Le mataron a pedlradasi^ como a uit perro rabioso

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^ ' ' í u d a y los tres hfjos menores de Manuel Lorenzo Coria (a) «el Cholerón», el hombre a quien el vecindario del pueblo de Villacampo, en la provincia de Zamora, persiguió
I dio muerte a pedradas, después de tenerlo sitiado en su casa un día entero. A la derecha: una fotografía de «el Cholerón», de cuando éste hizo el servicio militar en Marruecos
(Fot*. Vldea)
Tragedia rural en Villalcampo
Le m a t a r o n a pedlradasi^
como a uit perro rabioso
E l Ckolerón*', enemigo p ú U i c o de V i l l a l c a m p o . — U n k o m b r e nue t e n í a a t e ^^orizado a t o d o u n pueblo.—A los c o n vecinos a quienes a p u ñ a l a b a los l l a m a b a
lue^o ^^pi-enda mía'*, y l o s llevaba por
®í m i s m o a casa del medico para q[ue los
curase*
Cómo mnrió "el CKolerón'
£•
I Cholerón se fué a ver jugar a los mozos a la
pelota. Los mozos eran cuatro. El Cholerón, por
no perder su costumbre, empezó a insultar a
los
ti6 ^^^'^^^ Entonces imo de ellos cogió un puñado de
Oh^^ y lo arrojó sobre la camisa de el Cholerón. El
^^feTWi era hombre de bravatas, provocador y pronblo^ ^8,car la navaja. Tenía asustado a todo un pue^ de cerca de trescientos vecinos.
^fto de los mozos se le encaró. Ya estaban hartos
de el Cholerón y de sus hazañas. Los otros tres le miraban también. Eran cuatro. Pero por algo el Cholerón tenía fama en muchas leguas a la redonda de
hombre temible.
—^Espera un poco, prenda mía, que vuelvo ahora
mismo.
El Cholerón se fué a su casa. Los mozos sabían lo
que esto significaba. Se fueron también. Dos cogieron cada uno una escopeta y otro una pistola,
—jQué pasa?
—^Vamos a acabar con el Cholerón,
cri^ntcsi
Otros mozos se les sumaron. Las mujeres les animaban:
—¡Duro con él! ¡B'ay que acabar con ese lobo!
El lobo, entretanto, había entrado en casa. Se había colocado al cinto los dos cuchillos que llevaba ordinariamente. Los domingos los dedicaba al descanso.
Se vestía de nuevo y dejaba los dos cuchillos en casa.
El día en que fué a provocar a los mozos era precisamente domingo. Su mujer comprendió que algo grave
se avecinaba e intentó cortarle el paso. Pero él la
apartó de un empujón. Entonces su hijo mayor se le
agarró a la cintura, para impedirle salir.
—¡No vayas, padre, que son muchos contra ti!
En efecto, frente a la puerta de la casa de el Cholerón había un grupo en actitud amenazadora.
—Vete—le dijo a su mujer—, que éstos vienen a por
mí,'y no quiero que a ti te pase nada.
La mujer se puso a llorar. Abrió la puerta y recibió
una pedrada en la frente. Huyó a casa de una tía suya.
El Cholerón atrancó la puerta y quedó dentro de la
casa con su hijo mayor.
Eran las cinco de la tarde. El grupo de vecinos se
hacía cada vez mayor. Empezaron a arrojar piedras
contra la puerta, y sobre el tejado. Eran Uinas piedras
enormes, de más de diez kilos de peso. El Cholerón y
su hijo creyeron que a la hora de la cena se retirarían
los del grupo. Pero no fué así. Por el contrario, nuevos
habitantes de Villalcampo llegaban a engrosar el número de los sitiadores. Las mujeres, que por primera
vez veían débil al hombre que temían sus maridos,
acuciaban a éstos para que terminaran con el Cholerón.
Llegó la noche. El frío se empezaba a sentir y los vecinos encendieron una hoguera con leña, de la que el
Cholerón tenía amontonada junto a la pared de su
casa. Las piedras tiradas contra el tejado habían
abierto xtn boquete. El Cholerón pensó huir por allí,
amparado en las sombras de la nocne. No le dio tiempo. Había empezado a trepar por un «sobrado» de paja
y madera, cuando la puerta se vino abajo a golpe de
pedradas. El Cholerón se ocultó como pudo entre la
paja y su hijo se metió debajo de la única cama.
Fuera había ya más de doscientas personas. Sin
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