¿Cómo acelerar la instalación del derecho a la educación como una cuestión ética y políticamente insoslayable? Aurora Loyo Brambila Observatorio Ciudadano de la Educación Quiero comenzar esta corta intervención tomando como punto de partida una de las muchas ideas que nos legó el Dr. Pablo Latapí, quien dedicara uno de sus últimos artículos a llamar la atención de los investigadores respecto a la importancia de trabajar desde la perspectiva del derecho a la educación y a la necesidad de analizar la situación de no exigibilidad fáctica en que este derecho se encuentra en México. Consideraba el Dr. Latapí sobre este problema que los conflictos del estado mexicano habían impreso una distorsión de origen cuya superación requeriría muchos años para resolverse. Se refería a principalmente al hecho de que los regímenes revolucionarios consideraran a la educación más una prerrogativa del estado que un derecho del individuo. En diálogo con esta idea coincido plenamente con la idea de que una distorsión proviene de la persistencia, en nuestra cultura política y en nuestras leyes de un componente estadocéntrico. Este componente es el que explica por ejemplo que la escuela para los hijos sea percibida todavía entre amplios grupos sociales más como una dádiva del gobierno que como un derecho de los niños a recibir una buena educación básica. Explica Participación en la reunión con el relator de Naciones Unidas sobre el derecho a la Educación, Secretaría de Gobernación, 17 de febrero de 2010. 1 también que los gobiernos, el federal pero también los estatales _y esto independientemente del partido del que provengan_ basar su se permitan todavía propaganda en el número de escuelas que se construyen o que habilitan. Es ésta la explicación de las muy altas calificaciones que en las encuestas a población abierta obtiene la escuela, a pesar de que sabemos que la enseñanza que en ella adquieren los niños es sumamente deficiente. Pero la otra fuente de distorsión, que retrasa la receptividad que como sociedad tenemos al tema del DE, proviene de una orientación relativamente reciente: una orientación estrechamente tecnocrática que ha ido permeando no sólo a las élites sino también a los sectores medios que, como sabemos, influyen poderosamente en la difusión de las innovaciones. Esa orientación tecnocrática explica que habiéndose arribado a tasas aceptables de cobertura de la primaria se soslaye el hecho de que aún quedan fuera de la escuela aproximadamente 1, 400 000 niños y que 6 millones de adultos son analfabetas; de que habiendo mejorado notablemente los niveles de asistencia a la escuela de niñas y jóvenes se olvide el hecho de que la inmensa mayoría de las mujeres indígenas mayores de 65 años (en números redondos 303 mil de 473 mil) no pueden leer ni escribir o que se hable poco de los miles de discapacitados que en los hechos se encuentran excluidos de las escuelas. expresarlo directamente se conforma una mentalidad para la cual Sin los indígenas, los discapacitados, las personas de la tercera edad son "perdedores". En esta lógica, no se considera rentable dedicar recursos escasos a su educación. Pensar a la educación como un derecho requiere como un primer elemento identificar a las personas o entidades a las que es dable exigir su cumplimiento. En este 2 punto las distorsiones atribuibles tanto el estatismo como la perspectiva tecnocrática se manifiestan con claridad. En la visión estatista, que construyeron seis décadas de partido prácticamente único, el gobierno, los gobiernos en su acción educativa se legitiman,; así esa acción se transforma en "logros". "Los logros de la Revolución Mexicana" se constituyó así como el leit motif con el que se celebró el cincuentenario de 1960. Los gobiernos "emanados de la Revolución", habían logrado construir miles de escuelas para proporcionar educación al pueblo _subrayo, pueblo, no individuos_. Nótese que no existe, en esa concepción lugar para la exigibilidad. Y cuando se expresa la exigencia y la crítica, éstas no rompen del todo el cerco en el que se mueven. (Es la voz de los críticos en 1960 que cuestionan los logros de los regímenes revolucionarios por ser insuficientes, pero sin dejar de pensar a la ampliación en la cobertura educativa como un logro gubernamental y no como un derecho de los ciudadanos). El país es pensado en esa época desde el paradigma de lo "sui generis" y por tanto la comparación con otros países está fuera de foco. En la visión tecnocrática que se instala en los ochenta, la distorsión que impide la adecuada recepción al tema del derecho a la educación y de su exigibilidad proviene de otro lugar. Se insiste en todos los tonos en la necesidad de mejorar la calidad de la educación, pero se deja de lado la necesidad de darle a las políticas una orientación incluyente. La exigencia puede dirigirse hacia los maestros o hacia el sindicato. Comienza por el hecho mismo de dejar prácticamente fuera el reclamo el problema de la inclusión, que es inseparable de la equidad. No es pues en strictu sensu una exigibilidad sobre el derecho a la educación, que por naturaleza tiene carácter universalista. Sí se exige, pero algo distinto, a la vez más utilitario y menos universal. Una educación de calidad que, aunque no se asume explícitamente, se orienta solamente hacia aquellos que no se han situado ya 3 irremisiblemente del lado de los "perdedores". Educación "de calidad" cuyo más importante referente consiste en resultados aceptables en las pruebas internacionales (PISA por ejemplo). Se trata sobre todo de lograr que México resulte un destino más atractivo para los inversionistas. Es en este ambiente cultural de confluencia entre una tradición que no reconoce suficientemente los derechos de los individuos y otra que parte de una visión burdamente utilitaria de la educación, que poco a poco es abre paso y se difunde la necesidad de poner en el centro de las políticas el derecho a la educación. Entre las condiciones favorables podemos mencionar la promoción genérica a los derechos humanos, aún cuando el DE ocupe aún un lugar marginal. También podemos señalar el mayor pluralismo, la ampliación jurídica de este derecho a través de las modificaciones al Artículo Tercero que ampliaron el ciclo de la educación obligatorio desde preescolar hasta la secundaria. Por último, el florecimiento de organizaciones de la sociedad civil que se interesan por participar y por influir en las políticas educativas. Concluimos nuestro argumento señalando que nuestro análisis sobre las directrices de la acción de algunas de estas OSC nos indica que al establecer sus prioridades éstas se enfrentan con la necesidad de resolver de alguna manera la tensión entre las dos orientaciones que hemos señalado. Se plantean disyuntivas en torno a preguntas tales como ¿Qué exigir y para quiénes en primer lugar? ¿A quién exigir y por qué medios? Existe, en otras palabras, una gran dificultad para dar respuestas matizadas que permitan definir las áreas de responsabilidad de las distintas esferas gubernamentales y de los diversos actores sociales involucrados en el proceso educativo. Partir del derecho a la educación, profundizar en sus contenidos concretos y hacer de éste una brújula que oriente la acción de las OSC es el mejor antídoto para asegurar que en este ambiente, cruzado por visiones 4 contrapuestas y simplificadoras, las organizaciones de la sociedad civil podamos encontrar caminos que poco a poco neutralicen las distorsiones sobre las que Pablo Latapí nos puso en guardia. 5