bebé La muerte: evitar el tema no es la solución Cuando los niños preguntan, es aconsejable responderles con sinceridad, delicadeza y de la manera más concreta posible L a muerte es un tema que, como inquieta y angustia, se evita. Cuando los hijos comienzan a hacer preguntas, los adultos suelen responder con evasivas o cambian de tema. Como si, al no hablar de ella, la muerte no existiera o los pequeños la desconocieran. Pero ellos la intuyen, observan los cambios que se dan en los seres vivos (plantas, animales, personas) y, si cuando desean saber no obtienen respuestas, inventan sus propias teorías. El problema radica en que esas teorías “son siempre limitadas” por el saber emocional y el pensamiento egocéntrico y mágico, propios de su edad. En consecuencia, la angustia y el malestar del niño serán mayores, incrementados por el hecho de no poder obtener respuesta de sus padres. Por curiosidad En ocasiones, el niño empieza a preguntar por la muerte solo por curiosidad. Quiere saber dónde está ese abuelo que solo aparece en fotos, qué ha pasado con la mascota o qué es el cielo. Para responderles de forma apropiada, es importante saber cómo conciben la muerte los menores o qué idea tienen de ella. En una primera etapa, desde el nacimiento y hasta alrededor de los dos años de edad, la muerte no es más que una palabra, según explica la Fundación Mario Losantos del Campo (FMLC) en “Explícame qué ha pasado”, una guía “para ayudar a los adultos a hablar de la muerte y el duelo con los niños”, que se ha convertido en una referencia en la materia. Entre los seis y los ocho meses, los pequeños ya desarrollan una noción de permanencia de objeto que les permite sentir la ausencia de la persona con la que han establecido un vínculo más fuerte (en general, la madre). En consecuencia, si muere una persona muy cercana, el niño sentirá su falta. Pero más allá de eso, la muerte es solo una palabra. “No hay comprensión cognitiva de su significado”, apunta la guía. Preguntas y fantasías En la etapa siguiente, la que abarca desde los tres hasta los seis años, hay que tener en cuenta tres características de los niños: tienden a ser egocéntricos, predomina en ellos la subjetividad y el pensamiento mágico e interpretan de forma literal lo que escuchan o lo que sucede a su alrededor. Esto les lleva, por un lado, a pensar en la muerte como un estado temporal y reversible. “Pueden asemejarlo a dormir o a una forma de sueño, por lo que imaginan que la persona que ha fallecido despertará o volverá en algún momento”, explica la FMLC. Por otra parte, como no son capaces de comprender que las funciones vitales se interrumpen de modo permanente, imaginan que los muertos comen, piensan, hablan e incluso que observan, desde donde están, el mundo de los vivos. Preguntan cosas como: “¿dónde está? ¿Tiene frío o hambre? ¿Por qué no viene? ¿Cuándo lo vamos a ver?”. Además, se mezclan ideas como la de que personas de su entorno se pueden morir con la de que ellos mismos y sus padres “son eternos y nunca morirán”. En otras palabras: todavía no entienden por completo el concepto de universalidad de la muerte. hechos de modo literal, lo más importante es “utilizar un lenguaje claro, preciso y real” en el momento de responder a sus preguntas relacionadas con la noción de la muerte o el hecho de morir. Se debe hablar con el niño con delicadeza y cuidado, pero siempre con sinceridad y de la manera más concreta posible. Esto quiere decir que se deben evitar metáforas del tipo “el abuelo se ha ido”, “está dormido”, “nos está viendo desde el cielo”, etc. Los especialistas apuntan también a que, sin caer en respuestas demasiado largas o metafísicas, se deje claro que la muerte es irreversible, que las personas que mueren ya no pueden andar, sentir, respirar, etc., y que, por lo mismo, ellos ya no las volverán a ver. En algún momento, el razonamiento del menor llegará a la conclusión de que sus padres también morirán. La respuesta recomendada es decirles que sí, pero que eso ocurrirá cuando sean “muy, muy, muy mayores”. Según la guía, “el uso de múltiples “muy” implica que las personas suelen fallecer cuando son ancianas, lo que implica que ellos (los niños) ya serán personas adultas”, lo cual es una forma de dar seguridad a su estado niño. De la misma forma, si la muerte de una persona del entorno del pequeño se ha debido a una enfermedad, se le debe aclarar que eso pasa cuando las personas están “muy, muy, muy enfermas”, para ayudarle a entender que las enfermedades tienen distintos grados y que estar enfermo cualquier día no implica un riesgo de muerte. El duelo en los niños Cuando la muerte afecta a los niños, ya no solo como una curiosidad sino por la pérdida concreta de un ser querido, también hay que tener en cuenta su edad para acompañarle. La Sociedad de Psiquiatría Infantil de la Asociación Española de Pediatría ofrece algunas recomendaciones: realizar los menos cambios posibles en el ambiente y las actividades del pequeño, atender con sensibilidad a sus necesidades, animarle a hablar sobre la persona fallecida y, en general, no tratar de evitar la tristeza del niño, sino darle todo el apoyo posible para ayudarle a sobrellevar la situación. Las manifestaciones de ira, que pueden ir desde pesadillas o juegos violentos hasta irritabilidad o fastidio hacia otros miembros de la familia, son normales en los pequeños cuando sufren una pérdida de este tipo. Otras consecuencias posibles son un bajo rendimiento escolar o regresiones hacia conductas ya superadas (chuparse el dedo, hacerse pis en la cama, etc.). Si estos problemas son muy intensos o persisten más allá de los seis meses, se aconseja acudir a la consulta de un psicólogo infantil. www.consumer.es Claridad y realidad Según los expertos de la FMLC, dado que los pequeños interpretan los 46 47