Ibn Batuta, el viajero incansable Suele ser poco conocida la hermosa ciudad oriental de Tabriz, que, en sus tiempos, fue uno de los centros comerciales entre Oriente y Occidente. En nada podían envidiar sus calles, su población alegre y rica, o sus coloristas y variados mercados, a los tradicionales centros de Bagdad y Damasco. Tabriz, que en la actualidad es la capital de la provincia de Azerbaijan, en Irán, perdió toda su importancia comercial al abrirse el paso del canal de Suez. Pero antes era paso obligado de caravanas, lugar de encuentro de mercaderes y peregrinos que convertían la ciudad en una feria permanente, a la vez que en una especie de escaparate de última moda donde se exhibían las novedades más recientes del comercio oriental. A esta ciudad y a este ambiente llegó Ibn Batuta en el año 1327. Era un joven elegante de veintitrés años, pero que, pese a su edad, “traía mucho polvo en su sandalia y mucha sabiduría en los ojos”, como reza el proverbio de los peregrinos árabes. En efecto, Ibn Batuta había partido de Tánger, su ciudad natal, con la intención de visitar solamente los santuarios más ilustres del Islam. Para ello recorrió el litoral de África del Norte, Túnez, Alejandría, El Cairo, Jerusalén y Damasco, la ruta tradicional que siguen los musulmanes que se desplazan a La Meca, a la que se llega atravesando el desierto de Arabia y haciendo alto en la ciudad de Medina, cargada también de significado para los mahometanos. Sin embargo, el joven viajero no se detuvo aquí. Después de cumplir con los ritos de su religión siguió viaje hacia Meched, después de atravesar el desierto de Nejed, donde pudo admirar la poco conocida mezquita de Alí, yerno y cuñado de Mahoma. De esta ciudad sagrada partió para Bagdad, e internándose en la Persia occidental llegó a la festiva ciudad de Tabriz. Un año de estancia en esta ciudad, desconocedora del silencio o la soledad, de la austeridad y la prudencia, le decidieron a regresar a La Meca en nueva peregrinación para expiar recientes pecados. El gran viaje que, desde Tánger, había llevado a Ibn Batuta a las lejanas tierras de la Persia occidental despertó en él el interés y una vocación definitiva por visitar países y estudiar las costumbres de los pueblos y las civilizaciones de que hablaban los grandes viajeros, como Marco Polo, y que, para un joven como Batuta, parecerían las legendarias tierras del paraíso descrito en el Corán. De nuevo en La Meca, Ibn Batuta pasó cinco años viajando por Arabia meridional y oriental, del Yemen a Ormuz, navegando por el mar Rojo desde Jeda hasta la costa africana de Zeila, costeando este litoral hasta llegar, rumbo Sur, al paralelo cero, más al sur del cual se hallan los puertos de Mombasa y Quiloa. A estos viajes suceden todavía otros de mayor ambición: el recorrido por todas las tierras de Asia hasta la fabulosa China. Recibido bien en todas las cortes, amparado a lo largo del Imperio islámico por la obligada hospitalidad que prescribe el Corán, Batuta no vacila en llevar a cabo uno de los más grandes viajes que se han hecho en la Historia. Desde Constantinopla parte hacia las llanuras de Ucrania, llega hasta el Volga, en cuya orilla se alza la ciudad de Sarai, recorre las estepas que se extienden hasta Urgandi y Bujara y se detiene en la gran población de Samarcanda. Atraviesa el río Amu Daría y se interna en los valles de Kabul, llegando hasta el río Indo. En este punto, Batuta ha de realizar una penosa ascensión del Hindu-Kush, cuyo clima no olvidará nunca, para seguir luego por Nueva Delhi, Cambay, Goa, Calicut, Quilón, islas Maldivas, Ceilán, Bengala, Sumatra, Java y China. Un recorrido que abarca, si tomamos Tánger como punto de partida, desde el océano Atlántico hasta el Pacífico. Veinticuatro años estuvo viajando Ibn Batuta desde que salió en peregrinación a Tánger. Pero cuando volvió a su ciudad, después de haber recorrido la mayor parte del mundo conocido, el aventurero mahometano quiso demostrar una vez más su temperamento viajero y, lejos de descansar, se embarcó en una expedición que partía hacia el Níger. Así tuvo ocasión de visitar ciudades como Tagara, Uala-ta y la misteriosa Tombuctú, regresando a Tánger por la ruta del Haggar, que atraviesa la gran cadena montañosa del Atlas. Ibn Batuta, el primer turista de la Edad Medía, viajero por el puro placer de admirar ciudades de leyenda y paisajes exóticos, murió en su ciudad natal en 1377.