AYER Ayer tenía tantas ganas de verte... te echaba

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AYER
Ayer tenía tantas ganas de verte... te echaba tanto de menos. Esa chispa en la
mirada, esas ganas de vivir que sólo se respiran aquí, que sólo se respiran en
ti. Los rizos de tu pelo, el viento de este lugar que me recorre aún cuando
estoy lejos y extraño el paraíso. Suelo tumbarme en la acera frente a mi casa,
y me imagino que estoy allí, que puedo escuchar el mar, que me calienta el
sol, que estas sentado a mi lado trazando rutas con los dedos, dibujando
líneas sobre el mapa. Las mochilas con la vida a cuestas, la falta de equipaje,
de peso, de cuerdas atadas a la cintura. Y las ganas de sentir, de tirarnos de
aquel acantilado como hicimos ¿lo recuerdas? No era tan alto y sin embargo
tuve la sensación de dejar todo mi cuerpo atrás, agazapado con el miedo a
saltar, mientras que yo me tiraba al vacío y caía cada vez más ligera metro
tras metro. Era feliz, y no creo que haya vuelto a serlo. Aprendí a respirar
lentamente y a que los latidos de mi corazón fueran deprisa. Te recuerdo como
un lugar al que siempre quiero regresar. Aunque no pueda. Tocaba la arena
con los dedos y solía sonreírle al mundo, aquella inmensidad que decidimos
descubrir juntos. Viajamos tanto, miramos tantos colores, besamos tantos
sabores y tocamos tantos sentidos que tengo el tacto entre los dedos y el
gusto entre los labios. Un pie tras otro, recorriendo distancias que ahora
pueden parecer infinitas pero que entonces lo eran, no había final para los
caminos que llevaban siempre a todas partes. Echo de menos la libertad. Echo
de menos ser mi propia brújula, mi propio destino y que tú seas mi suerte. Lo
añoro cada día que miro por la ventana de esta vida pequeña y cada vez que
me tumbo bajo el enorme e inabarcable cielo. Cada vez que me mandas una
fotografía en un sobre que parece no poder contenerla. Cada vez que me
imagino que toco tu rostro con las palmas de mis manos, cada vez que sueño
que estoy en casa, cada vez que sueño contigo. Ayer tenía tantas ganas de
verte y de que me susurraras que todo era posible, que volveríamos a cumplir
veintidós años en lo alto de aquella montaña, gritándole al aire que podía
llevarse los miedos con el viento. Cada vez que escuchó la cadencia de un río
te veo cruzando ese océano tan ancho que sé que ahora navegas y cada vez
que consigo despertarme y seguir, pienso que los recuerdos salvan vidas. Yo
estoy atada a ellos como mis pulmones lo están al oxígeno, y no dejo nunca de
pensar en ti, y en el pasado, y en la definición de vida. De vivir. Y cuando leo
las historias que brotan de tu tinta, enviada con sellos y marca de destino, me
tiembla el pulso al responderte: algún día iré contigo.
Algún día volveré a pisar el paraíso.
Mientras tanto no me olvides. Y viaja, viaja tan lejos como yo pueda imaginar.
Y cuando llegues al final del mapa, empieza a trazar de nuevo rutas con
nuestros sueños.
Carlota M.S
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