PARA LA VIDA DEL MUNDO

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PARA LA VIDA DEL MUNDO
La Eucaristía y el P. Hurtado
Síntesis y citas de Carta Pastoral de FJEO,
Corpus Christi, 29.05.05
El Cardenal Arzobispo de Santiago, ha escrito una Carta Pastoral sobre el Padre Hurtado y la
Eucaristía que es fuente y alimento de la vida y la misión pastoral de este santo chileno.
El documento se compone de una Introducción y cinco capítulos:
- La vida del P. Hurtado a la luz de la Eucaristía;
- Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi;
- Mi vida es… ¡ una Misa prolongada !
- Pedagogos de una vida eucarística;
- A todos Uds. nuestra profunda gratitud.
La finalidad de esta carta es la de “alentar las iniciativas que han surgido en la arquidiócesis en este
año de la Eucaristía […] con la extraordinaria riqueza eucarística del P. Alberto Hurtado […] que
puede iluminar nuestros proyectos pastorales” (Introducción). En efecto, “La Eucaristía ilumina la
vida del Padre Hurtado y, a su vez, la vida del Padre Hurtado nos ofrece un camino 'práctico' para
comprender con mayor profundidad el misterio de la Eucaristía” (2).
La Carta nos invita, de esta manera, a realizar una peregrinación por la vida interior del Padre
Hurtado. No sólo a contemplar su obra admirable, “sino el corazón sacerdotal que la anima” (3).
1. La vida del P. Hurtado a partir de la Eucaristía
La obra del Padre Hurtado resultaría inexplicable si no tuviera un fundamento que la sostiene. Y,
como es normal, los cimientos permanecen ocultos a la mirada. Sin embargo, si uno desciende a
esos cimientos, en el Padre Hurtado aparece con claridad la Eucaristía (4 y 5). Hay testimonios muy
hermosos sobre la forma como él la celebraba “absolutamente concentrado en Dios”, tanto así que
inducía a creer pues “su fuego encendía otros fuegos” (6-9).
El misterio de su amistad con el Señor queda oculto a los ojos. Sin embargo, por sus escritos y estos
testimonios “nos es consentido asomarnos al santuario de su vida, e intuir y recoger al menos algo
de este rico misterio que alimentó el compromiso y la esperanza de este hermano sacerdote, que
trabajó en nuestra Iglesia de Santiago y que el Santo Padre nos quiere proponer como modelo para
nuestro seguimiento de Cristo” (10).
2. Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi (Gál 2,20)
El centro de la espiritualidad del Padre Hurtado se encuentra en su configuración con Cristo. El
texto más citado en sus escritos es el de Pablo a los Gálatas: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en
mi” (Gál 2,20). Y en sus propias palabras él lo afirmaba: “¡Qué simple resulta nuestra
espiritualidad! Ser Cristo. Obrar como Cristo en cada circunstancia de mi vida, en lo que Cristo
me ponga delante”… Y continúa “Mi única obligación es andar por la Senda que es Cristo...
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vivir... imitarlo, en otras palabras, 'ser Cristo'. Mi obligación no es triunfar, no es hacer obras
inmensas, sino obrar en conformidad con lo que soy. ¿Qué haría Cristo en mi lugar, en mi
parroquia, en cada uno de sus problemas, con mi obispo, con mis hermanos, con los pobres?” (11
y 12).
“Estamos llamados a reproducir de modo personal y creativo la vida de Cristo, atentos a nuestra
propia situación. No se trata de imitar mecánicamente al Maestro. “La perfección del cristiano no
consiste en usar turbante, ni en hablar arameo, ni en vivir a la manera de Palestina, sino en hacer
lo que Cristo haría si estuviera en mi lugar”. E insiste: “la encarnación histórica necesariamente
restringió a Cristo y la vida divino-humana a un cuadro limitado por el tiempo y el espacio (…) El
Cristo histórico fue judío viviendo en Palestina en tiempo del Imperio Romano. El Cristo místico es
chileno del siglo XX, alemán y francés y africano… Es profesor y comerciante, es ingeniero,
abogado y obrero, preso y monarca… Es todo cristiano que vive en gracia de Dios (…) y que
aspira siempre a esto: a hacer lo que hace, como Cristo lo haría en su lugar (…), a tratar a sus
alumnos con la fuerza suave, amorosa, respetuosa de Cristo, a interesarse por ellos como Cristo se
interesaría si estuviera en su lugar. A viajar como viajaría Cristo; a orar como oraría Cristo; a
conducirse en política, en economía, en su vida de hogar, como se conduciría Cristo»” (13).
Esta identificación con Cristo – qué haría Cristo en mi lugar - la logra a través de la continua
meditación de la Palabra (14-18), de la oración prolongada (19-21) y del don de sí mismo: “dar y
darse… hasta que duela”(22-25).
2.1. El recomienda reiteradamente la lectura y meditación del Evangelio. Así por ejemplo,
dirigiéndosed a los jóvenes: “Después de mirar y volver a mirarse a sí mismo y lo que uno
encuentra en torno a sí, tomo el Evangelio, voy a San Pablo y allí encuentro un cristianismo todo
fuego, todo vida, conquistador; un cristianismo verdadero que toma a todo el hombre, rectifica
toda la vida, agota toda actividad. Es como un río de lava ardiendo, incandescente, que sale del
fondo mismo de la religión” (15).
2.2. Esta lectura debe ir acompañada de la oración prolongada: “La oración es para el apóstol la
luz de la vida... En medio de tantas cosas, el apóstol debe marchar con paso firme. ¿Quién le
mostrará el camino? La oración y sólo la oración. La prudencia meramente humana no basta... El
apóstol necesita de la oración, pero no una oración formulista, sino una oración prolongada en
largas horas de oración y quietud. Jesús, después de 30 años de oración, va al desierto, y pasa
noches de oración preparando el mañana. ¡Ay del apóstol que no obre así! Se hará traficante de
cosas humanas y de pasiones personales, bajo apariencia de ministerio espiritual” (19).
2.3. La Palabra y la oración prolongada no lo hacen hombre ensimismado. Al revés, precísamente
por ser cristiana esa oración, ésta lo lleva a a dar y darse… hasta que duela. Y mejor aún, a hacer
lo que Cristo haría si estuviera en su lugar. “Cada santo refleja a Cristo de manera original. A lo
largo de su existencia busca esos rasgos del Señor que caracterizarán toda su vida. En una prédica
de matrimonio, caracteriza la vida de Jesús por ser siempre una donación: “El Hijo Unigénito de
Dios en la tierra, ¿qué hizo si no 'dar' a los hombres sus palabras, 'darles' sus ejemplos, 'darles' su
vida? Cuando no tenía más que 'darles', les 'dio' su propia Madre. Y antes de despedirse de
nosotros, nos dejó como recuerdo supremo: la 'donación' de su propio Cuerpo y de su propia
Sangre, para que sea su propio Cuerpo y su propia Sangre el alimento espiritual de nuestras alma”
(22).
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De esta manera, el amor se hace Eucaristía y la Eucaristía es de suyo fuente, aviva y se expresa en
nuestros amores.
3. Mi vida… es una Misa prolongada
“Esta impactante frase del Padre Hurtado, pronunciada en un retiro a sacerdotes, nos va a guiar en
nuestro intento de internarnos en el corazón de este Apóstol de Jesucristo. ¡Mi vida es una Misa
prolongada! Así lo expuso en una meditación, teniendo en mente la multiplicación de los panes, y
contemplando el sentido de la Eucaristía”. Y, con habilidad pedagógica nos fue internando en el
misterio de la Misa comentando las palabras de la consagración de la Plegaria Eucarística N. 1 que
era la única que se rezaba en ese tiempo (26-66).
Este itinerario constituye el núclo de la Carta Pastoral de nuestro obispo… y así nos va exponiendo
como mi propia vida es también una Misa prolongada… Me limito a subrayas algunas frases:
-
tomó el pan… y tomó mi propia vida: “Se trata del misterio de la elección. Tomó ese pan.
Me tomó a mí; también a ti. Simplemente porque quiso me tomó como a uno de los muchos
panes del canasto, por pura predilección suya, sin ningún mérito mío...” (27);
-
a este pan “lo cargó con su bendición” (31) y la bendición de Dios es la fuente de la
mayor fecundidad:
“La Eucaristía nos enseña que el centro de la acción de la Iglesia no son nuestros propios
planes y capacidades, sino el poder de Cristo que actúa allí donde encuentra un corazón
generoso que lo acoja y esté dispuesto a colaborar con Él. La bendición del Señor es lo que
hace fecunda nuestra vida.
Por el contrario, ¡cuánto esfuerzo infecundo, cuando nuestros planes son sólo nuestros!
¡Cuánto cansancio inútil, cuánta tensión, cuánta pérdida de paz, si no caminamos con la
bendición del Señor! Por eso el Padre Hurtado insiste en la necesidad de la fidelidad por
parte de los sacerdotes: “Mi única obligación es andar por la Senda, que es Cristo... vivir...
imitarlo, en otras palabras, 'ser Cristo' ”. Nuestra única obligación es la de conformar
nuestra vida a la de Cristo. La búsqueda de la santidad no aparece así como una empresa
individual, sino como el único camino que, por obra del Espíritu Santo, conduce a una vida
sacerdotal fecunda.” (36-37).
“Estas palabras no son sólo una linda teoría; la misma vida de Alberto Hurtado es una
demostración de esta verdad. ¿Cómo explicar que un ministerio sacerdotal tan breve, de tan
sólo 17 años en Chile, como el del Padre Hurtado, haya tenido una fecundidad tan
grande?”(39).
-
Ser otro Cristo, vivir en sintonía con la voluntad de Dios, es lo que da valor a nuestra vida:
“cada una de nuestras acciones tiene un momento divino, una duración divina, una
intensidad divina, etapas divinas, término divino. Dios comienza, Dios acompaña, Dios
termina. Nuestra obra, cuando es perfecta, es a la vez toda suya y toda mía. Si es
imperfecta, es porque nosotros hemos puesto nuestras deficiencias, es porque no hemos
guardado el contacto con Dios durante toda la duración de la obra, es porque hemos
marchado más aprisa o más despacio que Dios. Nuestra actividad no es plenamente
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fecunda, sino en la sumisión perfecta al ritmo divino, en una sincronización total de mi
voluntad con la de Dios” (41).
-
Pero, la vida junto con ser un misterio de amor, es un misterio de dolor. Eso se refleja en el
gesto de “partir el pan”, romper el pan…
“Una persona –afirma el P. Hurtado– permanece superficial mientras que no ha sufrido.
En el misterio de Cristo existen profundidades divinas donde penetran por afinidad sólo las
almas crucificadas. La auténtica santidad se consuma siempre en la cruz. El que quiere
comulgar con provecho, que ofrezca cada mañana una gota de su propia sangre para el
cáliz de la redención”. Estas palabras no son una reflexión teórica tomada de un libro. Sin
quererlo, el Padre Hurtado nos abre su corazón y nos cuenta su propia experiencia” (46).
“Sabemos que su vida no fue fácil. La adversidad estuvo presente desde la prematura
muerte de su padre, las dificultades económicas de su familia, sin casa propia, la necesidad
de retrasar su anhelado ingreso a la Compañía de Jesús, la dureza y la soledad de algunos
períodos de formación, luego la incomprensión de hermanos y de algunos de sus grandes
amigos suyos, la dolorosa situación que lo llevó a renunciar a su cargo en la Acción
Católica, asociación en que él había puesto todas sus esperanzas, la oposición de quienes
criticaban su predicación y la tildaban de comunista, la desconfianza que despertó en
algunos de sus hermanos de Comunidad, tantas otras dificultades que quedan en el secreto
de Dios, y finalmente su dolorosa enfermedad, dan cuenta de una vida forjada en la escuela
de la Cruz (cf. A. Lavín, Aspectos críticos). El mismo Padre confesaba que “la vida
humana apostólica y la vida de oración en forma muy especial, es un tejido de
dolores”(47).
-
Se puede decir, entonces que Alberto Hurtado es una vida “tomada, bendecida y partida por
el Señor”. “Como fruto de su experiencia llegó a decir: «El que no ha sufrido, no sabe
nada». Pero lo admirable es que lo primero que recuerdan de él quienes lo conocieron es su
alegría, su optimismo, su jovialidad, su entusiasmo, su capacidad de dar ánimo a los demás.
Se recuerda su frase: 'Contento, Señor, contento'. Y él mismo nos da el secreto: «Contento,
Señor, contento. Y para estarlo, decirle a Dios siempre, sí Padre» (49).
-
Pero esta vida es también una vida entregada, donada. El Señor partió el pan y lo “dio”…
En este 'darse' se sintetiza su entrega a Cristo y su entrega a los hombres. En una reflexión
personal escrita en 1947 señalaba “Comienza por darte. El que se da, crece. Pero no hay
que darse a cualquiera, ni por cualquier motivo, sino a lo que vale verdaderamente la pena:
Al pobre en la desgracia, a esa población en la miseria, a la clase explotada, a la verdad, a la
justicia, a la ascensión de la humanidad, a toda causa grande, al bien común de su nación,
de su grupo, de toda la humanidad; a Cristo, que recapitula estas causas en sí mismo, que
las contiene, que las purifica, que las eleva; a la Iglesia, mensajera de la luz, dadora de vida,
libertadora; a Dios, a Dios en plenitud, sin reserva, porque es el bien supremo de la persona,
y el supremo Bien Común. Cada vez que me doy así, sacrificando de lo mío, olvidándome
de mí, yo adquiero más valor, soy un ser más pleno” (53).
En fin y para concluir este capítulo, podemos exclamar: “¡Qué horizontes se abren aquí a la vida
cristiana! La Misa centro de todo el día y de toda la vida. Con la mira puesta en el sacrificio
eucarístico, ir siempre atesorando sacrificios que consumar y ofrecer en la Misa”. Por eso insiste:
“El acto central de nuestro día debiera ser nuestra Misa. Después de la comunión, quedar fieles a
la gran transformación que se ha apoderado de nosotros. Vivir nuestro día como Cristo, ser Cristo
para nosotros y para los demás: ¡Eso es comulgar!”.
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Los pensamientos del Padre que hemos recogido nos permiten entrar con mayor profundidad en
estas densas palabras: “Hacer de la Misa el centro de mi vida. Prepararme a ella con mi vida
interior y con mis sacrificios, que serán hostia de ofrecimiento; prolongar la misa durante el día,
dejándome partir y dándome... en unión con Cristo. ¡Mi Misa es mi vida, y mi vida es una Misa
prolongada!” (58 y 59).
4. Pedagogos de una vida eucarística
Hemos visto la fuerza interior de la Eucaristía en la vida del Padre Hurtado… ahora nos toca a
nosotros ser los pedagogos de una vida eucarística, o como me gusta decirlo, enseñar a eucaristizar
la vida. Eso nos introduce de lleno en el IV capítulo de la Carta y nos pone en la tarea de realizar
esta tarea que está al centro de nuestro ministerio y nuestra vida.
A estas alturas podemos preguntarnos:
-
¿ qué me ha impresionado de la relación del Padre Hurtado con la Eucaristía ?
-
¿ qué aprendo de lo que hemos leído y escucuchado ?
-
¿ cómo puedo ser yo/nosotros pedagogo de la Eucaristía ?
Después de compartir un rato, podemos cerrar nuestra meditación con dos números de la Carta de
nuestro arzobispo que nos ayudan a ver que el Padre Hurtado fue aprendiendo, a lo largo de su vida,
el significado y la gracia de la Eucartistía, como así también a vincularla intimamente con su vida:
“Ahora bien, esta realidad misteriosa que se despierta y crece en el Padre Hurtado tiene maetsros y
pedagogos en la fe, comenzando por su madre que desde pequeño le enseñó que hay que juntar las
manos para orar y abrirlas para dar. Tuvo pedagogos en el Colegio que le abrieron su corazón
inquieto al servicio de Dios y al de sus hermanos. Entre ellos destaca Don Carlos Casanueva y el
Padre Vives quien le abre el horizonte de sus responsabilidades sociales. Tuvo grandes amigos
como Don Manuel Larraín con quien compartió el ideal de seguir a Cristo con toda su vida. Y se
dejó tallar el alma por la obra que el Espíritu realiza en cada uno de nosotros a través del ministerio
confiado y de las personas a cuyo servicio lo puso.
Pero, es claro, en su hogar, en la escuela, en la universidad, en el noviciado, en la Compañía de
Jesús, que lo fueron introduciendo vitalmente en esa profunda espiritualidad eucarística que madura
con su vida. Y me atrevo a decir, que pedagoga de la Eucaristía en el corazón de Alberto Hurtado
fue también la Virgen María por quien profesó una inmensa devoción. No puedo dejar de vincular
esta pedagogía con lo que el Papa nos confiaba desde la Clínica Gemelli el Jueves Santo recién
pasado:
“ ¿Quién puede hacernos gustar la grandeza del misterio eucarístico mejor que María? Nadie cómo
ella puede enseñarnos con qué fervor se han de celebrar los santos Misterios y cómo hemos estar en
compañía de su Hijo escondido bajo las especies eucarísticas. Así pues, la imploro por todos
vosotros, confiándole especialmente a los más ancianos, a los enfermos y a cuantos se encuentran
en dificultad. En esta Pascua del Año de la Eucaristía me complace hacerme eco para todos
vosotros de aquellas palabras dulces y confortantes de Jesús: « Ahí tienes a tu madre » (Carta a los
sacerdotes)” (71-73).
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