Descargar PDF - Saturnino Ruiz de Loizaga, OFM

Anuncio
SOBRE TOROS
Saturnino Ruiz de Loizaga
Lo sacro y lo profano en la España de los siglos XIV-XV.
Según documentos del Archivo Vaticano (Miranda de Ebro 2007) pp. 259-271.
1. Introducción
Los juegos taurinos tienen remotos orígenes. Si bien griegos y romanos conocieron este
deporte de alancear, hoy llamada ‘corrida de toros’ o fiesta de la lidia de toros bravos es indudable
1
que tuvo en la Península Ibérica su origen y evolución .
También nos han llegado noticias del tiempo de los visigodos, en una carta del rey Sisebuto
2
(año 618) a Eusebio, obispo de Barcelona , en la que el rey reprocha al prelado su afición al
espectáculo, si en realidad de trata toros y no de faunos, como otros leen en el texto.
Los moros fueron siempre hábiles jinetes, lógico resulta, por tanto, que se aficionasen pronto
en nuestra Península a los toros.
Parece ser que la primera ciudad española en que se celebraron fiestas de toros fue Oviedo,
según la Crónica de Alfonso X el Sabio para festejar la convocatoria de Cortes por el rey Alfonso II
el Casto, en los comienzos del siglo IX. En el libro de las Cantigas y Loores del rey Alfonso X el
Sabio (1252-1284) se trata muy en particular del toreo. Y con esto entramos ya en terreno más
firme, donde poder espigar noticias toreras de verdadera base histórica
El espectáculo nacional era ya cosa muy antigua en Aragón en 1327. Zurita refiere a
3
propósito de la coronación de Alfonso IV . Pedro I de Castilla fue muy aficionado al toreo, como
Juan I y como no pudo ser menos de serlo Enrique II. Durante la permanencia de Enrique III en
Sevilla, hubo fiestas de toros. Toros se corrieron en los reinados de Juan II como en el de Enrique
IV, y continuaron en el de los Reyes Católicos, no obstante el poco gusto que por ese espectáculo
4
sentía Isabel la Católica .
Con la Casa de los Austrias adquiere la fiesta mayor importancia y desarrollo. El emperador
Carlos V practica el toreo y alancea toros; Felipe II, al excomulgar el papa Pío V a los asistentes a
estas fiestas, hizo gestiones para dejar si efecto esta excomunión, que equivalía a una prohibición y
consiguió que Gregorio XIII atenuara sus efectos y que Clemente VIII la alzara en absoluto. Felipe
III y Felipe IV fueron entusiastas del espectáculo nacional, que continuó en todo su auge durante el
reinado de Carlos II. Con el advenimiento al trono de la casa de Borbón se inició la decadencia del
toreo como deporte de la nobleza, por la poca afición que hacia él sentía Felipe V. Pero si las clases
elevadas se fueron retrayendo, en pueblo se encargó de mantenerlo continuando esta profesión hasta
hoy.
1
Suetonio dice que el emperador Claudio dio fiestas de toros en las que consistía la victoria en derribar la res.
El historiador Dión Casio, contemporáneo de Suetonio, habla de fiestas de toros que se celebraron en tiempos del
emperador Nerón.
2
Flórez, E., España Sagrada, vol. 7 (Madrid 1751) 326.
3
Zurita, J., Anales de la Corona de Aragón, libro V, cap. I (Zaragoza 1585).
4
Isabel la Católica expresó su desagrado por dichos espectáculos y le aseguró a su confesor fray Hernández de
Talavera que nunca asistiría a una corrida.
a. Los Toros y la Iglesia
La violencia y la brutalidad de los festejos taurinos, eran vistos como una amenaza para la
doctrina y un comportamiento denigrante en personas de fe. La base doctrinal de Roma era muy
sencilla: Dios es el señor de la vida y quien la arriesga ante un toro se pone en peligro de
condenación.
b. La bula antitaurina de San Pío V
Pío V, elegido papa en 1566, incluyó en su programa la reforma general de las costumbres,
entre ellas entraba la prohibición total de las corridas de toros.
El 1 de noviembre de 1567, el papa Pío V promulgó la bula “De salutis gregis Domini”, en
la cual prohibía los espectáculos taurinos y decretaba pena de excomunión perpetua a quienes los
autorizaban o participaran en ellos. El documento califica a dichos espectáculos como cruentos y
vergonzosos, no de hombres sino del demonio, considera también que no tienen nada que ver con la
piedad y la caridad cristiana, prohíbe terminantemente tanto al clero como a la sociedad civil
participar en los mismos, y niega sepultura eclesiástica a quienes mueran en el ruedo.
Pío V conocía muy bien los niveles de corrupción e influyentismo que se habían infiltrado
en la Iglesia, especialmente luego de los excesos y frivolidades de algunos papas renacentistas
como Alejandro VI y Julio II, quienes habían presidido festejos taurinos hasta en la misma plaza de
San Pedro. Otros papas, como León X y Julio III, se destacaron por su afición al lujo y a los
entretenimientos cortesanos, además muchos clérigos tenían estrechos vínculos y lazos muy fuertes
con los nobles y aristócratas de su tiempo. Quizás por ello, Pío V redactó su edicto de tal forma que
resultara inequívoco de su voluntad y que además no dejara posibilidad alguna futura, lo cual,
obviamente no se pudo cumplir. Italia y Portugal acatan la disposición pontificia casi de inmediato;
Francia lo hace algunos años después con cierta reticencia; sólo España se resiste y continúa
organizando corridas de manera “clandestina”. Se sabe, incluso, que algunos clérigos que actuaban
más como nobles aristócratas que como verdaderos eclesiásticos, acudían disfrazados a las plazas
de toros.
Pero a pesar de la manifiesta voluntad del papa de que la Bula se llevara a efecto, y se
cumpliera, en realidad, en España nunca llegó a publicarse esta Bula. Felipe II recurrió en vano a
Pío V en demanda de renovación o mitigación de la bula; intentó, incluso, con coacciones que Pío
V la derogase, sin conseguirlo.
c. Otras intervenciones papales
A la muerte de Pío V, le sucede Gregorio XIII, quien a solicitud Real, promulga la bula
Exponis nobis, el 25 de agosto de 1575, poco antes de su muerte, cuyos términos no dejan de ser
curiosos: levanta a los seglares la prohibición de asistir a las corridas, pero ordena que tales festejos
no se celebren en días festivos, y mantiene la prohibición de asistencia a los clérigos; el documento
pontificio concluye aconsejando que se tomaran las mejores medidas para evitar cogidas y muertes.
Muchos religiosos españoles seguían asistiendo a los festejos convencidos de que no era
pecado, por el que el papa Sixto V vuelve a la carga con el breve “Nuper siquidem”, encomendando
el 14 de abril de 1586 al obispo de Salamanca el seguimiento del cumplimiento de la prohibición,
autorizándole para que castigase a los que no la cumplieran, es decir a los inobedientes. Dicha
constitución fue recurrida por los clérigos de la universidad de Salamanca ante el Rey, para que éste
solicitara su derogación al papa. Los doctores salmantinos no dejaban de pregonar las excelencias
de la lidia de reses bravas llegando a escribir colectivamente una carta, que se conserva en la
5
Biblioteca nacional, cuya primera firma es la de fray Luis de León . Pero curiosamente Felipe II no
5
El manuscrito original existe en la Biblioteca Nacional de Madrid. Lleva la fecha del 8 de julio de 1586.
la diligenció, posiblemente por suponer que no tendría efecto ante Sixto V, papa especialmente
6
rígido e independiente, y preferir aguardar a una mejor ocasión .
Tras la muerte de Sixto V en 1590, accede Urbano VII, a quien sucede Gregorio XIV
7
catorce días después y tras él, en 1591, ocupa la silla de Pedro el papa Inocencio IX, al que sucede
Clemente VIII en 1592, del que por fin y tras muchas gestiones que tardaron cuatro años en
concluir, el 13 de enero de 1596 promulga la bula “Suscepti muneris”, en la que levantan todas las
anteriores prohibiciones relativas a la asistencia a festejos de toros, tanto a seglares, a los militares,
como a clérigos, quedando solo vigente para frailes y mendicantes “y que se provea, por el que se
pueda evitarse, toda muerte”. En opinión del papa Clemente VIII la de lidiar toros era “una
costumbre muy antigua, en la que los militares, tanto de caballería como de a pié, luchando así se
hacen más aptos para la guerra”. Roma acabó levantando el anatema y salvó la cara reconociendo
que su fiel súbdito Felipe II había hecho todo lo posible por cumplir el paternal mandato. En
realidad, el soberano no había hecho nada. Más bien, Felipe II hizo uso de su derecho a la retención
de bulas, convencido de que su publicación inferiría un gran perjuicio al pueblo, muy aficionado a
8
estos festejos. En conclusión: ‘la política venció a la teología’ .
A partir de este momento deben transcurrir 84 años y 8 papados antes de que se vuelva a
producirse alguna intervención oficial pontificia sobre el asunto taurino, efectivamente el 21 de
julio de 1680 el papa Inocencio XI, bien conocido por su lucha contra el nepotismo, remite un
Breve a través del nuncio en España, memorando la vigencia de las prohibiciones al respecto. Dicho
Breve llega a manos del rey Carlos II con un escrito del cardenal Portocarrero, recordándole
“cuánto sería del agrado de Dios el prohibir la fiesta de los toros”. Posiblemente por la crítica
situación de la monarquía española en esos momentos, no se tienen noticias de cualquier efecto de
este último documento.
Vemos, pues, que cinco papas, S. Pío V, Gregorio XIII, Sixto V, Clemente VIII e Inocencio
XI condenaron las corridas de toros, pero siempre surgía, en sus pragmáticas, un “tira y afloja” en el
que prevalecía la tolerancia o la condescendencia.
He aquí, en resumen, las intervenciones estrictamente papales respecto a la fiesta de los
9
toros .
d. Fiesta tras los toros en Benavente (Zamora)
A estos documentos pontificios nosotros hemos añadido uno de principios de siglo XV,
10
referente a Benavente (Zamora) , que refleja muy bien el ambiente con que se vivía la fiesta
6
Las crónicas de entonces cuentan que en una corrida de toros en Madrid se dio un divertido lance: el cardenal
Barberini, una especie de nuncio apostólico, descubierto bajo el disfraz por el propio Felipe II que le dijo: “Bien
disfrazado vais, señor Cardenal, pero no tanto que se os conozca”.
7
Serrano Carvajal, J., Felipe II y el tema de los toros (Madrid 1999) 11.
8
A mediados del siglo XVII, ya se organizaban corridas “de beneficencia” para recaudar fondos que el clero
utilizaría con “fines altruistas”. Incluso varios monjes dominicos, agustinos y cartujos se dedicaban a la cría de toros.
No había fiesta, ni celebración religiosa en España que no se celebrara apaleando o alanceando toros o vaquillas por las
calles, en las plazas o en el campo. Los cabildos eclesiásticos organizaron y costearon corridas. Rodrigo Borgia, obispo
y vicecanciller apostólico de la Santa Iglesia Romana, dio una de aquellas fiestas delante de la casa de la Ciudad Eterna;
el cardenal César de la misma familia, toreó en varias ocasiones y el papa Alejandro VI celebró con nuestro espectáculo
nacional el jubileo de 1500. Con corridas de toros se celebraban todos los grandes acontecimientos eclesiales: como las
conmemoraciones de patronos, edificaciones de iglesias, canonizaciones y otras muchas fiestas religiosas. Más de 200
toros en unas 30 corridas, sacrificaron alegremente con motivo de la canonización de Santa Teresa de Ávila (año 1622).
El clero se había inmiscuido de tal forma en las corridas de toros, que hasta se dan casos extremos como el obispo de
Ecatepec, en el Estado de México, Onésimo Cepeda, convertido en un “flamante empresario taurino”.
9
Pero la prohibición de asistencia a los clérigos a las corridas de toros vuelve a recapitularse en el código de
Derecho Canónico, (canon 140) y en el código vigente (canon 185), si bien en una formulación más bien genérica y
ambigua: “Absténganse los clérigos por completo de todo aquello que desdiga de su estado según las prescripciones del
derecho particular”.
corriendo detrás de los toros en dicha localidad y, por lo que parece, se sigue celebrando todavía
hoy con el mismo entusiasmo y participación en muchas localidades de Castilla.
La intervención pontificia aquí no tiene nada que ver con la prohibición de las corridas sino
con la absolución del reato de homicidio de un cura , quien recurre al papa Martín V para que le
dispense de todas las irregularidades en las que haya podido incurrir y el Papa le concede dicha
gracia siempre que no haya escándalo.
Parece ser que esta tradición de correr detrás y entorno a los toros era una práctica bastante
general en la Edad Media en muchos pueblos castellanos. Tenemos bastantes ejemplos que
demuestran los rasgos cinegéticos del toreo medieval.
Cuando en León, en 1144, se casa don García de Navarra con doña Urraca, hija de Alfonso
VII, hay cañas, toros y otros juegos de placer. Entre ellos se persigue e hiere a un jabalí que tiene
los ojos vendados, lo cual produce heridas e hilaridad entre los concurrentes. Este ejemplo es más
que significativo por la similitud que guarda con la persecución y heridas del toro y porque, en
definitiva, estrecha los vínculos entre cacería y toro.
En el Poema de Fernán González (hacia 1250) ya se menciona la costumbre de ‘correr
toros’, aunque de una forma campera y cinegética.
En 1447, el caballero borgoñón Jacques de Lalaing, estando en Valladolid, encuentra al rey
Juan II de Castilla “en un campo grande... donde hacía correr dos toros y los hacía perseguir, para
derribarlos y matarlos, por varios alanos grandes, según la costumbre del país”.
En ese mismo siglo hay caballeros alanceadores. Además de lanzas, se usaban ballestas y
11
viras. Los ejemplos del toreo como cinegética son abundantes .
2. Documentos
1
1567, noviembre 1, Roma
El papa Pío V prohíbe los espectáculos taurinos y decreta pena de excomunión perpetua a
quienes los autorizan o participan en ellos.
Publica: Diplomatum et Privilegiorum Sanctorum Romanorum Pontificum «Taurinensis editio», tomo VII,
(Augustae Taurinorum 1862), pp. 630-631.
Pius episcopus, servus servorum Dei, ad perpetuam rei memoriam.
De salutis gregis Domini nostre divina disensatione, crediti…
Sane, licet detestabilis duellorum usus…
Nos igitur etc. Nulli ergo etc.
Datum Rome, apud Sanctum Petrum, anno incarnationis dominici millesimo quingentesimo
sexagesimo septimo, kalendis novembris, pontificatus nostri, anno secundo.
La traducción completa del texto:
Pío obispo, siervo de los siervos de Dios para perpetua memoria.
Pensando con solicitud en la salvación de la grey del Señor, confiada a nuestro cuidado por
disposición divina, como estamos obligados a ello por imperativo de nuestro ministerio pastoral,
10
Nos hubiera gustado haber dato con la correspondiente bula, que seguramente nos hubiera añadido alguna
noticia más, pero lo dejamos para otra ocasión por falta de tiempo.
11
Merlino, M., El Medievo cristiano, (Madrid 1978) 174-179.
nos afanamos incesantemente en apartar a todos los fieles de dicha grey de los peligros inminentes
del cuerpo, así como de la ruina del alma.
1.
En verdad, si bien se prohibió, por decreto del concilio de Trento, el detestable uso
del duelo --introducido por el diablo para conseguir, con la muerte cruenta del cuerpo, la ruina
también del alma--, así y todo no han cesado aún, en muchas ciudades y en muchísimos lugares, las
luchas con toros y otras fieras en espectáculos públicos y privados, para hacer exhibición de fuerza
y audacia; lo cual acarrea a menudo incluso muertes humanas, mutilación de miembros y peligro
para el alma.
2.
Por lo tanto, Nos, considerando que esos espectáculos en que se corren toros y fieras
en el circo o en la plaza pública no tienen nada que ver con la piedad y caridad cristiana, y
queriendo abolir tales espectáculos cruentos y vergonzosos, propios no de hombres sino del
demonio, y proveer a la salvación de las almas, en la medida de nuestras posibilidades con la ayuda
de Dios, prohibimos terminantemente por esta nuestra Constitución, que estará vigente
perpetuamente, bajo pena de excomunión y de anatema en que se incurrirá por el hecho mismo
(ipso facto), que todos y cada uno de los príncipes cristianos, cualquiera que sea la dignidad de que
estén revestidos, sea eclesiástica o civil, incluso imperial o real o de cualquier otra clase, cualquiera
que sea el nombre con el que se los designe o cualquiera que sea su comunidad o estado, permitan
la celebración de esos espectáculos en que se corren toros y otras fieras es sus provincias, ciudades,
territorios, plazas fuertes, y lugares donde se lleven a cabo.
3.
Prohibimos, asimismo, que los soldados y cualesquiera otras personas osen
enfrentarse con toros u otras fieras en los citados espectáculos, sea a pie o a caballo.
4.
Y si alguno de ellos muriere allí, no se le dé sepultura eclesiástica.
5.
Del mismo modo, prohibimos bajo pena de excomunión que los clérigos, tanto
regulares como seculares, que tengan un beneficio eclesiástico o hayan recibido órdenes sagradas
tomen parte en esos espectáculos.
6.
Dejamos sin efecto y anulamos, y decretamos y declaramos que se consideren
perpetuamente revocadas, nulas e inválidas todas las obligaciones, juramentos y votos que hasta
ahora se hayan hecho o vayan a hacerse en adelante, lo cual queda prohibido, por cualquier persona,
colectividad o colegio, sobre tales corridas de toros, aunque sean, como ellos erróneamente piensan,
en honor de los santos o de alguna solemnidad y festividad de la iglesia, que deben celebrarse y
venerarse con alabanzas divinas, alegría espiritual y obras piadosas, y no con diversiones de esa
clase.
7.
Mandamos a todos los príncipes, condes y barones feudatarios de la Santa Iglesia
Romana, bajo pena de privación de los feudos concedidos por la misma Iglesia Romana, y
exhortamos en el Señor y mandamos, en virtud de santa obediencia, a los demás príncipes cristianos
y a los señores de las tierras, de los que hemos hecho mención, que, en honor y reverencia al
nombre del Señor, hagan cumplir escrupulosamente en sus dominios y tierras todo lo que arriba
hemos ordenado; y serán abundantemente recompensados por el mismo Dios por tan buena obra.
8.
A todos nuestros hermanos patriarcas, primados, arzobispos y obispos y a otros
ordinarios locales en virtud de santa obediencia, apelando al juicio divino y a la amenaza de la
maldición eterna, que hagan publicar suficientemente nuestro escrito en las ciudades y diócesis
propias y cuiden de que se cumplan, incluso bajo penas y censuras eclesiásticas, lo que arriba
hemos ordenado.
9.
Sin que pueda aducirse en contra cualesquiera constituciones u ordenamientos
apostólicos y exenciones, privilegios, indultos, facultades y cartas apostólicas concedidas,
aprobadas e innovadas por iniciativa propia o de cualquier otra manera a cualesquiera personas, de
cualquier rango y condición, bajo cualquier tenor y forma y con cualesquiera cláusulas, incluso
derogatorias de derogatorias, y con otras cláusulas más eficaces e inusuales, así como también otros
decretos invalidantes, en general o en casos particulares y, teniendo por reproducido el contenido de
todos esos documentos mediante el presente escrito, especial y expresamente los derogamos, lo
mismo que cualquier otro documento que se oponga.
10.
Queremos que el presente escrito se haga público en la forma acostumbrada en
nuestra Cancillería Apostólica y se cuente entre las constituciones que estarán vigentes
perpetuamente y que se otorgue a sus copias, incluso impresas, firmadas por notario público y
refrendadas con el sello de algún prelado, exactamente la misma autoridad que se otorgaría al
presente escrito si fuera exhibido y presentado.
Por tanto, absolutamente a nadie etc. Dado en Roma, junto a San Pedro, el 1 de noviembre
del año 1567 de la Encarnación del Señor, en las calendas de noviembre, segundo año de nuestro
pontificado.
2
1575, agosto 25, Roma
El papa Gregorio XIII levanta a los seglares y militares la prohibición de asistir a las
corridas, pero ordena que tales festejos no se celebren en días de fiesta, y mantiene la prohibición
de asistencia a los clérigos.
Ex Regestis in Secret. Brevium
Publica: Diplomatum et Privilegiorum Sanctorum Romanorum Pontificum «Taurinensis editio», tomo VIII
(Augustae Taurinorum 1863), p. 129.
Gregorius papa XIII, ad futuram rei memoriam.
Exponi nobis nuper fecit carissimus in Christo filius noster Philiphus Hispaniarum rex
catholicus quod, licet felicis recordationis Pius papa V, predecessor noster, periculis fidelium
occurrere volens, per suam constitutionem, omnibus principibus christianis ceterisque personis in ea
expressis, sub excommunicationis et anathematis et aliis censuris ac penis prohibuit ne in eorum
locis spectacula, ubi taurorum aliarumque ferarum et bestiarum agitationes exercentur, fieri
permitterent, aut illis quomodolibet interessent, prout in eadem constitutione latius continetur;
nihilominus idem Philihpus rex, regonrum suorum Hispaniarum utilitate motus, quae ex agitatione
taurorum huiusmodi provenire solita erat, nobis humiliter supplicari fecit ut in premissis opportune
providere de benignitate apostolica dignaremur.
Nos, ipsius Philiphi regis nobis in hac parte humiliter porrectis supplicationibus inclinati,
excommunicationis, anathematis et interdicti aliarumque ecclesiasticarum sententiarum et
censurarum in ipsius Pii predecessoris constitutione contentas penas, in eisdem Hispaniarum regnis,
quoad laicos ac fratres milites tantum quarumcumque militiarum, etiam preceptorias et beneficia
ipsarum militiarum pro tempore obtinentes, dummodo dicti fratres milites sacris ordinibus initiati
non fuerint, et agitationes taurinorum festis diebus non fiant, auctoritate apostolica, tenore
presentium, tollimus et amovemus; premissisque aliis in contrarium facientibus non obstantibus
quibuscumque. Proviso tamen per eos, ad quos spectabit, ut exinde alicuius mors, quoad fieri
poterit, sequi non possit.
Datum Rome apud Sactum Petrum, sub annulo Piscatoris, die XXV augusti MDLXXV,
pontificatus nostri, anno IV.
3
1427, enero 5, Roma
En las fiestas de la villa de Benavente (provincia de Zamora y diócesis de Oviedo), como es
costumbre, todo el pueblo se reúne para correr detrás de los toros, participando y lanzando contra
ellos varas, lanzas de hierro, flechas etc.; Juan, cura presbítero de esta villa, participando en este
espectáculo taurino, arroja una flecha con una ballesta contra un toro, sin lograr herirlo, con tan
mala suerte que la flecha o saeta lanzada, subiendo hacia lo alto, dio e hirió a un joven, quien
después de algunos días, no obstante las medicinas y curas correspondientes, murió, por lo que el
sacerdote Juan, no sintiéndose culpable de la muerte del joven y sí dolorido y compungido por tal
lamentable hecho, se dirige al papa Martín V para que le absuelva del reato de homicidio y le
dispense de todas las irregularidades en las que haya podido incurrir; el Papa le concede dicha
gracia siempre que no haya escándalo.
Reg. Suppl. 212, fols. 8v-9r.
Exponitur Sanctitati Vestre pro parte humilis et devoti vestri Iohannis, presbyteri in villa de
Benavente, Ovetensis diocesis, commorantis, quod olim quadam die festina populus dicte ville esset
congregatus ad currendum post tauros, prout moris est in dicta villa in similibus diebus // hoc
facere, atque contra eosdem tauros virgulas cum ferreis lanceis et sagitas emitere, et ipse exponens
eiceret quandam sagitam cum quadam valista contra unum taurum, non tamen aliquem ledendi nec
vulnerandi nec etiam animo occidendi causa, sed potius taurum demandi ne aliquod malum faceret
prout nec cum aliquo briguam seu rixam haberet, tamen diabolo gerente seu instigante, prout ab
Altissimo permissum fuit, predicta sagita in altum evolavit et quendam iuvenem, in summo seu alto
loco existentem, tetigit et vulneravit ex alia parte taliter quod predictus iuvenis, sicut Deo placuit,
post paucos dies, forte ut creditur ac aserebatur propter modicam medicinam seu curam expiravit.
Ea propter, cum dictus exponens aliter in premissis et cura ea culpabilis non existat, ac de premissa
morte predicti iuvenis doluit prout etiam cotidie lacrimabiliter dolet, et insuper cum cupiat
Altissimo in predictis suis susceptis ordinibus in alterius ministerio famulari et etiam ne per mundus
vagus et apostata discurrat, dignetur S. V. secum premissa occasione irregularitatis, si quam
contraxisse dicatur, ac a reatu homicidii misericorditer absolverere ac dispensare, omnemque
inhabilitatis ac infamie maculam sive notam, occasione predictorum contractas, penitus ab eodem
aboleri ac circa eum de specialissima ac expressa gratia.
Fiat ut petitur si sine scandalo. O. [Otto= Martín V].
Datum Rome apud Sanctos Apostolos, nonis ianuarii, anno decimo.
Descargar