Don Pepe Febres-Cordero Ramón Sosa Pérez Conservo el afecto

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Don Pepe Febres‐Cordero Ramón Sosa Pérez Conservo el afecto de don Daniel Febres Cordero, dignatario del apellido que repuebla nuestro gentilicio. Esta crónica viene a propósito del 38° aniversario del fallecimiento de su padre, don Pepe; alias de respeto que le dio la ciudad a José Rafael Febres‐Cordero Carnevali, estolón del espléndido tronco merideño que fue el hogar de don Tulio y doña Teresa. Una tarde, mientras me contaba la utilidad de la impresora que fue del padre, y antes de don Tulio, aprovechó para narrar episodios sobre aquellos hombres dedicados al servicio público. Con la mano sobre la añeja maquinita de laborar tipos, retuvo entonces los días de la muerte de don Pepe, quien gozaba de alta estima y cuya obra se concentró en clasificar los viejos infolios del padre, atesorados en el regazo familiar. Sumado al duelo regional, la muerte de don Pepe tocó las fibras sensibles de la jerarquía política nacional. Era 3 de marzo de 1974 y la transición entre los gobiernos de Caldera y Pérez estaba en manos de las Comisiones de Enlace. Su hijo Adán se desempeñaba como Ministro de Justicia y el nuevo Gobernador, Rigoberto Henríquez Vera, era amigo entrañable de don Pepe, por lo que las condolencias de ambos bandos políticos se dieron la mano en el velatorio. No extrañó entonces que sus comunicados tomaran privilegio en el obituario de rigor. El telegrama del presidente Caldera, amigo personal de don Pepe, llegó seguido al de la Casa Militar del Presidente Pérez. En medio de la discordancia política, su bonhomía se prolongó hasta conciliarlos en su réquiem. El 12 de marzo de 1979 el gobierno se posesionó y en su nombre, el gobernador Henríquez Vera agradeció al pueblo la solidaridad por don Pepe, gran hacedor de la merideñidad. Este periodista, escritor e historiador había nacido en Mérida el 23 de diciembre de 1898 y dejó su suelo nativo, en marcha a la Eternidad, a los 75 años de edad, cediendo una traza de innegable atributo histórico al conservar con prolijidad la ingente obra escrita del memorialista de Mérida, don Tulio Febres Cordero, su padre. 
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