La cabina invisible Allí estás Poemas de Juan Santander Leal Allí estás (Marea Baja Ediciones, 2009) de Juan Santander Leal (Copiapó, 1984), se plantea como una de las obras más interesantes publicadas en el último tiempo, afirmación que se sustenta no sólo en la prolijidad que demuestran los poemas ahí reunidos, sino también por funcionar a la manera de bisagras, en la apuesta por un verso que abra más que proponga un cierre inmediato. Parafraseando a Ezra Pound, aquí el golpe se da por la prosa que queda para el lector, en cómo la brevedad y la condensación en la que se establecen, logran el impacto para que, o sigamos hurgueteando en ellos, o fijemos –en un momento que supera la lectura- su punto final. Entre el escarnio y la confesión, estos poemas de desquite bien merecen un ojo atento, para traslucir su sentido alegórico y su ingeniería. Sin embargo, como otros han hecho notar, no deja de ser significativo que la relación con el paisaje y la urbanidad del norte y el desierto –origen del poeta que aquí presentamos- sea parte constituyente de un hablante que se condice con el remolino y la sequía, como si éstas fueran la verdadera panorámica de su desolación. La cabina invisible 1997 Pueblo contemplado con las líneas de la cara casas que no saben donde entierran a sus hijos duna donde observas en la tarde a los que huyen otros que preparan la corbata y los cuadernos tiempo malgastado bajo el sol de la mañana cápsulas que esperan en un borde de la mesa. La cabina invisible Árbol de hoja angosta Estás allí a mi lado en el patio de mi casa tentado de encontrar la profunda relación entre una máquina de coser y la hoja de un olivo. La cabina invisible Te vienen a ver Todavía lavas los pies de tus hermanas cuando llegan desde lejos a contarte cómo cambia la ciudad donde naciste. La casa se hunde cada año unas pulgadas y hay hortensias en el mismo macetero. Tú les sirves té a tus parientes y esperas que te hablen del pasado, de la reja que saltaban a escondidas para ir a bailar con los vecinos. ¿Te acuerdas del niño que vivía en la esquina? Está muy gordo y calvo, te mandó cariños. El presente se parece tan poco a lo que verdaderamente importa. Tú les hablas del trabajo y de unos perros y no quieres que se vayan sin decirte cómo están tus primos en sus tumbas. La cabina invisible Comida cruda ¿Cómo me di cuenta? Los platos vacíos, la sal y la pimienta en la mesa. Imposible salir del vocabulario privado que construimos con ternura y terminó por destrozarnos. Compartimos incluso la hinchazón de los ojos en los días de trabajo, la maestría de maquillarse en el metro, la lluvia cayendo en los zapatos negros. Cenas para traer y llevar, planes de vacaciones, silencios y peleas agendadas. Todavía huimos al Litoral Central en los feriados religiosos. Así me di cuenta. Por la esperanza puesta en los reproductores musicales, por la triste convivencia con las cosas adquiridas. Nada que no pueda arreglar un trocito de salmón sobre una bola de arroz, un viaje a las importadoras, un helado de frutilla en el Paseo Estado. Yo fui quien te arrastró a las convenciones, yo estoy obsesionado con ellas. Imagínate que nuestra historia avanza sin repetirse, como los árboles de un parque. Tú tienes el corazón más grande y firme que yo, de eso también me he dado cuenta. La cabina invisible Lavanda ahora Las confusiones que hacen verte sola la ventana ataja un poco de calor quince días en silencio y las novelas te dicen el paisaje que debes apreciar un campo de lavanda y lluvias en verano el té se oxida en una esquina de la mesa alguien se acerca a ti silbando un himno toca la puerta de tu pieza con los dedos. La cabina invisible Artes plásticas Como en un mal sueño te vi en un escritorio bajo un mural con tus dibujos, entre frascos e imágenes de santos y pañuelos de colores. La luz celeste y rosa y materiales en la mesa cuchillos, papel, pegamento, y unos lápices; estabas trabajando, haciéndome una máscara.