fidecaya

VOZ
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u rez a
•'Como cedro del Líbano crecí,
como ciprés de los montes del Hermán,
Crea como palma de Engadi,
como rosal de Jericó...
Como la canela y el bálsamo aromático
exhalé mi aroma,
y cono mirra escogida de suave olor...
Como nube de incienso en el tabernáculo.
Como el teberinto extendí mis ramas,
ramas magníficas y graciosas...
Las líricas frases que encabezan estas líneas, pueden
leerse en el capítulo 24 del Sagrado «Eclesiástico». Atendiendo con profundidad a su lectura, al punto se capta
una callada actividad, como un rito seguro y bello con
que Naturaleza va desplegándose de manera simple, fiel
a unas leyes sabias y perennes. La Iglesia torna todas
estas frases y con otras parecidas, pero distintas, las acopla a la Madre del Salvador, enriqueciendo la liturgia de
las fiestas marianas.
En el pasaje bíblico que comentamos suscintamente,
el autor exulta en la contemplación de los dones naturales que le rodean. Según su temperamento oriental y
su mentalidad primitiva, simple, va enumerando las bellezas de la flora de su paisaje nativo, inspirándose en
ella para nn elogio subido y fervoroso de la Sabiduría increada. Más tarde, las mismas frases han servido para
cantar la. prístina pureza de la única criatura concebida
sin pecado.
El cedro y el ciprés verdeando las frondosas florestas
del Líbano y el Hermón, de madera incorruptible y olorosos frutos; árboles altivos, majestuosos y bellos entre
los más. Las palmeras de la ciudad de Engadi en las riberas del mar Muerto y las rosas o adelfas auténtica belleza floral en blanco y rosa con olor delicadísimo. La canela,
corteza interior del cinamomo, el arbolillo del bálsamo
de hoja perenne. La mirra olorosa. El teberinto, preciosa
planta palestinense que llega a alcanzar siete metros, segrega una sustancia de penetrante olor... Entre las comparaciones de neto sabor natural-bucólico, el autor inserta «la nube de incienso» que en espirales odoríficas
llenaba la magestaddel abito santo en las solemnidades
litúrgicas; en aras a la santidad absoluta del Dios único,
de cuya esencia brota la Sabiduría.
Con acierto magistral la Iglesia, recoge estos textos
de imágenes sutilísimas, inspiradas en la atenta contemplación de la naturaleza y las propone como punto de
referencia para decirnos que podemos comparar las más
apreciables obras de la creación, con la pureza de alma
y la integridad de cuerpo de la Virgen Madre.
Por vía de este lenguaje humano, sencillo, vulgar, al
alcance de todos, al punto llegamos a comprender que
¡os más bellos dones de la madre tierra, palidecen en sus
tonos, balbucea toda lírica, aún la más expresiva, ante la
graciosa personalidad de la Madre de Dios, siempre Virgen, siempre Pura.
La pureza corporal de María, es el reflejo de la pureza de su fe en Dios. Ella nos dice que no son las almas
victoriosas del sexto mandamiento las íntegramente puras. Las victorias contra la carne, con ser mucho, no son
Voz de Malgrat. 1/12/1965. Pàgina 14
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y
más que pálidos reflejos de una integridad en la virtud
de la Fe. La fe pura, sin trampa ni mixtificación, afianza
toda forma de pureza, a prueba de martillo en el centro
de las facultades superiores del hombre, tan rebeldes a
vencer, y tan duras a doblegar.
La Inmaculada, sirvió a Dios inteligentemente, fundando su principio de fe y de sabiduría en el temor de
Dios, como aconseja el Espíritu Santo a través de la palabra inspirada. Bien claro lo pregona María diciendo
que la misericordia -el amor- de Dios se derrama de generación en generación «sobre los que le temen», refiriéndose al temor filial que se sobrecoge respetuoso, ante las maravillas del «Poderoso, cuyo nombre es Santo».
Esta es la gran lección de fe y de pureza que nos da
la Inmaculada. María nos indica los trascendentes beneficios que reportan al hombre, comportarse consigo mismo y con los demás, sabiamente. Es decir prudentemente
atendiendo a lo que sólo la sabiduría -sinónimo de Dios
nos puede enseñar y conceder.
Nuestra señora, la Purísima, soboreó los frutos de la
Sabiduría, plenamente, por vía de fe. Nosotros, también
podemos saborearlos parcialmente ahora, en esperanza
y como Ella por vía de fe, que nos pondrá en la ruta segura del amor, mientras caminamos hacia la morada del
Padre común. — ANTONIA MASÍA DE ROS
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