E L M U N D O, M I É R C O L E S 2 0 D E F E B R E R O D E 2 0 0 8 29 C ATA LU N YA Los tres acusados por el crimen de Anna Permanyer dicen no saber quién la mató Badía asegura que la psicóloga firmó el contrato de arras en una cafetería y que luego desapareció XIANA SICCARDI BARCELONA.– «¿Mató usted a Anna Permanyer?» «Rotundamente, no». La principal acusada por el crimen de la psicóloga, María del Carmen Badía, negó ayer cualquier implicación en su muerte. Y en la misma línea se fueron posicionando los otros dos acusados –Anabel Toyas y Juan Sesplugues, para los que también se piden 30 años de cárcel– durante la segunda sesión del juicio, en la Audiencia de Barcelona. María del Carmen Badía relató que el 27 de septiembre de 2004 –el día que desapareció la psicóloga–, había quedado en su piso con ella a las seis de la tarde –en la planta 18 del edificio Atalaya, en la avenida Diagonal–, pero la psicóloga «no apareció». Pese a ello, admitió que tampoco se preocupó. Según Badía, días antes de la desaparición de la psicóloga, ambas ya abordaron la venta de este apartamento, propiedad de la víctima, y que Badía quería comprar. La psicóloga «necesitaba dinero», justificó Badía al jurado. Su relato –muy esperado ya que no había pronunciado palabra por este caso desde su detención–, incluía una supuesta firma del contrato de arras del piso «que tuvo lugar en la cafetería La Oca el 10 de septiembre», en la que la acusada dice que entregó a Permanyer 420.000 euros que ésta «contó allí mismo». Sobre el origen de tal suma, dijo de puntillas que éste procedía «de Andorra» y de «varias herencias». La existencia de esta cita –que pretende demostrar que la piscóloga no firmó coaccionada– «puede demostrarse porque otras tres personas estaban presentes», insistió. Fue días después cuando Permanyer dijo a Badía que se vieran en el piso, y la psicóloga «no apareció», siempre según su versión. A media mañana declaró Juan Sesplugues. Pese a que su deteriorado estado físico y auditivo provocó algunos obstáculos durante su declaración –tiene 81 años–, reconoció que era amigo de María del Carmen Badía hace años, a la que «aconsejaba» y acompañaba a hacer «recados». Dijo no saber nada del crimen y no tener «ni idea» de cómo uno de sus cabellos fue a parar sobre el cadáver de la víctima, hallado en un vertedero del Garraf. Dijo que el día que desapareció la psicóloga él estaba con su mujer en Barcelona –se hospedaban en la casa de la acusada–, y que fue a buscar con su mujer a la hija de Badía al colegio. Cuando regresó a la casa, allí estaba María del Carmen, y todos se fueron a dormir. A media tarde Sesplugues, subastero de profesión, tuvo que abandonar la sala por sufrir algo que parecía un ataque de fuertes náuseas. Lo hizo cuando ya se había subido al estrado la tercera y última acusada, Anabel Toyas. Su relato era especialmente interesante ya que Toyas, carnicera de profesión desde hace 25 años en Fraga (Huesca), tenía una estrecha amistad con María del Carmen, aunque ambas Carmen y Anabel se mofaban de la Policía pese a saber que tenían los teléfonos pinchados aseguraron ayer no haber sido amantes. Ambas se llamaban por teléfono «cada uno o dos días», dijo, y se veían en Barcelona, Sitges o Fraga. Antes de desaparecer Permanyer, Toyas dijo que estuvo en Barcelona los días 19, 20 y 21 de septiembre de 2004, y que el 27 estuvo en Fraga. Era tal su complicidad –«ahora las cosas han cambiado mucho», dijo ayer, ya que incluso pidió un cambio de celda para no coincidir con ella– que, aunque ambas sabían que tenían los teléfonos intervenidos por la Policía «hacíamos bromas» sobre los crímenes y los cadáveres, en unas cintas que se reproducirán en el juicio. María del Carmen Badía revisando ayer el famoso contrato de arras en la Audiencia de Barcelona. / QUIQUE GARCíA Badía de Oscar NANDO GARCÍA BARCELONA.– Nadie en su sano juicio –nunca mejor usado– diría que lleva más de dos años en la cárcel. Repeinada y coqueta, bien vestida y parapetada tras unas gafas de pasta, la principal acusada de la muerte de Anna Permanyer desplegó ayer durante su declaración todas las armas de seducción que hasta la fecha le han valido para evadir la acción de la Justicia. En una interpretación digna de Oscar, la acusada se mostró irracionalmente tranquila durante el largo, denso y sobre todo insustancial interrogatorio al que le sometió la fiscal. Una fiscal que por momentos pareció cobrar honorarios por defender a la procesada a tenor de la incongruencia de muchas de sus cuestiones. El abogado de la familia de la víctima, que ejerce la acusación particular, tampoco tuvo su mejor jornada, dicho sea de paso. Desde la primera pregunta, Badía pasó por encima de la fiscal y cuando se vio acorralada, simplemente respondió con un «no contesto», a lo que añadió que no estaba dispuesta a hablar de su vida privada. Es decir, lo más parecido a una estrella de Hollywood a la que atacaran a su intimidad. Como parte de su repertorio y consciente en todo momento de a qué público se debía, la sospechosa La principal acusada despliega sus armas de seducción ante el jurado dedicó más de una tierna mirada a los miembros del jurado popular. Así, a la única pregunta que le hizo el tribunal popular, que a la postre será quién decida sobre su inocencia o culpabilidad, la acusada se explayó relatando que disponía de dinero en efectivo procedente de Andorra para pagar a la psicóloga los 420.000 euros del contrato de arras. Fue ese momento el único en el que la procesada bajó ligeramente la guardia y abandonó el rictus de orgullo y aparente decencia que acompañó toda su declaración. Esta secretaria sin empleo, a la que su inseparable amiga y también acusada Anabel Toyas definió ayer como «un caballo desbocado», hizo gala de sangre fría cuando fue preguntada por la opinión que tenía de la familia Permanyer: «Me la reservo». Con la cabeza bien alta y arreglándose el pelo con una mano, Badía se dirigió en diversas ocasiones al magistrado que preside el juicio con un respetuoso «señoría». Por ejemplo, cuando éste le preguntó si estaba cansada. «Estoy bien señoría. Gracias», respondió educadamente. Con los brazos cruzados y de pie a pesar de que el interrogatorio se prolongó durante horas, ni siquiera cambió la cara cuando relató los perjuicios que dice que le ha causado la muerte de Permanyer, entre otros, el no poder recuperar el dinero que asegura que le entregó a la víctima. Controlando su tono de voz, sólo la subió de forma desafiante ante las repeticiones de preguntas de la fiscal y cuando le interrogaron por su vida sentimental. «Se lo he dicho cuatro veces, era una buena amiga», espetó cuando la representante del ministerio público insinuó que mantenía una relación sentimental con Anabel Toyas. Como parte de su representación, la que fuera bautizada como la viuda negra de La Seu d’Urgell mostró su lado más humano. Ayudó a su presunto cómplice Juan Sesplugues a levantarse cuando era su turno de declarar. Durante el interrogatorio del anciano de 81 años, la acusada aparentó consternación, un rasgo que multiplicó en la sesión de la tarde cuando Sesplugues fue asistido tras sufrir una indisposición. Aunque la sala de vistas fue desalojada, Badía –sabedora de que los miembros del jurado clavaban sus ojos en ella– rompió a llorar. El Oscar a la libertad estaba más cerca.