Una vez terminada la lectura de aquella extensa acta de acusación, y después de arreglar los papeles, el secretario volvió a ocupar su asiento, mientras alisaba con ambas manos sus largos cabellos. Todos los presentes lanzaron un suspiro de alivio. Tenían la agradable sensación de que empezaría el juicio, que esclarecería las cosas, y que se administraría justicia. Nejliudov fue el único en no compartirla. Le embargaba el horror al pensar en el crimen que había sido capaz de cometer la Maslova, a quien conociera como una muchacha inocente y encantadora diez años atrás. Después de una breve consulta con los jueces, el presidente se volvió hacia Kartinkin. Su expresión decía claramente que ahora se enteraría de todo hasta en sus mínimos detalles. Leon Tolstoi – Resurrección Día del Libro 21 de abril de 2016