La Oscuridad es Insondable

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La Oscuridad es Insondable
Durante las incontables noches en vela repletas de pesadillas inconexas, provenientes de
las regiones más dementes e inverosímiles de mi mente, que parecían disfrutar del sudor
y el temor que su tortura producían en mi ser, me he reprochado la necia decisión por la
que opté en aquel momento de salvaje éxtasis primitivo, en aquella situación de
irrealidad donde lo circundante se tornó fantasía, donde la sola supervivencia de mi
persona como ente universal se irguió como prioridad frente al resto de la creación. ¿Por
qué entonces, contradiciendo todos mis instintos, no salté hacia la libertad? ¿Por qué
arriesgué mi ya de por sí frágil equilibrio mental?
No tengo una respuesta clara, sólo sé que el raciocinio se doblegó y se dio por vencido,
se humilló ante la más irresistible y a la vez poderosa emoción que el hombre es capaz
de sentir.
La negra lanza se me antojó instrumento banal e inútil ante la insondable oscuridad en
la que estaba a punto de penetrar, pero nada ya tenía sentido en mi enloquecida
conciencia.
El fulgor verdoso de mi captor que inundaba la estancia transformaba la débil intrusión
lunar en una tonalidad brumosa que contribuía a acrecentar mi pavor. El frío penetraba
por mis huesos, recorría mi interior, y ahora sé que era una premonición. Las gotas de
sudor corrían a borbotones sobre mi faz y las piernas comenzaban a fallarme. Los
golpes que atormentaban mi espíritu se acrecentaban por momentos, y necesitaba
ponerles fin.
Cuando comencé a introducirme en las brunas fauces que se abrían ante mí, cesaron
repentinamente. Me detuve de inmediato, aguantando la respiración, intentando percibir
el menor atisbo de movimiento en la deslizante negrura que comenzaba a filtrarse, mas
no oí nada, no vi nada.
El silencio lo inundó todo. El soldado que flaqueaba mi diestra concluyó la entera
travesía de la cancela, que volvió a quejarse, y avancé media zancada.
La suela de mi maltrecha y agrietada bota produjo un sonido resbaladizo al pisar las
gotas de sangre que me produjo aquel perverso toraní y volví a detenerme.
El palpitar frenético de mi corazón retumbaba sobre el silencio reinante y decidí
aplacarlo con otro paso.
El nauseabundo olor no me hizo retroceder, y ahora maldigo mi estúpido valor. Di otro
paso hacia el interior de aquella maldita estancia y entonces lo sentí. No fueron mis ojos
ni cualquier otro sentido que posea la humanidad lo que me permitió descubrirlo, no,
fue una especie de conciencia empática, inerme hasta esa fatídica noche, la que me
reveló que no estaba solo en la oscuridad, que había algo más, una presencia que llevaba
esperando desde hace eones a que algún insensato le liberase de su prisión, ahora lo
sabía; también supe en ese momento que ya era demasiado tarde.
La indescriptible sensación de horror en estado puro que me paralizó y atoró mi exigua
ya capacidad de discernimiento me salvó la vida. Si hubiese opuesto resistencia, si mi
cuerpo hubiese chocado contra el suyo o si hubiera tenido la suficiente claridad para
intentar luchar, posiblemente no hubiese reaccionado como lo hice y mis reflejos no
hubieran actuado como lo hicieron. La visión de aquel ser, de aquella aberración
pavorosa, víctima de alguna enrevesada evolución inimaginable para el ser humano, de
aquella apocalíptica encarnación del caos primigenio activó mis instintos más
embrionarios y olvidados. No sé cómo, pero mi preciado báculo actuó a modo de estaca
y perforó la gelatinosa y maleable sustancia que daba forma a aquel engendro,
provocando un espeluznante grito que aun hoy, al recordar como lo estoy haciendo,
resuena en mi mente.
El terrorífico ataque me expulsó hasta el otro extremo para hacerme chocar contra la
pared. Algo en mi interior se quebró, y comencé a sangrar por la nuca, pero conseguí
incorporarme para observar la situación mientras me aferraba el brazo derecho, que
colgaba roto, con su compañero. El resplandor de los signos cabalísticos en la pared
emitía ahora una potente luz verdosa que tornaba la situación más dramática todavía, si
era posible el conseguirlo.
Posé la vista en el ser inmundo al que había conseguido herir que se perfila en el umbral
portando la antorcha de la desdicha y, para terror y desconcierto mío, observé cómo se
quitaba con lentitud y parsimonia la improvisada arma de sus entrañas sin dejar ni una
sola muestra en aquel miserable jubón.
Tenía que buscar algo más contundente, buscar ayuda, huir, hacer algo, porque discerní
con increíble certeza que si continuaba dos instantes más en aquella situación el maldito
ente sesgaría mi existencia para siempre.
Podía utilizar mis poderosos poderes arcanos para evitar así la satisfacción de aquel
mezquino ser y terminar por mis propios medios con mi dilatada existencia en este
plano. Sabía, sin embargo, que mi alma, en caso de abandonar mi cuerpo y no conseguir
escapar, nunca descansaría en paz.
O podía intentar transportarme hasta la puerta evitando al traidor de mi orden y buscar
ayuda en mis compañeros de fragua sapiencia., con la nimia esperanza de encontrar algo
que pudiese acabar con la criatura y liberar así a la humanidad de algo que nunca debió
existir...Brumalmarc…caleidoscopio…acaba con él, mi Akraa’neonor…no...noooooo…
---------------------------------------------------------------------------------------------------------Otra vez las imágenes acuden a martirizarme en esta eterna tiniebla sin día para
vanagloriarse y cebarse en mi desdichada sentencia malhadada y caprichosa. La
oscuridad ya no me envuelve, ahora formo parte de ella. Daziarn, ya me perteneces, eres
mía.
Yo te maldigo, cachorro del Kai. ¡¿Me oyes, tú y tu sarnoso perro Loi-Kymar!?¡¡¡¡Yo,
Vonotar el Supremo, te maldigo por toda la eternidad, Lobo Solitario!!!!!
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