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LA ALDEA DE LAS FRUTAS Mayte Castillo
A la señora Sol le encantaba acomodarse entre las nubes y observar a todas las
criaturas que poblaban la tierra. Su pasatiempo favorito era lanzar rayos de luz y ver
como las criaturas retozaban sonrientes cuando notaban el tacto de su suave calor.
Un día de verano a la hora del amanecer, la señora Sol estaba jugando al
escondite con las estrellas. Las estrellas eran muy listas, siempre lograban encontrar el
escondite perfecto y ella tardaba horas y horas en vislumbrarlas. Mientras subía poco a
poco hasta lo más alto del cielo y contaba hasta diez para que las estrellas se
escondieran, la señora Sol miró hacia abajo y vio algo que la puso muy triste. En un
rinconcito de la Aldea de las Frutas, una nueva habitante había llegado: era una sandía
tan bella como grande y redonda. La señora Sol, que podía hondar en el interior de
todos los seres del universo, comprobó que esa sandía no tenía ni una pizca de maldad.
Pensó que sería una buenísima compañera para todas las frutas de la aldea pero cuando
se acercó un poco más para ver cómo era ese primer encuentro, no se lo podía creer. La
Sandía estaba intentando hacerse amiga de las otras frutas pero estas se estaban
burlando de ella.
-No queremos ser tus amigas -dijo la Manzana que era la líder del grupo-. Eres
muy gorda y fea.
Las otras frutas pensaron que la Manzana estaba siendo muy cruel con la Sandía
y estuvieron a punto de decirle que no compartían su opinión. Pero entonces el Plátano
se les acercó y dijo muy bajito, casi susurrando: "Si nos hacemos amigas de la Sandía,
la Manzana también se burlará de nosotras". El Kiwi miró a la Mandarina. La
Mandarina miró a la Uva. La Uva miró a la Cereza. Y la Cereza asintió.
-Vete de aquí. Eres tan grande que en cualquier momento nos puedes comer.
¿Por qué querríamos ser amigas de alguien que nos puede comer?
La Cereza pensó minuciosamente estas palabras antes de decirlas y al acabar,
dirigió la mirada a la Manzana buscando alguna señal de aprobación. En efecto, la
Manzana sonreía orgullosa al ver como las otras frutas rechazaban a la Sandía.
¡Adoraba que siempre siguieran sus palabras al pie de la letra! No tenía nada en contra
de la recién llegada en realidad. Simplemente, se sentía bien cuando hacía que los
demás se sintieran mal.
-¡Fuera de aquí, fea! -exclamó la Manzana empujándola.
-¡Fea! ¡Fea! ¡Fea! -empezaron a corear las demás frutas.
Llorando, la pobre Sandía se alejó de allí. La señora Sol, al ver tan intolerante
espectáculo, sintió tanta vergüenza de lo que acaba de presenciar que se ocultó detrás de
la nube más oscura. De ninguna de las maneras quería volver a encontrase con una
situación así, por lo que decidió esconderse y no volver a lanzar sus rayos nunca más.
Cubierta por las nubes, el cielo se empezó a oscurecer a pesar de ser muy temprano.
Cuanto más intentaba taparse para no echar la vista abajo, más se apretaba contras las
nubes que viendo a la señora Sol, tan alegre antes y tan triste ahora, no pudieron evitarlo
y comenzaron a llorar. La Aldea de las Frutas empezó a inundarse con las lágrimas de
las nubes y el lugar donde estaban la Manzana y su séquito se llenó de agua
rápidamente. La corriente las sacudió de un lado a otro y ninguna sabía nadar. ¡Estaban
a punto de ahogarse!
En el escondrijo donde se resguardaba sollozando por las duras palabras de las
otras frutas, la Sandía se percató de lo que estaba ocurriendo y corrió para ayudarlas
aunque hacía un momento le habían rechazado. Afortunadamente, a la Sandía le
encantaba revolcarse por el agua, motivo por el cual era una excelente nadadora. Como
era tan enormemente enorme, colocó a todas las frutas encima de ella, incluida a la
Manzana, que al ver su vida en peligro no le importó tanto que la Sandía fuera "gorda y
fea". La Sandía las condujo a un lugar seguro y una vez fuera de peligro las frutas
empezaron a agradecerle que las hubiera salvado. Todas se disculparon por haberla
tratado mal y prometieron no volver a ser tan desconsideradas. Todas, excepto la
Manzana.
La Sandía las perdonó ya que entendía el miedo que sentían al contradecir a la
Manzana por temor a ser repudiadas. Al ver la humildad con la que la Sandía les había
perdonado a pesar de su comportamiento tan ruin, el Kiwi, la Uva, la Cereza y la
Mandarina comprendieron que apoyar siempre a la Manzana aunque hiciera algo malo
había sido una estupidez.
-A partir de ahora seremos como nosotras queramos y no como quieras tú. ¡Ya
no te tenemos miedo! -dijo el Kiwi dirigiéndose a la Manzana.
La Manzana trató de mostrase indiferente pero la verdad es que le dolía que la
dejaran de lado. La Sandía le dijo que también le perdonaba, pero la Manzana era tan
orgullosa que la ignoró y se marchó.
Los días pasaron y la Sandía se hizo muy amiga de las frutas de la Aldea. Jugaba
a llevarlas por el agua encima de ella como si fuera un barco, pues la señora Sol aún
estaba triste por lo ocurrido y las nubes seguían llorando. Pero tras varias noches
viviendo sola, la Manzana maduró y entonces se dio cuenta de que había tratado mal a
las otras frutas. Bajó de lo alto del árbol donde se resguardaba del agua y se dirigió a
ellas para pedirles perdón por su conducta y hacerles entender que aquello fue una
chiquillada. La Sandía la perdonó al instante. Las demás, a las que la Sandía había
contagiado su bondad, también lo hicieron pero esta vez no porque alguien se lo dijera,
sino porque en su interior sintieron que perdonar era lo correcto.
La señora Sol no pudo evitar observar a las frutas desde su guarida tras las nubes
y se puso tan contenta de que reinara de nuevo la paz en la Aldea de las Frutas que
decidió dejar de ocultarse. Las nubes se alegraron de verla feliz y pararon de llorar,
bailando por el cielo en todas direcciones. El cielo volvió a despejarse y el agua que
había inundando la aldea se secó.
Desde entonces, la señora Sol resplandece en lo más alto del cielo y de vez en
cuando juega con las frutas, lanzándoles rayos de luz y cubriéndolas con su suave calor.
La Sandía y las demás frutas ahora son amigas inseparables y cuanto más se quieren
entre ellas, más intensamente brilla la señora Sol.
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