SEMBLANZA DE UNA MAESTRA

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SEMBLANZA
DE UNA MAESTRA
José Manuel Ruiz Socarrás
Presentación
E
ste trabajo presenta la semblanza de la profesora Elvia de la Caridad Socarrás
Riumbao quien, durante 36 años de su vida, dedicó su labor profesional a garantizar el derecho a la educación de dos generaciones de niños y niñas cubanas. “Elvia, la maestra”, como todos cariñosamente la recuerdan, constituye un
ejemplo a seguir por las nuevas generaciones de profesores en cualquier parte del
mundo. Su trabajo de instruir y educar es significativo en el contexto actual, donde
la UNESCO busca una “educación para todos”, consciente de que la educación es
un derecho que enriquece la libertad individual y produce grandes beneficios, en
términos de desarrollo, para todos los seres humanos.
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Si usted pregunta en el barrio de Reparto Roldán por Elvia, la maestra, encontrará
que en muchas casas le responderán: Sí, ella fue maestra de mis padres y también de nosotros los hijos ...
Sucede que, Elvia de la Caridad Socarrás Riumbao (1923-2008), “Elvia, la maestra”, como todos cariñosamente la recuerdan, enseñó a dos generaciones de niños
y niñas cubanas. Pero, ¿cuál es la historia de esta mujer que dedicó su vida a la educación primaria1 y que aún a los 74 años de edad se emocionaba cuando hablaba de
su trayectoria como maestra?
Licenciado en Matemática, Doctor en Ciencias Pedagógicas. Master en Enseñanza de
la Matemática. Jefe del Departamento de Matemática de la Universidad de Camagüey “Ignacio
Agramonte y Loynaz”, Cuba, en donde trabaja desde 1981. Contacto: [email protected].
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El Sistema Nacional de Educación cubano está articulado en tres niveles: primario (abarca desde primer
hasta sexto grado), medio (abarca los grados del séptimo al noveno, denominados Secundaria Básica y
los grados del décimo al decimosegundo, denominados Preuniversitario o Bachillerato), y superior (corresponde a los estudios que se realizan en la universidad).
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Nació el 8 de septiembre de 1923, en el municipio de Nuevitas, provincia de
Camagüey, Cuba, en el seno de una familia humilde. La segunda de siete hijos, su
madre era la encargada de las tareas del hogar y su padre era carnicero.
A los 18 años de edad aprobó el examen para ingresar a la Escuela Normal para
maestros en la ciudad de Camagüey, para lo cual solicitó la única beca que se ofertaba para quienes vivían en Nuevitas, la cual incluía, por un valor de $ 20.00 mensuales, los gastos de libros y estancia.
Gana la beca por oposición, sin embargo un político de la localidad, cuya hija
también aspiraba a obtenerla, utiliza su influencia para sortear nuevamente el estímulo que ya se le había asignado a Elvia. Finalmente, Elvia gana el sorteo y logra
realizar sus estudios de cuatro años, graduándose como Maestra Primaria.
Una vez graduada, realizó su primer trabajo en el poblado de San Miguel, Nuevitas, supliendo a un maestro. Allí fue bien acogida por las familias de la localidad, ya
que debido a lo apartado del lugar los maestros contratados no demoraban mucho
en abandonar la escuela. Para llegar a ésta, Elvia cogía una lancha que la llevaba por
mar hasta un lugar en tierra donde la esperaban con un caballo para finalmente
llegar al aula.
En San Miguel permanecía de lunes a viernes y se albergaba en una casa de campesinos, donde dormía en la misma cama de la hija de la familia que la hospedaba. A
pesar de las dificultades, Elvia trabajó un curso completo en San Miguel y luego fue
enviada a la escuela “Aurelia Castillo” en Nuevitas para hacer un interinato debido
a la jubilación de una maestra.
Terminado el curso en esta nueva escuela, comenzó a luchar por tener su propia
aula, ya que hasta entonces no había podido establecerse en una escuela. Esto no era
tarea fácil, necesitaba la recomendación de un político, por lo que presentó sus datos en las oficinas de Nuevitas –con el aval de un político de la capital cubana– con
el objetivo de postularse para obtener un aula fija cuando existiera alguna vacante.
Mientras tanto continuaba realizando suplencias en varias escuelas de Nuevitas,
y una vez por semana acudía a las oficinas en espera de que le resolvieran, cosa que
nunca logró. Así mismo, todas las semanas enviaba una carta a la capital planteando
su necesidad de trabajar, ya que su hermana mayor no laboraba y debía ayudar a su
padre en la manutención de sus hermanas. Tampoco faltaba la promesa al político
de darle todos los votos de la familia, hasta que al cabo de dos años de espera y de
promesas recibió al fin un nombramiento para contar con un aula propia en el poblado de Vertientes, a 30 kilómetros de la ciudad de Camagüey, a donde ya la familia
de Elvia se había trasladado a vivir.
El aula que ocuparía en Vertientes era dejada por una maestra que se jubilaba.
Estaba situada en el mismo pueblo, en una casa de familia, ya que la maestra era la
madre del dueño de la casa, sin embargo una vez que su madre dejó de trabajar éste
se opuso a que la escuela continuara radicando en su propiedad, por lo que la Junta
de Educación de Camagüey trasladó el aula hacia un local donde antes había existido
una Escuela Cívico Rural y que en ese momento estaba sin maestro.
Es así que, en enero de 1946, Elvia comienza a trabajar en una zona rural del
poblado de Vertientes, situada hoy en el Reparto Roldán. La escuela era un local de
madera rústica con el techo de guano, donde compartía el trabajo con otro maestro. En Vertientes, se hospedaba, de lunes a viernes, en la casa de una familia donde
alquilaba un cuarto. El fin de semana viajaba a su casa en Camagüey.
Cuando se había establecido, la auxiliar de limpieza le comunicó que producto
de un incendio la escuela había desaparecido. Así comenzaba una nueva etapa de
Derecho al juego
lucha para Elvia por lograr que el gobierno construyera un nuevo local. Esto no se
logró, al contrario, la decisión de la Junta de Educación fue que si dentro de tres meses los propios maestros y la auxiliar de limpieza no construían la escuela, con sus
propios medios, quedarían cesados.
Inmediatamente, se dieron a la tarea de citar a las familias de los alumnos de la
comunidad para pedirles su cooperación en la construcción del nuevo local. La respuesta fue afirmativa, los padres ayudaron con dinero y materiales, ya que en esa zona
no había más escuelas y ésta les era muy necesaria, de lo contrario para poder asistir
a la escuela, los niños tendrían que cruzar la carretera que comunicaba a Vertientes
con Camagüey, con el peligro que significaba el tránsito para los menores de edad.
Dentro de los esfuerzos que se hicieron para recaudar dinero, Elvia y su colega
hablaron con el dueño del único cine de Vertientes para que les diera oportunidad
de proyectar una película y así recaudar algunos fondos. Finalmente, con ayuda de
las familias y vecinos se construyó la nueva escuela.
Al inicio sólo dispusieron de unos bancos rústicos de madera, sin más mobiliario.
Así trabajaron los niños durante varios meses, hasta que se consiguieron unos pupitres en mal estado que fueron acondicionados con la ayuda de las familias, ya que
el gobierno nunca dio apoyo. Elvia compró varios cuadros para hacer una galería
de próceres de la patria y mandó hacer un escaparate para guardar el material de la
escuela –que incluía libros usados y algunos rotos–.
En las tiendas del pueblo Elvia conseguía papel para envolver, el cual daba a la
auxiliar de limpieza quien forraba las libretas de todos los alumnos. También colocaron un asta para la bandera.
A partir de ese momento, Elvia continuó su labor a favor de la escuela y de los niños y niñas sin la ayuda de su colega, quien se fue para Camagüey. Así fue nombrada
directora de la escuela.
La zona donde se ubicaba la escuela era pobre, los techos de las casas eran de
guano, sin embargo las familias cooperaban mucho, incluso consiguieron postes y
tela para cercar, ya que las calles no estaban trazadas.
Las familias estaban muy contentas con la escuela y ayudaban en todo. Los niños
se iban de excursiones, siempre acompañados de algunos adultos, a la playa, al aeropuerto de Camagüey y de paso a la casa de Elvia, donde su padre les obsequiaba
golosinas que él elaboraba.
Se hizo un huerto escolar donde los alumnos sembraban y, dada la cosecha, se
repartía los productos entre ellos mismos. Las fiestas de fin de curso se hacían con la
cooperación de las familias. Se celebraban fiestas de disfraces y de reinados entre los
niños. Era muy hermoso el vínculo logrado entre las familias y la escuela.
Por iniciativa de Elvia la escuela fue nombrada Francisco Mendoza, hijo de una
madre de Vertientes al que se le consideraba un “mártir” –de quien incluso Elvia
escribió su biografía–. La escuela tenía el número 29.
Los niños estaban uniformados y algunas madres bordaron el monograma: “E.
29”, que distinguía a los alumnos de la escuela.
La escuela contaba con dos aulas, una de primer grado para la sesión de la mañana y una de segundo para la sesión de la tarde; era tal el reconocimiento de la
escuela que cuando los alumnos terminaban el segundo grado, las familias no querían que sus hijos fueran a otro espacio educativo. Sus esfuerzos para que los niños
continuaran allí dieron como resultado que también se impartiera el tercero y cuarto grado, aunque para este último fue necesario trasladarse a una casa desocupada y
sin condiciones que se encontraba cerca de la escuela.
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Con el triunfo de la Revolución cubana, en 1959, todo cambió, se fabricaron tres
aulas de mampostería y la escuela impartió los grados de preescolar, primero, segundo, tercero y cuarto; también se acondicionaron la dirección y el almacén.
Durante la Campaña de Alfabetización, en 1961, Elvia dirigió un contingente de
maestros que vino de la capital, además de alfabetizar a dos personas en su propia casa.
En varias ocasiones le pidieron trasladarse a una escuela más céntrica, pero nunca aceptó, dado el cariño que le tenía a su escuela, además realizaba una labor social
que le agradaba mucho.
Ella visitaba frecuentemente a las familias y les ayudaba en lo posible. Su casa
en Vertientes, en donde contrajo matrimonio y constituyó su familia, estaba situada
frente al hospital, cuando alguna persona de la escuela era ingresada, Elvia la visitaba
todos los días y le llevaba alguna ayuda.
Fueron muchas las ocasiones que le tocaron la puerta por algún accidente o
emergencia; en una ocasión un niño ingirió gas en su casa, la mamá corrió para el
hospital con la ropa mojada y los zapatos rotos, Elvia le prestó zapatos y ropa, pues lo
trasladaron de urgencias al hospital de la capital de la provincia.
A los 60 años de edad Elvia se jubiló por insistencia de sus hijos, después de 36
años de trabajo como maestra. No obstante, sólo aceptó después de haberle dado
clases al grupo de niños y niñas que tenía desde primero hasta cuarto grado, para
que no sufrieran un cambio de profesora. Elvia nunca olvidó su escuela, sus exalumnos la seguían visitando, le traían a sus niños y niñas cuando nacían… para ella
eran como su familia.
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