¿CÓMO ACOMPAÑAR EL DESPERTAR VOCACIONAL EN EL CRECIMIENTO DE LA FE? Juan Carlos Martos cmf Barcelona, febrero de 2014 “Podemos y debemos creer... que Dios está preparando una nueva primavera para el cristianismo” (Redemptoris Missio, 86) Introducción El contenido de mi intervención debería desarrollar de forma clara y detallada el título del tema que se me ha pedido tratar en este encuentro nuestro. Por tanto, me centraré en tres aspectos que figuran en la misma pregunta del título, aunque en diverso orden: ¿Qué entendemos por «despertar vocacional»? La misma palabra sugiere de forma indirecta que se da una situación de partida de “letargo o adormecimiento vocacional”. ¿Hacia qué dimensiones debe crecer la fe? La fe implica desarrollo y crecimiento. Es una realidad viva en formación y maduración permanente. Nos preguntaremos si hay algunas dimensiones del dinamismo de la fe que favorezcan e impulsen el fenómeno vocacional. ¿Cómo favorecer el crecimiento de la fe para producir el despertar vocacional? ¿Podemos hacer algo aún, aparte de lamentarnos o esperar que cambien los tiempos? ¿En qué dirección debería ir nuestra ayuda? Llegado el momento ofreceré unas líneas de intervención y cómo hacerlo efectivo. Preparando estas notas me ha parecido conveniente añadir al inicio unas breves consideraciones sobre algunas realidades actuales que sumen a nuestros contemporáneos en ese “sopor vocacional” que les lleva a marginar o anular cualquier planteamiento vocacional de vida. 1. Tres “somníferos” vocacionales La Pastoral vocacional en la Iglesia viene arrastrando una larguísima crisis, que la ha sumido en un desesperante letargo. Parece que no acaba de reaccionar ante ese “sueño de muerte” en el que se encuentra abismada. Ello es consecuencia de diversos factores. Entre otros, hay tres de ellos que destaco aquí, por sus efectos “narcotizantes” para la animación vocacional. Se trata de obstáculos ocultos. Su influjo negativo sedante se ejerce desde la sombra y es muy eficaz. Impide que nazca y se difunda el planteamiento vocacional en las personas. Genera sordera y ceguera hacia los valores vocacionales1. Me refiero a estos tres: La actual matriz cultural 1 Un magnífico símbolo de esta realidad la podemos encontrar en la novela de José Saramago, Ensayo sobre la ceguera (Alfaguara, Madrid, 1966). El autor traza una parábola en la que refleja los horrores de una sociedad cegada. En la narración los que asumen su ceguera descubren los valores soterrados de la ternura, el cariño y el afecto. La única persona que queda con vista, una mujer, al ver los horrores que se van cometiendo a su alrededor, sufre tanto que prefiere estar ciega. No obstante, como ve, actúa, se pone al servicio de los que sufren a causa de la ceguera generalizada. Entrega su vida para ayudar a los que viendo no ven. Este es el proyecto de su vida, lo que da sentido a su existencia. 1 antivocacional; los escollos para la trasmisión vocacional y el virus narcisista que infecta la raiz decisional. Los vemos sucintamente. a. El efecto “narcotizante” de la cultura ambiental Voces autorizadas denuncian que vivimos en “una cultura pluralista y compleja que tiende a producir jóvenes con una identidad imperfecta y frágil con la consiguiente indecisión crónica frente a la opción vocacional”2. ¿Qué es lo que hace que nuestra cultura –llamada antivocacional- fomente tal indecisión con respecto a dimensiones tan esenciales de la vida? Nos detendremos tan solo en cuatro razones, sabiendo que se trata de una realidad mucho más compleja de lo que se presenta aquí. 1) Una cultura «pre-cristiana»3 No estamos ya, desde hace tiempo, en una sociedad cristiana. Ni siquiera es postcristiana. Junto con la indiferencia se da un nuevo renacer de paganismoneopaganismo4. Muchos no conocen a Cristo o lo conocen mal y de oídas (y lo que oyen decir es retorcido, tendencioso o reductivo). Estamos, más bien, en un escenario pre-cristiano que no es neutro, del todo indiferente y totalmente apático, sino que parece más sensible a cierto tipo de valores y orientaciones5. En tal marco, muchos agentes de pastoral ya han perdido la confianza de que surjan vocaciones -incluso cristianas- provenientes de matriz sociológica (familia, escuela, ambiente,...) o de procesos grupales (clases de religión, grupos de catequesis,...). La socialización de la fe y de la vocación, que en otros tiempos venía promovida especialmente por la familia-escuela y era canalizada a través de la parroquia, ha dejado de funcionar como tal. Nuestra sociedad ha cambiado. Si se quiere transmitir la fe y el sentido vocacional de la vida, hemos de construir algo nuevo. 2) Una cultura del bienestar La propuesta de vida que más se propaga entre los jóvenes actuales parece centrada en la búsqueda omnímoda del propio bienestar marcada por la asunción de hábitos consumistas. Tal propuesta difunde “una lógica que reduce el futuro a la elección de una profesión, a la situación económica o a la satisfacción sentimental-afectiva, dentro de horizontes que de hecho redcien las posibilidad de la persona a proyectos limitados” (NVNE 11.b). Muchos de nuestros jóvenes no han conocido las carencias de las necesidades más primarias y han crecido en entornos seguros protegidos de cualquier riesgo. Se sienten ajenos a la cultura del esfuerzo bajo la seductora embriaguez de la cultura del disfrute. Carecen de modelos que les muestren ideales de vida por los que dejen de conjugar verbos tan extraños al evangelio como agarrar, aferrarse, acumular, disfrutar. Se han quedado hipotecados por los beneficios de la sociedad del bienestar, por la mercadotecnia del consumo y no pueden alzar el vuelo. No escuchan otro mensaje más seductor que el de sentirse bien. 2 NVNE, 11.c A. CENCINI, Misioneros ¿sí o no?. Misioneros o dimisionarios. Paulinas, 2009, p. 25 y siguientes. 4 RAÚL BERZOSA, En el planeta joven: retos y propuestas en la transmisión de la fe. “Revista Crítica” 921 (Enero 2005). 5 “Nuestra cultura ha perdido la percepción de esta presencia concreta de Dios, de su acción en el mundo. Pensamos que Dios sólo se encuentra más allá, en otro nivel de realidad, separado de nuestras relaciones concretas”. (Lumen Fidei, 17). 3 2 3) Una cultura virtual Los medios de comunicación forman parte esencial de la sociedad en la que vivimos. Los jóvenes habitan en ese, ya no tan nuevo, planeta virtual. El cambio en el estilo comunicativo y en los medios de comunicación han dado paso a un nuevo escenario virtual. Más que dos realidades frente a frente, juventud y medios de comunicación no sólo se armonizan bien sino que se reclaman mutuamente. El mundo vital de los jóvenes es el mundo de las imágenes, del sonido y de la información. Viven bajo su embrujo variado, seductor, fragmentado. Al captar su mirada y su atención, los medios de comunicación desarrollan en ellos modos de pensamiento y de comunicación que polarizan y limitan. Esta evolución por una parte incita, positivamente, a renovar nuestros modos de comunicación de la fe. Pero, por otra, es un serio desafío. Muchos padres y educadores se preguntan en qué medida esta realidad, a veces tan intensa, puede favorecer o perjudicar a la formación de los jóvenes, el pleno desarrollo de la personalidad. Aquí nos preguntamos si cabe un planteamiento vocacional en este nuevo escenario virtual. ¿Serán capaces de contactar con Dios? Porque parece que solo escuchan a quien está al otro lado del auricular. 4) Una cultura pluralista y ambivalente Los jóvenes crecen hoy en la diversidad: diversidad de orígenes étnicos, de lenguas, de religiones, de comportamientos. Ellos constatan esta diversidad en su ciudad, en sus centros académicos, incluso en el seno de sus familias como en el seno de la Iglesia. Ya no hay ni una sola palabra, ni una sola lengua, ni una sola opinión únicas. Hay varias, tal vez muchas. Esta cultura “no define ya las supremas posibilidades de significado, o no logra la convergencia en torno a algunos valores como capaces para dar sentido a la vida, sino que todo lo pone al mismo plano y todo llega a ser indiferente y sin importancia”6. En tal supermercado de proyectos de vida están presentes y coexisten valores diversos y contrarios, sin una jerarquización precisa que oriente en la preferencia o la renuncia. Los códigos y guías de comportamiento son totalmente diferentes unos de otros. Este pluralismo, que puede abrir a la tolerancia y a la libertad, conduce a muchos hacia la intercambiabilidad o el relativismo vocacional. Al final, da lo mismo la elección de vida que se haga porque todas se sitúan en el mismo nivel. b. El letargo en la transmisión de los valores vocacionales Otro de los temas más preocupantes desde el punto de vista educativo es el de las “transmisiones”. Observamos con perplejidad la dificultad que sufren padres y educadores para transmitir valores, creencias o ideales a las nuevas generaciones. A menudo se les presenta esta tarea como una empresa imposible de realidad, como una lucha desigual como la que entabló David contra Goliat. La vocación es un acontecimiento eminentemente comunicativo. ¿En que consiste el problema de la transmisión de los valores vocacionales? Lo diremos de forma clara: La transmisión requiere al menos dos sujetos: El EMISOR que trata de comunicar algo y el 6 Cf. NVNE,11.a 3 RECEPTOR que escucha y acoge el mensaje del emisor. Pues bien, con respecto a la transmisión vocacional se da un doble problema: 1) El emisor sufre una falta de claridad en la comunicación de su mensaje. El concepto de vocación se ha vuelto confuso, extraño y complejo como consecuencia de la cultura de la sospecha. La idea de “vocación” que acuñó en su momento el transmisor ha sido objeto de una drástrica revisión y ésta aflora ahora envuelta bajo un ropaje de recelo y temor ante lo que en el fondo pueda esconder un atentado contra la autonomía personal. Falta claridad al respecto. El emisor (educador, catequista, tutor,...) debe reelaborar y reapropiarse de una idea sana y adecuada de vocación para poderla comunicar con credibilidad a las nuevas generaciones. 2) Se da una insuficiente voluntad de escucha por parte del receptor. Si el receptor no desea acoger el mensaje del transmisor, difícilmente puede haber transmision. Lo propio del receptor es la acogida, la receptividad del mensaje del emisor. Y, en la actualidad, nos encontramos frente a un receptor saturado y expuesto cotidianamente a una avalancha de información y de propaganda agresiva que difícilmente puede digerir. El receptor no siente el deseo de ser iniciado en un planteamiento vocacional de su propia vida, ni está en la labor de escuchar y acoger la oferta que se le propone. El resultado de esta opacidad comunicativa es la ruptura de la transmisión. El receptor no quiere ni tiene deseos de recibir nada porque simplemente está saturado. Cuando no se detecta este problema, en la iniciación a la fe o en los procesos vocacionales persiste la transmisión de palabras, imágenes o ideas que rebotan en el yo saturado impermeable del receptor. La mera reiteración de mensajes no garantiza lo más minimo su apropiación, porque ya no tiene hambre de recibir. En algunos casos llega a ser, inclusive, contraproducente. c. El efecto narcotizante del narcisismo7 Descrito sin tecnicismos psicológicos, sino en un lenguaje a medio camino entre la antropologia, la moral y la espiritualidad, el narcisismo es la actitud de quien habita encerrado en la autocontemplación y busca de forma obsesiva la adoración del yo, el amor desordenado a sí mismo, el culto a la propia persona. El narcisista es incapaz, o cuando menos tiene serias dificultades, de amar a un “tú” distinto de él mismo. Percibe erróneamente que todo en la vida gira en torno a sí mismo8. ¿Cuál es la matriz del virus narcisista? Nuestro pecado por excelencia es el egocentrismo, la filautía, el repliegue sobre sí mismo, sobre los propios problemas, incluso los espirituales, la preocupación exclusiva por sí mismo. El narcisismo ha sido definido como la 7 El conocido mito griego nos narra que una ninfa se enamora de Narciso y este no le corresponde. Mientras huía de ella, se queda pasmado ante su propia imagen reflejada en las aguas de un río, y se enamora perdidamente de sí mismo, lo que le lleva a lanzarse al agua y morir ahogado. 8 Un viejo proverbio árabe dice que una ventana de cristal, que te permite ver al otro, te lo imposibilita cuando a ese cristal se la aplica una fina capa de plata. El narcisista ha colocado una capa de plata en su ventana interior. Solo se ve a sí mismo, nunca a quienes le rodean y pueden interpelarle. 4 “enfermedad psicológica de nuestro tiempo”9. Este fenómeno característico de la vida moderna tiene efectos colaterales con relación a los proyectos de vida. El narcisista es incapaz de instaurar relaciones interpersonales genuinas, profundas y duraderas. Los otros (Dios, los demás) como tales no existen a no ser que se conviertan en mera prolongación del propio yo. No hay alteridad ni transcendencia a quienes escuchar de forma significativa. El narcisista, mas que autoafirmación, sufre una pérdida de reconocimiento de la propia identidad. Busca continuamente ser apreciado y reconocido. Mendiga el elogio y la admiración... Considera siempre insuficiente lo que recibe de los demás, quedando perpetuamente insatisfecho El narcisita relativiza los ideales y carece de fuerza para llevar a cabo cualquier proyecto. Reemplaza el ideal clásico de la «vida buena» por la mera «buena vida». El narcisista es hijo del consumismo (la pasión por tener que convierte al propietario en prisionero de lo que tiene, en esclavo de lo que posee) y del relativismo (el propio yo es la medida de las decisiones). Para los jóvenes –también para todos, no solo para ellos- es capital hoy la reivindicación de la subjetividad y el deseo de libertad. Son dos instancias típicamente humanas y legítimas. Pero una cultura débil como la nuestra puede deformar su significado. Se corre el riesgo de que la subjetividad se convierta en subjetivismo y la libertad degenere en arbitrariedad. Contrariamente, el planteamiento vocacional de la existencia trata de convertir la propia vida en proyecto y ello exige salir de sí mismo y entregarse a otro proyecto superior al propio. La plenitud personal y la felicidad dependen de tal éxodo10. Si esto es así en cualquien proyecto humano, más aún en el proyecto de seguimiento de Jesús el Señor: “Si alguien quiere venir conmigo, niéguese a sí mismo...” (Mc 8,34). Sin sanación, el narcisita no puede conocer, amar y –sobre todo- seguir a Jesucristo, en autenticidad y coherencia. Este el el desafío: Si la entrega generosa es un aspecto clave de la vocación, ¿cómo enseñar a amar sin confundirlo con el amor propio? Parece que se trata de algo más difícil que la sanación del ciego de nacimiento, la multiplicación de los panes o el caminar sobre las aguas del lago de Tiberíades. 2. Significado de “despertar vocacional” a. “Advertir”. La experiencia del asombro La experiencia vocacional se inicia con el fenómeno que podemos denominar como “asombro”. Parafraseando una frase, ya famosa del Papa Benedicto XVI, podríamos declarar que “no se abraza la vocación por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y con ello, una orientación decisiva”11. La vocación es, pues, un proceso pasivo. Algo que 9 Cf. A. LOWEN, Narcissism. Denial of the True Self, New York 1997, 197-228. 10 John Stuart Mill en su Autobiografía escribe: “Solo son felices los que centran su interés en algo distinto a su propia felicidad: la mejora de la Humanidad o la felicidad de los demás”. 11 Audiencia del 10 de diciembre de 2008. 5 acontece en la persona, no como resultado de la iniciativa personal, sino de algo que sobrevino desde fuera. Ante esta experiencia surge la lógica perplejidad toda ella hecha de sentimientos contrapuestos: por un lado, el vértigo ante lo nuevo que se presenta porque no se sabe a dónde conducirá; por otro lado, la confianza, ya que no se deja de sentir esa fuerza que atrae y moviliza. En esa experiencia de asombro destacaremos algunos de sus rasgos más característicos: Es una experiencia mental y emocional, que afecta también a lo corporal. Ella da origen a una visión sobrecogida de la propia existencia. Sorprenderse es quedarse sobrecogido, estremecido ante algo; o más coloquialmente, es quedarse “pasmado”. En base a tal experiencia la vida deja de ser algo obvia, banal y ya sabida para convertirse en algo profundo, misterioso y enigmático. Introduce en el descubrimiento de la sacralidad en lo ordinario: Lo más importante está alrededor, pero antes no se veía. Lo contrario a la actitud de asombro es la “inconsciencia”, el no percibir la realidad como don, domo algo completamente desbordante y valioso. También lo es la “distracción”, porque es muy difícil hacerse consciente de esa dimensión profunda de la realidad si se está perpetuamente distraído. El siguiente cuentecillo narra de forma simbólica algo que con frecuencia se da: “Dos pececillos que van nadando juntos se encuentran con un pez mayor que viene en dirección contraria, les saluda y les dice: -“Buenos días, ¿qué tal está el agua?”. Los dos pececillos siguen nadando hasta que finalmente, uno de ellos mira al otro y le dice: -“¿Qué demonios es el agua?”. (David Foster Wallace). Las realidades más obvias, omnipresentes e importantes suelen ser las más difíciles de ver y sobre la que resulta más difícil hablar. Por ello, hagamos nuestra la recomendación del sr. Keating a sus alumnos en la película El club de los poetas muertos: “Debemos mirar constantemente las cosas de manera distinta”. b. La gramática elemental de la vida Desde el punto de vista de la animación vocacional, ¿qué hecho o que verdad pueden provocar ese asombro que posibilite el planteamiento de la vocación? Una sana pastoral vocacional debe atender la gran cuestión del sentido de la vida: ¿Por qué estamos en el mundo? ¿Qué es la vida? ¿Qué podemos esperar de ella? ¿Hacia dónde ir? Estas cuestiones fundamentales corren el peligo de ser sofocadas o eludidas. Más que buscado, el sentido de la vida viene hoy impuesto por lo que se vive en lo inmediato o por lo que satisface las necesidades. La pastoral y el acompañamiento debe ayudar a ir más allá, si se pretende encontrar el sentido que la existencia tiene. Esa toma de conciencia se da cuando la persona llega a comprender y personalizar lo que se ha dado en llamar la “gramática elemental de la existencia” (cf. NVNE 11.c). La podemos formular de esta manera: “Mi propia vida es un don recibido que, por su propia naturaleza, tiende a convertirse en un bien dado” (NVNE 16.a). La vida es un don que no debe suscitar solamente el agradecimiento, sino que, a la larga, debe desencadenar la gratuidad, la entrega gratuita. Es un eco de lo que recuerda san Juan en su primera carta. “No que nosotros hayamos amado primero, sino que Dios nos amó primero” (cf. 1 Jn 4,910). O dicho con otras palabras: La vida es la obra maestra del amor creador de Dios y es en 6 sí misma una llamada a amar. Clarifiquemos esta tesis con algunas pinceladas que dibujen el alcance de esta realidad que constituye la base de toda pastoral vocacional: 1) No se trata de un concepto mental o especulativo que se deba comprender primero y ulteriormente aceptar teóricamente. 2) Se trata de una experiencia que se debe vivir holísticamente. En el fondo consiste en pasar de una actitud de “gratitud” a otra consecuente de “autodonación”. 3) Es una vivencia que se transmite por contagio, por ósmosis, por irradiación, por canales afectivos y no solo cognoscitivos para llegar a ser vivida, saboreada, interiorizada y absolutizada. 4) Solo quien la experimenta puede consecuentemente vivir la propia vida en clave vocacional, como respuesta amorosa al amor percibido. Los Obispos de Navarra y del País Vasco lo formulaban en una de sus Cartas pastorales de una forma autobiográfica con estas palabras: “Yo no soy todo, no soy la medida de todas las cosas; no soy el dueño de mi ser ni mi origen. No puedo alcanzar con mis propias fuerzas lo que anhela mi ser. Llevo en mí un misterio mayor que yo mismo. Pero confío. Acepto ser desde esa Realidad que me hacer ser. Reconozco mi finitud. No soy el centro. Mi origen y mi destino están en ese Dios que me da el ser. El es el fundamento sobre el que descansa todo”12. Se trata de la comprensión vocacional de la vida como respuesta a la llamada de Dios. 3. El proceso del crecimiento de la fe La vocación, que participa de la dinámica de la fe, es una experiencia de encuentro, una alianza, que se va realizando en la historia. Más aún, se trata de “una historia de amistad con el Señor” (VC 64). Esa experiencia viene estimulada y probada, también, no solo por factores socio-culturales –alguno de los cuales hemos presentado- sino también por la misma estructura interna del sujeto que la profesa y del proceso que realiza. Pero más allá de estímulos y adversidades, una y otra vez, la vocación hermana en una sola experiencia dinámica el llamamiento gratuito de Dios en Cristo por el Espíritu (la vocación como don) y la libre respuesta personal (la vocación como opción). Esta comprensión dinámica la convierte, no en una realidad fija y estática que puede ser descrita formalmente como un fósil inalterable, sino en vocación vivida y dinámica, abierta a ulteriores desarrollos. Como toda relación personal, es susceptible de crecimiento y de traición, pero sólo en la fidelidad alcanza su plenitud. Vivir en clave vocacional es, en definitiva, ser fiel. Nos preguntamos aquí en qué dirección debe crecer la fe para que ella admita un “voltaje” vocacional. Nos vamos a detener en algunas de ellas. Por ser contraculturales exigen una ruptura, un salto, un éxodo. La pedagogía vocacional debe cuidar de que se opere tal éxodo de una situación inhabilitante a otra que permita la germinación vocacional. Y sólo es posible si se consigue alterar la percepción y comprensión de lo deseable que nos ofrece la cultura. 12 Carta Pastoral de los Obispos de Navarra y del País Vasco, Al servicio de una fe más viva, San Sebastián, 1997, n. 39. 7 a. La terapia del “shock”: De la inconsciencia a la búsqueda Al comienzo de estas reflexiones indicábamos de qué manera nuestra cultura incita hacia una búsqueda desmesurada de bienestar personal sin abrirse a otros planteamientos. Este talante parece tener su origen en un déficit de lo personal, que se demuestra en el hecho de que en el interior de la persona “parece que nada importa ni mueve salvo el ansia de gratificaciones”. Hay otras realidades más valiosas ante las que las personas se muestran insensibles. Desde tal indiferencia o apatía no cabe planteamiento vocacional alguno, porque se han desplomado en el abismo de la insaciabilidad. Este flujo cultural necesita ser contrarrestado con lo que podríamos denominar como una “terapia del shock”. Se trataria de provocar que la persona sufra un choque frontal con la realidad y se vea afectada por un desplome estrepitoso de los cimientos que hasta entonces le sustentaban. Solo despues de tal impacto se puede iniciar un nuevo proceso que permita “nacer de nuevo”. ¿Qué pasaría si a alguien, hasta ahora satisfecho con su vida, a raíz de una experiencia así, advirtiese que aquella ha perdido ya todo sentido para él? ¿Qué le pasaría cuando no se sienta ya lleno con lo que tenía o deseaba, sino hastiado y engañado? Numerosas biografías personales, a raíz de ciertas experiencias, quedaron descolocados por esa viscosa insatisfacción. Fue un nuevo comienzo. La sensibilización vocacional exige hoy inducir a muchos a vivir tales “experiencias de ruptura” que les fuercen a salir de su embotamiento y mostrarse receptivos ante otras llamadas que provienen de fuera. Son oportunidades de oro para reorientar la vida desde la fe y en clave de generosidad, no de propio bienestar. El mundo de la pobreza y del dolor se convierte en un eficaz “altavoz” que hace las veces de despertador vocacional. El contacto con esos mundos favorece el despertar de esa sensibilidad y el entender la vida en clave de agradecimiento y generosidad. Alex Rovira lo denomina «efecto bofetada»13, para enfatizar lo que hemos denominado como “shock”. Sabemos que puede convertirse en un momento de lucidez y gracia. Porque derrumba falsas seguridades y obliga a buscar una respuesta auténtica. El mundo construido, a veces, con esfuerzo queda alterado e insuficiente. Es entonces cuando se necesita una palabra que nadie puede decirse a sí mismo y que le impulsa a “nacer de nuevo”. Se trata de una experiencia de incondicionalidad que hace salir de sí mismo y lleva a vivir para algo que merece la propia entrega. Puede ser: El amor, cuando éste no es un contrato calculado o está dominado por la satisfacción de necesidades, sino que hace percibir al otro como sentido de la vida y lleva al olvido de sí mismo. Una causa noble, por ejemplo, la justicia o la opción por los pobres, si no se queda a nivel de discurso o de un simple impulso momentáneo, sino que dinamiza las mejores energías en un compromiso. 13 Cf. IGNACIO DINNBIER, La pastoral vocacional ante el joven de hoy, Frontera-Hegian 72 (2010) p. 58. El autor se apropia de la expresión “efecto bofetada” y la explica. La toma de Alex Rovira, La hoja de ruta personal, en “El País semanal” (27 de enero de 2008). 8 La experiencia de Dios, si no se queda en el sentimiento, sino que supone el encuentro con el Absoluto, y en consecuencia, que la vida consiste en vivir para Él, en hacer su voluntad por encima de todo. La adhesión al mensaje de Jesús, a su proyecto de transformación del mundo, de modo que me hace vivir en tensión hacia la realización de ese ideal, atrayendo las energías personales. La experiencia única, intransferible, del significado determinante que tiene la persona de Jesús, si no se queda en una actitud difusa y, por el contrario, se descubre por dentro que uno no se pertenece, que Él es “el Señor”. Acciones pedagógicas falicilitadoras Invitar a participar en experiencias suficientemente prolongadas de voluntariado en lugares de “frontera” (económica, social, religiosa,..) o en periferias (comedores sociales, centros de rehabilitación social,...). Acompañar experiencias de crisis personales (afectivas, familiares, académicas,...) tratando de descubrir que estas situaciones dolorosas son portadoras de mensajes y de lecciones que aprender. Motivar la participación en actividades que exijan desconectar con el ritmo y el estilo de vida que se lleva (austeridad, eliminación del uso de medios, horarios ordenados,...). Ayudar a localizar y a dar sentido a las experiencias dolorosas de la propia vida (desgarros afectivos, fracasos personales, exclusiones, grandes decepciones, muerte de personas afectivamente queridas, aceptación de una limitación personal física, estética...). Ofrecer experiencias de “riesgo” (despojarse de lo superfluo, “perder el tiempo” en acciones aparentemente insignificantes,...) b. El viaje hacia dentro: De la superficialidad a la interioridad Otra de las mayores dificultades que el hombre contemporáneo tiene para abrirse al planteamiento vocacional proviene de su instalación habitual en la superficialidad, como denominan autores como Xavier Melloni14, o en la banalidad, como dice Xavier Quinzá15. Tal postura confunde lo aparente con lo real y lo divertido con lo valioso. Y, además, incapacita para adentrarse en las profundidades del misterio como lugar donde percibir la presencia de Dios y su llamada. Si Dios es «intimior intimo meo» (Agustín), el que vive en la superficialidad no está humanamente preparado para acoger el don gratuito de su llamada. En esta clave se sitúan muchos, independientemente de su nivel cultural o su extracción social. En una buena medida, la superficialidad modela una determinada visión de la realidad. Resulta culturalmente dificultoso dar el salto desde la superficie a la interioridad donde habita el misterio. “Lo esencial es invisible a los ojos”, repetimos con frecuencia y con razón. Por eso es tan irrelevante la llamada de Dios. La persona humana está hoy 14 X. MELLONI, Accesos a la interioridad, en “Sal Terrae” 91 (2003), pp. 33-42. 15 X. QUINZÁ, Formarse es transformarse. Tema del Seminario para Formadores organizado por el Departamento de Formacion CONFER, celebrado del 12 al 16 de marzo de 2007. 9 impreparada para acoger su advenimiento. Sin un cambio de código, es imposible el encuentro personal con el Dios que llama. No se puede ser “oyente de la llamada” (K. Rahner) desde la superficialidad, a menos que se confunda la vocación con la mera satisfacción de los gustos personales o con un vano sentimentalismo emocional. La incapacidad para escuchar la llamada interior proviene de una infraestructura humana muy empobrecida. Si la impregnación cultural favorece la superficialidad, se comprenderá hasta qué punto es necesario el aprendizaje de la interioridad. O, dicho con otras palabras, la eliminación de todo lo que bloquea el acceso a lo profundo y el descubrimiento de lo que no se percibe a simple vista (Dios es el ser más real que existe y el menos perceptible empíricamente). El activismo, el abuso de los estímulos que hiperdesarrollan la sensorialidad en detrimento de la interioridad, la incapacidad de silencio y de recogimiento son algunas actitudes y conductas actuales que frenan o retardan la entrada en esa profundidad donde Dios se descubre como el Tú que nos dirige una llamada. A veces resulta muy costoso desenmascarar estas añadiduras porque revisten formas socialmente relevantes: dedicación intensa al trabajo, fomento innecesario de relaciones sociales, falta de tiempo de calidad para la reflexión y el silencio, etc. La apuesta por la interioridad –que nunca confundiremos con el intimismo- es clave para hacer posible una Pastoral vocacional. Todo lo que vaya orientado a la formación para la interioridad, a favorecer experiencias de encuentro personal con Dios, a acompañar a otros para leer la propia vida desde Dios, va en esta línea del despertar vocacional. Acciones pedagógicas falicilitadoras Cultivar el sentido de la atención, la imaginación, el cuestionamiento, la capacidad intuitiva, la actitud contemplativa y la formación estética, como ventanas que introducen en la profundidad. Evitar el activismo y el abuso de los estímulos que hiperdesarrollan la sensorialidad. Fomentar encuentros interpersonales profundos y vitalizantes que hagan emerger zonas nuevas del propio ser, tales como la experiencia de lo gratuito o de lo auténtico. Ofrecer espacios prolongados para el silencio y soledad, que permitan crear un “mundo propio” y descubrir la propia riqueza interior; sin ahorrar el aprendizaje de cierta disciplina personal. Elaborar las experiencias de sufrimiento que, con frecuencia, hacen salir de sí mismo y obligan a replantearse la vida. Promover el hábito de la lectio divina y de la oración examinada, como forma de auparse desde la interioridad hacia Dios. Ayudar a desenmascarar los modos falsos de llenar el vacío personal. Reducir y usar de forma crítica los medios que estimulan la sensorialidad y la exterioridad (ambientes ruidosos, radio, TV, internet, música rítmica...) Promover las relaciones personales con distintos (ancianos, de otras culturas,...) e incluso con los contrarios, que rompan los esquemas de la superficialidad y estimulen a interiorizar. Ordenar adecuadamente los horarios personales de manera racional, armónica y con las 10 correctas priorizaciones. La multiplicación excesiva de actividades provoca la dispersión de fuerzas e impide la profundización. Revisar y ordenar el uso del dinero disponible y las pertenencias personales de manera que propicien la desinstalación, un estilo de vida austero y el uso adecuado de esos medios. c. La lógica del don: De la egolatría a la donación de sí (proexistencia) La actual crisis económica no es ajena a la crisis de valores y, de alguna manera, explica la insensibilidad vocacional que padecen muchos de nuestros contemporáneos. Hemos internalizado la lógica del egocentrismo, ese dispositivo muy eficaz que induce al individuo a regirse por el cálculo de intereses y tiene como finalidad buscar en todo y únicamente el mayor beneficio para sí mismo. Son muchos los que se sienten marcados por la impronta egocéntrica de nuestra cultura. El ego no es sólo el punto de partida sino, con frecuencia, también el punto de llegada, el rasero que mide cualquier otra realidad. En este clima se hace difícil experimentar la vocación como una experiencia de la alteridad y de la trascendencia, que llaman. Pero esta situación no es irreversible. Se puede convertir en ocasión de plantear la vida de una forma nueva. El ser humano, más allá de sus tendencias egocéntricas, es un “ens capax amoris”, que necesita ser amado y amar. El amor recibido es lo único que estructura el fondo del su ser personal-relacional y le da acceso a la plenitud. Si esa tensión de recibirdar es anulada o frustrada, la persona quedaría gravemente afectada. Por eso es importante ayudar a adquirir dos certezas que hacen a la persona libre afectivamente y la abren a un horizonte vocacional: La certeza vivencial de haber sido amado y la certeza, también por experiencia, de saber amar. Ambas certezas fundan la posibilidad de vivir desde la “lógica del don”16. Contra lo que pueda parecer, tal lógica no es algo residual ni irrelevante. La vida social está plagada de ejemplos de donación: Se dona sangre, se dona tiempo, se dona trabajo, se dona espacio, se donan las propias capacidades a los otros, a través de distintas formas de voluntariado, se crean redes de ayuda mutua,...etc. Forma parte de la vida social. En la estructura familiar sigue estando muy presente. Donar es necesario para romper el aislamiento, para escapar a la soledad, para implicarse y pertenecer. La comunidad es constitutiva para el individuo; el otro resulta necesario para subsistir. Sin el don no es posible llegar a ser uno mismo. Escribía Benedicto XVI: “Somos un don”17. El ser humano está hecho para el don, mediante el cual se manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente. Más allá de las tendencias egocéntricas, es capaz de actuar modelado por el principio de la gratuidad, que define el verdadero don18. Dar es salir de uno mismo, es entregar lo que uno es a los otros. Supone superar la lógica del cálculo o de la reciprocidad. 16 Cf. FRANCESC TORRALBA , La lógica del don, Khaft, Madrid, 2011. 17 Caritas in veritate, 68. 18 “El don es propiamente una donación sin contrapartida (...), lo que es dado sin intención de retribución” (donum proprie est datio irreversibilis... id est quod non datar intentione retributionis)”. (SANTO TOMAS DE AQUINO, Suma Teológica Ia, q. 38, a. 2,c. 11 El don manifiesta una preocupación por el otro, un interés por el otro. El don genera comunión, cohesión, vinculación, sentido de pertenencia. La lógica del don transforma el concepto de libertad: Ésta ya no se concibe como independencia o autonomía, sino como liberación del ego. La lógica del don es una posibilidad enraizada en el ser humano, una potencia que emana de su naturaleza porque él es don, está hecho para el don y su plenitud radica en el acto de darse. No es un movimiento irracional. Ejercitarse, pues, en este camino excéntrico capacita para encontrar el camino de la vocación. No parece exagerado afirmar que en el origen de actitudes vocacionalmente tibias se hallan conflictos afectivos irresueltos o actitudes de claro egocentrismo. Acciones pedagógicas falicilitadoras Cuidar el proceso del autoconocimiento (físico, psíquico y espiritual) como base para la autoaceptación. Esta permite al individuo liberar su incurvamiento y disponerse para la donación personal. Tratar personalmente a fondo la afectividad, la relación con el propio cuerpo y la sexualidad, desde el respeto y la claridad, ofreciendo cauces para la integración y maduración. Invitar a releer de la propia autobiografía personal, auscultando el proceso personal de la evolución afectiva. Analizar los conflictos emocionales que permiten descubrir problemas latentes de afectividad, autoafirmación, autoestima, etc. Ayudar a adquirir habilidades para la integración grupal y las relaciones interpersonales. Fomentar actitudes relacionales de apertura, comunicación, respeto, comprensión, ternura, confianza y cercanía. Promover experiencias fuertes de donación-entrega desde la gratuidad, con escasa repercusión emotiva y sin gratificaciones afectivas. Proponer actividades encaminadas hacia el aprendizaje de la entrega, del saber perder, de la donación (juego en común, tareas en equipo, revisión de vida). Involucrar en acciones de servicio que exijan un esfuerzo personal y facilitar así la educación en la entrega y, a la vez, evitar ofertas de excesiva comodidad. Encomendar tareas que favorezcan la autonomía personal y el ejercicio de la responsabilidad. Inducir a experiencias fuertes de soledad, que ayuden al sujeto a evitar dependencias y a experimentar la comunión desde la autonomía. Introducir en la ascética del trabajo en equipo, de la vida en grupo y el contacto con experiencias de periferia que despierten la convivencia, la colaboración, el dialogo, la coordinación, la misericordia, la entrega. d. La libertad de decidir: De la pasividad a la libertad La pasividad es la actitud de quien recibe algo de otros sin cooperar en ello. Esa actitud, carente de objetivos y de propósitos, permite que los demás hagan lo que a uno mismo le corresponde o afecta. Una persona pasiva no cuenta con motivos para llenar de contenido 12 su vida. La persona pasiva solo piensa en pasar el tiempo, no en aprovecharlo. En muchos casos la pasividad conduce a la desgana vital, al aburrimiento, a la indolencia, a la apatía, a la indiferencia, al desinterés y a la inacción frente a lo que se muestra como valioso. Se suele afirmar que la cultura actual es una fábrica de pasividad, sobre todo por causa de los medios de comunicación y entretenimiento. A traves de ellos se recibe mucho sin cooperar casi nada. Su uso acrítico hace que la persona se vuelva escéptica respecto de sus posibilidades para encontrar el sentido de la vida y muy desganada para buscarlo. Pero, a pesar de las propias limitaciones y determinismos, a pesar de la influencia de nuestra cultura, el ser humano experimenta la necesidad de autodirigirse. Constitutivamente dotado de conciencia, puede orientar su existencia dotándola de un proyecto. Puede convertir su vida en proyecto, asumiendo el fin que libremente ha decidido. Ello no supone un repliegue narcisista sobre el propio yo, sino la libertad de ofrecerse a una tarea que trasciende al yo. “Vivir humanamente –escribe Pedro Laín Entralgo- es proyectar”. Todo proyecto de vida, toda vocación, entraña una opción que supone una ruptura con lo que se era o hacía anteriormente, e indica cambio de vida. Y hoy es precisamente esta decisión la que falta a menudo en los jóvenes. Su indecisión denota la debilidad no sólo de la estructura psicológica de la persona, sino también de la experiencia espiritual y, en particular, de la experiencia de la vocación como elección que viene de Dios. Cuando es pobre esta certeza, el sujeto confía inevitablemente en sí mismo y en sus propios recursos; y cuando constata su precariedad, no es nada extraño que se deje dominar por el miedo ante una opción definitiva que tomar. La libertad no es una ciega espontaneidad, ni un comportamiento anárquico para actuar segun uno guste o en función de las necesidades más inmediatas. Ser libre exige la capacidad de elegir un proyecto de futuro, que determina el comportamiento de acuerdo con la meta que uno se halla trazado. Cuando uno encuentra el sentido de su vida, se siente feliz y está dispuesto a asumir todo tipo de privaciones e incluso a poner en juego su propia vida para alcanzar ese fin. Todo proyecto exige necesariamente una libertad que permita abrazar las renuncias y sacrificos que exige. La vocación, en cuanto creación del Espíritu, es dinamismo, novedad, creatividad, búsqueda del más allá de todo. En este sentido, los esfuerzos por superar los síntomas de cansancio disponen al ser humano para dejarse afectar por la llamada de Dios. Es necesario capacitar a las personas para que lleguen a convertir su vida personal en proyecto. Una persona vocacionalmente capacitada sabrá discernir en cada momento lo que contribuye al desarrollo de su vocación –de su proyecto personal- y lo que obstaculiza su realización. Sabrá tomar distancia de lo que es seductor, pero irrelevante, y contará con la fuerza necesaria que le permite afrontar renuncias y sacrificios para llevarlo a cumplimiento. Acciones pedagógicas falicilitadoras Detectar y desactivar, desde el acompañamiento personal, los miedos, los apegos, las resistencias a los cambios, las motivaciones,... todo ese fondo dinámico que mueve desde dentro. Motivar y dar preferencia a cualquier tipo de iniciativas, nacidas de una elaboración personal 13 sobre las recibidas. Aprovechar las crisis como momentos muy aptos para la reestructuración y el ajuste personal. Ayudar a integrar contrarios en la propia vida (egoísmo-donación; soledad-cercanía; apertura-cerrazón; muerte-vida). Urgir a vivir la autonomía personal sin evadirse en “sistemas de seguridad” que ahorran el riesgo de las decisiones personales (inhibición, mudez al expresar la propia opinion, evitar elecciones,...). Estimular con ideales grandes, llevar a cabo gestos fuertes, signos inconfundibles, acciónes que reflejen incondicionalidad. Fomentar lecturas de “vidas ejemplares” actualizadas, que actúen de motivadores y de pedagogos. Analizar y combatir aquellas disposiciones que retardan o atrofian la sensibilidad espiritual (naturalismo, consumismo, mimetismo,...) Valorar las iniciativas personales en su vertiente subjetiva y reforzarlas. Educar en la ascética de la constancia, la fidelidad en lo poco, el aguante ante la falta de resultados inmediatos o los fracasos parciales. Invitar a realizar experiencias fuertes de riesgo personal que obliguen al individuo a desarrollar la imaginación, las actitudes nuevas. Introducir los lenguajes lúdicos y festivos en la percepción y expresión de los valores y experiencias sin abusar del lenguaje conceptual. La fiesta no se da si no hay oblatividad y profundidad. 4. ¿Cómo acompañar? a. Posibilitar la Pastoral vocacional ¿Qué podemos hacer? Con esta pregunta aflora la gran preocupación de la Pastoral Vocacional, desconcertada o, peor aún, desalentada, porque la realidad es la que es y se impone. Juan Pablo II la calificaba como la “gran tristeza de la Iglesia”. Necesariamente hemos de afrontar con responsabilidad aquella pregunta. La respuesta que demos debe ir en la línea de crear condiciones de posibilidad para que la Pastoral Vocacional quepa en nuestros proyectos y planes. Y esto se realiza atendiendo a dos factores: 1) AVIVAR EN LA COMUNIDAD CRISTIANA UN TALANTE DE CONFIANZA La manera de leer e interpretar la historia es tan decisiva que podría cambiar sustancialmente nuestro modo de plantear la Pastoral vocacional. Porque de hecho no es lo mismo leer el actual momento histórico desde el punto de vista del pasado que lo ha precedido que leerlo desde el futuro con sus primeras señales de vida inciertas y tímidas19. La imagen del mundo cambia completamente si lo miramos desde los fermentos de nuevas vocaciones ya presentes en él, en lugar de seguir comparándolo 19 Viene a la memoria lo que dice Kierkegaard: “La vida se pueden entender solamente mirando hacia atrás, pero se vive sólo si tiende hacia delante”. 14 con la más o menos presunta fecundidad vocacional de tiempos pasados. Aquella forma de mirar genera confianza sin la cual es inviable toda animación vocacional. Por tanto, la primera tarea debe centrarse en encontrar y reconocer la fuente de nuestra confianza de manera que ella oriente la mirada y motive la decisión de poner en práctica una animación vocacional despierta y sin fisuras. Esa fuente de nuestra confianza está arraigada, en primer lugar, en la certeza de que Dios sigue llamando. Él sigue invitando a otros en la fuerza del Espíritu a seguir a Cristo desde diversos carismas y ministerios. Creemos firmemente que Él sigue llamando a nuevos jóvenes como obreros de su mies. Tal confianza nos permite identificar los nuevos signos con los que el Señor se hace presente, invita y llama a su seguimiento. Confiamos, en segundo lugar, en que todo corazón humano es capaz de acoger la llamada de Dios. Aunque con características distintas a las de hace algunos años, los jóvenes de hoy también están dotados de sensibilidad, aptitudes, capacidades, preocupaciones y valores que les permiten acoger esa llamada y, de hecho, lo hacen. Esta confianza nos lleva a reconocer que el Espíritu suscita en el corazón de algunos jovenes nuevas formas de responder al deseo que Él mismo despierta en ellos. Confiamos, por último, en nuestra capacidad de cambio, de renovar nuestra mentalidad acaso desalentada, de hacer frente a inercias y estancamientos personales e institucionales, de ser más autocríticos. Una vez más, esta confianza va a urgir que, por nuestra parte, identifiquemos los pasos que tenemos que dar y... comenzemos ya a darlos. 2) CONTAR CON ESTRUCTURAS Y MEDIOS DE PASTORAL VOCACIONAL La confianza de la que hemos hablado genera una sensibilidad y un deseo encaminado a traducirse en praxis pastoral. Tal deseo no es operativo si no se dan algunas condiciones de viabilidad. Entre ellas nos parecen muy importantes la siguientes: Nuestros mejores esfuerzos deben ir encaminados a suscitar y formar animadores vocacionales idóneos y equipos de pastoral vocacional en misión compartida. Su tarea debe estar inserta en los centros pastorales. Sin ellos y sin una adecuada formación para esa tarea específica es impensable que la Pastoral vocacional eche a andar. No hemos de subestimar ni dar por supuesta una paciente y continuada tarea de mentalización vocacional dirigida prioritariamente a nuestras comunidades religiosas, a los responsables de nuestros centros pastorales y a sus colaboradores más directos. La creación de esta mentalidad vocacional común va a posibilitar el impulso permanente que debe sostener la animación vocacional. Hay una convicción teóricamente conseguida en pastoral vocacional: que debe ser hecha por todos, dirigida a todos y realizada siempre. Debería ser a estas alturas innegociable. No debemos cejar en el empeño de recordarla en cualquier ocasión que se presente. Por ello, no debe haber espacio de nuestra vida y misión en el que esté ausente la Pastoral vocacional o se la ignore. Es erróneo pensar que la nueva evangelización exige paralizar temporalmente la 15 Pastoral vocacional, a la espera de tiempos mejores, donde la experiencia cristiana posibilitante esté más socializada y consolidada. Jesús en su evangelio vincula claramente el primer anuncio del Reino con la llamada a los primeros seguidores. Es imprescindible que la Pastoral vocacional aparezca situada en su propio terreno, esto es, en el corazón de la pastoral de conjunto como una dimensión transversal capaz de vocacionalizar todo. Ello exige múltiples cosas: que todos conozcan los planteamientos actuales de la PV, que se cuente con un proyecto viable de PV, que esté integrada en los proyectos pastorales a todos los niveles, que esté presente en la toma de las grandes decisiones pastorales y en la política de destinos, que aparezca recogida en los presupuestos económicos de los centros, que se dote a los responsables de formación, tiempos y medios necesarios para llevarla a cabo,...etc. Hay mucha Pastoral vocacional ya funcionando. Los nuevos planteamientos no son recientes. Llevamos tiempo escuchándolos y repitiéndolos. No podemos estar empezando siempre de nuevo. Pero sí que debemos fortalecer más las estructuras de pastoral vocacional y mantener la línea de continuidad de sus responsables. b. Difundir una mentalidad vocacional Esta segunda acción exige previamente contar una mentalidad vocacional, esto es, una síntesis teórica de nociones comunes y bien fundamentadas que explican el sentido y el valor de la vocación y crean convicciones comunes capaces de impulsar una correcta Pastoral vocacional. La mentalidad vocacional es, pues, una conciencia y una convicción poseídas por la comunidad cristiana sobre las cuales fundamenta su praxis pastoral. Tal mentalidad, portadora de una teología de la vocación, debe mostrar con claridad no sólo sus planteamientos sólidos y orgánicos sino también sus consecuencias prácticas derivadas20. Teniendo en cuenta que “algunas condiciones sociales y culturales de nuestro tiempo pueden representar no pocas amenazas e imponer visiones desviadas y falsas sobre la verdadera naturaleza de la vocación haciendo difíciles, cuando no imposibles, su acogida y su misma compresión” (PDV 37). Las vemos. 1) VISIONES DESVIADAS O FALSAS SOBRE LA VOCACIÓN. Vocación como “destino inmutable”: (“Creo que Dios me manda”). Esta mentalidad, de hondas raíces culturales, intenta transmitir la idea de que la vocación es “un destino inmutable e inevitable, al que el hombre debe simplemente adaptarse y resignarse con total pasividad” (PDV 37). Los llamados estarían “marcados” desde siempre y su libertad quedaría reducida solamente al asentimiento o la resignación ante algo que se impone en la propia vida como decreto o destino. Los signos de la presencia de esta vocación serían demoledores, tan evidentes que rechazarla supondría poco menos que una traición de funestas consecuencias. De esta manera la vocación no pasa de ser “un peso impuesto e insoportable” (PDV 37). 20 El valioso documento Nuevas Vocaciones para una Nueva Europa dedica su segunda parte a exponer la Teología de la Vocación. Con los textos escriturísticos Ef 1, 3-14 y 1 Cor 12, 4-6 de fondo, expone la vocación como obra de la Trinidad. Cada una de las personas divinas ejerce su acción en el hombre: El Padre llama a la vida, El Hijo llama al seguimiento y el Espíritu llama al testimonio, enlazando esta acción de cada una de las divinas personas con los sacramentos de la iniciación cristiana: bautismo (el Padre), eucaristía (el Hijo) y confirmación (el Espíritu Santo), como forma de resaltar que es en la escucha de la Palabra y en la celebración litúrgica de la Palabra donde nace, se alimenta y consolida la vocación. 16 Vocación como “vivencia intimista”: (“Me hace sentirme bien”). Esta segunda manera de entender la vocación está también muy extendida y se identica con “la tendencia de concebir la relación del hombre con Dios de un modo individualista e intimista, como si la llamada de Dios llegase a cada persona por via directa, sin mediación comunitaria alguna, y tuviese como meta una ventaja, o la salvación misma de cada uno de los llamados y no la dedicación total a Dios en el servicio a la comunidad” (PDV 37). En el fondo, se trata aquí de una comprensión espiritualista de la vocación, que algunos pastoralistas de hoy no alcanza a advertir. Reduce de forma simplista la llamada de Dios a mera emoción, susceptible de manipular la llamada de Dios. Vocación como “apetencia personal”: (“Lo que a mí me gusta más”). Esta tercera concepción de la vocación olvida que la vocación es un don de Dios y se la confunde con un “gusto” subjetivo de la persona. Ésta no trata de buscar y asentir a la llamada de Dios, sino simplemente suplantarla por los propios proyectos personales, a menudo infectados de egocentrismo y cautivos bajo el yugo de los instintos y necesidades. Ante tal planteamiento, el discernimiento será lúcido si consigue clarificar las motivaciones y, en su caso, purificarlas. No se puede confundir vocación con una mera apetencia personal, por legítima que sea. Vocación como “realización personal”: (“Yo quiero triunfar”). Según esta impostación, en la vocación no importa tanto la llamada de Dios cuanto la realización personal del sujeto afectado. En el fondo, éste se repliega sobre sí mismo, erigiéndose en centro de la vocación y anulando del todo a Dios. Y aunque alguna mediación espolee y avive esa experiencia, no hay que caer en el engaño de confundir la vocación con el simple deseo personal de alcanzar la autorrealización. Si todo nace del sujeto, éste se convierte en el árbitro que decide y discierne qué debe responder. Al final hace lo que quiere hacer. Actúa en función de sí mismo. 2) LA VISIÓN DIALOGAL DE LA VOCACIÓN. Hay un dato constante en los relatos vocacionales de la Escritura: Dios sale al encuentro de la persona y lo hace en medio de cualquier circunstancia, mostrando su iniciativa precedente a todo deseo humano. Las narraciones biblicas dejan constancia del impacto que ello supuso en aquellos que vivieron tal encuentro. Y, aunque las reacciones fuesen distintas y diversas sus consecuencias, en todas ellas destaca un elemento común: Esas personas han sido alcanzadas en lo más profundo de su ser, heridas “de su alma en el más profundo centro” (san Juan de la Cruz). Nada de lo que les está sucediendo ha sido provocado o pretendido. Se trata de algo que les sobreviene, les es dado, se lo encuentran. Inesperadamente irrumpe en sus vidas lo desmedido de una Presencia que colma, sacia, rehabilita, sana, perdona, habla ...y envía a una misión. Entonces son comprensibles las reacciones que se producen y la dificultad para entender lo que está sucediendo. Tal es la constante en los relatos bíblicos: primero es la experiencia, más tarde, vendrá la comprensión de lo sucedido. Necesitarán tiempo para encajarlo, para asimilarlo, porque lo sucedido desborda el marco de comprensión: es la conciencia de que todo se queda pequeño en comparación con lo que está pasando. 17 La Palabra de Dios nos ofrece así una comprensión dialogal de la vocación. Dios, mediante el don de su gracia, se acerca y pronuncia una palabra de aceptación incondicional sobre el hombre pecador que se encuentra alienado. Ésta no es una palabra parcial y ambigüa” -como puede ser la del psicoterapeuta- sino una “palabra total” (que afecta a toda su vida y no a una parte) y “firme” (que no admite una vuelta atrás). c. Tres acciones: Sembrar, proponer y acompañar la vocación En su primer Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, Juan Pablo II al delinear el salto de calidad en la PV afirmaba con fuerza: “No tengais miedo a llamar”21. Este es el reto: ser comunidad de llamados que han perdido el miedo de llamar a otros. Dadas las circunstancias que nos rodean, esto es del todo imposible, si todo lo anteriormente dicho no está suficientemente clarificado y asumido. La praxis pastoral es la desembocadura natural de los pasos anteriores: Cuando una teología de la vocación es asumida, compartida e internalizada correctamente, genera una animación vocacional, llevada a cabo por todos, dirigida a todos y realizada siempre. Esta pedagogía debe impregnar y humedecer toda la “acción cristiana eclesial”22 en sus cuatro áreas: servicio, comunidad, testimonio y liturgia. Ahí es donde se engendra la experiencia típicamente vocacional: una vivencia personal y comunitaria del testimonio, del servicio de la caridad, la fraternidad, la liturgia y oración… ayudan a los cristianos a reconocer su vocación, y hace que tal acción cristiana, en su conjunto, sea efectivamente una auténtica Pastoral vocacional. Hoy contamos con orientación ricas y bien trabadas de pedagogía vocacional23. Toda ella pivota sobre dos ejes: La siembra vocacional y el acompañamiento. Entre ambos ejes hay nexo que los une: la propuesta vocacional. Tal propuesta es el objetivo de la siembra y, a su vez, el punto de partida del acompañamiento. Por tanto fijamos esta pedagogía en tres momentos: Siembra, propuesta y acompañamiento. Este último, a su vez, promueve las tareas de educar, formar y discernir las vocaciones. a. SIEMBRA La pastoral vocacional se inicia con acciones de siembra. Esas acciones se insertan dentro de la pastoral general y deben ir canalizadas a través de los diversos itinerarios de la fe de la comunidad cristiana. Crean las condiciones que permitan depositar la semilla de la vocación en la tierra buena que existe en el corazón de todos. Esa simiente se denomina kerigma vocacional24. Los campos donde se esparce esta semilla son la Iglesia y el mundo, esto es, el corazón de todos, sin ninguna preferencia ni excepción. Toda persona es criatura de Dios y, por tanto, portadora de un don, una vocación particular, un misterio que espera ser descubierto y reconocido. 21 Mensaje del Papa Juan PABLO II para la XVI Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Emilio ALBERICH, Catequesis evangelizadora. Manual de catequética fundamental, Madrid, CCS, 2003, 48-51; cf. R. Amedeo CENCINI, I giovani aperti allo Spirito nel loro itinerario vocacionale, en J. M. GARCÍA (Ed.), Accompagnare i giovani nello Spirito, LAS, Roma, 1998, 166-168. 23 Viene presentada en la cuarta parte del documento (cf. NVNE 30-37). 22 24 Cf. II Congreso Continental Latinoamericano de Vocaciones, Documento conclusivo, n. 106. 136. 18 b. PROPUESTA La siembra vocacional debe desembocar en la propuesta. Esta jamás debe faltar en toda pastoral vocacional. Mediante esa acción se invita y motiva, de forma directa, personal y explícita, a otro a mostrarse abierto a la escucha y acogida de la llamada que el Señor le hace para una vocación específica. Todos podemos y debemos ser portavoces de una propuesta a otros. La tarea consiste en invitar a otros a leer su propia vida en clave de llamada y mostrarles cómo el Señor Jesús está presente en su historia personal, dándole sentido y orientación. La propuesta está bien realizada cuando hay claridad, respeto, pero también interpelación directa al plantearla. c. ACOMPAÑAMIENTO Una vez sembrada y acogida la semilla de la vocación, hay que cultivarla. El cultivo se realiza mediante el acompañamiento personalizado. Comienza con la aceptación de la propuesta y termina en una decisión vocacional concreta. El acompañamiento vocacional es un ministerio que consiste en la ayuda pedagógica, temporal e instrumental que un hermano mayor en la fe y en el discipulado presta a otro hermano menor, para que tras advertir la llamada que Dios le hace, pueda clarificarla, discernir y responder a ella con libertad y responsabilidad25 mediante un proyecto de vida. Tal acompañamiento tiene que atender en concreto a tres cuestiones: La claridad de la conciencia vocacional del sujeto (reconocer la autenticidad de la propia vocación); su consistencia (comprobar su rectitud de intención y la validez de sus motivaciones vocacionales) y su idoneidad (contar con el equipamiento de dones y capacidades que le permitan responder con coherencia y fidelidad a la llamada). 25 Cfr. G. ARANA, El acompañamiento espiritual durante el desarrollo del ministerio, en “El acompañamiento espiritual en la vida y en el ministerio del sacerdote”, Sevilla, 2001, p. 56. 19