Maurice Pivot Las tensiones constitutivas de la misión “Ad Gentes” ________________ (Enero 2008) El autor es sacerdote de San Sulpicio y profesor de Teología Fundamental. Trabaja desde hace algunos años con las Iglesias de Algería, de Marruecos, de Benín y de la República Democrática del Congo. Es actualmente jefe de redacción de la revista "Mssion de l'Eglise". Cuando se publicó la encíclica Redemptoris missio (1980), su objetivo estaba claramente afirmado: tanto la motivación como la actividad misioneras habían perdido fuerza en la iglesia; el documento es un llamado insistente a poner esta obra misionera en el corazón mismo de la vida eclesial. ¿Por qué esta baja de la dinámica misionera? Primero, por el cuestionamiento a la práctica de esta obra hasta los tiempos del Concilio: ambigüedad en sus relaciones con la colonización, desviaciones en las formas a veces asumidas, falta de respeto y de escucha a las personas a quienes se dirigía. Este cuestionamiento fue tanto más fuerte cuanto que se hizo en momentos de grandes cambios en las relaciones entre países y continentes, cuestionamiento frecuentemente parcial y unilateralmente orientado. Por esto, el trabajo sobre la practica y la reflexión misionera se ha llevado, principalmente, tomando en cuenta la manera con la cual la misión debía realizarse: diversidad de formas de la misión en la diversidad de contextos culturales, sociales y políticos. La Encíclica Redemptoris missio retoma esta perspectiva y nos propone una lectura conerente de esas diversas formas articuladas entre ellas, y continúa la reflexión propuesta en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de Paulo VI. Otra razón, más directa, de Redemptoris missio, es el riesgo de desaparición de la especificidad de la misión Ad Gentes. Si como lo afirma el decreto Ad Gentes, la Iglesia es totalmente misionera, si todo en la vida ecíesial es misionero, la especificidad de la misión Ad Gentes,¿no se disuelve en este "todo misionero"? ¿Para qué, entonces, los Institutos misioneros? De ahí la insistencia de la exhortación que invita, por ejemplo, a distinguir bien la actividad pastoral de la actividad misionera. La encíclica ha puesto así de relieve la afirmación del decreto Ad Gentes, según el cual "la actividad misionera entre las personas se diferencia de la actividad pastoral que hay que desarrollar con los fieles" (6). Quiere reaccionar contra el riesgo permanente para la misión ad gentes de disolverse en la actividad pastoral común" (Mons. V Girardi Stellin, Obispo de Costa Rica - Omnis Terra, febrero 2004). Reaccionar contra este riesgo comporta, sin embargo, otro riesgo que han puesto de relieve "las orientaciones pastorales del episcopado italiano para el primer decenio del siglo XXI" (cf. Omnis Terra, febrero 2005): "La misión Ad Gentes no es solamente el punto de conclusión del compromiso, sino su horizonte constante y su paradigma por excelencia"; sin la tensión que introduce la misión Ad Gentes en la pastoral ordinaria, es grande la tentación de volver a una concepción pastoral reducida a una gestión ordinaria que pierde vitalidad desde el interior. En primer lugar, volveremos a leer el decreto Ad Gentes para percibir mejor algunas tensiones constitutivas de la dinámica misionera. En segundo lugar, trataremos de destacar algunas tareas eclesiales implicadas hoy por esta relectura. I. Algunas tensiones constitutivas de la dinámica misionera propuesta por el decreto Ad Gentes La expresión "tensiones constitutivas" nos remite a este principio de interpretación de los documentos conciliares: el concilio no hace directamente obra teológica, es un acto, un acontecimiento que obliga a toda comprensión de la fe a mantener juntos los diversos aspectos doctrinales para no caer en la tentación de reducir el misterio de la fe. La obra conciliar no es una obra formada por elementos muy diversos de los cuales se deba reducir progresivamente las faltas de coherencia; al contrario, ella sitúa las tensiones constitutivas del misterio mismo de la fe, comprendidas no como tensiones que deban ser superadas, sino como tensiones constitutivas de la dinámica misma de la fe. Y esto se dirige también a la manera de vivir en Iglesia; por consiguiente, ai nivel pastoral. Primera tensión – Naturaleza y actividad misioneras de la Iglesia Esta tensión se nos propone en el capítulo primero del decreto: "Principios doctrinales" (2 a 9); puede ser considerada como la tensión fundamental que aclara las otras. 1 1. Naturaleza misionera de la Iglesia Las misiones divinas en la Iglesia Este primer término de la tensión nos es dado en la frase en la que frecuentemente se ha recapitulado la novedad aportada por el Concilio: "La Iglesia es misionera por su naturaleza, puesto que procede de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre (§ 2)". El alcance de esta expresión ha sido frecuentemente reducido, porque está comprendido ai interior de la teología del "mandato"; lo que se había puesto en relieve era lo siguiente: no son solamente los misioneros los que están llamados a ser misioneros, sir.o todos los cristianos. Esra expresión ha sido leída en la perspectiva de la exigencia de un compromiso misionero; de ella se desprendió directamente la actividad misionera. Esta expresión no se sitúa a ese nivel. ¿Cómo entenderla? Funda una manera de ser de la Iglesia en la humanidad. Nos envía enseguida al reconocimiento de ío que constituye fundamentalmente la Iglesia: ella no es el origen de sí misma; recibe, se recibe en la escucha y la acogida de esta dinámica que es el amor de Dios. Esta escucha y esta acogida nos obligan a reconocer en la fe hasta dónde llega este amor: hasta el confín y hasta las extremidades de la tierra y de la humanidad. Este primer término nos obliga a salir de una perspectiva en la que el Evangelio sería un depósito revé lado e inmutable, para entrar en la perspectiva de un acontecimiento, de una presencia radicalmente nueva de Dios en la humanicad, al interior de la cual nace la Iglesia. Esto es lo que desarrollan los § 2 a 4. El § 5 introduce a la Iglesia en esta dinámica: ¿cómo la Iglesia, animada por la misión del Hijo y del Espíritu, está llamada a ser sujeto de la misión? Para ser bien comprendida, esta primera parte del capítulo supone ser releída a la luz de las dos grandes constituciones Lumen Gentium y Gaudium et Spes. El primer esquema propuesto a los padres conciliares sobre la misión, había suscitado reacciones; partía de la actividad misionera de la Iglesia. Los dos grandes debates alrededor de las dos grandes constituciones permitieron que se abriera la posibilidad de reiniciar el trabajo sobre la misión. Nuestra relectura permitirá comprender mejor la dinámica misionera propuesta por Ad Gentes, y percibir también ciertos límites. 2. La actividad misionera de la Iglesia Con el § 6 comienza e) decreto a hablar de las actividades misioneras: no ya las misiones divinas en la Iglesia, sino la actividad de la que la Iglesia es sujeto. Desde el comienzo, el decreto establece una diferencia entre la dinámica misionera en la Iglesia, que le da su naturaleza íntima, y la actividad misionera que no es la simple prolongación de la dinámica, porque la Iglesia no estará nunca a la altura de lo que la anima. Ahí se encuentra la diferencia que propone la constitución Dei Verbum, entre la manifestación en plenitud de la Revelación en Jesucristo y la tensión de la iglesia hacia la plenitud de la Verdad. El decreto Ad Gentes nos da tres elementos de esta diferencia: en primer lugar, sí la Iglesia posee la plenitud de medios de salvación, no ios vive jamás plenamente; avanza y retrocede, vive de la dinámica misionera con todos sus propios límites. La división de los cristianos es citada en el decreto como uno de los mayores límites de la actividad. Por otra parte, la actividad misionera se desarrolla en medio de los pueblos en situaciones diversas, con resistencias, pasa por diferentes etapas. En fin, el pecado en la Iglesia y en el mundo no cesa de debilitar esta actividad misionera, de introducir contradicciones y antitestimonios. Este conjunto de la actividad misionera nos da la imagen de una realidad que debe renovarse siempre y enfrentar desafíos siempre nuevos; las profundas mutaciones de sociedades ya evangelizadas exigen nuevas iniciativas misioneras. A esta altura, el decreto nos propone la distinción y la articulación de las tres dimensiones de la actividad de la Iglesia misionera, pastoral y ecuménica. La actividad misionera, sin las otras dos dimensiones, perdería rápidamente su sustancia y su vitalidad. Lo que especifica a la actividad misionera es la tensión que introduce en la Iglesia hacia la manifestación del designio de Dios que concierne a todos los hombres; por esta actividad, la historia de la salvación es conducida hacia su término; ella mantiene la tensión "hacia la plenitud escatológica" (9), está sin cesar impulsada por el descubrimiento de las situaciones sociales, históricas, culturales aún no abiertas al Evangelio. Esta actividad no es separable de la actividad pastoral que tiene por finalidad la acogida de la obra del Espíritu y de Cristo con la cual la vida eclesial se nutre de los dones de Dios; no es tampoco separable de la actividad pastoral y de la actividad ecuménica en las cuales la Iglesia se construye como cuerpo de Iglesia sujeto de la actividad misionera. Segunda tensión - Actividad misionera, de la Iglesia Y oficio propio de la misión de evangelización El contexto de elaboración del decreto permite comprender ya el lugar de esta tensión. La actividad misionera de la Iglesia ha sido hasta aquí aparentemente monopolizada por los Institutos misioneros. El decreto la reintroduce en el interior mismo de la vida eclesial y, sin embargo, quiere dar un lugar especifico a los misioneros. La frase que sitúa la tensión está en el §23: "Cristo inspira la vocación misionera en el corazón de cada uno y suscita, al mismo tiempo, en la Iglesia, institutos que reciben como misión propia el deber de la evangelización que pertenece a toda la Iglesia". Esta tarea propia se comprende a la luz de la diferencia descrita entre la dinámica misionera de la Iglesia y su 2 actividad misionera; su tensión hacia el designio de Dios que se refiere a toda la humanidad, necesita ser reavivada sin cesar y tomar las formas que impliquen la salida de sí hacia nuevos horizontes. El oficio propio de los misioneros es, entonces, reavivar la actividad misionera de una Iglesia tentada a replegarse sobre sus pobrezas, sus debilidades, sus propios centros de interés o su voluntad de poder; es permitir la salida de sí que exige el aprendizaje de una lengua, de una nueva manera de vivir, para descubrir cómo el Espíritu Santo ha comenzado a trabajar en un pueblo de manera diferente a lo que hacía en una Iglesia de origen. La misión Ad Gentes da así una polaridad gracias a la cual la Iglesia llegar a ser lo que está llamada a ser; polaridad dinámica mantenida en la tensión entre la actividad misionera que pertenece a toda la Iglesia y a la vocación misionera de algunos. Tercera tensión – El conjunto de las tensiones eclesiales. La Iglesia, como sujeto de la misión, es la Iglesia que, "obedeciendo el mandato de Cristo y movida por la gracia y la caridad del Espíritu Santo, se hace presente en acto pleno a todos los hombres y pueblos" (5). La Iglesia concreta no está jamás en acto pleno: "aunque ia Iglesia contenga en sí la totalidad o la plenitud de los medios de salvación, no obra ni puede obrar siempre e inmediatamente según todos estos medios" (6); esto hace que la vida de la Iglesia sea un proceso estructurado, en cuyo interior obra el Espíritu Santo. El decreto Ad Gentes evoca un cierto número de instancias eclesiales, cada una por su parte tiene responsabilidades en la actividad misionera. En el corazón del dispositivo, el orden de los obispos, a quien está confiada la actividad misionera en su unidad, y cada Iglesia en particular, directamente responsable de la actividad misionera primera. Aparecen otras instancias: "la Congregación para la evangelización de los pueblos" cuyo campo de acción no está ya ligado a ciertas zonas geográficas, sino a todo lugar del mundo" (29), órgano de dirección y de coordinación; el Sínodo de los Obispos; las conferencias Episcopales, y también las coordinaciones regionales de esas conferencias; los institutos misioneros. El decreto enumera esas diversas instancias, indica su propia incumbencia en la actividad misionera, invita a formas diversas de cooperación y de coordinación. Esta diversidad abrirá campo a tensiones prácticas en ta vida eclesial; tensiones que permitirán profundizar lo que puede estar en juego para ia actividad misionera en la dimensión institucional de la Iglesia. Cuarta tensión – La tensión entre la Iglesia cuerpo de Cristo y la Iglesia sacramento de salvación Para situarse bien, esta tensión exigiría un estudio de ia eclesiología del Vaticano II. Pero éste no es el propósito de este artículo, simplemente se trata de insistir en la relación del contenido de estas dos expresiones. La Iglesia, cuerpo de Cristo, nos orienta, ante todo, hacia lo que constituye la vida interna de la Iglesia. Está aquí el cuerpo eclesial de Cristo, en continuidad con su cuerpo pascual. No puede comprenderse, sino dejándose constituir constantemente por Cristo quien, por su Espíritu, integra en sí a los creyentes; esto se realiza en una superación continua de toda clase de diferencias, en particular etnorreligiosas y sociales. Así, la Iglesia puede ser comprendida como un laboratorio, un campo de experiencia de la obra del Espíritu. La Iglesia, sacramento de la unión íntima con Dios y de la unidad del género humano, es esta misma Iglesia en tanto que vive esta experiencia en el corazón de la humanidad: no puede ser campo de experiencia, sino en la medida en la que se inscribe con toda su vida en el corazón de la sociedad, discerniendo allí las estructuras de pecado y los límites, y acogiendo lo que ya en la humanidad es obra del Espíritu. Esta expresión "sacramento" podría acercarse al sentido que Pablo da a la expresión cuerpo de Cristo en las epístolas a los Efesios y a los Colosenses: no dirigida hacia la vida interna de la Iglesia, sino hacia su “lugar en la humanidad 'lugar y parábola de reconciliación universal".1 II. Algunas reducciones de las tensiones contitutivas propuestas por el decreto la conciencia eclesial Desde la finalización del Concilio comenzó un largo proceso de recepción del Concilio Vaticano II. Esto que es verdad para todo Concilio, fue mayor todavía en éste dada la naturaleza de los documentos producidos. Tratamos de descubrir cómo una conciencia eclesial ha podido reducir lo que se le proponía en esta recepción. Primera reducción - anuncio del Evangelio reducido a su dimensión profiética de discernimiento de las realidades humanas a la luz del Evangelio Al término del Concilio, la dimensión profética de todas las realidades eclesiales es fuertemente puesta en relieve; a la luz de la Palabra de Dios deben ser releídas todas ¡as realidades del universo; la Palabra de Dios manifiesta las ambigüedades, hace aparecer el mal y el pecado, aclara el designio de Dios y los llamados que de él se desprenden; la misión de la Iglesia llega a ser obra de discernimiento de los espíritus y de los signos de los tiempos. En esta perspectiva ella se hace liberación, inculturación, diálogo; es acogida 3 como "Promesa" que lanza sin cesar a te esperanza, o como "Proceso" que enjuicia a nuestro mundo. Feliz toma de conciencia, pero ai mismo tiempo, posible olvido de la dimensión específica de la naturaleza misionera de la Igiesia: una Iglesia llamada sin cesar a dejarse reconstituir por el acontecimiento fundador de Cristo, "Iglesia local" en el sentido teológico de la expresión. Será necesario esperar una nueva recepción del Concilio (cf. Sínodo extraordinario de 1985) para que sean superadas la oposición entre cuite y evangelizadon o la reducción de los sacramentos a una pura celebración de la vida y a una expresión militante. Mantener juntas la dimensión fundadora del Evangelio y su dimensión profética no es fácil. La desviación actual es inversa. La acogida del acontecimiento fundador es una dinámica que se abre a todo lo que, en la humanidad, es al mismo tiempo acogida de las huellas del Espíritu y combate contra los poderes del mal; la desviación se produce cuando la dinámica sacramental deja a la iglesia centrada sobre sí misma, transformándose en pura auto celebración. Se instala así "una cierta dicotomía entre el compromiso y el servicio por una parte y la búsqueda de interioridad y de silencio por otra. Expresión de una cierta inmadurez espiritual, esta dicotomía se encuentra fácilmente en ios que no han alcanzado una auténtica madurez evangélica. Por un lado, la atención a las necesidades humanas de justicia y de paz [...] por otro, la sociedad que habiendo, en una amplia medida, satisfecho sus necesidades primarias, ve afirmarse en su seno una búsqueda de sentido y una necesidad siempre más grande de Dios. Esta dicotomía debe ser afrontada".2 Segunda reducción - la disolución de la dimensión misionera de la Iglesia en la realidad pastoral Esta reducción se injerta en una interpretación ambigua de la naturaleza de la Iglesia constitutivamente misionera. Partiendo de esta expresión, se ha extendido la idea de una vida eclesial en la que todas las actividades eran misioneras; al respecto escribe Monseñor V.G. Stellin: "he podido constatar el riesgo permanente para la misión Ad Gentes de disolverse en la necesaria actividad pastoral común de nuestras iglesias particulares". ¿Dónde se sitúa esta ambigüedad? La fórmula Ad Gentes nos envía a la naturaleza de la Iglesia en tanto que ella nace de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu según los designios del Padre. De esta naturaleza misionera nacen tres clases de actividades y de tareas: la tarea pastoral está al servicio de la acogida, de la recepción para la Iglesia de lo que la fundamenta, el misterio pascual y el misterio trinitario; no solamente del "cuidado" de una vida cristiana y eclesial, sino en la acogida del Evangelio en su novedad; se trata del descubrimiento de la pertinencia antropológica y social de la vida cristiana, del servido de un arte de vivir hoy, según el Evangelio, en todos los componentes de una vida humana. La tarea ecuménica se injerta en la herida de la división entre los discípulos de Cristo que ya no pueden testimoniar juntos la unidad que viene de Dios, de ahí el debilitamiento de este testimonio. La tarea misionera se injerta en lo que falta a la humanidad y, lógicamente, a la Iglesia en su relación con el Evangelio; ausencia de Dios, ausencia de Evangelio en la humanidad y en la Iglesia, deí cual la Iglesia está llamada a ser testimonio por una perpetua salida de sí misma, un descentramiento de sí misma, una aceptación de dar de su pobreza y de recibir de la pobreza de los otros. La tarea misionera refuerza así, constantemente, la dimensión escatolcgica de la Iglesia que tiende hacia la plenitud de la Verdad. ''Tercera reducción - La afirmación de identidad de la Iglesia Otra reducción más reciente nace de destacar en la Iglesia la afirmación de identidad que, paradójicamente, es negación de "la identidad cristiana y eclesial" que sólo se comprende en la relación con el otro. Si decimos que la Iglesia es sacramento de la unión íntima con Dios y de la unidad del género humano, la Iglesia se negaría a sí misma si ella sólo se comprendiera en relación a sí misma, si no se hiciera diálogo, incluyendo aun a los que no están listos a entrar en diálogo. Esta reducción toma forma hoy, en particular allí donde la Iglesia debe realzar lo que Andrea Ricardi [fundador de la comunidad remana de San Egidio] llama el desafio mayor para la Iglesia en este comienzo del siglo XXI: "La experiencia de nuestra comunicad, presente en más ce veinticinco países africanos y también en América Latina, nos hace perciba - que el primer desafio - quizá el del futuro - es el del nuevo Cristianismo neoprotestante y carismático, individualista, sin Iglesia, pero también nacionalista.... No se trata de una concurrencia confesional... Se trata de la manera de vivir el mismo cristianismo. Esto cuestiona dimensiones importantes como la universalidad y la solidaridad. El sentido del individuo, típico del mercado capitalista, pasa forzosamente al mundo religioso a escala universal, con la figura de un neocristiano consumidor".3 Esta reducción afecta al corazón mismo del testimonio, como también éste puede ser afectado por las comunidades cristianas, testimonio deteriorado por esta figura que se da de la vida cristiana. Cuarta reducción - La hipertrofia de La Iglesia Local y de La unidad de La Iglesia Esta reducción se refiere más directamente a la Iglesia como sujeto de la misión. La experiencia del Concilio había iniciado una vida eclesial sostenida por una colegialidad episcopal vivida bajo formas diversas, una sinodalidad eclesial vivida en diferentes niveles, a veces con detrimento de la responsabilidad de cada iglesia local. Éste ha sido el fruto de las últimas décadas al conceder todo su lugar, teológico y pastoral, a la Iglesia 4 local en la cual subsiste la Iglesia católica, hasta una cierta hipertrofia tanto de la Iglesia local como de la Iglesia de Roma. Reaccionar contra estas hipertrofias ha sido el papel de tantos debates teológicos que han precedido el reciente cónclave, como de las intervenciones cardenalicias que han precedido y han acompañado el cónclave. Debate entre el Cardenal Kasper y el Cardenal Ratzinger, intervención del Cardenal Martini y primeras expresiones de Benedicto XVI, sobre los cuales volveremos. III. Apeturas A partir de esta reflexión sobre algunas reducciones en la recepción del decreto se han destacado dos elementos fuertes de esta recepción. ¿Qué es la dinámica Ad Gentes introducida en la vida eclesial? ¿Cómo esta dinámica nos remite a la Iglesia como sujeto de la misión? La dinámica "Ad gentes" En el marco de la reflexión de la FA.B.C. (Federación de conferencias episcopales de Asia), un teólogo propone un nuevo paradigma de teología misionera, misión ínter gentes.4 Esta estimulante reflexión puede permitirnos profundizar en la idea de la misión Ad Gentes. Propone sustituir el ínter Gentes, el intercambio recíproco tal como puede realizarse al interior del pluralismo de las religiones y de las sabidurías de Asia, al ad gentes. En efecto ad gentes envía en Asia a una perspectiva de proselitismo como fue el de la primera evangelizaron, rechazada actualmente en un continente donde la cuestión del pluralismo religioso es un tema de vida o muerte. "Mientras que los demás pueden considerar la diversidad y la pluralidad de Europa como uno de los desafíos que debe afrontar la Iglesia [...] para los obispos asiáticos, el problema consiste más bien en preguntarse cómo las Iglesias asiáticas locales pueden estar cómodas con tal diversidad y pluralismo. De ahí el lugar central dado al diálogo, a la misión como diálogo y al nuevo paradigma ínter gentes. Se puede plantear una pregunta a esta propuesta: más que sustituir el Inter al Ad ¿por qué no pensar en una articulación recíproca? En efecto, todo diálogo verdadero implica un movimiento hacia el otro que supone una verdadera salida de uno mismo, eso no es ya un ad de conquista, sino un movimiento hacia el otro sin el cual no hay un verdadero diálogo. Y, en nuestra fe cristiana, este movimiento se inscribe en el interior de la dinámica de la encarnación de Cristo que "sale del Padre". Esta dinámica de encarnación viene a inscribirse en la Iglesia para que ella no cese de abrirse y de dilatarse en este encuentro de tradiciones religiosas y de sabidurías. En este mismo movimiento, la Iglesia da testimonio del Evangelio. En este movimiento el ad gentes permite un ad Patrem, una apertura al designio de Dios y a su misterio siempre más grande. Sin embargo, es importante guardar el ínter gentes tal como nos lo propone J. YunTan, y no solamente en el contexto asiático: eso nos obligaría a no pensar el ad gentes fuera de una transformación recíproca entre asociados, buscadores todos de la verdad, o buscadores de Dios y, a este nivel, de igualdad. Esto nos invita a desarrollar la disponibilidad y la capacidad de aprender de los otros. ¿No se manifiesta el mismo Cristo como aquél que crecía "en sabiduría y en edad", que aprendía de los demás, aun el sentido mismo de la misión? El encuentro con la siró - fenicia, tal como nos lo cuenta Mateo ¿no es determinante en este sentido, para el que alaba al Padre por lo que El ha revelado a los más pequeños? Esta dinámica ad gentes se deja determinar por aquéllos a quienes se proyecta. La encíclica Redemptoris Missio nos invitaba ya a no pensarlos simplemente en términos geográficos: ir hacia otros territorios todavía no alcanzados por el Evangelio. Invitaba a descubrir esos nuevos "areópagos" y designaba en particular las grandes ciudades, los grupos humanos más marginados, los jóvenes, los migrantes, las situaciones de pobreza frecuentemente intolerables, el mundo de la comunicación, el areópago de la cultura, de la investigación científica, de las relaciones internacionales. Para comprender mejor lo que significa este movimiento "hacia", el artículo ya citado de Monseñor V.G. Stellin nos propone los cuatro aspectos siguientes del ad: el ad gentes que acentúa la densidad humana y religiosa de aquéllos a quienes la misión se dirige; el ad extra que pone en relieve el desprendimiento de uno mismo que exige la salida de sí; el ad vitam que pone en relieve aquello de lo que la misión se alimenta, la experiencia del amor de Dios en el corazón mismo de la misión, que hace una misión consagrante, y en fin el ad pauperes, que pone en relieve a aquéllos que el amor del Evangelio alcanza de manera privilegiada, y que vuelve vigilante lo que este anuncio exige como servicio a los pobres. Estos cuatro ad traducen el movimiento en profundidad que nace de la kenosis de Cristo; en esta kenosis Jesús se hace camino, verdad y vida. Monseñor Stellin nos propone un icono de la misión Ad Gentes en el pasaje del Evangelio de Juan, cuando Jesús va a dialogar con los griegos que quieren verlo: "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto (Jn 12, 23-24)". Esta dinámica ad gentes reviste mayor importancia hoy porque introduce en la Iglesia una fuerza de universalidad y de catolicidad, donde esta Iglesia, impregnada por el aire del tiempo puede dejarse llevar por malas formas de universalización, por pasiones de identidad nacionalistas o por una indiferencia hacia lo que no afecta su propio interés. Esta dinámica es la fuerza del Evangelio que impone un límite ai barbarismo actual de las sociedades y al desarrollo de raíces, recordando concretamente por su gestión que todos los hombres son hijos de Dios porque todos están 5 llamados a recibir el Evangelio. La dinámica de comunión eclesial como sujeto de la misión Sí la dinámica Ad Gentes es un movimiento de salida de sí, esto nos exige precisar mejor en qué sentido la Iglesia es sujeto de la misión. Partiremos del debate ya evocado entre W. Kasper y J. Ratzinger, retomado e interpretado por M. Ndongala (Revue africaine de théologie - Abril 2004, pp. 21-29). Este debate versó sobre la relación entre la Iglesia universal y la Iglesia local. W. Kasper quería mantener el anclaje histórico del misterio de la Iglesia ("lo que ella es se interpreta en su historia conducida por el Espíritu de Dios"); insistía en la inclusión mutua, la interioridad recíproca de las dos entidades eclesiales de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares: "La unidad en la comunión con la Iglesia universal no aliena las tradiciones particulares, sino propone un servicio de catolicidad". J. Ratánger, en un contexto diferente, en el cual las comunidades nuevas o los nuevos Institutos pueden tener tendencia a tomarse por el todo de la Iglesia, afirma la prioridad ontológica de la Iglesia universal como la expresión de la íntima prioridad de la unidad testificada por la historia de la salvación. J. Ngondala nos propone guardar estas dos posiciones como indicativos de una doble polaridad, pero en una redisposición de perspectiva: tomar más en serio la prioridad de lo sacramental sobre lo jurídico, en una relación de inhabitación recíproca de las Iglesias locales y de la Iglesia universal, que se vive en la experiencia concreta de la comunicación de las Iglesias locales y en los intercambios entre ellas; tenemos entonces tres términos inseparables: Iglesias locales, Iglesia universal, comunión de las Iglesias locales entre ellas (que J. Ngondala ve concretizarse mejor en las Iglesias regionales). Esto no está sin relación con lo que se vive en el nacimiento de comunidades nuevas en la Iglesia. Después de un tiempo de emergencia de esas comunidades, como tantos dones diversos que el Espíritu Santo hace a la Iglesia (I Cor 12), viene un tiempo en el que el Espíritu enseña a cada uno a ponerse al servicio de todos (I Cor 14). Un coloquio realizado con motivo del vigésimo aniversario de la comunidad Fondado puso en relieve elementos particularmente significativos a este respecto5. Estas comunidades tienen que aprender a no vivir como si fueran el todo de la Iglesia, para llegar a ser un lugar de aprendizaje de una dinámica de comunión eclesial y, así, "asumir" el individualismo del mundo occidental actual, sacándolo del narcisismo. El desarrollo personal no significa "énfasis del yo", sino "descentramiento". Conclusión En el cuadragésimo aniversario de la clausura del Concilio y de la promulgación de la mayoría de las constituciones y decretos conciliares, la dimensión del acontecimiento de gracia, de concentración de la obra del Espíritu Santo es lo más frecuentemente destacado, obra del Espíritu en una asamblea conciliar con toda su pesantez, oposiciones, conflictos de poder, etc. ¿Qué decir de este acontecimiento de gracia a partir de las rasgos que de él afloran en el decreto Ad Gentes? Lo que más claramente se desprende, es la experiencia tenida en el curso de este Concilio de la presencia histórico salvífica de Dios en nuestra humanidad. Dios se hace cercano a todos los que, cristianos o no, están dispuestos a acogerlo en el santuario más profundo de su conciencia; esto de una manera que sólo él conoce, que sobrepasa lo que nosotros podemos comprender. No cesa de ir al encuentro de los que lo buscan y de suscitar sus búsquedas. ¿Qué es entonces la Iglesia? Es esta pequeña parte de la humanidad llamada a ser el receptáculo del acontecimiento pascual, no de un acontecimiento del pasado, sino de un acontecimiento actual de gracia en el cual la Iglesia se deja reconstruir en su dinámica propia. El objetivo de la misión es entonces permitir a los que buscan la verdad, como a tientas, ser alcanzados, ellos mismos, por este acontecimiento fundador de gracia que les abre caminos nuevos. ________________ Notas * Maurice Pivot [email protected] 1 Cf los interesantes estudios de Paul Bony en Esprit et Vie, No. 126, 130 a 133, y particularmente No. 135 pp. 14-20. G. Colzain - Omnis Terra, Febrero 2005, p.59. 3 Aimer l'Eglise, aimer le monde, Cerf, 2005, p. 52. 4 J. Yun-Tan, Supplément Église d'Asie, marzo 2005. 5 Aimer l'Eglise, aimer le monde, Cerf 2005, p. 34. 2 * Traducción: Sor María Fernanda Villacís Proaño Réf.: Spiritus, Edición hispanoamericana, Año 47/3. n. 184 Septiembre de 2006, pp. 103-116). 6