Nada como la carne por Juan Sebastián Peralta Noche, Azotea, Parrillero, Bandejas y platos con carne. Carne haciéndose a las brasas. Vino y vasos. Braseros. Más carne en parrillas sobre brasas. El público recibe carne asada y es invitado a comerla. También se lo invita a beber. Él atiende los diferentes fuegos, saca la carne cocida y la va cortando y repartiendo entre el público. No hay nada como la carne, la carne de acá, con el gusto nuestro, yo me doy cuenta cuando la carne es de otro lado, eso también me lo enseñó mamá, o cuando estuvo mucho tiempo en el frío, cuando se pasmó, soy un experto en el sabor de acá, de la nuestra, nuestra carne. Hay que reconocer la carne de uno, ¡el sabor de uno! Ahí está nuestro problema nos olvidamos del sabor de nosotros, de nuestra carne. ¡No hay nada como la carne! Un buen pedazo de carne sobre la parrilla, ahí sobre el metal caliente, recibiendo los vahos, las exhalaciones de las brasas, entregándose a su aliento, y uno estar ahí, mirando, controlando, guiándolo todo para que no se arrebate, para que quede a punto para el que le gusta a punto, jugosa para el jugoso, cocida, bien cocida para el que así le gusta. Estar frente a la parrilla y conducir esta explosión de sangre y fuego es un sacerdocio, y algo que nosotros hemos convertido en religión nacional. A falta de dioses tenemos 1 carne, y esto es lo que somos un pedazo de carne suspendido sobre el fuego que se cocina lentamente. Hacer una asado a la parrilla es una afirmación de la potencia de la vida, racionalmente es puro desperdicio de energía, pero por suerte los sentimientos no tienen nada que ver con la conservación, el equilibrio… NO, el parrillero es nuestro templo y ahí se define lo que somos, como ofrenda a los dioses todo es poco, esto también me lo enseñó mamá, papá me enseñó a hacer el fuego, a poner ordenadamente la leña, el diario, las tablitas, y ahí quedar absorto frente a la magia de la consumación, ¡hay que quemarlo todo! decía y creo que tiene razón, habría que quemarlo todo, quemarlo todo y empezar desde las cenizas, ¡no!, ¡mejor! tirar las cenizas y empezar desde la nada, nuestro problema debe ser que siempre empezamos de las cenizas, hay muchas cenizas y eso ahoga cualquier fuego. Nosotros siempre lo compartimos todo, al fin y al cabo eso es ser una familia. Compartir y estar para el otro, ser un soporte común, comer juntos. Familia que come unida se mantiene unida, decía mi abuela. Y el fuego, siempre el fuego, el fuego y el olor a la carne que se cocina. Tengo siete años y sus manos me rodean, me suben y me bajan, me acarician, me hace cosquillas, siempre jugamos, me encanta jugar, yo lo pido, es una idiotez pensar que alguien como yo no puede pedir algo como esto, sus manos me recorren, no, sus uñas, ahí entiendo lo que es el placer, una especie de cosquilla generalizada, un espasmo como aprendí más tarde que se decía, ambos inclinamos la cabeza hacia atrás y silencio, 2 siempre hay que estar en silencio, son juegos para hacer en silencio, y en el silencio yo estallo, me abro, me pierdo, desaparezco, ahora entiendo que esto fue lo que siempre me gustó, desaparecer, ver sin ser visto, estar tranquilo en mi silencio, como una especie de muerte, el silencio y el calor como una tira de asado en la parrilla, mirando las brasas desde arriba, derritiéndome sobre ellas, transformándome, es el rojo que me transforma. Las uñas de mamá son diferentes, nunca me dejaron marcas, ella tiene uñas rojas y labios rojos, a mí me encanta el rojo, por eso siempre lo busco por todos lados, el rojo del hilito de sangre que cae de un trozo de carne fresco, el rojo de un auto a toda velocidad, el rojo del vino, el rojo de las brasas. El rojo más lindo es el de la sangre, nunca se puede reproducir, me mira con una risa burlona dice –soy único- ese rojo es mi vida, ese rojo es lo que soy. Cuando abrimos un cuerpo lo que vemos que sale es el rojo, el rojo de la sangre que se deslizar hacia el exterior, siempre quiso salir, estaba del otro lado esperando que alguien le abriera la puerta, el rojo sale y desnuda a ese otro rojo, el rojo de la carne. Introducir un cuchillo en la carne, ejercer presión, sentir como cede bajo la punta como se abre y muestra lo que es. Una raza de asesinos sólo se puede alegrar en el asesinato. En la transformación brutal, en la caída de todas las máscaras, el cuchillo da sinceridad, ¡extrema sinceridad!. 3 La primera vez que me pegó no me asusté por el dolor o la sensación de que algo se había roto, me asusté por ese rojo que salía de mí, me quedé en el piso, tirado y miraba ese charco rojo que de a poco se iba formando cerca de mí, ese charco soy yo, ese rojo soy yo, ¡sale de mí!, mucho más rojo salió después, ¡cuánto!, creo que me volví un adicto al rojo, a mí rojo, pero mi rojo está en todas partes… una vez le pedí me enterrara las uñas, sus uñas rojas para que ellas sacaran mi rojo afuera, ¡éxtasis!. No todavía no, hay que aguantar, hay que contener la respiración y esperar, esperar el momento justo de soltar, pero no, aún no, ¡no!, así… de a poco, sólo yendo hasta el límite se puede saber lo que hay del otro lado, pero en este mundo de putos cagones nadie se anima a ir hasta el límite, todos viven en la seguridad de sus propios meaderos, entendí desde chiquito, tenía que llegar al límite, a todos, por eso hago lo que hago, soy un perfeccionista y un esteta por supuesto. Las cosas no hay que hacerlas bien, tienen que ser perfectas. Como con los hijos, como con mis hijos, fue perfecto, desde el principio. Tengo 10 años y me decidí a ser grande, junto los juguetes que tengo y camino hacia el parrillero del fondo y mientras prendo cuidadosamente el fuego observo que nadie me mire, estas ceremonias, las que importan, son secretas. Mártir es alguien que muere sobre el fuego, ¡los ponían en parrillas!, pongo todos mis juguetes sobre la parrilla y cuidadosamente a medida que aparecen voy corriendo las brasas, ellos se derriten pero no, es algo de mí que cae, que se desliza y se junta con el calor de la 4 brasa, que al calor se transforma en humo negro y que se disuelve, se integra a todo lo que es, detrás de mi cara de niño inconsciente y travieso hay un conocimiento profundo, yo sé cómo son las cosas y cómo deben ser. …cuando ardió Drury Lane, a comienzos de este siglo, el hundimiento del techo provocó el fingido suicidio del Apolo protector que dominaba el edificio desde el punto más elevado. El dios estaba inmóvil, lira en mano, mirando las ruinas de fuego que tan rápidamente se acercaban. De pronto cedieron las vigas que lo sostenían; durante un instante la estatua se alzó en una convulsiva exhalación de llamas; luego, como en un impulso desesperado, la deidad protectora pareció no caer sino arrojarse al diluvio de fuego, pues se desplomó de cabeza dando en todo la impresión de un acto voluntario. ¿Qué ocurrió entonces? De los puentes sobre el río y los demás espacios abiertos desde donde se veía el espectáculo se levantó un gran grito de compasión y asombro.1 El golpeteo constante, uno y otro y otro y otro y otro y otro y sigue y más, siempre más, y a uno le parece que no va a aguantar, que algo se va a romper, y de repente el gemido que se escapa entre los dientes. Parece que uno se va a romper, pero no, uno siempre aguanta. Es un pequeño pedazo de carne, en comparación una nada, y uno insiste, insiste y quiere que este ahí, un pequeño pedazo de carne y la nada, una ilusión de intimidad, una intimidad de algunos centímetros, un roce, un roce de carnes, ¡carnes que quieren ser la misma carne! pero que 5 no llegan a nada, uno queda fuera, siempre fuera y cerrado, sin más posibilidad que unas células saltarinas se adentren en la nada que es el otro, en la oscuridad que supone ese agujero que el otro es, uno no entra, uno nunca entra, todo es ilusión, menos la carne. Como es natural, quienes vieron el aire surcado de estos vórtices flagrantes adivinaron que en Liverpool había ocurrido un desastre gigantesco y lo lamentaron. Sin embargo, tal sentimiento de compasión no suprimió en el público la admiración más rendida (y ni siquiera moderó sus exclamaciones) ante la tormenta que el fuego cargaba de muchos colores mientras se precipitaba, en alas del huracán, a través de las abiertas profundidades del aire y las negras nubes del cielo.2 Todos cierran los ojos, siempre cierran los ojos, por qué carajo se cierran los ojos, es como un reflejo condicionado, cerrar los ojos y chupar, besar, lamer, cerrar los ojos para ser poético, porque el amor es poético, entonces hay que cerrar los ojos, la poesía siempre es de ojos cerrados, yo quiero una poesía de ojos abiertos, de venas y tripas, de pedazos de carne que salen por la boca, de sangre en los ojos, de gritos y aullidos, no hay más que dolor y muerte, somos una raza asesina, nuestra poesía debe ser igual. Quiero verte con los ojos bien abiertos, quiero verte coger con los ojos abiertos, quiero verte matar con los ojos abiertos, sufrir con los ojos bien abiertos, y tal vez ahí, en el silencio 6 de tus ojos abiertos pueda descubrir algo, algo de lo que me pasa, una luz azul, fría… Él es chiquito, mi chiquito, yo estoy encima, con una mano se tapa, se la quito, lo abro más, no quiero que nadie nos moleste, él está quieto, ya lo aceptó, me pongo encima, entro y salgo, al principio con dificultad pero pronto es otra cosa, sí, es otra cosa, se desarmó la barrera y lo único que queda es apertura, puedo entrar y salir sin problema, la leve presión que me rodea es una invitación a más, a ir más adentro, más abajo, hasta el fondo, los suaves quejidos y los ojos en blanco, de un costado y del otro, por todos lados, por arriba y por abajo, él está ahora encima de mí, y se mueve como un profesional, la violencia lo único que hace es descubrir nuestra alma, y él tiene alma de esto, como en el subibaja, así, me gusta así, todos se ríen como si fueran estúpidos, nos miran y no entienden el acto de amor, sólo un padre puede amar como yo, sólo un hijo puede amar como él, nunca se ha entendido el amor. Mi madre y mi padre me enseñaron todo sobre el amor. TODO. El amor no es más que comer carne, y dejarse comer. Mamá me fue preparando, me llevó desde chiquito a observar a una mujer que ama, y ¡cómo ama! Las ceremonias que importan siempre son secretas, ambos me llevan de la mano hasta su cuarto, él me saca la remera, el pantalón, el calzoncillo, con su mano fuerte, firme, me acaricia la piel, la espalda, ella me besa en la boca, el cuello, dirige mi mano a lo húmedo, él a lo firme, yo lo veo todo y consiento, yo quiero, y ahí después de decirlo estoy 7 entre ellos recibiendo, dando, nos fundimos, es una reconcepción, una reconcepción frenética y ancestral, soy yo quien los une, soy yo quien hace que sean lo que son, somos un bamboleo, un golpeteo y una furia, somos el amor más puro y primitivo, el amor de la vida consigo misma. Dale, vos podés, vos podés aguantar esto y mucho más, se siente tan bien, tan bien ahí, bien apretadito, sí mi bebé, ahí está, un poco más, sí, dale, eso… vos podés, es lo que querés, lo que siempre quisiste,… sí papá, sí mamá, tienen razón. Al fin y al cabo somos la misma carne. Festejamos con un asado, es tan nuestro festejar con un asado. Tal es, justamente, el tratamiento que se aplica a los asesinatos. Una vez pagado el tributo de dolor a quienes han perecido y, en todo caso, cuando el tiempo ha sosegado las pasiones personales, es inevitable examinar y apreciar aspectos escénicos de los distintos crímenes. Se los compara un asesinato con otro; se cotejan y valoran las circunstancias… el poder enorme que en un instante hace suyo cualquiera que logre abjurar de todos los frenos de la conciencia, si al mismo tiempo no siente ningún temor.3 Yo me transformé en el mejor asador, en un esteta de la parrilla porque no es ir por el mundo así nomás, hay que tener método, las bestias devoran sin sentido, sin orden y sin belleza. Nosotros somos carniceros, pero refinados. Las bestias devoran, nosotros comemos. 8 El peso de un martillo de 25 quilos que cae sobre un cráneo desprevenido, el hueso se rompe como papel de arroz, uno percibe el débil crac en la manos, no en el oído es en las propias manos donde se siente la destrucción y la muerte, algo tan duro que por arte de mi magia se abre y me ofrece todo su misterio, el misterio de lo que está dentro, esa baba gris rosada, una gelatina que se extiende por todos lados, que me salpica la cara, la boca, tiene gusto dulce, dulce y metálico, nunca había sentido el gusto de los sesos hasta ahora, hubiera jurado… ellos me miraron desprevenidos, sabían lo que iba a pasar, siempre se sabe, y yo martillé una y otra y otra vez, y todo salto, como una piñata que se abre y te llena de regalos, ellos eran mi regalo, el charco de sangre, el ruido, los cracks, y la carne roja, ahí, servida para el mejor de los banquetes. Bastaba, sin embargo, que su víctima volviera en sí un instante y estaría perdido, por lo que su práctica usual, a modo de consumación, era degollarla. Todos los asesinatos que cometió en esta oportunidad se ajustaron al mismo tipo invariable: primero fracturó el cráneo de sus víctimas, poniéndose a salvo de cualquier represalia inmediata; luego, para mantener lo ocurrido en eterno silencio, les cortó la garganta.4 Mi semilla en mi semilla, el momento en que el chorro blanco sale despedido, fuerte y directo al centro, a ese centro que soy yo, de algún modo, mi hijo, mi hija, mi mujer, mi madre, mis padres me enseñaron a amar, amar, besar, penetrar… y yo a mis nenes, al fruto de mis entrañas. Yo me la meto en la boca, 9 él se la mete en la boca, con él siempre fuimos muy literales, supongo que es una cuestión más masculina, con ella, ¡ah con ella! poéticos, tirados en el piso del baño y empapados de sudor, ella me ofrece su tesoro, quien los va a cuidar más que su propio padre, al fin y al cabo somos la misma carne… y un besito siempre al final, él lo pedía y ella también, me lo pedían siempre en todo momento, y la cara de felicidad, ¡quién se puede negar a que un hijo esté feliz!, cómo se movía arriba mío, sus caderas, mis manos que la agarran de la cintura y la dejan firme para mi cabalgata, el también participa, al fin y al cabo somos la misma carne. El poder es desnudar a otro y tenerlo a tu merced, es pasarle la mano por donde él no quiere y lograr que quiera, lograr que te pida esa caricia que no es más que un golpe frío, seco y sucio… no hay más que poder, somos poder, hay que tener la valentía de asumirlo y de andar con los ojos bien abiertos y en blanco. El poder es comerte toda la carne, tu carne, la carne, lo que somos, carne sobre el fuego. Tres son los placeres que me vuelven loco, el olor de la carne que se asa sobre las brasas, el deslizarse de un cuchillo sobre mi piel y lustrar mis botas. Papá me enseñó a lustrar las botas, yo me pasaba horas y horas dedicado a mis botas. Primero se pasa la pomada con un paño suave, uno tiene que asegurarse de cubrir toda la superficie, de que la capa sea la misma, de que quede totalmente recubierta, encerrada en ese cofre de untuosidad y aroma, la belleza asfixia, como la pomada, una capa 10 y otra capa y otra, hay que esperar que se seque, que penetre, que se hunda buscando la piel, que impida el contacto, es una máscara, una máscara de pulcritud, horas sentado observando y esperando el momento justo, el momento donde se puede pasar el cuchillo, el momento del contacto con la piel, sentir como se desliza sobre mi nuca, aún hoy cuando voy al peluquero es el momento que espero, el momento en que la navaja se desliza por mi nuca, y siento como mi piel le ofrece resistencia, como ese deslizamiento no es fácil, siento el frío del acero sobre mi piel y me acuerdo de la piel de él, suave, blanca, bien blanca y ¡su olor!, el olor de mi hijo, de mi hija, de ustedes, siempre reconozco al otro por el olor, soy un cazador, botas, cuchillo y un pedazo de carne en mi mano, un pedazo de carne que chorrea sangre y que está sometido a mi voluntad, que me pide que haga lo que quiera con él, que me invita a cortarlo, a trozarlo, a dejarlo a mi gusto y prepararlo como mi manjar, mi manjar prohibido y pecaminoso. No sé porque se horrorizan, hice lo que tenía que hacer, cumplí mi voluntad, y todos estuvieron de acuerdo, ellos estuvieron de acuerdo. Hoy todo está demasiado frío, frío y seco, pero yo tengo mis recuerdos, mis imágenes, los olores, el tacto y por supuesto la carne. No soy una bestia, eso tal vez tranquilice a alguno, es muy fácil tirar la pelota para adelante y condenar, horrorizarse, vomitar siempre alivia la conciencia, y uno se queda contento en su sillón de todas las tardes viendo como el mundo se convierte en una jauría de lobos, como se persiguen a dentelladas, como los pedazos vuelan y la sangre chorrea, están sentados pensando que la sangre no llega y la tienen al cuello, 11 están sentados pensando que son inocentes y en sus manos no hay más que sangre, en su cara y en sus bocas no hay más que sangre, todos somos bestias, bestias con mala conciencia, lobos que juegan a ser corderos, que se esconden debajo de unos postizos raídos, agujereados, sin color, todos olemos a sangre y no hay perfume que nos quite de encima el olor de nuestros crímenes, yo me animé a vivirlos con los ojos abiertos, con los ojos abiertos y la frente en alto, y hago fiesta y ostentación de mis crímenes porque no me queda más que muerte para ofrecer, muerte y placer, el placer de mi carne en mi carne, el placer de la unión más perfecta, el amor total. Yo no soy una bestia, soy un hombre, valiente y decidido. Hay que saber cortar, elegir los cortes cuidadosamente, hay que saber armar el fuego, distribuir la brasa, cuidar los tiempos de cocción, respetar el gusto de los comensales, complacerlos a todos y comer, comer disfrutando cada bocado, comer hasta que no quede nada, comerlo todo. Soy Cronos, soy Tántalo, soy Atreo, soy Tiestes, soy una Medea con pito, Medea al fin… por complacer a los Dioses todos devoramos a nuestros hijos, ¡buen provecho! 1 Los intertextos pertenecen a Thomas de Quincey, “Del asesinato considerado como una de las bellas artes” de quien se respetan los derechos de autor. 2 Ídem anterior. 3 Ídem anterior. 4 Ídem anterior. 12