El carácter mistérico de la verdad eh la encíclica «Fe y Razón» .

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El carácter mistérico de la verdad
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Carlos J. Novoa M., S.I. *
RESUMEN
Este texto busca seíialar algunos aportes sugerentes que hace la encíclica «Fe y
Razón» a la btísqueda de la verdad como misterio.
***
Dios como creador es el trino y el uno; como
infinito no es ni el trino, ni el UlIO, ni liada de lo que
pueda decirse, pues los nombres que se aplican a
Dios proceden de la criaturas, mientras que Él, en sí
mismo, es indecible y está por encima de todo lo que
se puede nombrar o expresar. I
De esta manera el gran filósofo y teólogo medieval, Nicolas de Cusa (1401-1464),
más conocido como «el Cusano», nos señala el talante misterioso de toda
investigación humana sobre la verdad última de la existencia. Dicho talante se
ubica en el corazón de la más pura tradición cristiana cuando ésta experimenta que
dicha verdad es tan profunda y vasta, que escapa de todo intento científico o
racional por comprenderla, lo cual la convierte en un verdadero misterio.
*
Sacerdotejesuita. Decano académico. FacultaddeTeología. Pontificia UniversidadJaveliana.
Santafé de Bogotá. Doctoren Ética Teológica y profesor e investigador en Ética de la misma Facultad.
Licenciado en Filosofía y profesional en Teología de la misma Universidad. Magister en Ética
Teológica. Universidad Gregoriana. Roma.
1.
DE CUSA. NICOLÁS. Opera Omllia VII. Meiner: 1959, p. 62. Citado por: VON BALTHASAR. HANS
URS. Solo el amor es digllo de fe, Salamanca: Ediciones Sígueme, 1990. p. 17.
Theologica Xaveriana 49 (1999) 179-184
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Con esta presentación busco señalar algunos aportes sugerentes a la búsqueda
de la verdad como misterio que hace la encíclica «Fe y Razón».
La encíclica tiene como objetivo central «exponer algunas reflexiones sobre
la vía que conduce a la verdadera sabiduría, a fin de que quien sienta el amor por
ella pueda emprender el camino adecuado para alcanzarla y encontrar en la misma
descanso a su fatiga y gozo espiritual».2 De aquí se infiere que el Papa se dirige a
todas las personas que buscan la verdad, o sea, a toda la humanidad, ya que ella se
halla en este empeño fundamental. 3
Habla también Juan Pablo 11 de la verdad como un camino y una vía, de lo
que se puede colegir que ella no es algo dado, de carácter inmutable y controlado
por una minoría iluminada, sino una búsqueda que concierne a todos. Confirma esta
perspectiva la afirmación según lacualla Iglesia participa «del esfuerzo común que
la humanidad lleva a cabo para alcanzar la verdad [... ] desde la conciencia de que
toda verdad alcanzada es sólo una etapa hacia aquella verdad total que se
manifestará en la revelación última de Dios: 'Ahora vemos en un espejo, en enigma.
Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces
conoceré como soy conocido' (l Corintios 13, 12)>>.4
La encíclica reivindica entonces el carácter misterioso e inagotable de la
comprensión de la verdad, el cual hace de ella un proceso de búsqueda constante
por parte de todos y no una posesión sempiterna en manos de unos pocos que la
imponen a la mayoría. Dada esta gran complejidad, tanto la filosofía como las
ciencias en general tienen un papel imprescindible en todo este desarrollos y la
«Iglesia camina a través de los siglos hacia la plenitud de la verdad, hasta que se
cumplan en ella plenamente la palabras de Dios».6
Esta convergencia de la filosofía tiene como correlato la vigencia de su
autonomía en el curso de su tarea; por esto la «Iglesia no propone una filosofía
propia ni canoniza una filosofía en particular con menoscabo de otras. El motivo
2.
JUAN PABLO 11, Encíclica «Fe y Razón», Santafé de Bogotá: Ediciones Paulinas, 1998, No. 6.
3.
Cfr. JUAN PABLO 11, «Fe y Razón», No. 1.
4.
JUAN PABLO 11, «Fe y Razón», No. 2.
5.
Cfr. JUAN PABLO n, «Fe y Razón», No.9.
6.
JUAN PABLO 11, «Fe y Razón», No. 11.
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El carácter mistérico de la verdad en la encíclica «Fe y Razón»
profundo de esta cautela está en el hecho de que la filosofía, incluso cuando se
relaciona con la teología, debe proceder según sus métodos y sus reglas; de otro
modo, no habría garantías de que permanezca orientada hacia la verdad, tendiendo
a ella en un procedimiento racionalmente controlable. De poca ayuda sería una
filosofía que no procediese a la luz de la razón según sus propios principios y
metodologías específicas. En el fondo, la raíz de la autonomía de la que goza la
filosofía radica en el hecho de que la razón está por naturaleza orientada a la verdad
y cuenta en sí misma con los medios necesarios para alcanzarla».1
Constatamos entonces la relevancia de la autonomía filosófica resultado del
carácter inconmensurable de la verdad. «De esto resulta que ninguna forma
histórica de filosofía puede legítimamente pretender abarcar toda la verdad, ni ser
la explicación plena del ser humano, del mundo y de la relación del hombre con
Dios».8
En esta misma línea se afirma el aporte de todas las culturas al descubrimiento
de la verdad9 y se nos recuerda cómo de «todos modos no hay que olvidar que la
Revelación está llena de misterio. Es verdad que con toda su vida, Jesús revela el
rostro del Padre, ya que ha venido para explicar los secretos de Dios; sin embargo,
el conocimiento que nosotros tenemos de ese rostro se caracteriza por el aspecto
fragmentario y por el límite de nuestro entendimiento». 10
La gran policromía que constituye el camino de la verdad nos lleva a
constatar cómo en la Biblia se da «una profunda e inseparable unidad entre el
conocimiento de la razón y de la fe. El mundo y todo lo que sucede en él, como
también la historia y las diversas vicisitudes del pueblo, son realidades que se han
de ver, analizar y juzgar con los medios propios de la razón, pero sin que la fe sea
extraña en este proceso. Esta no interviene para menospreciar la autonomía de la
razón o para limitar su espacio de acción, sino sólo para hacer comprender al
hombre que el Dios de Israel se hace visible y actúa en estos acontecimientos. [... ]
No hay, pues, motivo de competitividad entre la razón y la fe: una está dentro de
la otra, y cada una tiene su propio espacio de realización». I I
7.
JUAN PAIlLO
11, «Fe y Razón», No. 50.
8.
JUAN PAIlLO
11, «Fe y Razón», No. 51; cfr., JUAN PAIlLO 11, «Fe y Razón», No. 4.
9.
Cfr. JUAN PAIlLO 11, «Fe y Razón», No. 3.
10.
JUAN PAIlLO
11, «Fe y Razón», No. 13.
11.
JUAN PAIlLO
11, «Fe y Razón», Nos. 16 y 17.
Carlos J. Novoa M., S.I.
ISI
Con justicia llama la atención la encíclica respecto al peligro de conculcar el
carácter mistérico de la verdad al encerramos en realidades parciales de orden
filosófico o científico y no acceder a hondas dimensiones de la persona
imprescindibles para su plena realización:
Se ha de destacar que las verdades buscadas en esta relación interpersonal no
pertenecen primariamente al orden fáctico o filosófico. Lo que se pretende, más que
nada, es la verdad misma de la persona: lo que ella es y lo que manifiesta de su propio
interior. En efecto, la perfección del hombre no está en la mera adquisición del
conocimiento abstracto de la verdad, sino que consiste también en una relación viva
de entrega y fidelidad hacia el otro. En esta fidelidad que sabe darse, el hombre
encuentra plena certeza y seguridad. Al mismo tiempo, el conocimiento por
creencia, que se funda sobre la confianza interpersonal, está en relación con la
verdad: el hombre, creyendo, confía en la verdad que el otro le manifiesta» 12.
De esta manera el sucesor de Pedro destaca un aspecto relevante de la
existencia humana: la centralidad de la dignidad de la persona y el reconocimiento
que estamos llamados a hacer de ella desde una praxis real de amor y alteridad. Por
esto hay que estar atentos para evitar el desecho de la referida centralidad, como
cuando «algunos científicos, carentes de toda referencia ética, tienen el peligro de
no poner ya en el centro de su interés la persona y la globalidad de su vida. Más aún,
algunos de ellos, conscientes de las potencialidades inherentes al progreso técnico,
parece que ceden, no sólo a la lógica del mercado, sino también a la tentación de
un poder demiúrgico sobre la naturaleza y sobre el ser humano mismo».13 Un
devenir del saber en estos términos está orientado «como 'razón instrumental' al
servicio de fines utilitaristas, de placer o de podeD>, el cual genera frutos que «se
vuelven contra el mismo hombre».14
Colegimos entonces cómo la encíclica argumenta con claridad respecto a la
urgencia de caminar en la búsqueda de la verdad desde un horizonte integral. Esto
significa para el texto papal que en este camino deben converger las más diversas
ciencias, culturas y evidentemente la filosofía y la teología. De igual manera
debemos evitar los reduccionismos del conocimiento a una sola corriente filosófica
12.
JUAN PABLO
11, «Fe y Razón,» No. 33.
\3.
JUAN PABl.O
11, «Fe y Razón», No. 46.
14.
JUAN PABLO
n, «Fe y Razón», No. 47.
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El carácter mistérico de la verdad en la encíclica «Fe y Razón»
o a la dimensión fáctica del saber, lo cual nos llevaría a la grave negación de la
dignidad humana en su carácter total y de la necesaria indagación del sentido último
de la existencia. En este sentido se reconoce la autonomía propia de la filosofía, de
la razón, y por ende, de las disciplinas científicas. De esta manera se confirma el
irrenunciable carácter mistérico de la verdad.
En consonancia con lo anterior, el Pastor de la Iglesia universal nos urge a
no olvidar que una «filosofía carente de la cuestión sobre el sentido de la existencia
incurriría en el grave peligro de degradar la razón a funciones meramente
instrumentales, sin ninguna auténtica pasión por la búsqueda de la verdad». Abocar
dicha cuestión «se hace hoy más indispensable en la medida en que el crecimiento
inmenso del poder técnico de la humanidad requiere de una conciencia renovada
y aguda de los valores últimos. Si a estos medios técnicos les faltara la ordenación
hacia su fin no meramente utilitarista, pronto podrían revelarse inhumanos, e
incluso transformarse en potenciales destructores del género humano». 15
Según lo expuesto hasta acá se puede afirmar que la encíclica desenvuelve
un sugerente planteamiento respecto a la verdad como misterio, desde el cual el
conocimiento es una vía ajena a todo dogmatismo y se conforma como un camino
de constante crecimiento creativo, con la estimulante participación de las más
diversas instancias y personas. Quiera Dios que esta inspiradora perspectiva del
escrito papal nos haga crecer dentro de la Iglesia en la diaconía de la verdad que se
nos ha encomendado.
15.
JUAN PABLO
11, «Fe y Razón», No. 81.
Carlos J. Novoa M., S.I.
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