Antes de traer a la consideración de ustedes una situación clínica

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V Jornadas Abiertas de Adolescencia 2011:
Pertenencias y Procesos de Subjetivación en las Adolescencias
Laboratorio de Adolescencia. Asociación Psicoanalítica del Uruguay
Acercamiento de algunos adolescentes a ámbitos
religiosos y /o a organizaciones que poseen un
modelo religioso.1
María Lucila Pelento
1. Conferencia Plenaria: Panelista: María Lucila Pelento (APA): “Acercamientos de algunos
adolescentes a ámbitos religiosos y/ o a organizaciones que poseen un modelo religioso”Coordinación:
Adriana Ponzoni. 2 de setiembre de 2011. Montevideo
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Suele suceder que en algún encuentro con amigos y/o colegas se comente,
tal vez sin darle demasiada importancia, alguna nueva tendencia que se
empieza a observar en determinados grupos de personas. Hace unos años, por
ejemplo así se comentó una costumbre referida a jóvenes. Se relataba que
estos, por lo general gerentes de algunas empresas, a la caída de la tarde,
cambiaban su ropa informal para vestir trajes como en el 50 con saco,
chaleco de color oscuro y corbata, para reunirse en un bar fashion con otros
jóvenes vestidos como ellos. Como si desearan a través de esta particular
moda bautizada “after hour” trasladarse a otro tiempo.
Hace unos años llegaron también, entre otros comentarios, uno vinculado
con una inclinación nueva entre algunos adolescentes. Una tendencia a
acercarse a algún tipo de creencia propia de cierto ámbito religioso o a algún
grupo u organización en el que estuviera presente un modelo religioso. Y por
esto último entiendo un modelo apoyado en un proyecto de salvación de la
humanidad proveniente de la voluntad divina o de alguien que directamente la
represente.
Estos comentarios a veces fueron previos a relatos o consultas que recibía en
mi práctica con adolescentes, otras veces se dieron en simultaneidad con los
mismos.
En esta presentación me voy a referir a diferentes formas de acercamientos.
Pero antes deseo hacer algunas puntualizaciones. Por un lado señalar que no
me referiré a creencias en continuidad con un tipo de educación previa por
ejemplo las que se derivan de haber asistido a una escuela católica o judía
desde pequeño o haber estado relacionado con grupos conectados con la
religión evangélica, y seguir manteniendo esas creencias. O pertenecer a una
familia con fuerte arraigo en determinada religión.
Se trata, en cambio, de otra cosa. De una especie de búsqueda y de encuentro
personal de algunos adolescentes con un determinado
ámbito religioso,
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propio de las religiones más difundidas. Esos acercamientos son de distinta
cualidad, incluyen diferentes elementos
y producen también diferentes
efectos. Trataré al describirlos de enlazar los fenómenos que vi surgir con mi
modo de entender los conceptos planteados en el título de este encuentro:
pertenencia, subjetividad y subjetivación.
Dado que el ámbito religioso fue definido como “ámbito de las creencias”
creo necesario referirme en primer lugar a los cambios en las creencias
producidos en la actualidad.
Comenzaré señalando que la subjetividad parecía disponer, en otros tiempos,
de sitios para la fe. De prácticas en las cuales la fe podía arraigarse. De
grandes relatos religiosos que le daban ese espacio a los sujetos. Como
respondiendo a la idea kantiana de limitar la ciencia para dejarle un espacio a
la fe. Pero luego, una vez que las fuentes vitales de la teología cristiana se
agotaron, varios fueron los intentos llevados a cabo para llenar el vacío que
dejó la muerte de Dios. Los mitos y luego la ciencia y más tarde la tecnología,
son, como dijo G. Steiner en 1974 en “Nostalgias de lo absoluto” una especie
de “teología sustituta”.
Afirmar que hace tiempo que no existen los grandes relatos religiosos y que
por lo menos en Occidente la religión ya no ocupa los espacios públicos que
ocupaba en otros tiempos, no implica decir que ya no existen creencias.
Por el contrario existe una multiplicación y fragmentación de creencias,
acorde con la fragmentación social. Creencias que parecen tener como meta
ya no conectarse con lo absoluto sino ofrecer caminos
diferentes
para solucionar
problemas. Y así como en otro momento histórico,
sorprendía encontrar diferencias entre
no nos
sujetos más inclinados a sostener
creencias científicas y otros más orientados a sostener creencias religiosas,
hoy en cambio, es habitual encontrar que una misma persona participa
simultáneamente de diferentes creencias. Sale de una institución científica y
entra sin problema a otro lugar para hacerse un estudio astrológico, asistir a
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un grupo de meditación zen y/o hacerse tirar las cartas del ichin. Esto revela
que se pasa de un paradigma a otro sin conflicto. Como si se conectaran y
desconectaran áreas muy diferentes casi en forma simultánea.
Esta aceptación aconflictiva es una manifestación clara de una nueva cultura,
en la que parece existir una suerte de stock de soluciones para los problemas
que se van
presentando. Estas soluciones con el tiempo se naturalizan
borrándose su carácter ilusorio al otorgarles cierto aire científico.
Este tipo de creencias se presentan en diferentes escenarios: en escenarios
colectivos como ofrecen las nuevas iglesias universales--entre paréntesis
cada vez más pobladas-- como en escenarios privados.
Ahora bien: la fragmentación de creencias observada en la práctica con
adultos difiere de lo que observé en la práctica con adolescentes. Y a este
grupo de fenómenos ahora me referiré.
En primer lugar deseo señalar la inclinación de algunos adolescentes por
participar de ámbitos religiosos propios de las religiones más difundidas:
católica o
judía, o en menor proporción evangélica.
Observé que este
acercamiento que resulta de una búsqueda individual no se mantiene
demasiado en el tiempo y parece responder en este mundo tan caótico a la
necesidad de encontrar puntos de referencia en los cuales apoyarse.
Esa ligera expansión de la espiritualidad, movida más que por la fe, por la
necesidad de sostén y de construir nuevos lazos sociales no produce efectos
negativos en el adolescente. Por el contrario en ocasiones les sirve de soporte
y de escalón para formar parte de una comunidad de adolescentes. Como una
suerte de transición entre el adentro y el afuera: un afuera que les permite
probar nuevos roles y posiciones subjetivas. Y estos posicionamientos les
posibilitan crear lazos sociales y formas nuevas de solidaridad.
Este acercamiento suele ser realizado por algunos adolescentes de un modo
casi superficial, como si se tratara de la entrada a un club. Deja como saldo
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vivencias más que experiencias transformadoras. Éstas son puntuales y no
articuladas u organizadas dando cuenta del alerta perceptivo y de la
sensibilidad que está presente en ese momento de reorganización psíquica.
Observé también que en alguna de estas situaciones un elemento que atrae el
interés de ellos o ellas es la forma de compromiso que parece habilitar el
grupo religioso al que se acercaron. Este
incluye, como diría Bauman,
“cláusulas no escritas de reiscisión”, por las cuales se puede dejar de
frecuentar ese espacio “sin que pase nada”. En este sentido implica ensayar
una subjetividad común en esta época basada en una paradoja: la de querer
estrechar lazos sociales pero al mismo tiempo que estos estén lo
suficientemente flojos como para poder desatarlos en cualquier momento.
Sin embargo en algunos casos las marcas afectivas que estas situaciones
dejan pueden comenzar a articularse y adquirir para el adolescente otro
carácter, alcanzando cierta fuerza subjetivante. Y esto supone cierto grado de
elección y de procesamiento mental.
Pero existen otras formas de acercamiento y participación.
Ésta se produce cuando el o la adolescente se compromete de una forma más
sostenida, en el tiempo y en profundidad, con cierto ámbito religioso. La fe
ocupa en esas situaciones un lugar privilegiado.
En ese momento de estructuración psíquica el surgimiento de fantasmas
sobre la muerte de los padres, de la finitud como “presencia inquietante”,
(J.C.Mélich; 2002) de la vulnerabilidad etc. exacerba en el adolescente la
necesidad de creer en un padre todopoderoso capaz de mitigar la indefensión,
tal como señaló Freud en 1927. Esta pertenencia genera fuertes procesos de
subjetivación.
Y acá deseo hacer una puntualización. Es necesario recordar que las nociones
de subjetividad y subjetivación están incluidas en diferentes disciplinas sin
tener en cada una de ellas una definición precisa. En nuestra disciplina con
frecuencia la tomamos en préstamo de la filosofía. Frecuentemente de la
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filosofía de Foucault. Ese autor no realizó a mi juicio una diferenciación
demasiado prolija de los modos de forjarse una subjetividad social sin
embargo de su lectura se desprende que habría dos modos de organización.
Un modo que tiene que ver con lo consensuado y establecido con lo que este
filósofo llamó “el orden del discurso” con la denominada “subjetividad
instituida” con lo que otros autores siguiendo a Hannah Arendt llama
“identidad” con aquello que se forja en función de sistemas de dominación y
dispositivos. Es decir por un conjunto de elementos no lingüísticos y
lingüísticos constituyendo una red.
Existe otro modo de forjarse una subjetividad que llamamos subjetivación
que dependen de los procedimientos que se efectúan en relación con los
problemas que se van presentando, relacionada en Foucault con las “prácticas
de sí”.
Procedimientos que conducen a que un sujeto se modele y se
singularice. Recordemos que si bien este autor describe con detalle como el
poder toma la vida, como objeto de su ejercicio, sin embargo está
profundamente interesado en determinar que es lo que en la vida resiste a ese
poder. Y al resistírsele crea formas de subjetivación y de vida.
Subjetivación, singularización y resistencia son términos profundamente
conectados entre sí y que seguramente conducen
a la construcción de
verdaderas experiencias.
Volviendo ahora al proceso que se opera cuando interviene la fe en el
acercamiento a una determinada religión. Pude observar que en esas
situaciones el aparato religioso-- uno de los aparatos de dominación de la
cultura— le otorga al sujeto un lugar y ese lugar reviste fuerza identificatoria.
Le ofrece pertenencia, lo que implica compartir códigos y valores y también
lo subjetiva es decir le da conciencia de sí mismo y conciencia de habitar un
espacio con otros.
Pero el adolescente puede intentar dar un paso más allá de esa subjetividad
instituida produciendo un verdadero movimiento de auto transformación, es
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decir de subjetivación, movimiento que supone haber establecido una relación
creadora consigo mismo.
En ese momento el riesgo consiste en el posible deslizamiento de la creencia
religiosa a un tipo de “fundamentalismo” que tiene
como todo
fundamentalismo, consecuencias serias.
Es importante recordar que el fundamentalismo religioso no es originario en
ninguna religión. Siempre es reactivo a una amenaza pero es una autodefensa
violenta y autoritaria. Este tipo de fundamentalismo como cualquier otro,
siempre incluye esa veta violenta y destructiva que impide poder cuestionarse
las propias ideas, aceptar la alteridad, interrogarse sobre las palabras del otro.
Siendo ésta una época en la que por diferentes motivos todas las personas nos
sentimos amenazadas es mayor el peligro de someterse a doctrinas
fundamentalistas e identificarse con su autoritarismo y violencia. Por otra
parte la tendencia del adolescente a la obstinación y/o su labilidad los puede
empujar al fanatismo o a la adhesión acrítica a doctrinas deslizándose a ese
tipo de pensamiento.
En las situaciones que estoy considerando, el dogma, cualquiera sea éste,
aparta al adolescente de su medio social y familiar. Una señal
peligro se observa
de este
cuando el espacio religioso comienza a absorber todas
sus energías vitales. Y la vida cotidiana se empieza a rigidificar y ritualizar.
De este modo el aferramiento literal a algún texto religioso, como a voces y
mandatos incuestionables lleva a que se dibuje una frontera muy marcada
entre el adentro y el afuera de esa institución. El adentro en el que se incluye
el paciente y el afuera de ese campo religioso y en el que quedamos ubicados
nosotros. Por supuesto que esto crea un clima sensiblemente paranoide donde
nuestra palabra, la del analista, con mucha rapidez
se transforma en la
palabra de un enemigo.
En estas situaciones es importante pesquisar el tipo de ideales sostenidos
por el paciente y el modo de pertenencia puestos en juego: si se trata de una
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modalidad conformista del paciente que a través del grupo religioso sigue
prendido, sin advertirlo, al ámbito familiar o de una tendencia a adaptarse a
cualquier precio con tal de pertenecer, si se trata de una pertenencia
desubjetivante en la que el autoritarismo es una de sus principales expresiones
o si por el contrario implica cierto grado de libertad y capacidad de elección.
Este tipo
de pertenencia religiosa conduce al aislamiento del adolescente
También lo inclina a querer imponer normas estrictas a todos los que lo
rodean: a familiares y amigos. Se vuelve así difícil compartir con ellos una
comida, un comentario, un pensamiento. Las conductas de las personas de su
entorno son violentamente criticadas transformándose el borde entre el
adentro y el afuera en un muro más que en una frontera. Así por ejemplo la
orden estricta de un nieto de 19 años a su abuela de mas de 80 de subir 10
pisos por la escalera porque era sábado y no se debía usar el ascensor mostró
que la estrictez religiosa borraba el contacto con la realidad.
Todo en la vida
cotidiana, lo repito, se ritualiza siendo sumamente grave transgredir ese
ritual.
Junto con el peso y la responsabilidad que tienen algunos grupos religiosos
en este proceso de aislamiento del adolescente, de todos modos debemos
distinguir su funcionamiento del modo de accionar de las sectas. En éstas
están presentes, permanentes estrategias de desubjetivación arrasando con la
identidad y pertenencia de los sujetos. Ese proceso de desubjetivación suele
ser percibido por los familiares del adolescente. Al principio
les cuesta
dilucidar si aquello que hace que su hija o hijo esté cada vez más raro o
alejado e irritable tiene que ver con el mismo proceso de la adolescencia, si se
debe a algún trastorno singular de éste o si responde a otra causa.
En una consulta en la que se propusieron reuniones familiares a raíz de que
se pensaba que un miembro de la familia-una hija de 19 años-estaba siendo
atraída por un grupo calificado como “extraño”, el clima en los primeros
encuentros se volvió irrespirable. Los padres de la joven a la que llamaré
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Diana presionaban fuertemente para que su hija reconociera la existencia de
ese grupo y el paso peligroso que estaba dando al querer pertenecer al
mismo. La hija
negaba enfáticamente la participación en dicho grupo
calificando a sus padres de delirantes. Estas acusaciones cruzadas, cada vez
de mayor voltaje, entre los padres y su hija repetían las que frecuentemente
ocurrían en su casa.
También llamó la atención las críticas que hacía la hija de las características
de la madre y de la organización familiar. Cuando su madre le señalaba
preocupada su falta de cuidado y de coquetería en su forma de vestir la
paciente “saltaba” sobre su madre criticando los colores que ésta usaba—por
otra parte nada llamativos-- o el lugar que ocupaba la carne en el menú
familiar. Esas críticas parecían sugerir que algo impuro habitaba a la madre.
Pero también resonaban como si la joven repitiera
palabras que había
escuchado.
En las entrevistas la presencia del analista era totalmente negada. Sus
hermanos permanecían en silencio hasta que uno de ellos levantándose como
para irse, y dirigiéndose a sus padres con desesperación les gritó que él no
sabía si su hermana quería formar parte de esos grupos pero que de todas
maneras la confundían a ella con una secta, que la dejaran tranquila elegir su
vida. Esta intervención produjo un cambio. Diana aceptó que se estaba
reuniendo con un grupo pero que no era esa secta horrible que ellos se
imaginaban: que por el contrario la estaban ayudando a ser una mejor
persona… Cuando se le preguntó a Diana en que consistía esa ayuda ésta se
parapetó en un silencio hosco, musitando entre dientes que no lo entenderían,
agregando que ya se lo habían advertido. Después de un momento de mucho
silencio y tensión una cuestión en particular crispó aún más el clima del
encuentro. Mientras los padres hablaban de un intento velado de secuestro,
sus hijos les reprochaban no poder pensar en una “entrega voluntaria” de su
hermana a ese grupo. En ese momento se hizo
difícil que se pudieran
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escuchar y que advirtieran que la estaban ubicando a Diana ya en el lugar de
una hija o hermana definitivamente perdida…Nuevamente uno de los
hermanos dio un giro a la discusión preguntándole y vos ¿porqué te querés
ir?
Nuevamente se encerró en un silencio hostil mientras la madre le
preguntaba ¿qué te hicimos nosotros? Y en esa pregunta se percibía violencia
y culpa.
Diferenciar los distintos elementos que confluyen para que el joven o la
joven se sientan inclinados a formar parte de la secta no es fácil. Por supuesto
que se mezcla la singularidad del adolescente, su fragilidad, el momento de
reorganización psíquica por el que está pasando; cierta particularidad del
grupo familiar y características propias de la secta utilizando algunas de ellas
estrategias seductoras y desubjetivantes. Aprovechan la vulnerabilidad y la
ambivalencia del adolescente con respecto a sus padres para inducir un corte
total con estos y con el mundo social que los rodea. También los manipulan
fascinándolos con una suerte de “mitología del misterio” rasgo común con los
grupos secretos. Sin dejar de lado los factores que pueden predisponer a
entrar en la secta, deseo subrayar el poder destructivo que tienen, por lo
menos, algunas de ellas. Sus palabras son las palabras del poder, esas
palabras que parece que nunca pueden ser puestas en duda.
Una consideración especial merece la cuestión de la entrega voluntaria. Y
para ello voy a considerar algunos elementos provenientes del Derecho. Si la
entrega es voluntaria, como se suele decir y el joven o la joven tiene más de
18 años es imposible emprender una acción o implementar una demanda de
secuestro ya que por ley sería el familiar que intenta sacarla de la secta o
realizar la demanda el que sería acusado de intento de secuestro. Tampoco es
posible que alguna organización de DH se haga cargo por la misma razón.
Tampoco el Inadi podría actuar. En ese sentido la familia carecería de apoyo
o protección jurídica para rescatar a su familiar.
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Pienso que cuando se pone el acento en la entrega voluntaria, como durante
un tiempo hicieron los hermanos de Diana y la misma Diana se desconocen o
reniegan las técnicas de fuerte seducción usadas por las sectas.
Técnicas que hacen que se pueda definir el accionar de la secta, como hacen
algunos juristas como el despliegue de un “dolo” es decir de engaños
referenciados por verdades que no son tales. Ese despliegue produce lo que se
ha llamado una “voluntad viciada”. Esta es una figura jurídica que en los
últimos tiempos trabajó un abogado: el Dr Javier Carbone. Esta figura tiende
a desbaratar la idea de “entrega voluntaria” de la persona a la secta. A través
de esta nueva figura se desea lograr que la justicia, pueda poner en acto su
función protectora.
Seguramente varios de nosotros hemos tenido contacto social o profesional
con alguna familia que pasó por esta difícil experiencia: que cuenta entre sus
integrantes con algún miembro atraído o ya totalmente absorbido por alguna
secta Ésta por supuesto se presenta con un nombre que encubre sus
verdaderos objetivos. Entre estos, como se pudo muchas veces constatar
tienen prioridad los intereses económicos.
En algunas circunstancias, tal vez las más penosas, el familiar desconoce
totalmente donde está su familiar-- hijo o hija o hermano-- y queda como
flotando en el aire el misterio de su desaparición... Pierde así todo contacto
con la persona prácticamente chupada por la secta. En otros casos la familia
sabe donde está pero le es imposible lograr un encuentro.
La persona
adherida a la secta se rehúsa a visitar o ser visitado por sus familiares. No
acepta compartir nada con ellos: ni una fiesta, ni un cumpleaños, ni una fecha
en la que la familia se solía reunir.
También pudimos palpar el peso que este tipo de pérdida por atracción a una
secta produce en la familia y en la mente de los hermanos. Los hermanos
además de tenérselas que ver con la pérdida de contacto con un hermano o
hermana tienen que hacer frente a sentimientos enormemente dolorosos por
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sentir que este hermano tragado por la secta, ocupa todo el lugar en la mente
de sus padres
Por supuesto que hay muchos adolescentes que nunca se acercan al ámbito
religioso pero otros sí lo hacen y es a mi juicio importante estar atentos y
discriminar los efectos benéficos o no, a que estos puedan dar lugar.
Al terminar esta presentación deseo señalar que los comentarios con los
cuales la abrí muestran la enorme necesidad de los sujetos--adolescentes y
jóvenes--de estar incluidos en vínculos que los protejan de vivencias de
inermidad, vacío o soledad. Esta necesidad de pertenencia de naturaleza
inconsciente y universal se agiganta en determinadas condiciones. Y esta
responde no solo a la mayor vulnerabilidad de algunos sujetos sino también a
sujetos vulnerados por una sociedad y cultura cada vez más compleja y
difícil.
Por último deseo referirme a una situación totalmente diferente: al análisis de
una adolescente en cuyo transcurso aparecieron vivencias religiosas, que por
su cualidad mística pusieron en jaque a su analista y a mí. Se trata de una
adolescente de 17 años cuyos padres, y a pedido de ella, la traen a consulta.
La jovencita se siente como perdida. Sus padres la definen como poco madura
para enfrentar responsabilidades nuevas, como la de su entrada en la
universidad. Andrea es una muchachita dulce que hace grandes esfuerzos para
comunicar lo que siente. Esfuerzos que en realidad ponen al descubierto lo
difícil que es para ella el vínculo con los otros. Extraña mucho el colegio
secundario y sus amigos sintiendo que las carreras elegidas por sus distintos
amigos los alejó y dispersó. Pertenece a una familia de clase alta social y
económica y con estándares educativos exigentes. Tiene un hermano tres
años menor. Su madre es una mujer distante y fría. Parece desconfiar del
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vínculo que su hija pueda hacer con su analista. El padre es más cercano y
cordial mostrando un trato muy cariñoso con su esposa, trato que igual no
cambia la dureza y frialdad de ésta.
En el primer tiempo de análisis y mientras trataba de expresar como se
sentía perdida y sin rumbo, y cuánto temía que sus dificultades resultaran
“molestas” para otros, como para sus padres, relató que tuvo la ocurrencia de
entrar en una iglesia. La iglesia estaba llena de gente que asistía a una misa.
Sintió a las personas muy unidas confesando que le hubiera gustado compartir
esa costumbre—así llamó a ese ritual-- con ellos. Ella misma relacionó ese
impulso con una triple necesidad: la de acudir a alguien todopoderoso que la
ayudara con sus problemas, la de compartir una experiencia colectiva y cierta
necesidad de desafiar tradiciones familiares porque en rigor su familia era
judía. Llegado a este punto le desilusionó pensar que sus padres no hubieran
puesto ninguna objeción porque una consigna fuerte en el código establecido
entre ellos aseguraba que se debía permitir a los hijos que escogieran la
creencia que creyeran conveniente. Por supuesto que en los hechos todo se
movía de un modo diferente siendo muy estrictos en las reglas dadas a los
hijos. Por ejemplo antes de cenar debían cambiarse, bañarse pero ir con el
cabello seco y perfectamente peinado. Tomar de una fuente una papa frita con
la mano era desde que era muy pequeña una falta muy grave, falta que hacía
que la retiraran de la mesa y no la dejaran almorzar con sus padres. También
con el tiempo se hizo claro que los padres sentían mucha ambivalencia con
sus orígenes, sintiéndose inclinados a vanagloriarse por la libertad que como
intelectuales tenían, al compararse con otras familias judías.
El día que se fue a anotar para comenzar una carrera universitaria tuvo una
vivencia que la conmovió enormemente pero que no sabía ni como describir
ni cómo pensar. Había mucha gente en el salón. Se sintió simultáneamente
muy sola y al mismo tiempo ahogada. Pero de pronto algo cambió en su
interior. Se sintió rodeada más que rodeada, en contacto con alguien invisible
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que le iba abriendo camino… ¿Qué nombre ponerle?...Un alguien que la
rodeaba y la ayudaba. Aunque en el momento la vivencia había sido muy
hermosa sin embargo la angustia de Andrea al relatarla borró esa sensación. Y
se hizo muy intensa mientras buscaba un nombre con el que bautizar ese
alguien invisible que le abría camino.
Cuando terminó esa sesión su analista observó un gesto que le llamó la
atención: al recoger las cosas que había dejado sobre una silla uno de esos
objetos se le cayó. Como pareció no darse cuenta se lo señaló Pero entonces
la jovencita la miró como si esperara que ésta se lo alcanzara. En la mente de
su analista ese gesto la remitió a varios relatos de la paciente sobre su medio
familiar. En este todo contacto con el mundo estaba mediatizado, hasta para
servirse un vaso de agua debía tocar un timbre y pedirle a alguna empleada
que se lo sirviera. Todo contacto directo-- como el de la papa frita-- se volvía
“inmundo”. No había ningún punto medio entre la distancia infinita y lo
inmundo. Pensamos con su analista que si ella vivía en una serie de prácticas
que lo mediatizaban todo, la única conexión directa era con algo sin materia,
con un principio abstracto Dios. Allí Dios podía
ser una hipótesis
desorganizante o podía tener potencia de organización. Tiene potencia de
organización si prescribe una serie de prácticas y es algo desorganizador si
surge fuera de las prácticas, si se expresa en cualquier lado y por arrebatos.
Por eso en la subjetividad religiosa, como señaló Freud, son tan importantes
los rituales.
Estas reflexiones permitieron darle un nuevo sentido a las vivencias casi
místicas que la joven relató. Y el esfuerzo de su analista consistió en no
ponerle una etiqueta a la experiencia y por supuesto y a pesar de todas las
presiones recibidas no medicarla. Se pudo observar que a medida que se iba
desarrollando el análisis Dios, ese principio abstracto, fue tomando distintos
nombres, el de su analista que le abría espacios en el torbellino de sus
vivencias, el de la mamá cercana que le hubiera gustado tener, el de su padre
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cordial y amistoso pero siempre ocupado en descifrar el deseo de su madre.
En ese camino fue enormemente importante el lazo nuevo que pudo
establecer con jóvenes de su edad al entrar a la universidad.
No volvió a caer en momentos de éxtasis, casi místicos, momentos que luego
bautizó
como pertenecientes a un “período de desvarío”. Término, que
cuando me fue relatado por su analista me impactó profundamente porque es
el mismo término que algunos padres de la iglesia utilizan para referirse a
determinados momentos en que el creyente pierde la brújula de la fe y se
extravía. En que la fe se come al sujeto. Parecería que solo la vuelta a
prácticas compartidas le permite encontrar de nuevo su propia senda.
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