Vocaciones para la selva peruana

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Vocaciones para la selva peruana
E
n plena selva, rodeados de los cultivos de yuca, plátano o el café de
las chacras peruanas; junto al canto
de los grillos, de un mono o un loro, los
olores frescos de la tierra mojada y los
silbidos imaginarios del tunchi, 21 sacerdotes españoles se afanan por hacer llegar
el Evangelio y para que la llamada de las
vocaciones tenga respuesta.
De los 34 sacerdotes que hay en Moyobamba, en plena ceja de selva amazónica
del Perú, 21 son españoles. Son pocos los
seminaristas locales y apenas seis los que
se encuentran en el proceso propedéutico
(previo al ingreso en el Seminario). Por
ello, la Prelatura de Moyobamaba está
encomendada a la Archidiócesis de Toledo, hasta que posea el dinamismo para
funcionar autónomamente.
El Seminario Mayor de San José de la
Prelatura de Moyobamba realiza una labor
lenta, segura y silenciosa desde su inauguración, por parte del cardenal Antonio
Cañizares, entonces arzobispo de Toledo,
en el año 2003. “Cada vez que se produce
una ordenación sacerdotal, ni me lo creo”,
afirma su obispo, Rafael Escudero, a quien
le brillan literalmente los ojos cada vez
que habla de su Seminario. Es su gran
inquietud, su gran pasión y a lo que pone
todo su interés. “Es la niña de sus ojos”,
afirman sus compañeros misioneros.
Rafael llegó a Moyobamba como misionero hace siete años, y el 8 de julio de
2006, Benedicto XVI le nombró obispo.
¿Quién le iba a decir a un joven toledano
de Quintanar de la Orden, que escuchó la
llamada sacerdotal mientras se afanaba en
la obra y ejercía como albañil y escayolista,
que suscitar vocaciones y reconstruir la
Catedral de Moyobamba iban a ser sus dos
grandes misiones en la vida?
La restauración de la Catedral de Santiago (destruida tras un terremoto en 1991), la
organización de la Prelatura y el Seminario,
donde imparte clases de latín, son sus
tareas principales. Para el resto de labores
pastorales cuenta con un auténtico ejército
de sacerdotes toledanos. Como el vicario
general y de Economía, José María Cabreró,
o como Jaime Ruiz del Castillo, párroco del
Sagrado Corazón, quien, siendo el más joven de los sacerdotes (33 años), se encarga
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Moyobamba es tierra de misión
para veintiún sacerdotes toledanos
Álvaro del real
de la pastoral juvenil y de coordinar, junto
con Tito y Silvia, matrimonio toledano, el
Comedor Madre Teresa de Calcuta.
Encarnar el Evangelio
Jaime Ruiz visita, por lo menos una vez al
mes, las casas de los más de 200 enfermos
censados en las oficinas de la Prelatura,
para confesarles y darles la comunión, y
recauda, siempre que puede, donativos
para operar a niños de entre los más desfavorecidos. “Hago la misma labor que
realizaba en Toledo”, explica desde el Pico
de Tahuisco, vista privilegiada del Alto
La formación de sacerdotes es esencial
Mayo, y se afana por que “nadie que quiera
se quede sin escuchar el Evangelio”. Para
ello, no escatiman esfuerzos, incluidos los
medios de comunicación. Antonio Diufain
es el delegado de Medios de Comunicación y el secretario de Cáritas-Moyobamba.
Nacido en San Fernando (Cádiz), aunque
también sacerdote de Toledo, aúna su labor al frente de la radio, la televisión y
la web prelaturademoyobamba.com con
la concesión de microcréditos a más de
20.000 agricultores o con el papeleo de
la Cancillería-Secretaría. Es un sacerdote
todoterreno; Moyobamba es su segundo
territorio de misión, tras pasar muchos
años en Santo Domingo.
A dos horas en coche, y a orillas del río
Shilcayo, se encuentra la localidad de Morales, unida a Tarapoto, “la ciudad de las
palmeras”. Allí se encuentran tres sacerdotes toledanos cuya parroquia se llena a
diario para vivir las Vigilias de Oración,
Adoración al Santísimo y Eucaristía. El
párroco, Manuel Mellado, nacido en Madridejos (Toledo), lleva allí seis años junto
Juan Ropero, en la ciudad de Picota
a los campesinos, en casas de adobe o techos de paja. Lleva el Evangelio a quienes
sobreviven con un dólar al día y recorre a
diario la comarca para cubrir las necesidades básicas de la población. Coordina
el Comedor Virgen de las Palmeras, donde
más de 150 niños y jóvenes realizan la
única comida del día, consistente en arroz,
frijoles y anchoveta (sardinas), y busca
insistentemente vocaciones, consciente de
que pueden darse tanto entre las pobladas
calles de Tarapoto como en Aucaloma,
la aldea más recóndita de la Amazonía
peruana. Pueden estar en cualquier sitio,
entre las construcciones de caucho, las
antiguas casonas de mosaicos frente al
malecón, las casas flotantes junto al río o
las aldeas sin luz, agua, alcantarillado ni
mínimas condiciones sanitarias.
Junto a él, Julio, nacido en Barcelona,
pero sacerdote de Toledo, es el encargado
de acercarse a todos los jóvenes de Morales.
Cualquier excusa es buena para buscar
Manuel Mellado está en Tarapoto
vocaciones. En el equipo de fútbol de la
parroquia, a quienes ya les han apodado
“los españolitos” y que este año han conseguido el hito de llegar a cuartos de final
de la liga local de Tarapoto, o en el Centro
Pastoral que está siendo financiado con
el dinero que le dan familiares y amigos.
El tercero de los “padrecitos” (como así
les llaman) es José, nacido en Consuegra
(Toledo) y que lleva dos años en Morales.
A los 75 años, y a la espera de una previsible jubilación, pidió que se le enviara a
Moyobamba. Tres años después, se aceptó
su petición, y a sus 80 años está reviviendo
la experiencia misionera que ya conoció en
Rosario (Argentina), allá por el año 1960.
Celebra la Eucaristía y visita con su jeep
todos los colegios para enseñar catequesis.
Aun con su elevada edad, no piensa dejar
de realizar su vocación sacerdotal. “Un
sacerdote no se jubila nunca”, afirma, con
la sonrisa, fuerza y valentía de un recién
ordenado.
El puente misionero Córdoba-Moyobamba
Desde el año 2010, la
diócesis de Córdoba se ha
unido a esta cooperación
misionera en Moyobamba,
y el obispo Demetrio
Fernández decidió enviar a
dos sacerdotes: “No damos
de lo que nos sobra, sino
de lo necesario”, afirmaba
en una carta pastoral.
Estos dos sacerdotes son
Francisco Jesús Granados
y Juan Ropero Pacheco,
quienes viven junto a
una mascota de la selva,
“el mono Amelio”, en la
ciudad de Picota, regada
por el río Huallaga, uno de
los principales afluentes
del Amazonas. Ochenta
comunidades están a su
servicio y deben recorrer
más de cinco horas en
canoa, a pie o en burro
para asistir a los enfermos:
“La vida del misionero es,
físicamente, durísima”,
afirma Juan, quien confiesa
que él mismo se pregunta
a veces qué hace allí. “Lo
que en España son 10
minutos en coche, aquí
se convierten en horas
en burro, motocarro o
canoa”, apunta el párroco
de Picota, que, finalmente,
destaca que esta allí
solo y exclusivamente
por “amor de Dios”.
Acaban de adquirir la
casa anexa a la parroquia
de Picota, y su intención
es crear un centro de
convivencias para 20
personas. Quieren que
sea un lugar de ejercicios
y de espiritualidad, pero
también un lugar para
que los cordobeses sepan
de primera mano lo que
es una misión en la Selva
Peruana, lo que cuesta
llegar a cada una de las
comunidades, conocer la
cultura andina y cómo Dios
se hace presente en medio
de tantas dificultades.
El obispo Rafael Escudero, también toledano
La intensa belleza de la selva, los llamativos colores de sus flores o los caudalosos
afluentes del Amazonas distraen y edulcoran la verdadera realidad de pobreza de
sus habitantes. Sobreviven gracias a sus
trabajos en las chacras, pilotando motocarros o, los más afortunados, a sus labores
profesionales.
Un pueblo religioso
Es difícil pensar en el misterio y la trascendencia cuando su mente está ocupada en las labores cotidianas, pero son un
pueblo extremadamente religioso, con
cultos a la Pacha Mama y pertenencias a
diversas sectas evangélicas que pueblan
cada uno de los rincones. Luchar contra
las tergiversaciones religiosas también es
una de las grandes tareas de los misioneros
en la Selva Amazónica.
Los sacerdotes en la Prelatura de Moyobamba luchan por los derechos de los
peruanos, ayudan a los niños, huérfanos y
más necesitados, visitan enfermos y realizan una labor social encomiable, pero son
conscientes de que su labor fundamental
es suscitar vocaciones.
Conseguir que resuene el Evangelio y que
los peruanos sientan cómo Dios no se ha
olvidado de ellos. Su deseo es que un día,
la diócesis pueda caminar por sí sola y no
sean misioneros los que lleven la labor pastoral, sino que los propios moyobambinos
lleven la fe a sus conciudadanos.
Tarapoto, “ciudad de las palmeras”
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