no hicieron caso
Todo había sido tan rápido. Les dije que estaríamos bien si no tocábamos esos
postres salidos del Tártaro, pero cuando me di cuenta ellas ya habían comido. Era
demasiado tarde. Me traicionaron, comieron, se unieron a la manada de zombis y los
dejaron entrar.
Mi primer instinto fue quedarme, evitar que comieran más de las infernales galletas.
Quizás de esa forma el efecto realmente habría pasado. Tal vez podría haber ayudado,
estaría con ellas, me habrían regañado, tal vez se hubieran molestado, pero seguirían
conmigo. No lo hice. Ignoré lo que el elemento que yo solía usar representaba. No le fui
leal a mis amigas. No traté de evitar que siguieran comiendo. Me limité a tomar cuantas
cajas cabían en mis pesuñas y salí volando del granero por un agujero en el techo.
Vaya elemento de la lealtad que resulté ser, eh.
Huí, cargando las galletas, a una velocidad que incluso me impresionó. No, en
realidad ya sabía que yo podía volar bastante rápido. En fin, no podía volver al pueblo, más
zombis podrían seguir ahí. Me dirigí a casa. Cuando llegué esa noche todo estaba
sumamente callado. Ni un solo ruido sobre la montaña. No había ronquidos de animales, ni
chillidos del ocasional murciélago. No ululaban los búhos. Los grillos no hacían… ese
ruido raro que sólo saben hacer los grillos. Eso me ponía los pelos de la nuca de punta.
Entré a mi cuarto, tomé mis alforjas y algunos otros esenciales. Hice todo con la
rapidez que suele darme la adrenalina, el sentimiento de que en cualquier momento algo
malo podría pasar. Trataba de ignorarlo, pero como suele sucederme, eso sólo lo hacía más
fuerte. Estaba lista para irme, había llevado algo de comida, la manta, algo de ropa, la
navaja que mi padre me había dado- sí, ¡sus regalos eran geniales!-, y… nada más. Estuve a
punto de salir, pero en la repisa las vi. Rodeadas de mis dorados trofeos y brillantes listones
azules, opacadas por mis antiguos triunfos. En el centro de aquella repisa de triunfos
estaban ellas. Sonreían, sus ojos brillaban, sus melenas estaban algo desaliñadas, pero ellas
eran felices. Era una foto vieja, de antes de que Twilight se volviera princesa, pero…
Me quedé observándolas un rato. Pensando por primera vez en lo egoísta que había
sido al dejar que todo eso sucediera. Quizás una que otra lágrima de nostalgia salió de mí.
Sólo quizás. Ese no era el momento para ponerse sentimental. Y un montón de voces me lo
recordaron.
“Gaalletas” coreaban las voces hambrientas de docenas de ponis pegaso. Di un
salto, tomé la foto y me apresuré a mi habitación. Para entonces la galletas del granero
debieron haberse acabado, no había otra explicación. Los pegasos, probablemente
impulsados por su instinto de alimentarse, recordaron cómo usar sus alas y me siguieron a
casa. Muchas de mis amigas del equipo del clima estaban ahí, aleteando como pájaros con
las alas rotas, sus miradas desviadas, ojos sin brillo. Muertas. Había otros pegasos ahí,
todos revoloteaban alrededor de mi casa, como mosquitos o mariposas en busca de una
presa.
Eh, no tenía idea de si las mariposas tienen presas naturales, pero realmente no me
importaba, esas eran las cosas que a Fluttershy le importaban.
Fluttershy…
Cuando intentas sobrevivir al apocalipsis zombi detenerte a ver el pasado no es
siempre la mejor de las alternativas. Mucho menos cuando tu mejor refugio está en el
bosque Everfree. Me impresionaba el hecho de que ninguno de los monstruos que vivía ahí
se había atrevido a comerme. Claro que quizás mi nueva apariencia de Pony de Acción
seguro ayudó bastante a mi supervivencia. Con los vendajes en mis patas, mi melena
amarrada y las considerables cicatrices que me había hecho luchando contra la vegetación,
seguramente me veía bastante ruda.
Pero eso ya lo sabía. Lo que aun me costaba recordar era el daño que me hacía
detenerme a recordar. O aun peor, no detenerme mientras recordaba.
Mientras mi mente volaba, reviviendo aquel momento, me había tropezado con una
rama, lo cual llevó a mi cuerpo a estrellarse con un árbol lleno de frutas de bosque. Las
frutas cayeron sobre mi cabeza, segundos después un grupo de ardillas y otras criaturitas
del bosque llegaron a robárselas. Todo eso en diez segundos exactos.
Ah, los buenos tiempos…
Cuando todo era sencillo. Cuando todas éramos felices. Esos días en que lo único
que nos preocupaba era la amistad…
Suspiré.
Me levanté y seguí caminando. Con la limitada reserva de comida que tenía, y no
queriendo recurrir a las galletas del mal, había aprendido a ahorrar mis energías. No
necesitaba correr o volar para llegar a la vieja cabaña de mi amiga, así que no lo hacía.
Fluttershy siempre fue una pony un tanto… eh, anti social supongo. Su casa estaba
tan lejos del pueblo que era prácticamente marcaba la frontera. Aun había muchos animales
viviendo ahí y las reservas de comida que Shy solía almacenar para su refugio de
Nightmare Night seguían intactas, y gracias a ellas yo había logrado sobrevivir por dos
semanas. Sin mencionar su jardín, lleno de vida, lleno de flores y césped. Mientras yo no
pudiera encontrar un refugio fijo, dependía por completo de aquella vieja casa.
El sol estaba en lo alto, cerca del medio día según creía, cuando llegué a la vieja
cabaña. Algunos conejitos entraban y salían de la casa. Típico. Siempre había alguno de
esos molestos roedores merodeando por la casa a esa hora del día. De todas maneras,
mientras no tuvieran rabia de color arcoíris, yo no tenía ningún problema con ellos.
Salí de mi escondite, el sol golpeó mi cara como si la misma Celestia me hubiera
dado un pesuñazo por mi estupidez. Como ya me había acostumbrado a ese sentimiento lo
dejé pasar sin decir nada. No era como si realmente pudiera replicar algo. Aleteé un poco,
entré a la cocina y saqué algunas cajas de papas fritas, un poco de heno y zanahorias, ah, y
una caja de cupcakes. Lo básico. Luego escapé.
Mi vida se había convertido en una constante huída. La casa era muy pacífica, solía
ser de Fluttershy, claro que era callada y armoniosa, pero no podía quedarme ahí. Por más
alejada que estuviera, seguía siendo parte de Ponyville, y en más de una ocasión llegué a
ver zombis merodeándola. No podía arriesgarme a que ellos encontraran la última caja.
Además, ese oso seguía viviendo en la casa, de vez en cuando lograba divisar su peluda
espalda. A veces incluso escuchaba sus rugidos en mis sueños.
Salí volando, aleteando con fuerza en dirección del bosque. Los zombis tal vez
tendrían una mente pequeña, reducida a buscar galletas, pero aun así evitaban el bosque.
Parecieran conservar los recuerdos de cuando eran ponis y el bosque representaba el mal
absoluto, el lugar más aterrador de toda Equestria. Por eso era mi refugio.
Cuando vi a la multitud de ponies pegaso fuera de mi casa me sentí aun más
atrapada. Como si mi asombrosa mansión de nubes hecha a casco hubiera sido una pequeña
caja de madera. Debía mantenerme tranquila si quería salir de ahí. Ya había escapado del
granero, sí, podía hacer esto. Sonreí al pensarlo, y comencé a sudar mientras me di cuenta
de que eso era una maldita mentira.
Mis posibilidades de salir de ahí eran casi nulas. La fotografía seguía en mi casco.
La observé, me concentré en ellas, en sus sonrisas, sus ojos llenos de esperanza. No podía
darme por vencida, porque si lo hacía ellas jamás podrían volver. Un calor extrañó me llenó
el cuerpo, no podía dejar a mi amigas, no podía defraudarlas. Otra vez.
Las luces de mi casa estaban apagadas, los zombis seguían afuera, pero comenzaban
a buscar formas de entrar. Me había encargado de bloquear la puerta y las ventanas del piso
inferior.
-Gaaaalletas.
Todos tenemos una amiga que es simplemente tierna, con una voz apenas audible
que no puedes evitar notar incluso en medio de un convierto de Rock ‘n Roll. Pero esa
noche, al escuchar su voz entre todos los gruñidos me heló la sangre. Corrí a la escalera,
tenía que recoger otra cosa… Pero no pude. Mi habitación estaba abierta, la puerta
abierta… Y la ventana. Fluttershy, salivando como un ortro, entró por ahí, gimiendo por
más postres de broma. Me congelé un segundo al verla, su rostro tan inexpresivo que Maud
habría estado celosa, sus ojos… sus brillantes colores perdidos al igual que su mente.
-Fluttershy…
Quise tocarla. Quería con todas mis fuerzas abrazarla, no dejarla ir nunca. Quería,
yo quería decirle que todo estaría bien. Quería protegerla como lo había hecho cuando
éramos potras. No era posible hacerlo. No podía. Ella caminaba hacia mí con la mirada
ausente, sus ojos muertos y su boca pintada con los colores de mi melena. Hizo falta que
más de aquellos zombis alados entraran por la ventana para que yo pudiera despertar de
aquel trance.
Detrás de Fluttershy comenzaron a aparecer mis viejos compañeros, mis amigos…
Cloud Kicker, Blossomforth e incluso Thunderlane. Detrás de ellos venían más ponies. No
quería arriesgarme a que me atraparan.
-Gaaalleeetas.
Sus gemidos me hicieron reaccionar. Volé escaleras abajo, mientras volaba me
aseguré de guardar la fotografía en mi alforja. Era algo que no quería perder también.
Cuando llegué al fondo de la escalera noté los cascos que comenzaban a atravesar la capa
de nubes del muro. Se agitaban, buscaban algo. Querían las galletas. Y eso era algo que no
podía permitir.
Los pegasos que habían entrado por la ventana superior estaban acercándose y los
que destrozaban mi casa estaban a punto de atravesar la pared. No podía dejar que eso
sucediera. Con mi corazón galopando frenético en mi pecho, lo único que podía pensar era
en salir de ahí. Y eso fue lo que hice.
Regresé a mi habitación, volando sobre las cabezas de mis viejos amigos, logré
llegar a la ventana por donde ellos habían entrado. Salí apurada, notando a duras penas la
forma en que los pegasos dejaban la casa y comenzaban a seguirme. Choqué con una
yegua, quien no dijo nada, simplemente gruñó, sacudiendo la cabeza y luego abriendo sus
ojos. Vacíos, eso ya no me sorprendía, aun así solté un grito al verla. Su pelaje gris y
amarillento medio muerto, y sus ojos dorados parecían de cobre oxidado… Y estaban
derechos. Me alejé de ella, relinchando de terror.
Me seguían, volando considerablemente más lento que cuando no eran zombis.
Pude ganar suficiente terreno para llegar al centro del pueblo. El castillo de Twilight. Y
desde la punta de la estrella pude ver como el pueblo entero estaba infestado, todos los
ponis. Cada corcel, yegua y potro. Todos, y cada uno, eran zombis que babeaban arcoíris.
Por segunda vez en la misma noche mis ojos comenzaron a desahogarse por mí.
No tienes tiempo para esto, Dash.
Esa voz en mi cabeza me hizo reaccionar. No servía de nada si me quedaba llorando
sobre el castillo, si hacía eso algún pony podría alcanzarme. Tenía que hacer algo. Pensé en
ir de regreso a Cloudsdale, pero descarté la idea de inmediato… Cloudsdale era donde
había mandado hornear las galletas de broma, quizás algo en la comida de mi ciudad natal
tenía que ver con el desastre que estaba ocurriendo en Ponyville.
¿Canterlot? Tal vez la princesa Celestia y la guardia real podrían hacer algo… Ajá
¡Cómo si era fuera posible!
Me quedaba sin opciones, no sabía qué hacer sólo sabía que tenía que buscar un
refugio. Un lugar en donde ningún poni pusiera un casco jamás. Desde lo alto del palacio
alcancé a verlo, los árboles, oscuro como siempre, parecían invitarme a refugiarme bajo sus
ramas. No lo dudé, emprendí el vuelo en dirección del bosque Everfree.
Y tuve razón. Desde el momento en que llegué al bosque dejé de ver zombis. Al
principio algunos de ellos se habían adentrado en el Everfree, pero nunca llegaban tan
profundo.
Esa noche dormí sobre un árbol, usando mis alforjas de almohada. No dormí, me di
cuenta entonces de que esa noche sería la primera de muchas otras en vela. El bosque
estaba lleno de animales, sabía que la mayoría eran inofensivos, pero no podía evitar
ponerme nerviosa con cada ruidito que escuchaba. En ese lugar la luz de la luna casi no
penetraba las gruesas ramas de los frondosos árboles. Todo estaba oscuro. Estaba sola. Y si
existe algo que odie, es estar sola. Abrí mi alforja y saqué el único objeto que podría
animarme.
De pronto, no parecía tan tenebroso el bosque. Las sombras habían dejado de ser
monstruos amorfos y hambrientos de carne de pony. Los animales ya no me sobresaltaban,
porque entendí que esos ruidos significaban que no había infección de galletas aquí. Sonreí
un poco, me di cuenta de que todo podría estar mejor al día siguiente. Verlas sonreírme de
esa forma me hizo poder tranquilizarme. Ver sus rostros brillantes… Me parecía escuchar
sus voces en mi cabeza. Una voz en particular sobresalió del resto cuando se dio cuenta de
que yo estaba escondiéndome en el bosque Everfree.
Nadie daño te hará, sólo ríe y tus miedos se irán.
Eso fue tan alocado. Sólo había pasado un rato y ya me estaba volviendo loca. No
me importaba mucho, sinceramente. El coro de voces en mi cabeza me tranquilizaba. El
mundo había dejado de ser aterrador por unos minutos.
Ríete del miedo.
Al día siguiente comenzó mi nueva vida. Recorrí el bosque, escondiéndome cuando
veía algún pony cerca. No podía arriesgarme. Fue un día tedioso y aburrido, lo único bueno
de aquella tarde fue el descubrimiento de mi cueva, donde generalmente dormía desde
entonces.
Ah, el recordarlo me revolvía el estomago. Me hacía querer rechazar los cupcakes
que estaba a punto de comer. Me encontraba de regreso en la cueva, organizaba mis
alimentos y el resto de mis pertenencias. Los colores del atardecer.
Suspiré, usando mis cascos para reafirmar el nudo que controlaba mi melena de
tener un cambio nostálgico. Me adentré aun más en la cueva, buscando mi lugar para
dormir y sacando mi manta con mi cutie mark bordada. Me recosté y envolví en ella, sobre
mis alforjas descansaba mi cabeza y en mis cascos envolvía a mis amigas. Al único
recuerdo físico que tenía de ellas.
No dormí bien. De hecho creo que a penas tuve unos minutos de sueño. Sin
embargo, esa noche pude descansar, me tranquilizaba saber que ya habían pasado dos
semanas sin que ningún pony en Ponyville comiera de las galletas. El efecto debería estar
por pasar pronto. Quizás dentro de poco mis amigas y yo podríamos volver a la rutina.
Twilight seguramente usaría sus poderes de cerebrito para descubrir lo que había mal en las
galletas.
Fluttershy me acompañaría a Cloudsdale a comprobar que todos estén bien. Y si no
lo están, el resto del grupo seguro ayudaría a tratar la epidemia de zombis. Luego iríamos a
comer. O Pinkie Pie organizaría una fiesta de “Sobrevivimos al apocalipsis zombi”.
Applejack llevaría cidra, Rarity comenzaría a planear una línea de ropa basada en los
zombis o en los arcoíris, o en ambos. Spike no haría mucho, pero estaría ahí para
nosotras…
Las CMC se encargarían de que nunca se olvidara mi error, pero igual me
perdonarían. Scoot podría burlarse del miedo que me provocarían las galletas con chispas
de chocolate, pero yo me vengaría con bromas sobre pollos.
El futuro era incierto. Quizás… sólo quizás, podría volver a verlas después de todo.
Una vez fui Rainbow Dash, el elemento de la lealtad, y como tal, nunca defraudé a
mis amigas. Aun en medio de esta crisis, yo estaba segura de que ellas tampoco me
defraudarían a mí.
-¿No hubo suerte?- preguntó la princesa con un deje de esperanza en su voz.
Los ponis frente a ella negaron con la cabeza, agachando las orejas.
-Gracias- dijo ella, bajando la mirada-. Pueden retirarse.
Los ponies salieron del castillo, cerrando las enormes puertas del vacío lugar.
Twilight estaba de pie en el pasillo, masajeándose las sienes con cierta impaciencia. A su
lado estaba su fiel asistente, Spike, escribiendo más cartas y enviándolas a las diversas
ciudades de Equestria.
-Twilight- la princesa se volvió al escuchar su nombre, al darse la vuelta se encontró con
una afligida Starlight. Su aprendiz era la viva imagen de la propia Twi, se notaba agotada,
sus ojos llenos de orejas, orejas bajas. Era como verse en un espejo.
-Ya llegó la respuesta de Griffonstone-dijo la unicornio. Twilight dejó salir una sonrisa por
un segundo, quizás al fin la habían encontrado-. No está refugiándose allá. Gilda dice que
no ha ido verla desde hace meses.
Entonces la esperanza de Twilight murió.
Quizás… quizás habían ido demasiado lejos.
Pinkie no dejaba que nadie se desanimara, ella insistía en que podrían encontrar a
Dashie si buscaban súper duro. Pero Twilight no estaba tan segura. Habían pasado dos
semanas desde que su amiga había desaparecido, no podía creer que una simple broma
había terminado así.
Se suponía que era divertido. Se suponía que Rainbow aprendería su lección.
-Bueno,-suspiró la princesa, mirando a sus dos amigos directo a los ojos- parece que
Rainbow Dash no es la única que puede exagerar con sus bromas.
.:Fin:.
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