Semana de la Liturgia

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X Semana de la Liturgia
“Santos Felipe y Santiago, apóstoles”
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El Triduo Pascual: historia, teología, pastoral
27-29 de abril de 2010
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El Triduo Pascual
LA CELEBRACION ANUAL DE LA PASCUA DEL SEÑOR1
La celebración del misterio pascual está en el centro de la fe y de la vida de la Iglesia. Es la
raíz del año Litúrgico. Vamos, pues, a trazar a grandes rasgos el origen y desarrollo de la teología y
la liturgia de esta celebración anual para poder ofrecer el significado de la liturgia pascual de la
Iglesia de hoy.
HISTORIA
La historia de los orígenes de la celebración de la Pascua cristiana es compleja. Su
investigación nos lleva, como en una peregrinación, a las fuentes, en que todo está contenido en un
único momento celebrativo. De este núcleo primitivo que es la celebración anual de la fiesta pascual
en un solo día, se desarrollará la realidad de la Pascua en dos direcciones. A nivel litúrgico nacen
múltiples celebraciones en torno al misterio pascual. A nivel doctrinal se profundizan numerosos
aspectos teológicos de cuanto se contiene en el misterio de la Pascua del Señor.
Sentido primitivo del misterio pascual: Cristo es la Pascua o Cristo es nuestra Pascua, o
también: el misterio de la Pascua es Cristo.
La Iglesia, por tanto, concentra en Cristo, muerto y resucitado, la realidad de la Pascua, que
no es ya un acontecimiento solo o un rito que se celebra, sino una persona viviente. Por lo tanto, en
el Señor tenemos la Pascua de la Iglesia.
Las raíces bíblicas
Siguiendo la exposición de R. Cantalamessa (La Pasqua della nostra salvezza, Torino,
Marietti, 1971), podemos recordar las raíces cósmicas y bíblicas de la celebración litúrgica de la
Iglesia.
Conviene recordar, ante todo, que en la base de la celebración pascual, aun antes de la
narración de los hechos del Éxodo, se puede encontrar un sacrificio ritual primitivo de la primavera,
hecho por los agricultores con la ofrenda de las primicias del pan ácimo y por los pastores con la
inmolación de un cordero.
Entre los momentos que caracterizan la Pascua del pueblo de la alianza recordamos estas
tres realidades progresivas.
 La Pascua del Señor o paso de Yahvé para salvar a su pueblo: Ex 12. Es el
primer significado de la Pascua como paso salvífico de Dios que preserva a los
primogénitos de Israel del exterminio.
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Estos apuntes, en realidad una síntesis, han sido tomados de una de las obras de un gran maestro de liturgia y espiritualidad. Me
refiero a: Castellano, J., El año litúrgico, memorial de Cristo y mistagogia de la Iglesia, Barcelona 1994.
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 La Pascua o paso de Israel a través del Mar Rojo, cuando el pueblo
milagrosamente escapa del Faraón y se abren las aguas del mar a su paso: Ex 14.
 La Pascua de los judíos. Los dos episodios anteriores son conmemorados
litúrgicamente por todas las generaciones cada año (cf. Dt 16,1-8). Es la Pascua
ritual que el pueblo de Israel ha celebrado y celebra todavía.
 La Pascua de Jesús. Sobre esta base se comprende el sentido de la Pascua de Jesús.
Asumiendo el trasfondo salvífico y algunos elementos rituales de estos tres
momentos pascuales, Jesús celebra y vive su Pascua, de la que los episodios
anteriores son un símbolo y una profecía.
Podemos distinguir tres momentos:
 la celebración de la cena pascual ritual en la última Cena, es la nueva cena de la
nueva Pascua que asume en parte y cambia la Pascua de los judíos.
 la muerte en la cruz se vislumbra como el cumplimiento de la inmolación del
verdadero Cordero pascual,
 la gloriosa resurrección es el verdadero y extraordinario paso de la muerte a la vida,
el éxodo de Cristo al Padre.
 La Pascua de la Iglesia. Fiel al mandato de su Señor de celebrar perennemente su
memorial, la Iglesia celebra su Pascua, que es Cristo, en una memoria litúrgica que
es precisamente el memorial de la nueva Pascua.
¿Indicios de una celebración pascual en los escritos apostólicos?
No existen, elementos válidos para admitir la hipótesis de una posible celebración anual de
la Pascua por parte de la primera generación de los discípulos de Jesús. Pero se pueden recordar
estos tres elementos:
 Pablo en 1 Co 5,7-8 hace alusión a nuestra Pascua que es Cristo y pide a los
cristianos la pureza de corazón, en la verdad y en la sinceridad.
 La primera carta de Pedro es interpretada por algunos como una gran celebración
vigiliar (¿anual?) en la cual algunos reciben el bautismo y los cristianos son
exhortados a la fortaleza.
 Las narraciones evangélicas de la pasión, y en modo particular la de Juan, muestran
con cuánto cuidado los discípulos han recordado los episodios de los últimos días de
la vida de Cristo.
LA CONTROVERSIA SOBRE LA PASCUA
Las primeras noticias acerca de una celebración anual de la Pascua nos han llegado a través
de una polémica acerca de la fecha de la misma celebración.
Los textos y las fechas
La controversia sobre la Pascua nos es conocida por el testimonio de Eusebio de Cesarea en
su Historia Eclesiástica. El famoso historiador presenta en su narración textos antiguos sacados de
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fuentes que nosotros ignoramos. La fecha de la controversia está fijada hacia finales del siglo II,
durante el pontificado del Papa Víctor (188-199). A través de los testimonios podemos remontarnos
casi a principios del siglo II para afirmar que ya entonces existía una tradición acerca de la
celebración de la Pascua anual en las iglesias del Asia Menor.
Los protagonistas
El gran protagonista es el Papa Víctor, que amenaza con excomulgar a los obispos del Asia
Menor por motivo de su celebración pascual, fijada el 14 del mes de Nisán. A esta amenaza de
excomunión responde Polícrates, obispo de Éfeso. Interviene como mediador y hombre pacífico,
Ireneo, obispo de Lyon.
La cuestión
La controversia versa sobre la fecha de la celebración de la Pascua y no sobre el sentido de la
celebración.
En Asia Menor, siguiendo una costumbre que parece se remonta hasta Juan Evangelista, se
celebra anualmente la Pascua el 14 de Nisán (en la misma fecha en que la celebraban los judíos), en
cualquier día de la semana que caiga esta fecha.
En Roma se celebraba el domingo que sigue al 14 de Nisán, también en fuerza de una
tradición apostólica que parece remonta al apóstol Pedro. Los Obispos de Roma quieren imponer el
uso romano que parece más de acuerdo con la tradición de la pascua dominical, para dar sentido
gozoso al acontecimiento. Víctor amenaza de excomunión a los obispos del Asia Menor que
rechazan la adhesión al uso romano.
Ireneo interviene como mediador, sabiendo bien que aquí se trata de diferentes usos
litúrgicos; y pide al Papa Víctor que conserve la paz y respete la antigua tradición asiática que se
remonta también a un legado apostólico.
Fin de la controversia
De todos modos, bien pronto la controversia es superada. En el siglo III no existen más
noticias acerca de una celebración del 14 de Nisán, sino que todos celebran la Pascua el domingo
siguiente. En Roma encontramos muy pronto establecida una fiesta anual de Pascua. En el Concilio
de Nicea (a. 325) se regula la cuestión pascual, pero no en el sentido de la controversia, ya
superada, sino para fijar una misma fórmula del cómputo del plenilunio de Pascua en toda la
Iglesia.
LA CELEBRACIÓN RITUAL DE LA PASCUA EN LA VIGILIA
Es justo preguntarse: ¿cómo se celebraba al inicio la gran vigilia de la Pascua? ¿Cuáles son
los elementos rituales?
La respuesta no es fácil. Una posible reconstrucción nos la ofrece Cantalamessa, que indica
algunas particularidades rituales en la Pascua occidental y en la oriental cuartodecimana:
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Pascua Occidental
Preparación - ayuno
Vigilia durante la noche
Lectura bíblica (Ex 14)
Bautismo (Trad. Apost)
Eucaristía
Agape
Pascua Oriental
Preparación – ayuno
Vigilia durante la noche
Lectura bíblica (Ex 12)
Bautismo
(Const.
Apost)
Eucaristía
Agape
Aunque el esquema es fundamentalmente idéntico, existen variantes en las lecturas, en la
fecha de celebración, en la duración del ayuno. Todo se desarrollaba durante la noche en un
ambiente iluminado, por tanto en un lucernario permanente, que poco a poco inspirará el solemne
rito de la luz con una referencia clara a Cristo luz del mundo. Pero al principio no tenemos algo
semejante a la bendición del cirio pascual y del Exsultet, que son de época posterior.
Algunos de estos elementos rituales, apoyándonos en los testimonios de los Padres de la
Iglesia:
El ayuno. Los cristianos se preparaban a la Pascua con un ayuno riguroso de al menos dos
días enteros (viernes y sábado). Este ayuno, según el testimonio de Tertuliano, está inspirado en las
palabras de Jesús: ayunarán cuando les sea quitado el Esposo (cf. Lc 5,35).
La gran vigilia nocturna. Al testimonio de la Didascalía acerca de la noche pasada en vela se
pueden añadir algunos testimonios de los Padres.
Gregorio de Nisa: «¿Qué hemos visto? El esplendor de las antorchas que eran llevadas en
la noche como en una nube de fuego. Toda la noche hemos oído resonar himnos y cánticos
espirituales».
Juan Crisóstomo: recuerda entre otras cosas como elementos celebrativos: «la predicación
de la santa palabra, las antiguas oraciones, las bendiciones de los sacerdotes, la participación en
los divinos misterios, la paz y la concordia».
Las lecturas y los salmos. Entre las lecturas que son señaladas aquí y allí por los Padres, es
necesario recordar:
El relato de la creación y quizás el sacrificio de Abrahán, el éxodo del pueblo hebreo Ex 1214, el evangelio de la Resurrección.
Entre los salmos vienen citados el 117 y los salmos bautismales 22 y 41 (42) con su
referencia a las aguas bautismales y a los otros sacramentos.
Los Padres dictan sus homilías, caracterizadas por un tono lírico kerigmático, mistagógico;
con referencias poéticas a la primavera, a los sacramentos pascuales, a la Resurrección y a nuestra
redención.
He aquí el hermoso texto con el que Basilio de Seleucia inicia con garbo una homilía
pascual: «Cristo con su Resurrección de entre los muertos ha hecho de la vida de los hombres una
fiesta»
Los ritos de la iniciación cristiana. Se puede afirmar que ya desde los primeros decenios
del siglo III se celebra el bautismo, la unción con el crisma, y la primera eucaristía de los neófitos,
con una variada expresividad de símbolos que los Padres comentan en sus homilías mistagógicas.
Cada rito es explicado en su significado místico. El sentido beso de paz intercambiado en la
asamblea expresa en este momento el gozo particular de la Vigilia Pascual.
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La Eucaristía. El centro de la celebración es la Eucaristía, en la que el Señor Resucitado se
hace presente y se entrega a la Iglesia. Es la unión nupcial con la Esposa. Los neófitos reciben la
comunión con el cuerpo y la sangre del Señor por primera vez y se les ofrece un cáliz en el que
saborean la leche mezclada con la miel, signo de su ingreso en la tierra prometida. La comunión
interrumpe el ayuno y surge la alegría del encuentro con el Señor Resucitado que se prolonga
cincuenta días.
El ágape. Con la Eucaristía se rompía el ayuno y con el ágape de la fraternidad se
participaba en el gozo común.
El Lucernario. Todo, lo hemos dicho, sucedía en la noche iluminada por las antorchas. Una
oscuridad vencida por la luz de Cristo, y por la luz de los cristianos que resplandecen en las
tinieblas con su vida de hijos de la luz.
Un verdadero y propio canto de alabanza en honor del cirio, símbolo de Cristo Luz, tal como
lo tenemos ahora en la liturgia romana, está atestiguada desde el siglo IV por Jerónimo. Pero el
texto actual de la Iglesia romana, que ha tenido muchas variantes en los siglos sucesivos.
La continuación de la fiesta. La fiesta iniciada en la vigilia se prolongaba durante todo el
día; más aún, por una semana entera y todavía después por cincuenta días.
Hemos hecho el esfuerzo de trazar e ilustrar la celebración de la Vigilia de Pascua tal como
era al inicio. Las evoluciones posteriores son más difíciles de describir.
De la Vigilia Pascual al Triduo sagrado y a la gran Semana
De la primitiva celebración de la Vigilia Pascual se pasa en el siglo IV a la celebración del
Triduo Pascual y de la gran Semana. Esto sucede por diversos motivos de tipo teológico y cultural y
se encarna en formas celebrativas ricas de contenido y de expresividad. La unidad celebrativa del
Triduo Pascual tiende después a romperse o a diluirse a lo largo de los siglos, hasta la reforma
actual del Misal de Pablo VI, precedida de la reforma de Pío XII.
Los inicios de una evolución
La preparación de la vigilia pascual con un ayuno ha ofrecido la ocasión a un primer
desarrollo teológico y ritual. El Viernes que precedía al domingo anual de Pascua no era un día
vacío, más aún, era considerado ya Pascua, en la ambivalencia del misterio :muerte-resurrección, y
pasión-paso. Como día de oración para la Iglesia, era destinado a una intensa lectura de la Palabra
de Dios.
Ya en el siglo IV tenemos algunos testimonios de este enriquecimiento en las expresiones de
Ambrosio: «Es necesario que nosotros observemos no sólo el día de la pasión, sino también el de
la resurrección... Este es el Triduo santo durante el cual Cristo ha sufrido, ha reposado y ha
resucitado»
Del Triduo sagrado -número simbólico con contenido real- que comprende el viernes, el
sábado y el domingo con la vigilia precedente, se pasa también a la observancia de la Semana Santa
que es llamada con diferentes nombres en la tradición litúrgica primitiva y posterior: Semana Santa,
pascual, mayor, grande, auténtica. A finales del siglo IV en Jerusalén y después, por imitación, en
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otras iglesias, la celebración de la Semana ocupará casi todo el tiempo de cada día, en el recuerdo
de cuanto ha sucedido en estos días según el evangelio.
Factores evolutivos y enriquecimiento de los ritos
Ante todo el factor teológico-psicológico. Hemos visto ya en los textos precedentes cómo en
torno al misterio de la Pascua se encuentra la meditación de la liturgia para recoger la riqueza y
complejidad del misterio de la gloriosa pasión, del único e indisoluble misterio de muerteresurrección.
Pero sin duda tiene una importancia decisiva el factor geográfico y el influjo de la Iglesia de
Jerusalén. Si para toda la Iglesia la memoria pascual era importante, para la Iglesia de Jerusalén esta
memoria, especialmente en tiempo de libertad, después de la segunda mitad del siglo IV, se
convierte en una ocasión propicia para recordar los acontecimientos en los mismos lugares, con
lecturas y oraciones adecuadas al lugar y a la hora.
La peregrina Egeria en su Itinerario nos ofrece un testimonio precioso para entender cómo
en Jerusalén se ritualizaba entonces la Semana.
El sábado que precede al Domingo de Ramos, se celebra en Betania, en el Lazarium, la
conmemoración de la resurrección de Lázaro y del banquete de Jesús con Marta y María.
El Domingo de Ramos, del monte de los Olivos se va a Betfagé y de allí en procesión con el
obispo hasta la Anástasis, imitando cuanto hicieron con Jesús cantando himnos y antífonas. «Todos
los niños de aquellos lugares, aun los que no pueden ir a pie por ser tiernos y sus padres los llevan
al cuello, todos llevan ramos, unos de palmas, otros de olivo; y así es llevado el obispo en la misma
forma que entonces fue llevado el Señor».
Lunes, martes y miércoles se tienen otras celebraciones; el miércoles toda la gente participa
conmovida en la conmemoración de la traición de Judas: «los lamentos y gemidos son tales que es
imposible no conmoverse hasta las lágrimas en aquel momento».
El jueves, además de la celebración de la Eucaristía, se hacen vigilias de oración y de
lecturas para recordar la agonía de Jesús en Getsemaní.
El viernes se leen todos los textos del AT y del NT que sé refieren a la pasión y se venera la
cruz, con gran conmoción, lágrimas y sentimientos de dolor.
El sábado «se preparan las vigilias pascuales en la iglesia mayor», que después se hacen
«como entre nosotros», con la particular y sugestiva lectura de la Resurrección ante el sepulcro
vacío. La fiesta continúa durante todo el domingo «como entre nosotros».
El factor ritual tiene también su importancia. Cuando la liturgia pasa de la primitiva
simplicidad a una siempre creciente ritualización por razones comprensibles de inculturación, en
torno a la Semana Santa, surgirá el deseo de hacer visible y representar el misterio celebrado con
ritos específicos que imitan en los gestos algunas realidades: procesión con las palmas y ramos de
olivo, adoración de la Cruz.
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Ulteriores desarrollos medievales
En la Edad Media, por una serie de factores de tipo teológico y cultural, incluida la
incomprensión de la lengua latina usada en las celebraciones y reemplazada por las lenguas
vernáculas en la vida ordinaria, tienen lugar otros desarrollos en la celebración de la Semana Santa.
En ello influye una cierta descomposición de la unidad teológica pasión-resurrección en favor de la
pasión del Señor. Se desarrolla la tendencia a hacer la liturgia drama sagrado. El hombre de la Edad
Media, romántico y folclórico, quiere ver y participar. Es creativo e inventa hasta donde puede,
dentro y fuera de la liturgia.
La procesión de Ramos se hace con el Santísimo Sacramento o con un libro de los
evangelios.
La reserva del Santísimo Sacramento en el Jueves Santo, por influjo de la controversia
contra Berengario que niega la presencia real, se convierte en un momento litúrgico importante para
afirmar la verdad de la presencia de Cristo en la Eucaristía. Se convierte, a partir del siglo XI, en
una especie de adoración y de vela ante el monumento. El lugar de la reposición se convierte en
símbolo del sepulcro. Por otra parte la rica documentación de los evangelios sobre la pasión suscita
el deseo de «representarla» con los personajes, los episodios, las personas y los gestos que hacen
visible el drama de la pasión.
El lavatorio de los pies, que como gesto de caridad ya era testimoniado por Agustín, entra en
la celebración con una ritualización que tendrá un gran éxito en los siglos posteriores.
La evolución final antes de la reforma litúrgica
La gran Vigilia Pascual terminó por desaparecer en la Edad Media, por la tendencia a anticipar el
momento del comienzo de la celebración que, al parecer excesivamente prolija por las lecturas y
perdido ya el sentido bautismal de la celebración. Ya en el siglo XII en los libros litúrgicos se llega
a fijar como posible hora de comienzo a la mañana del sábado.
Se introdujo la bendición del fuego nuevo de modo natural, con el pedernal, o el auxilio de
una lupa, concentrando en el cristal los rayos del sol. Se desarrolla al máximo la ceremonia del cirio
pascual, que es adornado, bendecido, consagrado y ungido, aunque los textos que hablan de la
noche dichosa se canten en pleno día. Se cantan las letanías de los santos y se bendice con ritos
complejos y largos la fuente bautismal, aunque no haya bautismos.
Una misa en la mañana de la Resurrección tratará de colmar esta situación anómala. Era la
misa de la aurora.
El Viernes Santo era un día alitúrgico por excelencia, sin celebración eucarística; un día de
oración en el cual, en ciertos lugares, se leía todo el Salterio. Se introduce, como en la Ciudad santa,
la adoración de la Cruz. En la tradición romana se tiene una sobria liturgia de la palabra con la gran
oración universal.
En algunos lugares se dramatiza la adoración de la Cruz, se despojan los altares, y finalmente se
hace la reposición de la Cruz y la Eucaristía hasta la vigilia pascual. La piedad popular se enriquece
con el ejercicio del Via Crucis.
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El Jueves Santo es al principio el fin de la Cuaresma, día de la reconciliación de los
penitentes y de los ritos bautismales preparatorios. A partir del siglo V en Roma aparece cargado de
celebraciones con formularios.
El Domingo de Ramos se llama también de pasión o de los competentes al bautismo. En
Jerusalén y en otras iglesias de Oriente (Constantinopla, Edesa) se ritualiza el misterio del ingreso
del Señor.
La primitiva celebración romana está compuesta solamente por una sobria misa en la que se
proclama la pasión del Señor, con la que se entra en los días santos de la Semana Santa. En torno a
la procesión de los Ramos se desarrolla una participación gozosa y folclórica. Tiene una
importancia particular el asno que en algunos lugares era una imagen de madera, provisto de ruedas;
sobre él se colocaba la estatua del Salvador. ¡Se llega incluso a componer himnos que imitan el
rebuzno del asno!
Toda esta tradición medieval ha convivido durante la época moderna, hasta mitad del siglo
XX, con los textos y normas de la reforma efectuada por el Misal de San Pío V en 1570.
Después de una larga evolución litúrgica, tras el redescubrimiento de la liturgia pascual de la
época de los Padres en el movimiento litúrgico llegan las primeras reformas de la Vigilia Pascual y
de la Semana Santa por parte de Pío XII en 1951. El Misal de Pablo VI ha fijado definitivamente la
celebración litúrgica actual a la que debemos referimos.
TEOLOGIA DEL TRIDUO PASCUAL
Podemos preguntamos cuál es la teología del Triduo Pascual como unidad. Celebramos la
Pascua del Señor en la plenitud de su sentido salvador. Celebramos a Cristo nuestra Pascua. A la luz
de la liturgia queremos, sin embargo, reflexionar acerca de la unidad de la única Pascua del Señor
en sus tres momentos fundamentales del Triduo Pascual.
«La Iglesia celebra cada año los grandes misterios de la redención de los hombres desde la
Misa vespertina del Jueves «en la Cena del Señor» hasta las vísperas del domingo de Resurrección.
Este período de tiempo se denomina justamente el «triduo del crucificado, sepultado y resucitado»
(S. Agustín); se llama también «Triduo Pascual» porque con su celebración se hace presente y se
realiza el misterio de la Pascua, es decir el tránsito del Señor de este mundo al Padre. En esta
celebración del misterio por medio de los signos litúrgicos y sacramentales, la Iglesia se une en
íntima comunión con Cristo su Esposo».
Si se acoge con docilidad la tradición viva de la Iglesia y se valora justamente la celebración
del Jueves Santo, no es suficiente, a nuestro parecer, evocar la importancia de los misterios que esta
celebración vespertina conmemora -la institución de la Eucaristía y del sacerdocio, el mandamiento
del amor fraterno- con un cierto peligro de caer en un devocionalismo sentimental. Urge, más bien,
justificar con toda normalidad el carácter típicamente pascual de esa Cena del Señor, celebrada por
la Iglesia, dentro del dinamismo de la única Pascua del Señor, con una atención hacia los momentos
con que Jesús celebró su Pascua y una coherente celebración de esos momentos en la liturgia de la
Iglesia; precisamente cuando en el corazón del año litúrgico, el Triduo Pascual, se conmemoran y se
hacen presentes en el memorial litúrgico, los máximos misterios de nuestra redención.
Esta sencilla reflexión litúrgica aboga por una plena justificación de la visión actual que la
Iglesia tiene del Triduo Pascual y trata de ilustrarla para celebrar ahora, como Jesús la vivió en su
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tránsito de este mundo al Padre, la única Pascua salvadora, Pascua de nuestra salvación que es el
mismo Cristo, en la Cena, en la Cruz, en la Resurrección.
Una cierta simetría bíblica
La verdadera Pascua, como comentarán los antiguos homiletas cristianos, es la de Jesús. La
de Israel fue una profecía, una maqueta en relación con el edificio acabado, como sostiene Melitón
de Sardes.
En la Pascua del AT podemos distinguir tres momentos esenciales. El primero es la
inmolación del cordero cuya sangre marcará las puertas de los israelitas. El segundo es la liberación
de Egipto con el paso del Mar Rojo. El tercero es la celebración litúrgica de este acontecimiento
salvador.
El cumplimiento de la Pascua antigua por parte de Jesús se realiza a partir de este último momento
ritual, renovación y cumplimiento que Él relanza hacia los acontecimientos que van a culminar en
su muerte y su resurrección. La última Cena del Señor no es sólo la sustitución ritual de la Cena
pascual de los judíos, sino que es además la anticipación ritual del misterio de su pasión y el
anuncio de su resurrección gloriosa.
El segundo momento es su inmolación voluntaria en la Cruz. En Él se cumple el misterio del
Cordero inmolado en la Pascua de los judíos.
El tercer momento pascual de Jesús, es su Resurrección, verdadera liberación de la muerte,
auténtico paso del Mar Rojo, no simplemente de una orilla a otra -¡siempre de una vida mortal
como en el caso de Israel!- sino de este mundo al Padre, de la vida mortal a la vida gloriosa y
definitiva.
Los tres momentos de la única Pascua
La Iglesia renueva en el Triduo Pascual el memorial de la única Pascua de Jesús, realizada
en tres momentos consecutivos e indisolublemente entrelazados. En el Jueves Santo se hace
memoria de la Cena de la nueva Pascua. En el Viernes Santo se celebra la Pascua del Cordero
Inmolado. En la Vigilia Pascual se celebra el tránsito glorioso de Cristo, la victoria sobre la muerte,
la realización completa del éxodo pascual de los judíos a la que toda la Iglesia participa ya mediante
el bautismo y la eucaristía, sacramentos que nos unen al Crucificado-Resucitado.
Es justo resaltar la honda resonancia pascual que tiene el Jueves Santo. Jesús sustituyó la
cena ritual de una Pascua antigua con la institución de una cena nueva de la Pascua definitiva. Es
también importante para la Iglesia que en ese día puede acentuar el sentido pascual de la Eucaristía,
misterio de la Pascua del Señor, síntesis de todos los misterios, memorial de la pasión redentora y
de la resurrección salvadora.
Si el momento culminante del Triduo Pascual es la celebración eucarística de la Vigilia,
cuando Cristo Resucitado y glorioso se hace presente a la Iglesia Esposa con su cuerpo y su sangre
gloriosos, transidos de pasión y pletóricos de la fuerza del Espíritu, no se puede olvidar que todo fue
anunciado en el Cenáculo y que la Iglesia no ha perdido la memoria, sino que ha conservado en el
corazón la palabra que permite celebrar la Pascua de Jesús con el nuevo rito por El instituido:
«Haced esto como memorial mío».
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Así la Vigilia Pascual y el Jueves Santo se reclaman recíprocamente y ambos se concentran
en el misterio de la Cruz gloriosa del Viernes Santo, en la inmolación del Cordero.
CELEBRACIÓN LITÚRGICA
La liturgia del Triduo Pascual
La celebración del Triduo Pascual empieza en la tarde del Jueves Santo y se prolonga hasta
las vísperas del Domingo de Resurrección.
Los elementos fundamentales los tenemos en las tres celebraciones pascuales a las que
dedicamos toda nuestra atención.
Todo adquiere un sentido profundo y hermoso en clima de oración, de ayuno, de espera de
los santos días de nuestra salvación.
Jueves Santo: la Pascua de la Cena del Señor
El Jueves santo celebra el misterio del Cenáculo que mira hacia la cruz y la resurrección.
Jesús anticipa su oblación en perspectiva de victoria. Instituye el memorial de su sagrada pasión. La
Iglesia cumple el memorial de este misterio ritualizando la proclamación de las palabras de Jesús,
sus gestos, la celebración eucarística y permaneciendo en adoración de su presencia eucarística.
He aquí los cuatro momentos fundamentales de esta celebración:
La liturgia de la Palabra. Hay una íntima conexión entre las lecturas en un pleno contexto
pascual:
1ª lectura: Ex 12,1-8,11-14: la Cena pascual de Israel.
2ª lectura: 1 Co 11,23-26: la institución de la Eucaristía.
Evangelio: Jn 13,1-15: el mandato y ejemplo del amor-servicio.
La primera lectura recuerda el ambiente pascual en el que se ha desarrollado también la
Cena de Jesús y el carácter pascual de su inmolación. La segunda transmite la «parádosis»
apostólica acerca de la institución de la Eucaristía en clima de fraternidad, en sentido pascual de
proclamación de la pasión-resurrección-parusía. El evangelio de Juan nos introduce en el Cenáculo
donde las palabras del Maestro tienen su realización en el lavatorio de los pies, ejemplo de servicio,
signo y anticipación de su amor hasta el extremo, hasta el don de la vida (Jn 13,1).
El lavatorio de los pies. Siguiendo una antigua costumbre, se ritualiza el gesto apenas leído
en el evangelio del lavatorio de los pies, para expresar juntamente el sentido de kénosis y de caridad
que es característico de la Pascua de Jesús.
La liturgia eucarística. En la plegaria eucarística, las palabras de la consagración proponen
el hoy del canon romano, extendido ahora a las otras plegarias, para actualizar más si cabe el
memorial de la institución de la Eucaristía en este día, con otros elementos eucológicos como el
prefacio de la Eucaristía. La concelebración de la Eucaristía resalta la unidad del sacrificio, del
sacerdocio y del pueblo de Dios. La comunión bajo las dos especies para todos los fieles pone de
relieve la plena participación en el misterio eucarístico del Cenáculo donde nace el nuevo Pueblo de
la Nueva Alianza.
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La reserva del Santísimo Sacramento. El gesto funcional de conservar las especies
sacramentales para la comunión del día siguiente y la tradición popular de la veneración del
Santísimo se transforman en un momento altamente significativo de profesión de fe, de adoración
de la presencia continua del Señor en su Iglesia, casi en una continuación de la escucha de las otras
palabras dichas por Jesús en la última Cena, hasta su oración sacerdotal. Todo se realiza con
solemnidad en la reserva, con sobriedad en la continuación de la adoración.
La Cena de la Pascua: elementos pascuales del Jueves Santo
La liturgia de la Misa vespertina de la Cena del Señor es típicamente pascual. La luz nos llega a
través de la liturgia de la palabra.
La primera lectura, Ex 12,1-8.11-14, nos habla de la Pascua de la inmolación del Cordero, la
que se hizo en Egipto y la que el pueblo tendrá que celebrar como memorial, fiesta en honor del
Señor, de generación en generación.
La segunda lectura, con el texto de 1 Co 11,23-26 sobre la institución de la Eucaristía, nos
recuerda el misterio de la Cena del Señor, la nueva Pascua, cuyo memorial se tendrá que celebrar
hasta que el Señor vuelva en la gloria. La Cena de Jesús mira a la Cruz. La Cena pascual de la
Iglesia ve ya la Cruz a la luz de la Resurrección. Los tres momentos son indisolubles.
El evangelio de Juan 13,1-15 tiene también su sabor pascual, sobre todo en las primeras
palabras con que se abre el capítulo acerca de la Cena: «Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús
que había llegado la hora de pasar de mundo al Padre... ». A san Agustín, por ejemplo, le gustaba
relacionar la etimología de Pascua con el tema del paso, del tránsito, fundándose especialmente en
Jn 13,1. He aquí una serie de textos:
 «Casi queriendo interpretar para nosotros este nombre de Pascua que en latín
significa tránsito, el evangelista dijo: Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús
que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre... » He aquí la Pascua, el
paso. ¿De dónde y hacia dónde? De este mundo al Padre» (In Ioan. 55,1: PL
35,1784).
 «A través de la pasión, Cristo pasa de la muerte a la vida y nos abre el camino a
cuantos creemos en su resurrección para que pasemos también nosotros de la muerte
a la vida» (Enarr. in Ps. 120,6: PL 37,1609).
 «Pascua significa paso. El Señor mismo lo ha insinuado al decir: «Quien cree en mí
pasa de la muerte en la vida» (Jn 5,24). Pero hemos de creer que el evangelista ha
querido expresar esto cuando, estando el Señor preparándose para celebrar la Pascua
con sus discípulos en la última Cena, dijo: Viendo Jesús que había llegado la hora de
pasar de este mundo al Padre... El paso de esta vida mortal a la otra vida inmortal, es
decir de la muerte a la vida, se ha realizado en la pasión y resurrección del Señor»
(Ep 55,1,2:PL 33,205).
El Triduo Pascual empieza con este solemne anuncio porque la verdadera Pascua es la
pasión y resurrección del Señor, como dice Agustín. Jesús celebra su cena con esta dimensión
pascual. Y así también la actualiza la Iglesia en la misa vespertina de la Cena del Señor.
El centro de la celebración, la Eucaristía, se carga en la tarde del Jueves de todo el
significado pascual. El «hodie», el «hoy» que actualiza las palabras de la narración de la Institución,
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hace de esta celebración el memorial de la pasión salvadora, pero con la perspectiva de una
actualización del misterio del Cenáculo. ¿Cómo no recordar aquí con los Padres de Oriente y de
Occidente el carácter pascual de la última cena? Gregorio Nacianceno a firma: «El Señor dio el
misterio de la Pascua a sus discípulos en el Cenáculo, durante la cena y el día antes de su pasión»
(PG 36,401). Y san Jerónimo recuerda: «El Salvador de los hombres celebró la Pascua en el
Cenáculo cuando dio a sus discípulos el misterio de su cuerpo y de su sangre, entregándonos así a
nosotros la fiesta eterna del cordero inmaculado» (PL 25,399).
Cena del Señor, misterio de la Pascua. Eucaristía instituida como perenne memorial de la Pascua
del Señor; cada vez que la celebramos es siempre Pascua, aun fuera del Triduo Pascual. Así lo
afirma Dídimo de Alejandría: «Celebramos la Pascua cada año y también cada día e incluso cada
hora, cada vez que participamos del cuerpo y de la sangre del Señor. Y esto lo saben todos aquellos
que han sido hechos dignos del misterio altísimo y eterno» (PG 39,906). Y san Agustín, con más
vigor todavía, quiere calmar las nostalgias que los cristianos de Hipona tienen de las fiestas
pascuales con esta enjundiosa anotación: «La celebración cotidiana de la Pascua debe servirnos
como continua meditación de todas estas cosas. No hemos de creer que estos días de Pascua sean
tan fuera de lo común que lleguemos a descuidar la memoria de la pasión y de la resurrección que
hacemos cuando cada día nos nutrimos de su cuerpo y de su sangre. Sin embargo, la presente
solemnidad tiene el poder de recordar a nuestra mente con mayor claridad, excita con más fervor y
nos alegra con más intensidad, ya que al celebrarla a distancia de un año nos pone ante la mirada la
memoria de lo que aconteció» (Sermo Wilmart, 9,2, citado por Cantalamessa, La Pasqua ... p. 229230). Más sintético y claro todavía Juan Crisóstomo: «Cada vez que con conciencia pura te acercas
a la Eucaristía celebras la Pascua. Pascua es, en efecto, celebrar la muerte del Señor» (PG 48,870).
Viernes santo: celebración de la Pasión del Señor
La estructura actual, fruto de una síntesis de diferentes tradiciones, puede ser justificada de
este modo:
Pasión proclamada: liturgia de la palabra.
Pasión invocada: oraciones solemnes.
Pasión venerada: adoración de la Cruz.
Pasión comunicada: comunión eucarística.
La liturgia de la Palabra: Pasión proclamada. Después de una breve y austera procesión
penitencial, es proclamada la Pasión en esta perspectiva:
1ª lectura: Is 52,13-53,12: la profecía del Siervo de Yahvé.
2º lectura: Hb 4,14-16; 5,7-9: la obediencia del Hijo.
Evangelio: Jn 18,1-19,42: pasión de Jesús.
La primera lectura efectúa la proclamación profética y ritual de los cantos del Siervo del
Deutero-Isaías, realizada en la pasión de Jesús. En la segunda el teólogo de la carta a los Hebreos
ofrece una lectura de la pasión en clave de sacerdocio y de experiencia obediencial del Hijo. Juan,
testigo y teólogo, presenta la liturgia de la Cruz, en una narración donde Jesús inmolado aparece en
su exaltación sobre la Cruz, a la vez Cordero inmolado y Rey de las gentes.
Pasión invocada: las solemnes oraciones. Estructuralmente esta oración universal forma
parte de la liturgia de la Palabra. Si resaltamos su característica de pasión invocada es para subrayar
que en este día en que se celebra la pasión de Cristo por la salvación de todos, la Iglesia extiende los
brazos y el corazón para elevar una solemne y universal oración de intercesión por la salvación del
mundo, con las diez solemnes oraciones, cuyas raíces se encuentran en la antigua liturgia romana.
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Es interesante resaltar, para una adecuada expresión celebrativa de estas oraciones, la
proclamación de las intercesiones y la oración para cada categoría.
Pasión venerada: la adoración de la Cruz. Una doble ritualización pone ante los ojos la
sagrada pasión: la presentación de la Cruz como árbol de la vida y la adoración de la Cruz con un
simple signo de amor y de gratitud, como el beso de la Esposa al Esposo Crucificado.
Se celebra la exaltación de Cristo, se le contempla, se adhiere con la mente, el corazón y los
labios a este misterio.
Se proponen antiguos textos de la liturgia romana y oriental como los improperios y la antífona
también oriental «Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos. Por el
madero ha venido la alegría al mundo entero». Es un texto bizantino que confiesa la indisoluble
unión entre pasión y resurrección.
Pasión comunicada: la comunión eucarística. No hay celebración eucarística, según la
antigua costumbre de la Iglesia; pero no falta una comunión con el Christus passus, que permite
entrar en el misterio mediante la unión sacramental con el cuerpo entregado por nosotros, con la
sangre derramada por nosotros.
La Pascua del Cordero Inmolado: resonancias pascuales del Viernes Santo
La celebración de la Pasión del Señor en la tarde del Viernes Santo es el segundo momento
de la Pascua de Jesús: la inmolación del cordero.
No hace falta insistir en ello: tan clara es la tradición pascual que subraya el cumplimiento
de las profecías y de las figuras de la Pascua judía en el misterio de la cruz de Cristo. Sería
suficiente releer las páginas de densa teología y de belleza poética de las homilías pascuales de
Melitón de Sardes y del Anónimo cuartodecimano. Melitón de Sardes parece hacer presente a
Cristo en medio de la asamblea que celebra la noche de Pascua el misterio central de los cristianos y
los interpela con esta revelación: «Recibid la remisión de los pecados. Yo soy vuestra remisión. Yo
soy la Pascua de la salvación. Soy yo el Cordero inmolado por vosotros, vuestro rescate y vuestra
vida, vuestra luz y vuestra salvación, vuestra resurrección y vuestro Rey» (In S. Pascha, n. 103).
Tan presente está en su homilía pascual el tema de la inmolación del Cordero que el primer editor
de esta obra maestra pensó que se trataba de una homilía acerca de la Pasión y no de la Pascua.
Aunque, como sabemos, una cierta tradición quería interpretar la Pascua como pasión,
jugando con una etimología impropia de la palabra hebrea Pascua, que hacía derivar del griego
paschein, padecer, la intuición que acumula el significado del Cordero inmolado y del ritual pascual
es certera. La Pascua de Israel se cumple en la pasión de Jesús. Y el Cordero inmolado por los
israelitas prefigura a Cristo, Cordero inmolado e inmaculado. El centro de esta predicación y de esta
celebración ritual lo tenemos en la proclamación de la pasión de Juan en el Viernes Santo. Con dos
anotaciones sugestivas. Juan ha colocado el misterio de la muerte de Jesús en el mismo momento de
la Parasceve, cuando se inmolaban en el templo de Jerusalén los corderos de la Pascua de aquel año;
así quiere resaltar que Jesús es el cumplimiento de la figura del Antiguo Testamento. La sangre que
brota del costado de Jesús es sangre de expiación y salvación, porque lo da a entender con la finura
teológica de sus alusiones simbólicas, ya que Jesús es el Cordero verdadero, el que quita el pecado
del mundo, al que no le quebrarán los huesos. La Iglesia presenta ante los ojos de toda la asamblea
al Crucificado, manso Cordero ofrecido por nosotros, llevado al matadero y cargado con nuestros
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pecados, como se lee en la primera lectura de Isaías que en el cuarto cántico nos presenta al SiervoCordero. Profecía cumplida. Figura realizada.
Los Padres tienen siempre la palabra justa para comprender y presentar el misterio; como
Cromacio de Aquileya en este sermón de Pascua: «La verdadera Pascua es la pasión de Cristo; de
aquí ha tomado el nombre. Nos lo muestra claramente la palabra del Apóstol cuando dice: Nuestra
Pascua es el Cristo inmolado... He deseado ardientemente comer esta pascua con vosotros.
Comemos, pues, la pascua con Cristo porque él nos apacienta a los que él mismo salva. Es él el
autor de la Pascua, el autor del misterio. El cumplió llevando a término la festividad de esta Pascua
para podemos alimentar con el manjar de su pasión y poder recreamos con el cáliz de la salvación»
(Serm.17,A, citado por Cantalamessa, La Pasqua ... p. 225, nota 17).
Por eso la Iglesia, aunque no celebre la Eucaristía en la tarde del Viernes Santo, no se
resigna a privarse de la comunión que la pone en contacto con el misterio de aquél que Pablo llama
nuestra Pascua inmolada.
La Vigilia Pascual
Después de un día de silencio, de oración y de ayuno, nos disponemos a celebrar la Pascua,
el paso, la Resurrección del Señor. La Vigilia Pascual es la Pascua del Señor y la Pascua de la
Iglesia, origen y raíz de todo el año litúrgico. La estructura actual recupera el pleno sentido de la
antigua celebración pascual en el corazón de la noche. Debe ser celebrado como vigilia completa
hasta las primeras horas del alba, sin anticipaciones que tergiversan el sentido simbólico y real, sin
reducciones que desvirtúan el sentido y el gozo de esta noche esperada durante todo un año.
En esta celebración de la Vigilia reciben su consagración pascual las palabras, las oraciones,
los sacramentos y los símbolos de la Iglesia, que son prolongaciones e irradiaciones de la Pascua.
Todo es nuevo, todo confiere novedad a la Iglesia en los grandes símbolos cristológicos y litúrgicos.
Estos grandes símbolos son: la asamblea santa, que es siempre la Esposa y la comunidad del
Resucitado. El tiempo nuevo, que es siempre, de noche y de día, tiempo pascual insertado ya en
nuestro hoy que es Cristo. La espera vigilante, celebración de la presencia y del retorno definitivo
del Resucitado. La luz pascual, que desde el Génesis al Apocalipsis bajo el signo de Cristo luz del
mundo lo inunda todo. El fuego nuevo, que recuerda la columna de fuego y el fuego del Espíritu
encendido por el Resucitado en los corazones de los fieles. El agua regenerad ora, signo de la vida
nueva en Cristo, fuente de la vida. El crisma santo de la unción espiritual de los bautizados. El
banquete nupcial de la Iglesia: en el pan y en el vino de la Eucaristía tenemos el banquete
escatológico, la comida del Resucitado y con el Resucitado. El canto nuevo del aleluya pascual,
himno de los redimidos, cantar de los peregrinos en camino hacia la patria.
Todos los otros símbolos son pascuales: la cruz, el altar, el ambón, el libro. Sobre todo, por
la importancia ritual de la Vigilia, el Cirio pascual, signo de Cristo que ilumina con su presencia la
asamblea. Todo, durante todo el año, será signo de Cristo resucitado. El templo, su morada; el
tiempo, espacio histórico donde él se hace presente. El altar, el sepulcro nuevo; el ambón, el jardín
de la resurrección desde donde se anuncia el «kerigma» de la resurrección y Cristo explica las
Escrituras.
La estructura de la Vigilia Pascual, que en parte refleja la antigua celebración pascual, como
hemos visto en la historia, puede ser interpretada de la siguiente manera:
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Lucernario: pascua cósmica.
Liturgia de la palabra: pascua de la historia. Ritos bautismales: pascua de los neófitos.
Liturgia eucarística: pascua de los fieles.
El lucernario con la liturgia del fuego y de la luz nos sitúa en la pascua cósmica, marca el
paso primordial de las tinieblas a la luz, la alegría del universo. La procesión con el cirio recuerda el
camino del pueblo elegido guiado por la columna de nube; el ingreso en el templo con la explosión
gozosa del Exultet expresa el camino de la Iglesia, guiada por Cristo.
La liturgia de la palabra, proclamada a la luz del cirio pascual, hace revivir la pascua
histórica, la progresiva historia de la salvación y el cumplimiento de las promesas, como un
designio del amor del Padre que se realiza en el misterio de Cristo.
La liturgia bautismal es la pascua de la Iglesia, la experiencia de los brotes nuevos en la
nueva primavera del cuerpo de la Iglesia, el ingreso en el misterio por parte de los bautizados.
La liturgia eucarística es pascua perenne y escatológica en el encuentro sacramental con la
vida nueva en el Resucitado.
Tratamos ahora de presentar con más detalles algunos elementos, remitiendo obviamente a
los textos proclamados en la gran mistagogía pascual de esta dichosa noche.
La liturgia de la luz. Con la lógica bendición del fuego nuevo para encender la nueva luz, se
recuerda que estamos en la noche donde todo se renueva en aquél que hace nuevas todas las cosas.
El cirio es bendecido y adornado porque es símbolo de Cristo luz. La procesión de las tinieblas a la
luz, la peregrinación de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, guiada por la columna de fuego,
iluminación bautismal que cada uno recibe de Cristo para ser siempre hijo de la luz.
La proclamación del anuncio pascual es momento solemne y antiguo, lírico y cargado de
teología y de pathos que debe realizarse en una atmósfera de fe y de gozosa escucha, con plena
participación.
El texto actual contiene estos momentos:
 invitación al gozo pascual a la asamblea del cielo, a la tierra, a la Iglesia entera, a la
asamblea reunida;
 la gran oración de bendición y de exaltación de la Pascua del Señor, la noche dichosa,
síntesis de las noches salvíficas de Dios en la historia de la salvación;
 el canto de la teología de la redención pascual: «¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!».
Es la noche verdaderamente dichosa que reconcilia la tierra al cielo y al hombre a su
Creador. Se canta la victoria de Cristo, victoria de los cristianos;
 el ofrecimiento de la alabanza de la Iglesia y del signo luminoso del cirio pascual.
La liturgia de la palabra. Se vuelve a la antigua estructura celebrativa de una gran vigilia de
lecturas, de oraciones y de cantos. La proclamación de la palabra de Dios se hace simbólicamente a
la luz de Cristo Resucitado, centro del cosmos y de la historia. Las lecturas actuales tienen un triple
carácter simbólico. Son lecturas progresivas de la historia de la salvación; tienen un carácter
cristológico; poseen una estrecha relación con el bautismo. A la proclamación sigue el salmo o
cántico. A continuación, la oración de la Iglesia expresa el sentido tipológico de la lectura.
He aquí una síntesis de la liturgia de la palabra de la Vigilia Pascual.
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1ª lectura: Gen 1,1-2,2: el inicio, la creación.
Salmo: Sal 103: la maravilla de la creación.
Oración: memoria de la creación y de la re-creación en Cristo.
2ª lectura: Gn 22,1-18: el sacrificio de Abrahán.
Salmo: Sal 15: referencias mesiánicas a Cristo Resucitado.
Oración: de la fe de Abrahán a la fe de los bautizados en Cristo.
3ª lectura: Ex 14,15-15,1: el paso del Mar Rojo, pascua de Israel.
Cántico: Ex 15,1-7a-17-18: cántico de Moisés por la liberación pascual.
Oración: el paso del Mar Rojo figura de la pascua bautismal.
4ª lectura: Is 54,5-14: fidelidad de Dios Creador y Redentor.
Salmo: Sal 29: Dios misericordioso y salvador.
Oración: de la paternidad de Dios a la esperanza de la salvación.
5ª lectura: Is 55,1-11: vocación a una alianza eterna.
Cántico: Is 12,2.4-6: ¡Dios es nuestra salvación!
Oración: los profetas han anunciado la salvación en el Espíritu.
6ª lectura: Ba 3,9-15.32-4-4: en el esplendor de la luz sapiencial.
Salmo: Sal 18: bondad y hermosura de la ley del Señor.
Oración: la Iglesia crezca con los nuevos hijos.
7ª lectura: Ez 36,16-17a.18-28: una alianza nueva, un corazón nuevo.
Salmo: Sal 41: sed del agua viva, del Dios viviente.
Oración: hoy se cumplen las promesas.
A continuación se canta con solemnidad el Gloria, antiguo himno de la mañana, que por su
alusión a las palabras del Ángel no puede menos de evocar en esta noche santa el sentido pascual de
la encarnación y del nacimiento de Cristo. La oración colecta evoca la noche santísima, la gloria de
la Resurrección, la renovación de todos los hijos en la adopción.
Sigue la liturgia de la palabra:
8ª lectura: Rm 6,3-11: el bautismo, misterio pascual.
Salmo: Sal 117: la victoria pascual de Cristo. Este es el día en que actuó el Señor.
Aleluya: solemne anuncio del canto nuevo, con la triple proclamación ritual del Aleluya.
Evangelio: el kerigma de la Resurrección: Mt 28,1-10 (A), Mc 16,1-8 (B), Lc 24,1-12 (C).
A este punto se continúa con la homilía, que en el estilo de la tradición patrística debería ser
kerygmática, mistagógica y pascual.
La liturgia bautismal. Sigue la liturgia bautismal con la invocación de los santos, la
bendición de la pila bautismal y todos los otros ritos del bautismo y de la confirmación cuando hay
adultos para bautizar. Si no hay bautismos, se pasa en seguida a la bendición del agua lustral, a las
renuncias y promesas del bautismo, con la aspersión del agua. Es el recuerdo memorial de la Pascua
y del bautismo. Termina con la oración de los fieles.
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La liturgia eucarística. Encuentro con el Cristo resucitado en su sacrificio pascual, en la
comunión con El, con los elementos propios de la oración para esta noche santísima en el canon
romano y en las otras plegarias eucarísticas. Una monición prepara a los neófitos a la primera
eucaristía. La celebración se cierra con la invitación pascual al final de la misa para llevar a todos el
anuncio del Cristo Resucitado.
La Vigilia Pascual: el éxodo pascual de Cristo y de la Iglesia
La perspectiva pascual cambia en la celebración de la Resurrección del Señor, a partir de la
Vigilia solemne que es la raíz y el culmen de todo el año litúrgico. La Cena que vislumbraba el
triunfo y la inmolación del Cordero se convierten ahora en Pascua salvadora, presencia de Cristo
Resucitado en medio de la Iglesia.
El punto de referencia pascual es ahora el Éxodo, el paso del mar Rojo como epopeya
salvadora de Yahvé y liberación del pueblo de Israel. Pero todo se cumple en Cristo. Ha pasado otro
mar, el de la muerte, y se ha encontrado en otra orilla, la de la vida gloriosa. Y en la muerte, ha
vencido a la muerte, como canta la liturgia bizantina.
La procesión nocturna hacia el santuario, precedida por el Cirio pascual, como la antigua
columna de fuego que guiaba a los israelitas, es la primera de las alusiones a este hecho salvífico. El
pregón pascual hace resonar la doble alusión a la inmolación del verdadero Cordero, cuya sangre
consagra las puertas de los fieles, y la noche de la verdadera liberación de Egipto mediante la
resurrección de Cristo.
La tercera de las lecturas en la liturgia de la palabra es la solemne proclamación del episodio
de la liberación de Egipto; episodio que se actualiza con la oración colecta que sigue el cántico de
Moisés, con una alusión al bautismo, Pascua de los cristianos. Es curioso. En los antiguos textos de
los Padres esta tipología de la liberación de Egipto como símbolo de la Resurrección del Señor es
menos frecuente que la referencia a la inmolación del Cordero. Pero no faltan alusiones certeras
como este texto atribuido a san Agustín: «La Pascua, es decir, el paso que nosotros los cristianos
celebramos, es aquél que realizó nuestro Señor Jesucristo cuando en esta noche, tras su pasión,
resucitó, pasando así de la muerte a la vida, de los infiernos al cielo. Este es el paso verdaderamente
grande y maravilloso» (Epist. 55, 1,2: PL 33, 205). Otro autor cristiano del siglo IV así se expresa:
«La verdadera Pascua es aquella en la que el mismo Cristo resucitando santificó nuestra Pascua, es
decir el paso de la liberación» (PL 15,1114).
En esta perspectiva se comprenden las múltiples alusiones al bautismo como Pascua de los
cristianos, paso de la vida caduca a la vida inmortal. Lo subrayan explícitamente las dos oraciones
propuestas por la Iglesia tras la lectura de Ex 14 en la Vigilia Pascual. Lo dice explícitamente el
texto majestuoso de la bendición del agua bautismal: «¡Oh Dios!, que hiciste pasar a pie enjuto por
el mar Rojo a los hijos de Abrahán, para que el pueblo liberado de la esclavitud del faraón fuera
imagen de la familia de los bautizados... ». Naturalmente, la alusión al Éxodo pasa por el
cumplimiento de las figuras en el paso de Cristo, en su pasión gloriosa, en la victoria sobre la
muerte.
Finalmente, la Eucaristía de la Vigilia, como ya hemos aludido, acumula todo el sentido de
la Pascua. Desde la Resurrección de Jesús se contempla el misterio del Cenáculo. Desde el
Crucificado se comprende plenamente el misterio del Cordero inmolado. Y la Iglesia está invitada a
celebrar la Eucaristía memorial de la pasión gloriosa, presencia de Cristo nuestra Pascua inmolada,
con el cuerpo transido de gloria y la sangre contenida en el cáliz de la victoria pascual.
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Podemos decir que la Vigilia Pascual recapitula y contiene en síntesis todo el misterio de
Cristo. Por eso la antigüedad cristiana en los primeros siglos concentraba en esta celebración todo el
misterio pascual del Señor. Pero también podemos afirmar que el Triduo Pascual en la actualidad,
sin perder la unidad del misterio, desglosa los tres acontecimientos que dan sentido pleno a la
memoria de los sacramentos pascuales: la Pascua de la Cena, la Pascua de la Pasión, la Pascua de la
Resurrección. Una concentración que finalmente tiene como punto de referencia aquél que Pablo
llama nuestra Pascua. Porque para los cristianos es Alguien y no algo, una persona y no sólo un
acontecimiento. Por eso Gregario Nacianceno decía en una de su homilías: «Pascua, yo me dirijo a
ti como a una Persona viva» (PG 36, 644).
Las celebraciones del día
La celebración del Domingo de Pascua a continuación de la Vigilia tiene algunos elementos
característicos.
La liturgia de la palabra se estructura ya partiendo de los Hechos de los Apóstoles, que
sustituye al AT según la antigua costumbre de la Iglesia:
1ª lectura: Hch 10,34a.37-43: los apóstoles, testigos de la resurrección.
Salmo: 117, 1-2, 16ab-17,22-23: este es el día en que actuó el Señor.
2ª lectura: Col 3,1-4 01 Co 5, 6b-8: exigencias de vida pascual nueva.
Evangelio: Jn 20,1-9: la promesa de la Resurrección.
En la misa de la tarde se lee muy apropiadamente el episodio de la aparición a los discípulos
de Emaús, acaecida en la tarde del primer día de la semana.
Entre la segunda lectura y el evangelio se intercala la bella Secuencia de Pascua «Victimae
paschali laudes» de Vipone (+ 1048). Actualmente le falta una estrofa que decía así: «Credendum
est magis soli Mariae veraci quam turbae iudeorum fallaci»: «Es mejor creer a María que dice la
verdad que a la multitud de los judíos que proclaman la mentira».
En la celebración litúrgica del Domingo de Resurrección merecen un relieve especial las
Vísperas como celebración vespertina de la presencia de Cristo en la Iglesia y de la gloria del
Resucitado, Luz gozosa de la santa gloria del Padre.
DESAFÍOS Y SUGERENCIAS PASTORALES
La celebración litúrgica del misterio pascual se coloca en el centro de la vida misma de la
Iglesia y es, por tanto, importante recuperar en la celebración de la comunidad aquella centralidad
que le es propia, de manera que pueda marcar la vida. Esto no es posible sin una adecuada pastoral
que prevea la preparación, la celebración y la actualización del misterio en la vida de la comunidad
local.
Presentamos algunos problemas actuales de la pastoral de este tiempo y proponemos algunas
sugerencias.
Problemas nuevos y valores renovados
Hoy existe una múltiple problemática pastoral en lo que se refiere a la celebración de la
Semana Santa y del Triduo Pascual. Por una parte la secularización de la sociedad y del ritmo de la
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vida moderna ha quitado a la celebración de la Semana Santa aquel sentido de participación total
del pueblo.
Los ritos renovados han perdido aquella fuerza de novedad que en los años 50 y 60 tanto
contribuyeron a una revalorización litúrgica y espiritual del Triduo Pascual. En otros lugares la
novedad y la complejidad de los ritos termina en puro ritualismo, en prisa y en una celebración
pobre.
En muchos lugares vuelve a perder valor la Vigilia Pascual. Muchas celebraciones de la
Vigilia se realizan en un tiempo "prudencial" de una hora y media, más o menos, a partir de las
últimas horas de la tarde del Sábado Santo.
La religiosidad popular vuelve a ser viva. Existe una recuperación de la religiosidad popular
y un retorno a las celebraciones populares de la Semana Santa. Pero existe el peligro de separar la
liturgia de la piedad popular y de volver a una alternativa que perjudica a la larga a la liturgia de
estos días. Es necesaria una cierta integración inteligente.
Propuesta de valores nuevos. Un fenómeno singular existe hoy en los jóvenes, la
celebración de las Pascuas juveniles. También aquí no faltan peligros. existe el peligro de la desritualización que banaliza, del cambio arbitrario de los mensajes, de las palabras y de los ritos por
una actualización excesiva, hasta el punto de no poder reconocer ya en estas celebraciones su pleno
sentido eclesial por la excesiva manipulación de los ritos de la Iglesia.
Puntos firmes para una auténtica pastoral litúrgica
En esta nueva problemática de riesgos y de oportunidades nuevas se pueden recordar estos
principios esenciales.
Toda auténtica pastoral de la Semana Santa y del Triduo Pascual debe respetar la estructura
celebrativa de la Iglesia, sus palabras y sus ritos. Se deben celebrar con integridad los tres
momentos esenciales Jueves, Viernes, Sábado-Domingo de la Pascua de Jesús en la Pascua de la
Iglesia, sin retrocesos arqueológicos. Se deben celebrar los ritos de la Iglesia y no otros, con la
necesaria animación y adaptación. La celebración del Triduo Pascual debe comprometer las mejores
fuerzas de la comunidad y de sus varios ministerios (lectura, canto, ornato, moniciones) como
momento oportuno o propicio para unificar todas las fuerzas vivas de los grupos y movimientos en
esa realidad que une a todos en lo esencial de la fe cristiana: el misterio pascual. Estas celebraciones
pueden y deben estar abiertas a una animación concreta, a ciertas adaptaciones, a una creatividad
litúrgica en relación estrecha y orgánica con los ritos de la Iglesia. Es también posible y muchas
veces oportuna una integración armónica de algunos ritos de la piedad popular. La comunidad que
celebra el misterio de Cristo no puede menos de celebrar el propio misterio de vida y de muerte, de
dolor y de gozo, con una actualización que debe quedar reflejada en el hoy de la Iglesia, del mundo,
y de la comunidad, en las moniciones, en los cantos, en la predicación, en las intenciones y en las
peticiones. Pero dejando que fluyan intactos los textos litúrgicos de la Iglesia.
Algunas sugerencias pastorales
Jueves santo. Toda la atención debe estar dirigida al misterio de la Cena del Señor y por
tanto a la Eucaristía, en la dimensión sacerdotal (concelebración) y en la eclesial (plena
participación con la comunión bajo las dos especies). El gesto de caridad del lavatorio de los pies, si
no responde a un verdadero sentido de ser gesto de servicio y de amor, puede ser destacado otro
signo de la celebración como la reconciliación y paz entre los participantes de la Eucaristía, colecta
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de caridad para servir a los pobres... La adoración del Santísimo Sacramento al final de la liturgia
eucarística, con una previa monición, debe ser considerada como el acto de fe de la Iglesia en la
presencia real y perenne del Señor con nosotros en el Sacramento de la Pascua; es conveniente que
la adoración sea como un volver a escuchar los textos evangélicos de Jn 13-17. Más aún, sería
oportuno leer y comentar estos textos y terminar eventualmente la adoración nocturna de la
Eucaristía recitando la oración sacerdotal de Jesús (Jn 17).
Viernes santo. Hay que dar la máxima expresividad posible a la celebración de la Pasión,
proclamada, invocada, venerada y comunicada. Se podría quizás ritualizar un poco más la misma
adoración de la Cruz con una procesión. Soy del parecer de evocar la presencia de María al pie de la
Cruz, después de la adoración del Crucifijo, con una sencilla monición y un canto apropiado.
Los momentos de la religiosidad popular, como el Via Crucis, la procesión con el Cristo
crucificado o muerto, deben ser acompañados de oración y de canto. El amor por el cuerpo de
Cristo, crucificado y muerto y sepultado, no debería hacernos olvidar en este día a todos los que
sufren en la comunidad, con gestos concretos de amor hacia estos hermanos que hoy son el cuerpo
torturado y crucificado del Señor. Es el gran día de la reconciliación, de la purificación. Una gran
celebración penitencial en la mañana o en el atardecer del Viernes santo, si no se ha hecho en uno
de los primeros días de la Semana Santa, podría ser la forma completa de la celebración, usando los
ritos y las facultades ofrecidas por la Iglesia en el Ritual de la Penitencia.
Sábado santo. Es un día de silencio y de oración, pero si no hay unas celebraciones
concretas corre el riesgo de ser un día vacío en el que se pierde la tensión espiritual del Triduo. La
celebración de la Liturgia de las Horas debe recuperar su lugar importante en este día. Pero es
necesario recordar que es el gran día de María, la hora de la Madre. Además de recuperar el sentido
del ayuno en espera de la Resurrección y de realizar los momentos de preparación para la Vigilia
Pascual, se puede hacer la celebración mariana de la hora de la Madre junto al sepulcro, con textos
apropiados.
Vigilia pascual. Bastaría dejarse guiar simplemente por los textos y ritos de la Iglesia, pero
de manera que todo se haga en la verdad y con plena y gozosa participación, con la ayuda de:
moniciones apropiadas que nos introducen a las diferentes partes, celebrando en el espíritu y en la
verdad los ritos. La verdad, por lo tanto, de una vigilia prolongada, de una digna bendición del
fuego y del cirio en el corazón de la noche; verdad en la proclamación de la luz de Cristo en la
oscuridad de la Iglesia, mientras brillan en las sombras la luz del Cirio pascual y la de las velas que
tienen los fieles en las manos. Verdad de una gozosa participación en el canto del Exultet con
aclamaciones apropiadas. Toda la liturgia de la Palabra reclama una cierta animación con breves
didascalías, momentos de canto y oración. Es importante reservar algunos bautismos para esta
noche santa. Se podría hacer el paso a la liturgia eucarística, después de la renovación de las
promesas bautismales, con el intercambio gozoso de la paz y con la felicitación de Pascua. Si ha
habido bautizos, se debería dar un espacio propicio para acoger a los nuevos bautizados, como se
hacía antiguamente con los bautizados, cuando eran elevados en alto como los recién nacidos por
los hermanos de la comunidad. La Eucaristía debe ser solemnizada con el canto del prefacio pascual
y de la anáfora, con la comunión bajo las dos especies. Al final, antes de la despedida, se podría
recordar la alegría de María en la Resurrección del Hijo, con un saludo a la Virgen de la Pascua y
canto del Regina coeli laetare.
No debería faltar nunca un gozoso ágape pascual, sencillo pero expresiva de la comunión en
la alegría de la Pascua que da inicio al «gran domingo» del tiempo pascual.
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Domingo de Pascua. La Vigilia Pascual es ya domingo de Pascua. Después de un breve
descanso, es necesario aprovechar la riqueza de este día santo con todas sus celebraciones,
sostenidas incluso por alguna costumbre valiosa de la religiosidad popular.
Para los que no han podido participar en la Vigilia, la celebración de la misa de la mañana o
de la tarde (con el evangelio de las apariciones del Resucitado en Emaús y en el Cenáculo), debe
tener algo de la celebración gozosa de la noche santa, para que toda la Iglesia sea envuelta en las
mismas gracias de la celebración pascual. Se podría, por ejemplo, hacer la aspersión al principio de
la Misa con el agua bendecida en la noche santa y renovar en la profesión de fe las promesas
bautismales.
Donde el cementerio está cercano a la iglesia, se podría ir después de la Misa o después de
las Vísperas a expresar la fe en la resurrección, también para los fieles difuntos, en el mismo
domingo o en uno de los días de la semana de Pascua.
Estas son las sugerencias pastorales que cada uno puede verificar en su posibilidad y
oportunidad para hacer más comprometida la celebración del misterio de la Pascua del Señor.
ESPIRITUALIDAD LITÚRGICA
Al finalizar esta larga exposición, parece un deber elaborar la síntesis de una espiritualidad
de la Pascua como nos es presentada por la Iglesia en sus celebraciones.
La cuestión es ardua, dada la riqueza de los textos y de las celebraciones litúrgicas y dado
que en el misterio pascual se concentra, por así decir, toda la teología de la redención y de la
salvación. Ofrecemos, pues, solamente algunas líneas metodológicas para ulteriores
profundizaciones personales.
La indisoluble unidad del misterio pascual
La espiritualidad litúrgica está enraizada en la teología de la Pascua, en el «paschale
sacramentum», que comporta indisolublemente la pasión - muerte - resurrección. Esto es verdad
para la Pascua de Cristo, para la Pascua de la Iglesia y para la Pascua del cristiano, que entra en la
Pascua de Cristo por la iniciación bautismal y la consuma con su muerte abierta a la inmortalidad.
En esta indisoluble secuencia de acontecimientos y de celebraciones es necesario dejarse
plasmar por los textos, por los símbolos de la gracia de la liturgia, en la triple dimensión del
celebrar, meditar y vivir el misterio.
La celebración de la Vigilia Pascual es el punto central de una espiritualidad eclesial y
personal, porque plasma definitivamente el sentido de la historia personal y colectiva de los
cristianos, a partir del memorial de la Pascua de Cristo y de la iniciación bautismal con la que
también nosotros estamos ya insertados en esta Pascua. La victoria de Cristo sobre el pecado y
sobre la muerte, la perspectiva de victoria salvífica, es la clave del nuevo sentido que tiene la vida:
morir para vivir, aceptar la muerte para resucitar, cambiar el sentido y el destino de las cosas en un
dinamismo y en una cultura de la Resurrección. El misterio pascual de Cristo es el arquetipo
fundamental de la vida de la Iglesia y de la existencia cristiana. Una vida, por lo tanto, de hombres
vivos, de resucitados, no de hombres abocados a la muerte. Una vida de testigos que llevan luz en
los ojos, contagian la alegría del corazón, demuestran su fortaleza ante la adversidad y testifican el
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amor del Resucitado en todas sus obras. Vivir así significa «no pecar contra la resurrección», sino
vivir en la lógica de la Pascua.
Aquí es donde nace el verdadero sentido de la ascesis y la mística de la vida cristiana. Una
ascesis pascual, liberadora y vivificante. Una mística que es comunión con el Señor en su misterio
de muerte y de vida.
Las dimensiones de la Pascua en la teología de los Padres
Si asumimos en toda su plenitud los textos pascuales de la Iglesia, tanto en la eucología
litúrgica como en las catequesis y homilías de los Padres, nos encontramos ante una inmensa
riqueza de aspectos del único misterio.
Por una parte los textos nos remiten a los hechos históricos, tal como nos los narran los
evangelistas, pero con el sabor de una meditación sapiencial y una contemplación llena de unción
espiritual. Pascua es también el misterio que todo cristiano revive con su propia inserción en Cristo
mediante el bautismo. El cristiano participa del misterio, lo asume y lo revive en ese volver cada
año de las grandes fiestas pascuales. De aquí viene la interpretación espiritual de la Pascua como un
paso, una conversión, un progreso en la vida espiritual, que tendrá su momento culminante en la
muerte pero que ya se anticipa en la ascesis. Pascua, finalmente, significa la afirmación de la
presencia del Resucitado en la Iglesia, el cumplimiento en él de las profecías, la situación
escatológica que se nos promete y hacia la que tendemos con toda nuestra experiencia de fe.
Conviene recordar, como en una síntesis de la riqueza pascual, las diferentes dimensiones de
la Pascua presentes en la teología de los Padres y en la liturgia, como son expuestas por R.
Cantalamessa en su libro, ya citado: La Pasqua della nostra salvezza, pp. 157-232, y que ahora
brevemente recogemos, remitiendo a las páginas de su estudio para el desarrollo doctrinal y para los
textos patrísticos citados por él.
Pascua-Pasión. La semejanza lingüística entre la palabra pascha y la palabra paschein ha
conducido en la antigüedad cristiana a una interpretación superficial de la Pascua como Pasión. Así
Melitón de Sardes: «¿Qué es la Pascua? El nombre ha derivado de lo acontecido: celebrar la Pascua
viene en efecto de padecer». La interpretación era ingenua y Orígenes ponía en guardia a los
cristianos para que no dijesen a los hebreos que Pascua venía de padecer. Semejante explicación se
encuentra en Jerónimo que comprende el hebreo y el griego. Sin embargo el Ambrosiaster insiste en
la etimología de la Pasión. Agustín, que interpreta la Pascua como paso, a la luz de Jn 13,1, trata de
combinar los dos significados porque él dice: «A través de la Pasión Cristo pasa de la muerte a la
vida». Aún en la ingenuidad de la etimología, es necesario poner de relieve que las antiguas
tradiciones evangélicas y litúrgicas han querido sacar a la luz este aspecto de la Pascua que es la
Pasión gloriosa (la bienaventurada pasión) y la inmolación del Cordero que es también su victoriosa
exaltación según la teología joánica. En Cristo y en el cristiano, en la Iglesia y en sus mártires, la
Pascua está indisolublemente ligada a este aspecto presente en la Cena, presente en la celebración
de la Pasión del Viernes Santo, presente en la primera catequesis del Resucitado a los discípulos de
Emaús: «¿No convenía que el Cristo soportara estos sufrimientos para entrar en su gloria?» (Lc
24,26).
Pascua-Paso. Es la exacta interpretación lingüística de la Pascua: pasar más allá. Sobre esta
etimología se basan los Padres alejandrinos que ofrecían una interpretación moralizante: pasar de la
muerte a la vida, de la pasión a la gloria. Solamente en Cristo el paso de la muerte a la vida con la
resurrección es nuevo, auténtico, tipológico; instaura una novedad más profunda todavía del paso de
Dios sobre su pueblo para salvarlo y del paso del pueblo por el Mar Rojo. La Pascua de Jesús es el
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paso glorioso de este mundo al Padre en su gloriosa Resurrección. De este paso participa la Iglesia
y cada cristiano en el bautismo; este paso espiritual señala la ascesis cristiana en una continua
elevación de las pasiones a la conducta auténtica. En definitiva para los cristianos vivir es Pascua (si
interiormente se deja prevalecer la vida nueva del Espíritu) y la muerte es Pascua, porque pasa con
Cristo a donde Él habita. Así se pone el acento en el sentido de una Pascua que es la Resurrección
de Jesús con su sentido profundamente salvífico. El Resucitado ha abierto ya un paso para todos
aquellos que creyendo en Él acogen con el bautismo esta novedad de vida en el Espíritu.
Pascua-Recapitulación. Es el aspecto cósmico de la Pascua, que tiene sus raíces en la
antiquísima tradición pascual del pueblo hebreo, con los ritmos primaverales del renacimiento de la
naturaleza, con las concretas aplicaciones a la renovación de la Iglesia con los nuevos bautizados.
Es el retorno al paraíso, la nueva creación, el retorno a la tierra prometida, la renovación cósmica ya
iniciada en el cuerpo glorioso de Cristo, preludio y primicia de la Pascua del universo, de los cielos
nuevos y la tierra nueva. En este aspecto se concentran sintéticamente todos los elementos cósmicos
de los ritos y textos de la liturgia pascual, frecuentemente recordados por los Padres de la Iglesia.
La Pascua evoca la creación con todos sus valores y anuncia ya la nueva creación escatológica con
todas sus exigencias y todas sus promesas.
Pascua-Parusía. Una tradición hebrea hacía pensar que el Mesías tenía que venir en las
fiestas pascuales. También una tradición cristiana había asumido esta idea y esperaba el retorno
glorioso del Señor en la noche pascual. Era una verdadera espera hasta una cierta hora. Después se
continuaba con la Eucaristía, como nos asegura Jerónimo. He aquí la interpretación de Lactancio:
«nosotros celebramos esta noche con una vigilia a causa de la venida de nuestro Rey y Dios. Doble
es el significado de esta noche: en ella una vez Él volvió a la vida después de la pasión; y en ella Él
en el futuro recibirá el reino del mundo». Agustín ve en la Vigilia Pascual un signo de la espera
continua de la definitiva aparición del Señor: «este nuestro vigilar significa también algo de aquello
que con la fe hacemos en la vida. Todo este tiempo en el que el siglo presente transcurre como una
noche, la Iglesia vigila con los ojos de la fe atentos a las Escrituras, como antorchas que brillan en
la oscuridad hasta el día en el cual el Señor venga».
También para los cristianos la vida transcurre de Pascua en Pascua hasta la Pascua
definitiva. Por eso, en la antigüedad, los mártires eran celebrados como aquellos que finalmente
habían vivido la Pascua definitiva y verdadera.
Pascua-Eucaristía. Desde la antigüedad el momento central de la Vigilia Pascual es la
Eucaristía, encuentro con el Señor Resucitado en el memorial de su Pascua. La Eucaristía es la
Pascua. Sin la Eucaristía, todo decaería en un cierto subjetivismo, porque faltaría la presencia de
Cristo que es nuestra Pascua y se hace don en la Eucaristía. Pero para calmar la nostalgia de la
noche santa y estimular a los cristianos en una continua vida pascual, los Padres, especialmente
Agustín y Juan Crisóstomo, indicarán que allá donde se celebra la Eucaristía se tiene la Pascua
verdadera, semanal y cotidiana, porque tenemos la Pascua donde tenemos la Eucaristía. Ella, en
efecto, es siempre la presencia de Cristo Resucitado, es el banquete pascual. Basta citar este texto
de Agustín: «nuestra celebración cotidiana de la Pascua debe ser una meditación ininterrumpida de
todas estas cosas. En efecto, no debemos juzgar estos días tan fuera de lo normal que descuidemos
la memoria de la pasión y de la resurrección que hacemos cuando nos alimentamos cada día de su
Cuerpo y de su Sangre. Sin embargo, la presente solemnidad tiene el poder de evocar a la mente con
más claridad, excita con más fervor y alegra más intensamente, porque volviendo después de un
año, nos pone, por así decir, ante nuestra mirada el recuerdo del hecho». Este texto de Agustín
indica bien cómo la celebración anual de la Pascua nos ofrece, como en una intensa concentración
sacramental, la realidad de la cual vive la Iglesia durante todo el año. En efecto, toda la liturgia de la
Iglesia es pascual, puesto que está consagrada por la celebración anual de la santa Pascua del Señor.
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¿Cómo no recordar entonces que la Pascua no es algo, sino Alguien? Ya Melitón de Sardes
lo expresaba con estas palabras de Cristo: Yo soy la Pascua de la salvación. En estas palabras
tenemos la personalización y la actualidad de la Pascua. No es un hecho pasado sino una Persona
presente.
La ejemplaridad de María en el misterio pascual
El recuerdo de María en la celebración del misterio pascual es bastante sobrio en la actual
liturgia romana. No faltan, sin embargo, algunas alusiones. Ante todo el recuerdo de María la
«hermosa cordera» (primer texto litúrgico mariano) en el oficio de las lecturas del Jueves Santo en
la homilía de Melitón de Sardes. En el Jueves Santo resuenan las alusiones marianas en los himnos
eucarísticos. Se evoca a María al pie de la Cruz en el evangelio del Viernes Santo. Se invoca a la
Santa Madre de Dios en las letanías de los Santos de la Vigilia Pascual. Una costumbre está
proponiendo con espontaneidad el canto del Regina coeli laetare u otro semejante como final de la
celebración de la Vigilia Pascual y de la misa del Domingo de Resurrección.
La presencia de María en la religiosidad popular de este tiempo parece exigir una adecuada
presencia ritual en las celebraciones. Ya hemos indicado algunas sugerencias:
 una sobria memoria de María en la celebración de la Pasión del Señor el Viernes Santo;
 una posible celebración de la hora de la Madre el Sábado Santo, con textos apropiados;
 el saludo pascual a la Madre de Dios al final de la Vigilia Pascual con el canto del Regina
coeli.
Un documento reciente de los Siervos de María expresa este deseo: «Que de manera discreta
y sabiamente se explicite en la liturgia del Triduo Pascual un elemento que le es intrínseco: la
participación de la Madre en la Pasión del Hijo. Esto está en conformidad con la naturaleza íntima
de la liturgia, que es celebración de los acontecimientos salvíficos en su totalidad; está de acuerdo
con la narración evangélica (cf. Jn 19,23-24), que es entendida por muchos exégetas como un
enunciado bíblico, en sentido propio, de la maternidad espiritual de María; es conforme a la
tradición litúrgica, si al respecto se tienen presentes las respectivas celebraciones del rito bizantino
y de otros ritos orientales; finalmente responde a las esperanzas de los fieles. No acoger este deseo
podría conducir y acentuar la separación entre liturgia y piedad popular allá donde, sin embargo, se
entrevé posible y legítimo un fecundo intercambio» («Haced lo que Él os diga», Roma 1983, pp.
62-63).
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