JOSÉ BENITO MONTERROSO:

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P. JOSÉ BENITO MONTERROSO
¿ACASO UN AEROLITO?
Pocos protagonistas en nuestra historia patria convencional han sido tan
olvidados y calumniados como el Padre José Benito Monterroso, secretario de
Artigas y principal consejero suyo durante los cinco años del gobierno de
Purificación. Estimamos que con nuestro libro, recientemente publicado: “José Benito
Monterroso. El inicuo destierro de un ciudadano ilustre”, hemos humildemente
contribuido a su reivindicación.
Pero si la historia debe superar el olvido y la calumnia que han caído sobre este
ilustre franciscano, también resulta impostergable corregir el error de estudiarlo aislado
de su contexto cultural y religioso, visualizándolo como una figura solitaria, como una
especie de aerolito que cayera, sin saberse cómo, en la conflictiva Banda Oriental
de principios del siglo XIX.
¿Quién era Monterroso?
Recordemos que nació en Montevideo, el 20 de junio de 1780. Era hijo de una
conocida familia de la época colonial, hermano de Ana, esposa del General Juan
Antonio Lavalleja, y primo de Artigas. Los padres y abuelos de Artigas pertenecieron a
la Orden Tercera Franciscana, tal como lo registra el “Libro de Profesiones” de la
Orden, iniciado en 1742.
Siendo joven, Monterroso ingresó a la Orden Franciscana. Estudió en la
Universidad de Córdoba, recibiendo las más altas notas: allí, con solo 23 años, ocupó
la cátedra de filosofía, para después enseñar teología y, finalmente ser nombrado
maestro de estudiantes, cargo para el cual solo se designaban doctos religiosos de
probada virtud. En 1814, deja su convento para servir a la Patria, como tantos otros
beneméritos religiosos: por ejemplo, Fray Benito Lamas e Ignacio Otazú. En el año
1815, pasa a desempeñarse como secretario de Artigas, durante los cinco años del
llamado “Gobierno de Purificación”, período particularmente importante, especialmente
en relación a la maduración y explicitación del ideario artiguista.
Monterroso, principal consejero de Artigas
En el libro que recientemente publicáramos: “José Benito Monterroso: el inicuo
destierro de un ilustre ciudadano”, se evidencia, con abundantes y convincentes
pruebas, que Monterroso no solo fue el más importante secretario del Prócer, sino
su principal consejero. Durante los años del “Gobierno de Purificación” hubo entre el
caudillo y su secretario-consejero, una total sintonía y afinidad, no registrándose entre
ellos -ambos con fuerte personalidad- el menor desacuerdo.
Un análisis atento de los documentos emanados durante ese período muestra la
influencia del franciscano en muchas ideas que en ellos se exponen. Además, un
conocedor del lenguaje teológico podrá descubrir el léxico y las “vibraciones” propias
de ciertas corrientes profético- religiosas. Lamentablemente, la cultura ‘laicista’ -que no
debe confundirse con ‘laica’-, impide a no pocos historiadores encarar este análisis, que
permitiría descubrir con claridad las coincidencias y las influencias.
Una calumnia persistente
Las ideas -en el buen sentido del término- “radicales” de Monterroso le
acarrearán la animadversión de no pocos de sus contemporáneos, que las calificarán de
perniciosas, y calumniarán al fraile, acusándolo con artera malignidad de “apóstata”: tal
adjetivo infamante lo colocaba, en esa época, al margen de la sociedad. También a este
tema se alude en mi libro: mediante un cúmulo de elementos probatorios, queda
evidenciada la calumniosa falacia de dicha afirmación, propagada con el único objeto de
desacreditar al franciscano.
La violenta reacción provocada por su retorno al país, en 1834, constituirá la
última prueba de la furiosa inquina que la persona y las ideas de Monterroso provocaban
-y, por ende, también Artigas y su proyecto-. Por eso, en un clima de verdadero pavor,
se le expulsará bruscamente del Uruguay, al que solo podrá retornar en 1836, por
mediación de su hermana Ana, que sentía por él un cariño entrañable. Fallecerá el 1º de
marzo de 1838, amortajado, según su deseo, con su hábito franciscano. Absolutamente
olvidado, todavía hoy espera que la historia lo coloque junto al Prócer, sitial que,
por sus méritos, le corresponde.
Un contexto revelador
Pero si constituye una labor insoslayable impugnar el cúmulo de falsedades
vertidas sobre el Padre Monterroso y rescatarlo del olvido en que sus enemigos lo
sepultaron, también es imperioso estudiar el contexto cultural y religioso en que
crecieron sus ideas. ¿Fue acaso Fray José Benito Monterroso una oveja negra que,
escapada del redil, poco tenía que ver con sus hermanos frailes y con las instituciones
religiosas en que se formó?
Infelizmente, los pocos historiadores que lo valoran lo han aislado,
presentándolo como una figura solitaria, cuyas ideas y opciones habrían nacido casi por
generación espontánea. Grave error, que llevaría a considerar al franciscano como un
enigma historiográfico… Algunos pocos, al comprender la singularidad de sus planteos
-tan ajenos al liberalismo, especialmente económico, que comenzaba a predominar en
los ámbitos patriotas- han pretendido descifrar este enigma, calificando al fraile de
“jacobino”: también sobre esta errónea interpretación hemos escrito largamente en
nuestro libro.
El “enigma” descifrado
No es en absoluto casual que, tres días después de la Batalla de Las Piedras, el
capitán Pampillo, por orden del Virrey Elío, del que era edecán, expulse a nueve frailes
franciscanos, por su apoyo al artiguismo, al grito de: “¡Váyanse con sus amigos, los
gauchos!”. Siete de esos frailes habían enseñado en la Universidad de Córdoba y en los
mejores colegios del Virreinato, y habían sido maestros o condiscípulos de
Monterroso. ¡El fraile Monterroso no era un solitario!
También puede recordarse, a modo de ejemplo, al franciscano Fray Leonardo
Acevedo, secretario y consejero de Andresito Guacararí, que compartió con este la
prisión en la Isla dos Cobras (Brasil): años después, fue propuesto como primer obispo
para la diócesis de Paraná, falleciendo antes de ocupar el cargo.
La Universidad de Córdoba
Otro elemento que explica la conducta de Monterroso es la Universidad de
Córdoba y el clima que allí predominaba cuando el fraile decidió acompañar a Artigas.
En dicha Universidad, se enseñaban las tesis del ilustre jesuita Francisco Suárez sobre la
soberanía popular. Este maestro sostenía -un siglo antes que Rousseau, aunque con
fundamentos distintos- que, si bien la autoridad tiene origen divino, ella radica en el
pueblo y es traspasada por este al gobernante,
En los famosos Cabildos Abiertos, antiguos y sabios profesores de la
Universidad de Córdoba respaldarán con su conducta a Artigas. Será el rector del
Colegio franciscano de Montserrat quien, por disposición del Cabildo de la Ciudad,
entregará al Prócer la espada, al nombrarlo “Protector de los Pueblos Libres”.
Una necesaria reivindicación y superación
En razón de lo expuesto, avalado de modo documental en investigaciones
recientes, la reivindicación del P. José Benito Monterroso es perentoria. También la
superación de los esquemas deformados que cierta visión -no laica sino laicista- ofrece
sobre los hechos históricos, visión que, como una pandemia, ha contagiado a vastos
sectores de la sociedad uruguaya.
Mario Juan Bosco Cayota
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