¿cómo acompañar el despertar vocacional en el crecimiento de la fe?

Anuncio
¿CÓMO ACOMPAÑAR EL DESPERTAR VOCACIONAL
EN EL CRECIMIENTO DE LA FE?
Juan Carlos Martos cmf
Barcelona, febrero de 2014
“Podemos y debemos creer... que Dios está preparando una nueva
primavera para el cristianismo” (Redemptoris Missio, 86)
Introducción
El contenido de mi intervención debería desarrollar de forma clara y detallada el título del tema
que se me ha pedido tratar en este encuentro nuestro. Por tanto, me centraré en tres aspectos
que figuran en la misma pregunta del título, aunque en diverso orden:
 ¿Qué entendemos por «despertar vocacional»? La misma palabra sugiere de forma
indirecta que se da una situación de partida de “letargo o adormecimiento vocacional”.
 ¿Hacia qué dimensiones debe crecer la fe? La fe implica desarrollo y crecimiento. Es una
realidad viva en formación y maduración permanente. Nos preguntaremos si hay algunas
dimensiones del dinamismo de la fe que favorezcan e impulsen el fenómeno vocacional.
 ¿Cómo favorecer el crecimiento de la fe para producir el despertar vocacional?
¿Podemos hacer algo aún, aparte de lamentarnos o esperar que cambien los tiempos? ¿En
qué dirección debería ir nuestra ayuda? Llegado el momento ofreceré unas líneas de
intervención y cómo hacerlo efectivo.
Preparando estas notas me ha parecido conveniente añadir al inicio unas breves consideraciones
sobre algunas realidades actuales que sumen a nuestros contemporáneos en ese “sopor
vocacional” que les lleva a marginar o anular cualquier planteamiento vocacional de vida.
1. Tres “somníferos” vocacionales
La Pastoral vocacional en la Iglesia viene arrastrando una larguísima crisis, que la ha sumido en
un desesperante letargo. Parece que no acaba de reaccionar ante ese “sueño de muerte” en el
que se encuentra abismada. Ello es consecuencia de diversos factores. Entre otros, hay tres de
ellos que destaco aquí, por sus efectos “narcotizantes” para la animación vocacional. Se trata
de obstáculos ocultos. Su influjo negativo sedante se ejerce desde la sombra y es muy eficaz.
Impide que nazca y se difunda el planteamiento vocacional en las personas. Genera sordera y
ceguera hacia los valores vocacionales1. Me refiero a estos tres: La actual matriz cultural
1
Un magnífico símbolo de esta realidad la podemos encontrar en la novela de José Saramago, Ensayo sobre la ceguera
(Alfaguara, Madrid, 1966). El autor traza una parábola en la que refleja los horrores de una sociedad cegada. En la
narración los que asumen su ceguera descubren los valores soterrados de la ternura, el cariño y el afecto. La única
persona que queda con vista, una mujer, al ver los horrores que se van cometiendo a su alrededor, sufre tanto que
prefiere estar ciega. No obstante, como ve, actúa, se pone al servicio de los que sufren a causa de la ceguera
generalizada. Entrega su vida para ayudar a los que viendo no ven. Este es el proyecto de su vida, lo que da sentido a
su existencia.
1
antivocacional; los escollos para la trasmisión vocacional y el virus narcisista que infecta la raiz
decisional. Los vemos sucintamente.
a. El efecto “narcotizante” de la cultura ambiental
Voces autorizadas denuncian que vivimos en “una cultura pluralista y compleja que tiende
a producir jóvenes con una identidad imperfecta y frágil con la consiguiente indecisión
crónica frente a la opción vocacional”2. ¿Qué es lo que hace que nuestra cultura –llamada
antivocacional- fomente tal indecisión con respecto a dimensiones tan esenciales de la
vida? Nos detendremos tan solo en cuatro razones, sabiendo que se trata de una realidad
mucho más compleja de lo que se presenta aquí.
1) Una cultura «pre-cristiana»3
No estamos ya, desde hace tiempo, en una sociedad cristiana. Ni siquiera es postcristiana. Junto con la indiferencia se da un nuevo renacer de paganismoneopaganismo4. Muchos no conocen a Cristo o lo conocen mal y de oídas (y lo que
oyen decir es retorcido, tendencioso o reductivo). Estamos, más bien, en un escenario
pre-cristiano que no es neutro, del todo indiferente y totalmente apático, sino que
parece más sensible a cierto tipo de valores y orientaciones5.
En tal marco, muchos agentes de pastoral ya han perdido la confianza de que surjan
vocaciones -incluso cristianas- provenientes de matriz sociológica (familia, escuela,
ambiente,...) o de procesos grupales (clases de religión, grupos de catequesis,...). La
socialización de la fe y de la vocación, que en otros tiempos venía promovida
especialmente por la familia-escuela y era canalizada a través de la parroquia, ha
dejado de funcionar como tal. Nuestra sociedad ha cambiado. Si se quiere transmitir la
fe y el sentido vocacional de la vida, hemos de construir algo nuevo.
2) Una cultura del bienestar
La propuesta de vida que más se propaga entre los jóvenes actuales parece centrada en
la búsqueda omnímoda del propio bienestar marcada por la asunción de hábitos
consumistas. Tal propuesta difunde “una lógica que reduce el futuro a la elección de
una profesión, a la situación económica o a la satisfacción sentimental-afectiva, dentro
de horizontes que de hecho redcien las posibilidad de la persona a proyectos limitados”
(NVNE 11.b).
Muchos de nuestros jóvenes no han conocido las carencias de las necesidades más
primarias y han crecido en entornos seguros protegidos de cualquier riesgo. Se sienten
ajenos a la cultura del esfuerzo bajo la seductora embriaguez de la cultura del disfrute.
Carecen de modelos que les muestren ideales de vida por los que dejen de conjugar
verbos tan extraños al evangelio como agarrar, aferrarse, acumular, disfrutar. Se han
quedado hipotecados por los beneficios de la sociedad del bienestar, por la
mercadotecnia del consumo y no pueden alzar el vuelo. No escuchan otro mensaje más
seductor que el de sentirse bien.
2
NVNE, 11.c
A. CENCINI, Misioneros ¿sí o no?. Misioneros o dimisionarios. Paulinas, 2009, p. 25 y siguientes.
4
RAÚL BERZOSA, En el planeta joven: retos y propuestas en la transmisión de la fe. “Revista Crítica” 921 (Enero 2005).
5
“Nuestra cultura ha perdido la percepción de esta presencia concreta de Dios, de su acción en el mundo. Pensamos
que Dios sólo se encuentra más allá, en otro nivel de realidad, separado de nuestras relaciones concretas”. (Lumen
Fidei, 17).
3
2
3) Una cultura virtual
Los medios de comunicación forman parte esencial de la sociedad en la que vivimos.
Los jóvenes habitan en ese, ya no tan nuevo, planeta virtual. El cambio en el estilo
comunicativo y en los medios de comunicación han dado paso a un nuevo escenario
virtual. Más que dos realidades frente a frente, juventud y medios de comunicación no
sólo se armonizan bien sino que se reclaman mutuamente. El mundo vital de los
jóvenes es el mundo de las imágenes, del sonido y de la información. Viven bajo su
embrujo variado, seductor, fragmentado. Al captar su mirada y su atención, los medios
de comunicación desarrollan en ellos modos de pensamiento y de comunicación que
polarizan y limitan.
Esta evolución por una parte incita, positivamente, a renovar nuestros modos de
comunicación de la fe. Pero, por otra, es un serio desafío. Muchos padres y educadores
se preguntan en qué medida esta realidad, a veces tan intensa, puede favorecer o
perjudicar a la formación de los jóvenes, el pleno desarrollo de la personalidad. Aquí
nos preguntamos si cabe un planteamiento vocacional en este nuevo escenario virtual.
¿Serán capaces de contactar con Dios? Porque parece que solo escuchan a quien está al
otro lado del auricular.
4) Una cultura pluralista y ambivalente
Los jóvenes crecen hoy en la diversidad: diversidad de orígenes étnicos, de lenguas, de
religiones, de comportamientos. Ellos constatan esta diversidad en su ciudad, en sus
centros académicos, incluso en el seno de sus familias como en el seno de la Iglesia. Ya
no hay ni una sola palabra, ni una sola lengua, ni una sola opinión únicas. Hay varias, tal
vez muchas. Esta cultura “no define ya las supremas posibilidades de significado, o no
logra la convergencia en torno a algunos valores como capaces para dar sentido a la
vida, sino que todo lo pone al mismo plano y todo llega a ser indiferente y sin
importancia”6.
En tal supermercado de proyectos de vida están presentes y coexisten valores diversos
y contrarios, sin una jerarquización precisa que oriente en la preferencia o la renuncia.
Los códigos y guías de comportamiento son totalmente diferentes unos de otros. Este
pluralismo, que puede abrir a la tolerancia y a la libertad, conduce a muchos hacia la
intercambiabilidad o el relativismo vocacional. Al final, da lo mismo la elección de vida
que se haga porque todas se sitúan en el mismo nivel.
b. El letargo en la transmisión de los valores vocacionales
Otro de los temas más preocupantes desde el punto de vista educativo es el de las
“transmisiones”. Observamos con perplejidad la dificultad que sufren padres y educadores
para transmitir valores, creencias o ideales a las nuevas generaciones. A menudo se les
presenta esta tarea como una empresa imposible de realidad, como una lucha desigual
como la que entabló David contra Goliat.
La vocación es un acontecimiento eminentemente comunicativo. ¿En que consiste el
problema de la transmisión de los valores vocacionales? Lo diremos de forma clara: La
transmisión requiere al menos dos sujetos: El EMISOR que trata de comunicar algo y el
6
Cf. NVNE,11.a
3
RECEPTOR que escucha y acoge el mensaje del emisor. Pues bien, con respecto a la
transmisión vocacional se da un doble problema:
1) El emisor sufre una falta de claridad en la comunicación de su mensaje.
El concepto de vocación se ha vuelto confuso, extraño y complejo como consecuencia
de la cultura de la sospecha. La idea de “vocación” que acuñó en su momento el
transmisor ha sido objeto de una drástrica revisión y ésta aflora ahora envuelta bajo un
ropaje de recelo y temor ante lo que en el fondo pueda esconder un atentado contra la
autonomía personal. Falta claridad al respecto. El emisor (educador, catequista,
tutor,...) debe reelaborar y reapropiarse de una idea sana y adecuada de vocación para
poderla comunicar con credibilidad a las nuevas generaciones.
2) Se da una insuficiente voluntad de escucha por parte del receptor.
Si el receptor no desea acoger el mensaje del transmisor, difícilmente puede haber
transmision. Lo propio del receptor es la acogida, la receptividad del mensaje del
emisor. Y, en la actualidad, nos encontramos frente a un receptor saturado y expuesto
cotidianamente a una avalancha de información y de propaganda agresiva que
difícilmente puede digerir.
El receptor no siente el deseo de ser iniciado en un planteamiento vocacional de su
propia vida, ni está en la labor de escuchar y acoger la oferta que se le propone. El
resultado de esta opacidad comunicativa es la ruptura de la transmisión. El receptor no
quiere ni tiene deseos de recibir nada porque simplemente está saturado.
Cuando no se detecta este problema, en la iniciación a la fe o en los procesos
vocacionales persiste la transmisión de palabras, imágenes o ideas que rebotan en el yo
saturado impermeable del receptor. La mera reiteración de mensajes no garantiza lo
más minimo su apropiación, porque ya no tiene hambre de recibir. En algunos casos
llega a ser, inclusive, contraproducente.
c. El efecto narcotizante del narcisismo7
Descrito sin tecnicismos psicológicos, sino en un lenguaje a medio camino entre la
antropologia, la moral y la espiritualidad, el narcisismo es la actitud de quien habita
encerrado en la autocontemplación y busca de forma obsesiva la adoración del yo, el amor
desordenado a sí mismo, el culto a la propia persona. El narcisista es incapaz, o cuando
menos tiene serias dificultades, de amar a un “tú” distinto de él mismo. Percibe
erróneamente que todo en la vida gira en torno a sí mismo8.
¿Cuál es la matriz del virus narcisista? Nuestro pecado por excelencia es el egocentrismo, la
filautía, el repliegue sobre sí mismo, sobre los propios problemas, incluso los espirituales,
la preocupación exclusiva por sí mismo. El narcisismo ha sido definido como la
7
El conocido mito griego nos narra que una ninfa se enamora de Narciso y este no le corresponde. Mientras huía de
ella, se queda pasmado ante su propia imagen reflejada en las aguas de un río, y se enamora perdidamente de sí
mismo, lo que le lleva a lanzarse al agua y morir ahogado.
8
Un viejo proverbio árabe dice que una ventana de cristal, que te permite ver al otro, te lo imposibilita cuando a ese
cristal se la aplica una fina capa de plata. El narcisista ha colocado una capa de plata en su ventana interior. Solo se ve
a sí mismo, nunca a quienes le rodean y pueden interpelarle.
4
“enfermedad psicológica de nuestro tiempo”9. Este fenómeno característico de la vida
moderna tiene efectos colaterales con relación a los proyectos de vida.
 El narcisista es incapaz de instaurar relaciones interpersonales genuinas, profundas
y duraderas. Los otros (Dios, los demás) como tales no existen a no ser que se
conviertan en mera prolongación del propio yo. No hay alteridad ni transcendencia
a quienes escuchar de forma significativa.
 El narcisista, mas que autoafirmación, sufre una pérdida de reconocimiento de la
propia identidad. Busca continuamente ser apreciado y reconocido. Mendiga el
elogio y la admiración... Considera siempre insuficiente lo que recibe de los demás,
quedando perpetuamente insatisfecho
 El narcisita relativiza los ideales y carece de fuerza para llevar a cabo cualquier
proyecto. Reemplaza el ideal clásico de la «vida buena» por la mera «buena vida».
 El narcisista es hijo del consumismo (la pasión por tener que convierte al propietario
en prisionero de lo que tiene, en esclavo de lo que posee) y del relativismo (el
propio yo es la medida de las decisiones).
Para los jóvenes –también para todos, no solo para ellos- es capital hoy la reivindicación de
la subjetividad y el deseo de libertad. Son dos instancias típicamente humanas y legítimas.
Pero una cultura débil como la nuestra puede deformar su significado. Se corre el riesgo de
que la subjetividad se convierta en subjetivismo y la libertad degenere en arbitrariedad.
Contrariamente, el planteamiento vocacional de la existencia trata de convertir la propia
vida en proyecto y ello exige salir de sí mismo y entregarse a otro proyecto superior al
propio. La plenitud personal y la felicidad dependen de tal éxodo10. Si esto es así en
cualquien proyecto humano, más aún en el proyecto de seguimiento de Jesús el Señor: “Si
alguien quiere venir conmigo, niéguese a sí mismo...” (Mc 8,34). Sin sanación, el narcisita
no puede conocer, amar y –sobre todo- seguir a Jesucristo, en autenticidad y coherencia.
Este el el desafío: Si la entrega generosa es un aspecto clave de la vocación, ¿cómo enseñar
a amar sin confundirlo con el amor propio? Parece que se trata de algo más difícil que la
sanación del ciego de nacimiento, la multiplicación de los panes o el caminar sobre las
aguas del lago de Tiberíades.
2. Significado de “despertar vocacional”
a. “Advertir”. La experiencia del asombro
La experiencia vocacional se inicia con el fenómeno que podemos denominar como
“asombro”. Parafraseando una frase, ya famosa del Papa Benedicto XVI, podríamos
declarar que “no se abraza la vocación por una decisión ética o una gran idea, sino por el
encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y
con ello, una orientación decisiva”11. La vocación es, pues, un proceso pasivo. Algo que
9
Cf. A. LOWEN, Narcissism. Denial of the True Self, New York 1997, 197-228.
10
John Stuart Mill en su Autobiografía escribe: “Solo son felices los que centran su interés en algo distinto a su propia
felicidad: la mejora de la Humanidad o la felicidad de los demás”.
11
Audiencia del 10 de diciembre de 2008.
5
acontece en la persona, no como resultado de la iniciativa personal, sino de algo que
sobrevino desde fuera.
Ante esta experiencia surge la lógica perplejidad toda ella hecha de sentimientos
contrapuestos: por un lado, el vértigo ante lo nuevo que se presenta porque no se sabe a
dónde conducirá; por otro lado, la confianza, ya que no se deja de sentir esa fuerza que
atrae y moviliza. En esa experiencia de asombro destacaremos algunos de sus rasgos más
característicos:

Es una experiencia mental y emocional, que afecta también a lo corporal. Ella da origen
a una visión sobrecogida de la propia existencia. Sorprenderse es quedarse
sobrecogido, estremecido ante algo; o más coloquialmente, es quedarse “pasmado”.

En base a tal experiencia la vida deja de ser algo obvia, banal y ya sabida para
convertirse en algo profundo, misterioso y enigmático. Introduce en el descubrimiento
de la sacralidad en lo ordinario: Lo más importante está alrededor, pero antes no se
veía.

Lo contrario a la actitud de asombro es la “inconsciencia”, el no percibir la realidad
como don, domo algo completamente desbordante y valioso. También lo es la
“distracción”, porque es muy difícil hacerse consciente de esa dimensión profunda de
la realidad si se está perpetuamente distraído. El siguiente cuentecillo narra de forma
simbólica algo que con frecuencia se da:
“Dos pececillos que van nadando juntos se encuentran con un pez mayor que viene
en dirección contraria, les saluda y les dice: -“Buenos días, ¿qué tal está el agua?”.
Los dos pececillos siguen nadando hasta que finalmente, uno de ellos mira al otro y
le dice: -“¿Qué demonios es el agua?”. (David Foster Wallace).

Las realidades más obvias, omnipresentes e importantes suelen ser las más difíciles de
ver y sobre la que resulta más difícil hablar. Por ello, hagamos nuestra la
recomendación del sr. Keating a sus alumnos en la película El club de los poetas
muertos: “Debemos mirar constantemente las cosas de manera distinta”.
b. La gramática elemental de la vida
Desde el punto de vista de la animación vocacional, ¿qué hecho o que verdad pueden
provocar ese asombro que posibilite el planteamiento de la vocación? Una sana pastoral
vocacional debe atender la gran cuestión del sentido de la vida: ¿Por qué estamos en el
mundo? ¿Qué es la vida? ¿Qué podemos esperar de ella? ¿Hacia dónde ir? Estas cuestiones
fundamentales corren el peligo de ser sofocadas o eludidas. Más que buscado, el sentido
de la vida viene hoy impuesto por lo que se vive en lo inmediato o por lo que satisface las
necesidades. La pastoral y el acompañamiento debe ayudar a ir más allá, si se pretende
encontrar el sentido que la existencia tiene.
Esa toma de conciencia se da cuando la persona llega a comprender y personalizar lo que
se ha dado en llamar la “gramática elemental de la existencia” (cf. NVNE 11.c). La
podemos formular de esta manera: “Mi propia vida es un don recibido que, por su propia
naturaleza, tiende a convertirse en un bien dado” (NVNE 16.a). La vida es un don que no
debe suscitar solamente el agradecimiento, sino que, a la larga, debe desencadenar la
gratuidad, la entrega gratuita. Es un eco de lo que recuerda san Juan en su primera carta.
“No que nosotros hayamos amado primero, sino que Dios nos amó primero” (cf. 1 Jn 4,910). O dicho con otras palabras: La vida es la obra maestra del amor creador de Dios y es en
6
sí misma una llamada a amar.
Clarifiquemos esta tesis con algunas pinceladas que dibujen el alcance de esta realidad que
constituye la base de toda pastoral vocacional:
1) No se trata de un concepto mental o especulativo que se deba comprender
primero y ulteriormente aceptar teóricamente.
2) Se trata de una experiencia que se debe vivir holísticamente. En el fondo
consiste en pasar de una actitud de “gratitud” a otra consecuente de
“autodonación”.
3) Es una vivencia que se transmite por contagio, por ósmosis, por irradiación, por
canales afectivos y no solo cognoscitivos para llegar a ser vivida, saboreada,
interiorizada y absolutizada.
4) Solo quien la experimenta puede consecuentemente vivir la propia vida en clave
vocacional, como respuesta amorosa al amor percibido.
Los Obispos de Navarra y del País Vasco lo formulaban en una de sus Cartas pastorales de
una forma autobiográfica con estas palabras: “Yo no soy todo, no soy la medida de todas
las cosas; no soy el dueño de mi ser ni mi origen. No puedo alcanzar con mis propias fuerzas
lo que anhela mi ser. Llevo en mí un misterio mayor que yo mismo. Pero confío. Acepto ser
desde esa Realidad que me hacer ser. Reconozco mi finitud. No soy el centro. Mi origen y mi
destino están en ese Dios que me da el ser. El es el fundamento sobre el que descansa
todo”12. Se trata de la comprensión vocacional de la vida como respuesta a la llamada de
Dios.
3. El proceso del crecimiento de la fe
La vocación, que participa de la dinámica de la fe, es una experiencia de encuentro, una
alianza, que se va realizando en la historia. Más aún, se trata de “una historia de amistad con el
Señor” (VC 64). Esa experiencia viene estimulada y probada, también, no solo por factores
socio-culturales –alguno de los cuales hemos presentado- sino también por la misma
estructura interna del sujeto que la profesa y del proceso que realiza.
Pero más allá de estímulos y adversidades, una y otra vez, la vocación hermana en una sola
experiencia dinámica el llamamiento gratuito de Dios en Cristo por el Espíritu (la vocación
como don) y la libre respuesta personal (la vocación como opción). Esta comprensión dinámica
la convierte, no en una realidad fija y estática que puede ser descrita formalmente como un
fósil inalterable, sino en vocación vivida y dinámica, abierta a ulteriores desarrollos. Como toda
relación personal, es susceptible de crecimiento y de traición, pero sólo en la fidelidad alcanza
su plenitud. Vivir en clave vocacional es, en definitiva, ser fiel.
Nos preguntamos aquí en qué dirección debe crecer la fe para que ella admita un “voltaje”
vocacional. Nos vamos a detener en algunas de ellas. Por ser contraculturales exigen una
ruptura, un salto, un éxodo. La pedagogía vocacional debe cuidar de que se opere tal éxodo de
una situación inhabilitante a otra que permita la germinación vocacional. Y sólo es posible si se
consigue alterar la percepción y comprensión de lo deseable que nos ofrece la cultura.
12
Carta Pastoral de los Obispos de Navarra y del País Vasco, Al servicio de una fe más viva, San Sebastián, 1997, n. 39.
7
a. La terapia del “shock”: De la inconsciencia a la búsqueda
Al comienzo de estas reflexiones indicábamos de qué manera nuestra cultura incita hacia
una búsqueda desmesurada de bienestar personal sin abrirse a otros planteamientos. Este
talante parece tener su origen en un déficit de lo personal, que se demuestra en el hecho
de que en el interior de la persona “parece que nada importa ni mueve salvo el ansia de
gratificaciones”. Hay otras realidades más valiosas ante las que las personas se muestran
insensibles. Desde tal indiferencia o apatía no cabe planteamiento vocacional alguno,
porque se han desplomado en el abismo de la insaciabilidad.
Este flujo cultural necesita ser contrarrestado con lo que podríamos denominar como una
“terapia del shock”. Se trataria de provocar que la persona sufra un choque frontal con la
realidad y se vea afectada por un desplome estrepitoso de los cimientos que hasta
entonces le sustentaban. Solo despues de tal impacto se puede iniciar un nuevo proceso
que permita “nacer de nuevo”.
¿Qué pasaría si a alguien, hasta ahora satisfecho con su vida, a raíz de una experiencia así,
advirtiese que aquella ha perdido ya todo sentido para él? ¿Qué le pasaría cuando no se
sienta ya lleno con lo que tenía o deseaba, sino hastiado y engañado? Numerosas
biografías personales, a raíz de ciertas experiencias, quedaron descolocados por esa
viscosa insatisfacción. Fue un nuevo comienzo.
La sensibilización vocacional exige hoy inducir a muchos a vivir tales “experiencias de
ruptura” que les fuercen a salir de su embotamiento y mostrarse receptivos ante otras
llamadas que provienen de fuera. Son oportunidades de oro para reorientar la vida desde
la fe y en clave de generosidad, no de propio bienestar. El mundo de la pobreza y del dolor
se convierte en un eficaz “altavoz” que hace las veces de despertador vocacional. El
contacto con esos mundos favorece el despertar de esa sensibilidad y el entender la vida
en clave de agradecimiento y generosidad.
Alex Rovira lo denomina «efecto bofetada»13, para enfatizar lo que hemos denominado
como “shock”. Sabemos que puede convertirse en un momento de lucidez y gracia. Porque
derrumba falsas seguridades y obliga a buscar una respuesta auténtica. El mundo
construido, a veces, con esfuerzo queda alterado e insuficiente. Es entonces cuando se
necesita una palabra que nadie puede decirse a sí mismo y que le impulsa a “nacer de
nuevo”.
Se trata de una experiencia de incondicionalidad que hace salir de sí mismo y lleva a vivir
para algo que merece la propia entrega. Puede ser:
 El amor, cuando éste no es un contrato calculado o está dominado por la
satisfacción de necesidades, sino que hace percibir al otro como sentido de la vida y
lleva al olvido de sí mismo.
 Una causa noble, por ejemplo, la justicia o la opción por los pobres, si no se queda a
nivel de discurso o de un simple impulso momentáneo, sino que dinamiza las
mejores energías en un compromiso.
13
Cf. IGNACIO DINNBIER, La pastoral vocacional ante el joven de hoy, Frontera-Hegian 72 (2010) p. 58. El autor se
apropia de la expresión “efecto bofetada” y la explica. La toma de Alex Rovira, La hoja de ruta personal, en “El País
semanal” (27 de enero de 2008).
8
 La experiencia de Dios, si no se queda en el sentimiento, sino que supone el
encuentro con el Absoluto, y en consecuencia, que la vida consiste en vivir para Él,
en hacer su voluntad por encima de todo.
 La adhesión al mensaje de Jesús, a su proyecto de transformación del mundo, de
modo que me hace vivir en tensión hacia la realización de ese ideal, atrayendo las
energías personales.
 La experiencia única, intransferible, del significado determinante que tiene la
persona de Jesús, si no se queda en una actitud difusa y, por el contrario, se
descubre por dentro que uno no se pertenece, que Él es “el Señor”.
Acciones pedagógicas falicilitadoras

Invitar a participar en experiencias suficientemente prolongadas de voluntariado en lugares de
“frontera” (económica, social, religiosa,..) o en periferias (comedores sociales, centros de
rehabilitación social,...).

Acompañar experiencias de crisis personales (afectivas, familiares, académicas,...) tratando de
descubrir que estas situaciones dolorosas son portadoras de mensajes y de lecciones que
aprender.

Motivar la participación en actividades que exijan desconectar con el ritmo y el estilo de vida
que se lleva (austeridad, eliminación del uso de medios, horarios ordenados,...).

Ayudar a localizar y a dar sentido a las experiencias dolorosas de la propia vida (desgarros
afectivos, fracasos personales, exclusiones, grandes decepciones, muerte de personas
afectivamente queridas, aceptación de una limitación personal física, estética...).

Ofrecer experiencias de “riesgo” (despojarse de lo superfluo, “perder el tiempo” en acciones
aparentemente insignificantes,...)
b. El viaje hacia dentro: De la superficialidad a la interioridad
Otra de las mayores dificultades que el hombre contemporáneo tiene para abrirse al
planteamiento vocacional proviene de su instalación habitual en la superficialidad, como
denominan autores como Xavier Melloni14, o en la banalidad, como dice Xavier Quinzá15.
Tal postura confunde lo aparente con lo real y lo divertido con lo valioso. Y, además,
incapacita para adentrarse en las profundidades del misterio como lugar donde percibir la
presencia de Dios y su llamada. Si Dios es «intimior intimo meo» (Agustín), el que vive en la
superficialidad no está humanamente preparado para acoger el don gratuito de su
llamada.
En esta clave se sitúan muchos, independientemente de su nivel cultural o su extracción
social. En una buena medida, la superficialidad modela una determinada visión de la
realidad. Resulta culturalmente dificultoso dar el salto desde la superficie a la interioridad
donde habita el misterio. “Lo esencial es invisible a los ojos”, repetimos con frecuencia y
con razón. Por eso es tan irrelevante la llamada de Dios. La persona humana está hoy
14
X. MELLONI, Accesos a la interioridad, en “Sal Terrae” 91 (2003), pp. 33-42.
15
X. QUINZÁ, Formarse es transformarse. Tema del Seminario para Formadores organizado por el Departamento de
Formacion CONFER, celebrado del 12 al 16 de marzo de 2007.
9
impreparada para acoger su advenimiento. Sin un cambio de código, es imposible el
encuentro personal con el Dios que llama.
No se puede ser “oyente de la llamada” (K. Rahner) desde la superficialidad, a menos que
se confunda la vocación con la mera satisfacción de los gustos personales o con un vano
sentimentalismo emocional. La incapacidad para escuchar la llamada interior proviene de
una infraestructura humana muy empobrecida. Si la impregnación cultural favorece la
superficialidad, se comprenderá hasta qué punto es necesario el aprendizaje de la
interioridad. O, dicho con otras palabras, la eliminación de todo lo que bloquea el acceso a
lo profundo y el descubrimiento de lo que no se percibe a simple vista (Dios es el ser más
real que existe y el menos perceptible empíricamente).
El activismo, el abuso de los estímulos que hiperdesarrollan la sensorialidad en detrimento
de la interioridad, la incapacidad de silencio y de recogimiento son algunas actitudes y
conductas actuales que frenan o retardan la entrada en esa profundidad donde Dios se
descubre como el Tú que nos dirige una llamada. A veces resulta muy costoso
desenmascarar estas añadiduras porque revisten formas socialmente relevantes:
dedicación intensa al trabajo, fomento innecesario de relaciones sociales, falta de tiempo
de calidad para la reflexión y el silencio, etc.
La apuesta por la interioridad –que nunca confundiremos con el intimismo- es clave para
hacer posible una Pastoral vocacional. Todo lo que vaya orientado a la formación para la
interioridad, a favorecer experiencias de encuentro personal con Dios, a acompañar a otros
para leer la propia vida desde Dios, va en esta línea del despertar vocacional.
Acciones pedagógicas falicilitadoras

Cultivar el sentido de la atención, la imaginación, el cuestionamiento, la capacidad intuitiva, la
actitud contemplativa y la formación estética, como ventanas que introducen en la
profundidad.

Evitar el activismo y el abuso de los estímulos que hiperdesarrollan la sensorialidad.

Fomentar encuentros interpersonales profundos y vitalizantes que hagan emerger zonas
nuevas del propio ser, tales como la experiencia de lo gratuito o de lo auténtico.

Ofrecer espacios prolongados para el silencio y soledad, que permitan crear un “mundo
propio” y descubrir la propia riqueza interior; sin ahorrar el aprendizaje de cierta disciplina
personal.

Elaborar las experiencias de sufrimiento que, con frecuencia, hacen salir de sí mismo y obligan
a replantearse la vida.

Promover el hábito de la lectio divina y de la oración examinada, como forma de auparse
desde la interioridad hacia Dios.

Ayudar a desenmascarar los modos falsos de llenar el vacío personal.

Reducir y usar de forma crítica los medios que estimulan la sensorialidad y la exterioridad
(ambientes ruidosos, radio, TV, internet, música rítmica...)

Promover las relaciones personales con distintos (ancianos, de otras culturas,...) e incluso con
los contrarios, que rompan los esquemas de la superficialidad y estimulen a interiorizar.

Ordenar adecuadamente los horarios personales de manera racional, armónica y con las
10
correctas priorizaciones. La multiplicación excesiva de actividades provoca la dispersión de
fuerzas e impide la profundización.
 Revisar y ordenar el uso del dinero disponible y las pertenencias personales de manera que
propicien la desinstalación, un estilo de vida austero y el uso adecuado de esos medios.
c. La lógica del don: De la egolatría a la donación de sí (proexistencia)
La actual crisis económica no es ajena a la crisis de valores y, de alguna manera, explica la
insensibilidad vocacional que padecen muchos de nuestros contemporáneos. Hemos
internalizado la lógica del egocentrismo, ese dispositivo muy eficaz que induce al individuo
a regirse por el cálculo de intereses y tiene como finalidad buscar en todo y únicamente el
mayor beneficio para sí mismo. Son muchos los que se sienten marcados por la impronta
egocéntrica de nuestra cultura. El ego no es sólo el punto de partida sino, con frecuencia,
también el punto de llegada, el rasero que mide cualquier otra realidad. En este clima se
hace difícil experimentar la vocación como una experiencia de la alteridad y de la
trascendencia, que llaman.
Pero esta situación no es irreversible. Se puede convertir en ocasión de plantear la vida de
una forma nueva. El ser humano, más allá de sus tendencias egocéntricas, es un “ens capax
amoris”, que necesita ser amado y amar. El amor recibido es lo único que estructura el
fondo del su ser personal-relacional y le da acceso a la plenitud. Si esa tensión de recibirdar es anulada o frustrada, la persona quedaría gravemente afectada.
Por eso es importante ayudar a adquirir dos certezas que hacen a la persona libre
afectivamente y la abren a un horizonte vocacional: La certeza vivencial de haber sido
amado y la certeza, también por experiencia, de saber amar. Ambas certezas fundan la
posibilidad de vivir desde la “lógica del don”16. Contra lo que pueda parecer, tal lógica no
es algo residual ni irrelevante. La vida social está plagada de ejemplos de donación: Se
dona sangre, se dona tiempo, se dona trabajo, se dona espacio, se donan las propias
capacidades a los otros, a través de distintas formas de voluntariado, se crean redes de
ayuda mutua,...etc. Forma parte de la vida social. En la estructura familiar sigue estando
muy presente.
Donar es necesario para romper el aislamiento, para escapar a la soledad, para implicarse y
pertenecer. La comunidad es constitutiva para el individuo; el otro resulta necesario para
subsistir. Sin el don no es posible llegar a ser uno mismo. Escribía Benedicto XVI: “Somos
un don”17. El ser humano está hecho para el don, mediante el cual se manifiesta y
desarrolla su dimensión trascendente. Más allá de las tendencias egocéntricas, es capaz de
actuar modelado por el principio de la gratuidad, que define el verdadero don18.
 Dar es salir de uno mismo, es entregar lo que uno es a los otros. Supone superar la
lógica del cálculo o de la reciprocidad.
16
Cf. FRANCESC TORRALBA , La lógica del don, Khaft, Madrid, 2011.
17
Caritas in veritate, 68.
18
“El don es propiamente una donación sin contrapartida (...), lo que es dado sin intención de retribución” (donum
proprie est datio irreversibilis... id est quod non datar intentione retributionis)”. (SANTO TOMAS DE AQUINO, Suma
Teológica Ia, q. 38, a. 2,c.
11
 El don manifiesta una preocupación por el otro, un interés por el otro.
 El don genera comunión, cohesión, vinculación, sentido de pertenencia.
 La lógica del don transforma el concepto de libertad: Ésta ya no se concibe como
independencia o autonomía, sino como liberación del ego.
 La lógica del don es una posibilidad enraizada en el ser humano, una potencia que
emana de su naturaleza porque él es don, está hecho para el don y su plenitud
radica en el acto de darse. No es un movimiento irracional.
Ejercitarse, pues, en este camino excéntrico capacita para encontrar el camino de la
vocación. No parece exagerado afirmar que en el origen de actitudes vocacionalmente
tibias se hallan conflictos afectivos irresueltos o actitudes de claro egocentrismo.
Acciones pedagógicas falicilitadoras

Cuidar el proceso del autoconocimiento (físico, psíquico y espiritual) como base para la
autoaceptación. Esta permite al individuo liberar su incurvamiento y disponerse para la
donación personal.

Tratar personalmente a fondo la afectividad, la relación con el propio cuerpo y la sexualidad,
desde el respeto y la claridad, ofreciendo cauces para la integración y maduración.

Invitar a releer de la propia autobiografía personal, auscultando el proceso personal de la
evolución afectiva.

Analizar los conflictos emocionales que permiten descubrir problemas latentes de afectividad,
autoafirmación, autoestima, etc.

Ayudar a adquirir habilidades para la integración grupal y las relaciones interpersonales.
Fomentar actitudes relacionales de apertura, comunicación, respeto, comprensión, ternura,
confianza y cercanía.

Promover experiencias fuertes de donación-entrega desde la gratuidad, con escasa
repercusión emotiva y sin gratificaciones afectivas.

Proponer actividades encaminadas hacia el aprendizaje de la entrega, del saber perder, de la
donación (juego en común, tareas en equipo, revisión de vida).

Involucrar en acciones de servicio que exijan un esfuerzo personal y facilitar así la educación en
la entrega y, a la vez, evitar ofertas de excesiva comodidad.

Encomendar tareas que favorezcan la autonomía personal y el ejercicio de la responsabilidad.

Inducir a experiencias fuertes de soledad, que ayuden al sujeto a evitar dependencias y a
experimentar la comunión desde la autonomía.

Introducir en la ascética del trabajo en equipo, de la vida en grupo y el contacto con
experiencias de periferia que despierten la convivencia, la colaboración, el dialogo, la
coordinación, la misericordia, la entrega.
d. La libertad de decidir: De la pasividad a la libertad
La pasividad es la actitud de quien recibe algo de otros sin cooperar en ello. Esa actitud,
carente de objetivos y de propósitos, permite que los demás hagan lo que a uno mismo le
corresponde o afecta. Una persona pasiva no cuenta con motivos para llenar de contenido
12
su vida. La persona pasiva solo piensa en pasar el tiempo, no en aprovecharlo. En muchos
casos la pasividad conduce a la desgana vital, al aburrimiento, a la indolencia, a la apatía, a
la indiferencia, al desinterés y a la inacción frente a lo que se muestra como valioso.
Se suele afirmar que la cultura actual es una fábrica de pasividad, sobre todo por causa de
los medios de comunicación y entretenimiento. A traves de ellos se recibe mucho sin
cooperar casi nada. Su uso acrítico hace que la persona se vuelva escéptica respecto de sus
posibilidades para encontrar el sentido de la vida y muy desganada para buscarlo.
Pero, a pesar de las propias limitaciones y determinismos, a pesar de la influencia de
nuestra cultura, el ser humano experimenta la necesidad de autodirigirse.
Constitutivamente dotado de conciencia, puede orientar su existencia dotándola de un
proyecto. Puede convertir su vida en proyecto, asumiendo el fin que libremente ha
decidido. Ello no supone un repliegue narcisista sobre el propio yo, sino la libertad de
ofrecerse a una tarea que trasciende al yo. “Vivir humanamente –escribe Pedro Laín
Entralgo- es proyectar”.
Todo proyecto de vida, toda vocación, entraña una opción que supone una ruptura con lo
que se era o hacía anteriormente, e indica cambio de vida. Y hoy es precisamente esta
decisión la que falta a menudo en los jóvenes. Su indecisión denota la debilidad no sólo de
la estructura psicológica de la persona, sino también de la experiencia espiritual y, en
particular, de la experiencia de la vocación como elección que viene de Dios.
Cuando es pobre esta certeza, el sujeto confía inevitablemente en sí mismo y en sus
propios recursos; y cuando constata su precariedad, no es nada extraño que se deje
dominar por el miedo ante una opción definitiva que tomar.
La libertad no es una ciega espontaneidad, ni un comportamiento anárquico para actuar
segun uno guste o en función de las necesidades más inmediatas. Ser libre exige la
capacidad de elegir un proyecto de futuro, que determina el comportamiento de acuerdo
con la meta que uno se halla trazado.
Cuando uno encuentra el sentido de su vida, se siente feliz y está dispuesto a asumir todo
tipo de privaciones e incluso a poner en juego su propia vida para alcanzar ese fin. Todo
proyecto exige necesariamente una libertad que permita abrazar las renuncias y sacrificos
que exige.
La vocación, en cuanto creación del Espíritu, es dinamismo, novedad, creatividad,
búsqueda del más allá de todo. En este sentido, los esfuerzos por superar los síntomas de
cansancio disponen al ser humano para dejarse afectar por la llamada de Dios. Es necesario
capacitar a las personas para que lleguen a convertir su vida personal en proyecto. Una
persona vocacionalmente capacitada sabrá discernir en cada momento lo que contribuye
al desarrollo de su vocación –de su proyecto personal- y lo que obstaculiza su realización.
Sabrá tomar distancia de lo que es seductor, pero irrelevante, y contará con la fuerza
necesaria que le permite afrontar renuncias y sacrificios para llevarlo a cumplimiento.
Acciones pedagógicas falicilitadoras

Detectar y desactivar, desde el acompañamiento personal, los miedos, los apegos, las
resistencias a los cambios, las motivaciones,... todo ese fondo dinámico que mueve desde
dentro.

Motivar y dar preferencia a cualquier tipo de iniciativas, nacidas de una elaboración personal
13
sobre las recibidas.

Aprovechar las crisis como momentos muy aptos para la reestructuración y el ajuste
personal.

Ayudar a integrar contrarios en la propia vida (egoísmo-donación; soledad-cercanía;
apertura-cerrazón; muerte-vida).

Urgir a vivir la autonomía personal sin evadirse en “sistemas de seguridad” que ahorran el
riesgo de las decisiones personales (inhibición, mudez al expresar la propia opinion, evitar
elecciones,...).

Estimular con ideales grandes, llevar a cabo gestos fuertes, signos inconfundibles, acciónes
que reflejen incondicionalidad.

Fomentar lecturas de “vidas ejemplares” actualizadas, que actúen de motivadores y de
pedagogos.

Analizar y combatir aquellas disposiciones que retardan o atrofian la sensibilidad espiritual
(naturalismo, consumismo, mimetismo,...)

Valorar las iniciativas personales en su vertiente subjetiva y reforzarlas.

Educar en la ascética de la constancia, la fidelidad en lo poco, el aguante ante la falta de
resultados inmediatos o los fracasos parciales.

Invitar a realizar experiencias fuertes de riesgo personal que obliguen al individuo a
desarrollar la imaginación, las actitudes nuevas.

Introducir los lenguajes lúdicos y festivos en la percepción y expresión de los valores y
experiencias sin abusar del lenguaje conceptual. La fiesta no se da si no hay oblatividad y
profundidad.
4. ¿Cómo acompañar?
a. Posibilitar la Pastoral vocacional
¿Qué podemos hacer? Con esta pregunta aflora la gran preocupación de la Pastoral
Vocacional, desconcertada o, peor aún, desalentada, porque la realidad es la que es y se
impone. Juan Pablo II la calificaba como la “gran tristeza de la Iglesia”. Necesariamente
hemos de afrontar con responsabilidad aquella pregunta. La respuesta que demos debe ir
en la línea de crear condiciones de posibilidad para que la Pastoral Vocacional quepa en
nuestros proyectos y planes. Y esto se realiza atendiendo a dos factores:
1) AVIVAR EN LA COMUNIDAD CRISTIANA UN TALANTE DE CONFIANZA
La manera de leer e interpretar la historia es tan decisiva que podría cambiar
sustancialmente nuestro modo de plantear la Pastoral vocacional. Porque de hecho no
es lo mismo leer el actual momento histórico desde el punto de vista del pasado que lo
ha precedido que leerlo desde el futuro con sus primeras señales de vida inciertas y
tímidas19. La imagen del mundo cambia completamente si lo miramos desde los
fermentos de nuevas vocaciones ya presentes en él, en lugar de seguir comparándolo
19
Viene a la memoria lo que dice Kierkegaard: “La vida se pueden entender solamente mirando hacia atrás, pero se
vive sólo si tiende hacia delante”.
14
con la más o menos presunta fecundidad vocacional de tiempos pasados. Aquella
forma de mirar genera confianza sin la cual es inviable toda animación vocacional.
Por tanto, la primera tarea debe centrarse en encontrar y reconocer la fuente de
nuestra confianza de manera que ella oriente la mirada y motive la decisión de poner
en práctica una animación vocacional despierta y sin fisuras.
 Esa fuente de nuestra confianza está arraigada, en primer lugar, en la certeza de
que Dios sigue llamando. Él sigue invitando a otros en la fuerza del Espíritu a seguir
a Cristo desde diversos carismas y ministerios. Creemos firmemente que Él sigue
llamando a nuevos jóvenes como obreros de su mies. Tal confianza nos permite
identificar los nuevos signos con los que el Señor se hace presente, invita y llama a
su seguimiento.
 Confiamos, en segundo lugar, en que todo corazón humano es capaz de acoger la
llamada de Dios. Aunque con características distintas a las de hace algunos años,
los jóvenes de hoy también están dotados de sensibilidad, aptitudes, capacidades,
preocupaciones y valores que les permiten acoger esa llamada y, de hecho, lo
hacen. Esta confianza nos lleva a reconocer que el Espíritu suscita en el corazón de
algunos jovenes nuevas formas de responder al deseo que Él mismo despierta en
ellos.
 Confiamos, por último, en nuestra capacidad de cambio, de renovar nuestra
mentalidad acaso desalentada, de hacer frente a inercias y estancamientos
personales e institucionales, de ser más autocríticos. Una vez más, esta confianza va
a urgir que, por nuestra parte, identifiquemos los pasos que tenemos que dar y...
comenzemos ya a darlos.
2) CONTAR CON ESTRUCTURAS Y MEDIOS DE PASTORAL VOCACIONAL
La confianza de la que hemos hablado genera una sensibilidad y un deseo encaminado
a traducirse en praxis pastoral. Tal deseo no es operativo si no se dan algunas
condiciones de viabilidad. Entre ellas nos parecen muy importantes la siguientes:
 Nuestros mejores esfuerzos deben ir encaminados a suscitar y formar animadores
vocacionales idóneos y equipos de pastoral vocacional en misión compartida. Su
tarea debe estar inserta en los centros pastorales. Sin ellos y sin una adecuada
formación para esa tarea específica es impensable que la Pastoral vocacional eche a
andar.
 No hemos de subestimar ni dar por supuesta una paciente y continuada tarea de
mentalización vocacional dirigida prioritariamente a nuestras comunidades
religiosas, a los responsables de nuestros centros pastorales y a sus colaboradores
más directos. La creación de esta mentalidad vocacional común va a posibilitar el
impulso permanente que debe sostener la animación vocacional.
 Hay una convicción teóricamente conseguida en pastoral vocacional: que debe ser
hecha por todos, dirigida a todos y realizada siempre. Debería ser a estas alturas
innegociable. No debemos cejar en el empeño de recordarla en cualquier ocasión
que se presente. Por ello, no debe haber espacio de nuestra vida y misión en el que
esté ausente la Pastoral vocacional o se la ignore.
 Es erróneo pensar que la nueva evangelización exige paralizar temporalmente la
15
Pastoral vocacional, a la espera de tiempos mejores, donde la experiencia cristiana
posibilitante esté más socializada y consolidada. Jesús en su evangelio vincula
claramente el primer anuncio del Reino con la llamada a los primeros seguidores.
 Es imprescindible que la Pastoral vocacional aparezca situada en su propio terreno,
esto es, en el corazón de la pastoral de conjunto como una dimensión transversal
capaz de vocacionalizar todo. Ello exige múltiples cosas: que todos conozcan los
planteamientos actuales de la PV, que se cuente con un proyecto viable de PV, que
esté integrada en los proyectos pastorales a todos los niveles, que esté presente en
la toma de las grandes decisiones pastorales y en la política de destinos, que
aparezca recogida en los presupuestos económicos de los centros, que se dote a los
responsables de formación, tiempos y medios necesarios para llevarla a cabo,...etc.
 Hay mucha Pastoral vocacional ya funcionando. Los nuevos planteamientos no son
recientes. Llevamos tiempo escuchándolos y repitiéndolos. No podemos estar
empezando siempre de nuevo. Pero sí que debemos fortalecer más las estructuras
de pastoral vocacional y mantener la línea de continuidad de sus responsables.
b. Difundir una mentalidad vocacional
Esta segunda acción exige previamente contar una mentalidad vocacional, esto es, una
síntesis teórica de nociones comunes y bien fundamentadas que explican el sentido y el
valor de la vocación y crean convicciones comunes capaces de impulsar una correcta
Pastoral vocacional. La mentalidad vocacional es, pues, una conciencia y una convicción
poseídas por la comunidad cristiana sobre las cuales fundamenta su praxis pastoral.
Tal mentalidad, portadora de una teología de la vocación, debe mostrar con claridad no
sólo sus planteamientos sólidos y orgánicos sino también sus consecuencias prácticas
derivadas20. Teniendo en cuenta que “algunas condiciones sociales y culturales de nuestro
tiempo pueden representar no pocas amenazas e imponer visiones desviadas y falsas sobre
la verdadera naturaleza de la vocación haciendo difíciles, cuando no imposibles, su acogida
y su misma compresión” (PDV 37). Las vemos.
1) VISIONES DESVIADAS O FALSAS SOBRE LA VOCACIÓN.
 Vocación como “destino inmutable”: (“Creo que Dios me manda”). Esta
mentalidad, de hondas raíces culturales, intenta transmitir la idea de que la
vocación es “un destino inmutable e inevitable, al que el hombre debe simplemente
adaptarse y resignarse con total pasividad” (PDV 37). Los llamados estarían
“marcados” desde siempre y su libertad quedaría reducida solamente al
asentimiento o la resignación ante algo que se impone en la propia vida como
decreto o destino. Los signos de la presencia de esta vocación serían demoledores,
tan evidentes que rechazarla supondría poco menos que una traición de funestas
consecuencias. De esta manera la vocación no pasa de ser “un peso impuesto e
insoportable” (PDV 37).
20
El valioso documento Nuevas Vocaciones para una Nueva Europa dedica su segunda parte a exponer la Teología de
la Vocación. Con los textos escriturísticos Ef 1, 3-14 y 1 Cor 12, 4-6 de fondo, expone la vocación como obra de la
Trinidad. Cada una de las personas divinas ejerce su acción en el hombre: El Padre llama a la vida, El Hijo llama al
seguimiento y el Espíritu llama al testimonio, enlazando esta acción de cada una de las divinas personas con los
sacramentos de la iniciación cristiana: bautismo (el Padre), eucaristía (el Hijo) y confirmación (el Espíritu Santo), como
forma de resaltar que es en la escucha de la Palabra y en la celebración litúrgica de la Palabra donde nace, se alimenta
y consolida la vocación.
16
 Vocación como “vivencia intimista”: (“Me hace sentirme bien”). Esta segunda
manera de entender la vocación está también muy extendida y se identica con “la
tendencia de concebir la relación del hombre con Dios de un modo individualista e
intimista, como si la llamada de Dios llegase a cada persona por via directa, sin
mediación comunitaria alguna, y tuviese como meta una ventaja, o la salvación
misma de cada uno de los llamados y no la dedicación total a Dios en el servicio a la
comunidad” (PDV 37). En el fondo, se trata aquí de una comprensión espiritualista
de la vocación, que algunos pastoralistas de hoy no alcanza a advertir. Reduce de
forma simplista la llamada de Dios a mera emoción, susceptible de manipular la
llamada de Dios.
 Vocación como “apetencia personal”: (“Lo que a mí me gusta más”). Esta tercera
concepción de la vocación olvida que la vocación es un don de Dios y se la confunde
con un “gusto” subjetivo de la persona. Ésta no trata de buscar y asentir a la
llamada de Dios, sino simplemente suplantarla por los propios proyectos
personales, a menudo infectados de egocentrismo y cautivos bajo el yugo de los
instintos y necesidades. Ante tal planteamiento, el discernimiento será lúcido si
consigue clarificar las motivaciones y, en su caso, purificarlas. No se puede
confundir vocación con una mera apetencia personal, por legítima que sea.
 Vocación como “realización personal”: (“Yo quiero triunfar”). Según esta
impostación, en la vocación no importa tanto la llamada de Dios cuanto la
realización personal del sujeto afectado. En el fondo, éste se repliega sobre sí
mismo, erigiéndose en centro de la vocación y anulando del todo a Dios. Y aunque
alguna mediación espolee y avive esa experiencia, no hay que caer en el engaño de
confundir la vocación con el simple deseo personal de alcanzar la autorrealización.
Si todo nace del sujeto, éste se convierte en el árbitro que decide y discierne qué
debe responder. Al final hace lo que quiere hacer. Actúa en función de sí mismo.
2) LA VISIÓN DIALOGAL DE LA VOCACIÓN.
Hay un dato constante en los relatos vocacionales de la Escritura: Dios sale al
encuentro de la persona y lo hace en medio de cualquier circunstancia, mostrando su
iniciativa precedente a todo deseo humano. Las narraciones biblicas dejan constancia
del impacto que ello supuso en aquellos que vivieron tal encuentro. Y, aunque las
reacciones fuesen distintas y diversas sus consecuencias, en todas ellas destaca un
elemento común: Esas personas han sido alcanzadas en lo más profundo de su ser,
heridas “de su alma en el más profundo centro” (san Juan de la Cruz). Nada de lo que
les está sucediendo ha sido provocado o pretendido. Se trata de algo que les
sobreviene, les es dado, se lo encuentran. Inesperadamente irrumpe en sus vidas lo
desmedido de una Presencia que colma, sacia, rehabilita, sana, perdona, habla ...y
envía a una misión.
Entonces son comprensibles las reacciones que se producen y la dificultad para
entender lo que está sucediendo. Tal es la constante en los relatos bíblicos: primero es
la experiencia, más tarde, vendrá la comprensión de lo sucedido. Necesitarán tiempo
para encajarlo, para asimilarlo, porque lo sucedido desborda el marco de comprensión:
es la conciencia de que todo se queda pequeño en comparación con lo que está
pasando.
17
La Palabra de Dios nos ofrece así una comprensión dialogal de la vocación. Dios,
mediante el don de su gracia, se acerca y pronuncia una palabra de aceptación
incondicional sobre el hombre pecador que se encuentra alienado. Ésta no es una
palabra parcial y ambigüa” -como puede ser la del psicoterapeuta- sino una “palabra
total” (que afecta a toda su vida y no a una parte) y “firme” (que no admite una vuelta
atrás).
c. Tres acciones: Sembrar, proponer y acompañar la vocación
En su primer Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, Juan Pablo II
al delinear el salto de calidad en la PV afirmaba con fuerza: “No tengais miedo a llamar”21.
Este es el reto: ser comunidad de llamados que han perdido el miedo de llamar a otros.
Dadas las circunstancias que nos rodean, esto es del todo imposible, si todo lo
anteriormente dicho no está suficientemente clarificado y asumido.
La praxis pastoral es la desembocadura natural de los pasos anteriores: Cuando una
teología de la vocación es asumida, compartida e internalizada correctamente, genera una
animación vocacional, llevada a cabo por todos, dirigida a todos y realizada siempre.
Esta pedagogía debe impregnar y humedecer toda la “acción cristiana eclesial”22 en sus
cuatro áreas: servicio, comunidad, testimonio y liturgia. Ahí es donde se engendra la
experiencia típicamente vocacional: una vivencia personal y comunitaria del testimonio,
del servicio de la caridad, la fraternidad, la liturgia y oración… ayudan a los cristianos a
reconocer su vocación, y hace que tal acción cristiana, en su conjunto, sea efectivamente
una auténtica Pastoral vocacional.
Hoy contamos con orientación ricas y bien trabadas de pedagogía vocacional23. Toda ella
pivota sobre dos ejes: La siembra vocacional y el acompañamiento. Entre ambos ejes hay
nexo que los une: la propuesta vocacional. Tal propuesta es el objetivo de la siembra y, a su
vez, el punto de partida del acompañamiento. Por tanto fijamos esta pedagogía en tres
momentos: Siembra, propuesta y acompañamiento. Este último, a su vez, promueve las
tareas de educar, formar y discernir las vocaciones.
a. SIEMBRA
La pastoral vocacional se inicia con acciones de siembra. Esas acciones se insertan
dentro de la pastoral general y deben ir canalizadas a través de los diversos itinerarios
de la fe de la comunidad cristiana. Crean las condiciones que permitan depositar la
semilla de la vocación en la tierra buena que existe en el corazón de todos. Esa simiente
se denomina kerigma vocacional24.
Los campos donde se esparce esta semilla son la Iglesia y el mundo, esto es, el corazón
de todos, sin ninguna preferencia ni excepción. Toda persona es criatura de Dios y, por
tanto, portadora de un don, una vocación particular, un misterio que espera ser
descubierto y reconocido.
21
Mensaje del Papa Juan PABLO II para la XVI Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones.
Emilio ALBERICH, Catequesis evangelizadora. Manual de catequética fundamental, Madrid, CCS, 2003, 48-51; cf. R.
Amedeo CENCINI, I giovani aperti allo Spirito nel loro itinerario vocacionale, en J. M. GARCÍA (Ed.), Accompagnare i
giovani nello Spirito, LAS, Roma, 1998, 166-168.
23
Viene presentada en la cuarta parte del documento (cf. NVNE 30-37).
22
24
Cf. II Congreso Continental Latinoamericano de Vocaciones, Documento conclusivo, n. 106. 136.
18
b. PROPUESTA
La siembra vocacional debe desembocar en la propuesta. Esta jamás debe faltar en toda
pastoral vocacional. Mediante esa acción se invita y motiva, de forma directa, personal y
explícita, a otro a mostrarse abierto a la escucha y acogida de la llamada que el Señor le
hace para una vocación específica.
Todos podemos y debemos ser portavoces de una propuesta a otros. La tarea consiste
en invitar a otros a leer su propia vida en clave de llamada y mostrarles cómo el Señor
Jesús está presente en su historia personal, dándole sentido y orientación. La propuesta
está bien realizada cuando hay claridad, respeto, pero también interpelación directa al
plantearla.
c. ACOMPAÑAMIENTO
Una vez sembrada y acogida la semilla de la vocación, hay que cultivarla. El cultivo se
realiza mediante el acompañamiento personalizado. Comienza con la aceptación de la
propuesta y termina en una decisión vocacional concreta.
El acompañamiento vocacional es un ministerio que consiste en la ayuda pedagógica,
temporal e instrumental que un hermano mayor en la fe y en el discipulado presta a
otro hermano menor, para que tras advertir la llamada que Dios le hace, pueda
clarificarla, discernir y responder a ella con libertad y responsabilidad25 mediante un
proyecto de vida.
Tal acompañamiento tiene que atender en concreto a tres cuestiones: La claridad de la
conciencia vocacional del sujeto (reconocer la autenticidad de la propia vocación); su
consistencia (comprobar su rectitud de intención y la validez de sus motivaciones
vocacionales) y su idoneidad (contar con el equipamiento de dones y capacidades que le
permitan responder con coherencia y fidelidad a la llamada).
25
Cfr. G. ARANA, El acompañamiento espiritual durante el desarrollo del ministerio, en “El acompañamiento espiritual
en la vida y en el ministerio del sacerdote”, Sevilla, 2001, p. 56.
19
Descargar