Pronunciarse abiertamente a favor del voto hacia una fuena

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por el antisocialismo visceral
e irredentista de algunos líderes de esa coalición. Por este
lado, dicho sea de paso, también sería bueno que se modularan los mensajes, dotándolos de mayor rigor analítico.
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a perspectiva que comentamos afecta directamente al movimiento sindical.
Por eso, sin en absoluto renunciar a la crítica y a la acción en demanda de cuantas
reivindicaciones consideremos justas, tampoco vendría
mal preguntarnos si en el terreno de lo que hemos com?atido -decretazo, problemas
industriales, paro, retrasos y
carencias en la mejora de la
protección social, extensión
de la precariedad en el empleo, etc.- las cosas no hubieran sido peores con un Gobierno de las características
del que nos puede venir próxirnamente. Preguntarnos también si otras cosas que sí hemos conseguido hubieran sido posibles. Por ejemplo, la
recientemente consensuada
ley de huelga e incluso, con
todo lo censurable que resulten las rebajas que el Gobiern? ha introducido sobre lo previamente negociado con nosotros, el anteproyecto de ley
de salud laboral, de la que si
se .corrige alguna de estas reba1as, podría ser quizá la más
avanzada de Europa. Lo misrno cabría decir de otras conquistas menos recientes, corno, también a título de ejemPlo, la controvertida ley sobre
el control sindical de los contratos de trabajo o acuerdos
~orno los que en 1990 permitie~o.~ garantizar el poder adqu1s1t1vo de las pensiones durante toda la legislatura.
Pero no es sólo eso, hay
más motivos a introducir en
este ejercicio reflexivo. De entre ellos vale la pena prestar
atención a uno que se comenta poco, pese a constituir una
cierta singularidad de la situación española. Me refiero a las
causas de fondo por las que
las direcciones confederales
de los sindicatos a nivel del
Estado apenas desarrollamos
contactos y negociaciones con
la patronal. No deja de ser curiosa la naturalidad con que la
sociedad acoge noticias como
la que acompañó la reciente
reunión entre la CEOE, CC
00 y UGT, celebrada el 23 de
septiembre. Resulta que no se
había realizado un encuentro
Pronunciarse
abiertamente afavor
del voto hacia una
fuena política tendría
efectos
distorsionadores.
Pero debemos
preguntarnos si en lo
que hemos combatido
las cosas no hubieran
sido peores con un
Gobierno de la derecha,
y si hubiera sido posible
la recientemente
consensuada ley de
huelga, o la ley sobre el
control sindical de los
contratos de trabajo,
o los acuerdos que
garantizaron el poder
adquisitivo de las
pensiones durante toda
la legislatura
similar desde 1988. El último
gran acuerdo, el AES, data de
1984. En cuanto a otros acuerdos interconfederales, hay que
remontarse al de 1983.
Entre las causas de fondo
a que me refería está el insuficiente poder contractual que
los sindicatos tenemos respecto de los grandes poderes económicos y financieros
privados. A su vez, esto
guarda relación con que, aun
poseyendo amplia representatividad -las elecciones sindicales lo demuestran-, no
sucede lo mismo con la afiliación; esto es, con la capacidad de organización y encuadramiento estables de los
trabajadores. Además, la afiliación, aceptable en las
grandes empresas -sobre todo en las públicas-, apenas
existe en las pequeñas, que
es donde están la mayoría
de los asalariados.
Estos y otros factores,
que sería prolijo enumerar,
determinan que las direcciones confederales tendamos a
reivindicar, a negociar y a
movilizarnos con mucha reterencia al poder político y poca a las patronales y a los
poderes económicos, tarea
que descarga en las endebles federaciones de industria y servicios.
Por otra parte, tenemos
conciencia de que las expectativas que los Gobiernos de
la izquierda han generado entre los trabajadores, superiores a sus realizaciones, sumadas al bombardeo de la
oposición política y a la crítica
continuada y a menudo unidireccional del grueso de los
medios de comunicación social, nos otorgan un plus a
nuestra propia capacidad para deslegitimarle. Esa capaci-
dad nos da poder y posibilidades ante este Gobierno.
Y surge la pregunta: ¿tendríamos similar capacidad
ante un Gobierno de derechas? ¿De verdad alguien
cree que con Aznar en La
Moncloa íbamos a tener menares obstáculos para resolver ese insuficiente poder
contractual respecto del sector privado de la economía?
Si alguien lo duda, que relea
e interprete lo que opina el
PP del sector público, del
gasto social, de la fiscalidad,
del papel de los sindicatos y
hasta su reacción frente al
acuerdo sobre la ley de huelga, tras haber intentado mostrar comprensión hacia los
sindicatos y sus reivindicaciones en las reuniones tenidas
con ellos los últimos años.
A
horro comentarios sobre lo que podría pasar
con las subvenciones,
ayudas o acuerdos para la
plena dedicación a la organización regular de los sindicatos, de trabajadores pertenecientes a las administraciones
y empresas públicas -los llamados liberados-; apoyos
que en mayor o menor medída se dan en todos los países
de la CE, pero que en el
nuestro dependen de las decisiones del Gobierno de turno.
Como antes se apuntó, lo
dicho pretende ser sólo una
aportación a la reflexión sobre los efectos sindicales de
una derechización en el mapa político, preocupante en sí
misma, pero más aún por el
tipo de derecha que tenemos.
Una derecha que, recordémaslo, llegó incluso a desarbolar la UCD de Suárez por
considerarla muy permisiva y
hasta izquierdista.
__,,
Enero 1993.
EL TRABAJO
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