LLA AB BE ELLLLA AD DE ELL C CU UA AD DR RO O Cuento del folclore chino rase un hombre muy pobre que vivía en una choza abandonada. Este hombre trabajaba de leñador en los bosques y vivía humildemente porque no siempre encontraba dónde ejercer su oficio. A veces no ganaba dinero alguno, y pasaba mucho hambre, y otras conseguía ahorrar unos centenares de monedas de cobre. É Por Año Nuevo todo el mundo compra las cosas que necesita para la fiesta: pescado, carne, vino, vegetales, incienso, fuegos de artificio, y tantos otros artículos que podrían enumerarse. Pues bien, la víspera de Año Nuevo nuestro hombre tomó doscientas monedas de cobre de las que tenía ahorradas y se dirigió al mercado. Recorrió todos los puestos, pero no pudo encontrar nada que le agradase, hasta que, al fin, posó la mirada en un cuadro colgado de la pared, que representaba a una bella joven. – ¿Quieres comprarlo? –le preguntó el mercader; y como él hiciera gesto afirmativo, añadió el comerciante que costaba seiscientas piezas. El pobre hombre no titubeó, corrió a su casa y tomó el resto de sus ahorros que ascendían a quinientos cobres. 1 –Contando con los doscientos que tengo en el bolsillo –pensó–, hacen setecientos, y podré comprar, con el resto, una medida de arroz y tres repollos. Volvió al mercado, compró el cuadro y empleó el dinero restante en una medida de arroz y tres repollos blancos. A la mañana siguiente, cuando las gentes se deseaban unas a otras un feliz Año Nuevo, colgaba de la vieja pared de la choza un bello cuadro con un gran plato de repollo frente a él. El pobre hombre se inclinó humildemente e hizo tres reverencias ante la encantadora mujer que representaba el cuadro. A partir de aquel día, antes de cada comida y siempre que entraba o salía, se inclinaba ante la imagen de aquella mujer. Nada desacostumbrado sucedió durante seis meses, pero la visión de la pintura mantenía a su dueño siempre contento y le confortaba cuando se sentía cansado. Un día en que llegó a su casa agotado y hambriento, fue sorprendido, al abrir la puerta, por un delicioso olor a comida. Nuestro hombre hizo su reverencia acostumbrada y se dirigió a destapar la olla, que encontró llena de humeante arroz. Al principio se sintió demasiado asustado para decidirse a comer, pero poco a poco fue tranquilizándose, y colocando una ofrenda ante el cuadro como tenía por costumbre, se sentó a la mesa y aplacó su hambre. Por la tarde salió a recoger leña, y a su regreso encontró también la comida preparada. El pobre hombre se preguntó quién podría haberlo hecho, y a la mañana siguiente fingió salir a cortar árboles y se ocultó detrás del horno para ver si entraba alguien. Nadie se presentó por aquellos alrededores, pero al poco rato oyó que alguien andaba dentro de la casa, y deslizándose hasta la puerta, curioseó por una rendija. Su asombro no tuvo límites al ver junto a la estufa a una bella joven encendiendo el fuego. La mujer del cuadro había desaparecido de la pared, y ocupaba su lugar un papel liso y blanco. Nuestro hombre temblaba de emoción, sin saber qué hacer. Al fin retrocedió unos pasos, tosió y se dirigió a la puerta. Cuando entró, el retrato de la bella joven colgaba otra vez de la pared, la olla estaba llena de arroz a medio cocer y bajo ella ardían todavía unos leños. Aquella tarde volvió a salir y esperó hasta que oyó unos ligeros pasos que cruzaban la cocina, seguidos del tintineo de la tapa de la olla, del gorgoteo del agua al caer de la marmita, y del resuello del fuelle al soplar el fuego. El leñador empujó decidido la puerta y penetró en la habitación y enrollando rápidamente el cuadro, lo hizo desaparecer de la vista. Cuando miró a su alrededor, vio junto al fuego a una joven bellísima, que le dijo con voz cantarina: –Ya que ha ocurrido esto, podemos casarnos y así no te encontrarás tan solo. 2 La joven cuidó de la casa tan bien, que el dinero iba aumentando como por milagro, ya que al leñador no le faltó nunca trabajo. Pasados seis meses tenían tanto oro y plata, que decidieron construir una casa con salones, pabellones y terrazas. En ella vivieron felizmente, y todo el que pasaba por allí decía: – ¡Qué extraño! Hace seis meses solo había aquí una choza abandonada. ¿Quién ha edificado este maravilloso palacio? El marido no cesaba de preguntar a su mujer quién era, pero ella se limitaba a reír, y no le daba explicación alguna. Una vez en que él insistió demasiado le contestó entre bromas: –No pertenezco a la tierra. Me condenaron a descender a ella durante algunos años, y he tenido la felicidad de encontrarte. El marido le preguntó de cuántos años se trataba, pero la joven no contestó. Pasaron tres años y les nació una hija, que les hizo más felices todavía. Un día la madre pareció preocupada, como si le hubiera sucedido algo importante. Tan abstraída estaba en sus pensamientos, que ni comía casi. Temiendo que estuviera enferma, el marido quiso enviar a buscar un médico, pero ella se negó a ver a nadie y se limitó a preguntar, indiferente: 3 – ¿Guardaste el rollo de papel blanco? Me gustaría verlo otra vez. El leñador no sospechó que después de vivir con él tres años y de darle una hija podría abandonarle, así es que fue a buscar el rollo; pero no bien lo hubo desplegado cuando su esposa desapareció, y la imagen de la bella joven volvió al papel. El hombre se hincó de rodillas y se echó a llorar amargamente y su hijita lloró también, pero la doncella del cuadro no pareció conmoverse. El desdichado volvió a colgar la pintura en la pared y la siguió amando como antes, pero la bella jamás volvió a la vida. Y desde entonces, la extraña criatura acompañó, desde el cuadro, la vida que ella había creado. Extraído de: El Grillo. Montevideo, Consejo Nacional de Enseñanza Primaria y Normal, 1951. Pp. 1-3. Ilustraciones: Carafí de Marchand, E. En El Grillo. Montevideo, Consejo Nacional de Enseñanza Primaria y Normal, 1951. Pp. 1-3. 4