La bondad

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LA BONDAD
Extracto de un texto más largo sobre las virtudes
Alberto Hurtado S.J.
Para amar hay que poner mucha bondad, esto es, mucho don de nosotros mismos.
Pensar en los demás, agradarlos, sacrificarse por ellos. Conciliarlo todo en la bondad que
acoge y acoge con alegría.
La bondad no es una simpatía superficial, no es la sensibilidad afectuosa: es la
intuición de la situación de otro, de su necesidad, de su llamamiento, de su corazón, de su
drama íntimo; porque lo amo, porque entro en comunión con él, con su sufrimiento, y hago
confianza a la capacidad de superación que en él existe.
La bondad no es un sentimiento dulzarrón, sino un sentimiento fuerte. El que ama
quiere el bien de quien ama. Por eso debe a veces mostrarse duro.
Bondad es comprender al otro, llorar con el otro, orar con el otro, ayudarlo. Bondad,
es impedirle que se extravíe. Bondad es aceptar que se crea incomprendido cuando se le
contradice por su bien, porque se le ama.
El exceso de bondad es el menos peligroso de los excesos. El exceso de bondad
existe sólo cuando se cede al deseo del otro, contra su bien, o contra el bien común.
La bondad supone capacidad para soportar los golpes duros, las incomprensiones, los
desfallecimientos, las oposiciones de dentro y las de fuera, el paquete de cada día con noticias
desagradables, el asalto de los inoportunos que le roban lo único que le queda: el tiempo, y
muchas veces por motivos totalmente fútiles.
Bondad con los otros y también con uno mismo, pues si no tengo bondad y paciencia
conmigo tampoco la tendré con los demás. Bondad ante mi propia debilidad, ante mi flojera,
mis prisas infantiles, mi inexperiencia, mis fracasos...
Quedar siempre dueño de mí mismo. Siempre dulce ante las cosas: ellas nunca tienen
la culpa. Dulce con los otros. Ellos son lo que son; hay que tomarlos como son. Vale más
torcerlos que quebrarlos. Ser bueno conmigo mismo; utilizarme en la mejor forma, en vez de
gastarme en recriminaciones. No poseo a nadie sino en la bondad.
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