Tema 11

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Tema 11: El Neoclasicismo
Con la revolución francesa termina el antiguo régimen y se inicia el predominio de las clases medias, de la
burguesía. La revolución se considera una ruptura total con lo anterior, y esto abarcará también a lo artístico:
el barroco y el rococó (un apéndice del barroco).
Se considera un estilo degradante, de mal gusto, y por eso se busca ahora un estilo que resalte la percepción y
la armonía. Hay dos caminos para buscarlo: uno es crear algo original, nuevo (que, lógicamente, es mucho
más complicado y difícil) y el otro es buscar en épocas anteriores un estilo que armonice con las aspiraciones
del nuevo régimen (que comienza con la revolución francesa). Este estilo es, sin duda, para ellos la época
clásica, que está favorecida, porque se están haciendo excavaciones en Pompeya y Herculano, dos ciudades
romanas que fueron cubiertas por las cenizas y la lava del volcán El Vesubio, y que muestran el esplendor de
la civilización romana.
Además, los historiadores de la época escriben sobre la antigüedad clásica, exaltándola y admirándola. Y todo
esto tiene el apoyo de las academias de bellas artes, que buscando un arte de buen gusto, establecen cánones,
reglas por las que se tienen que regir los artistas, ya fuesen arquitectos, pintores o escultores. Va a condicionar
la obra de arte, porque pone trabas a los artistas, dando lugar a obras que, muchas veces, adolecen de
espontaneidad, resultando excesivamente frías.
En arquitectura vuelve de nuevo todo lo clásico: de Grecia la columna (especialmente la dórica, aunque
también la jónica y la corintia), los entablamentos, los frontones...; De Roma la concepción del espacio,
monumentos romanos...; Y del renacimiento la cúpula, que sigue siendo un elemento imprescindible. Son
muy frecuentes los edificios con frontones típicamente griegos, que recuerdan a los templos griegos; arcos de
triunfo que recuerdan la obra romana como, por ejemplo, El Arco de la Estrella en París o La Puerta de
Brandemburgo en Berlín, La Puerta de Alcalá en Madrid (realizada por un arquitecto italiano que vino a
España a trabajar. Considerada como un arco de triunfo)... También está La Puerta del Jardín Botánico de
Villanueva, donde vemos líneas horizontales y verticales, volviendo a la sobriedad de la columna (sobre todo
la dórica); Iglesias que parecen templos romanos como La Magdalena en París...
En España, Carlos III emprende una labor urbanística, tratando de embellecer la capital con grandes avenidas
donde destaquen los edificios más importantes, pero a la vez, que no se limite solamente a una reforma
urbana, sino que se construyan edificios de utilidad científica. Todo esto lo entiende perfectamente un
arquitecto: Juan de Villanueva, autor del Jardín Botánico, del Museo de Ciencias Naturales (hoy en día
convertido en pinacoteca, El Museo del Prado, una obra donde se intentan hacer grandes instancias, con
grandes bóvedas de cañón para tener luz, predominando la sobriedad) y también del Observatorio
Astronómico, un edificio de planta cuadrada y con una gran bóveda en el centro rematada por un templete
decorado con columnas clásicas.
En escultura, Francia va ha hacer lo mismo que en arquitectura y pintura, convirtiéndose en el centro del arte:
le ha quitado el centro a Italia. Trata de imitar a la escultura clásica, un arte contenido, sin gran movimiento,
sin expresar emociones, de superficies lisas, muy pulidas, muy acabadas... porque creen que con esto están
captando el espíritu clásico: no representa calidades de telas ni piel como sucedía en el barroco, y volvemos a
un arte frío, inexpresivo, que dice muy poco. Aquí destaca la figura de Antonio Cánova, que representa
esculturas con un sabor clásico (Venus, Marte...) y representa a Paulina Bonaparte (hermana de Napoleón)
como Venus (recostada, con una visión frontal y lateral, toda la superficie − tanto el cuerpo como el colchón
− está muy pulido, muy acabado, y con tantos detalles resulta un poco inexpresiva).
En pintura destaca la figura de un pintor francés: David. Ahora hay en la pintura un predominio del dibujo
frente al color, al tener pocas referencias en la antigüedad de la pintura (sobre todo de la griega) y las
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composiciones suelen ser muy cuidadas, muy estudiadas, siguiendo las normas de las academias.
En la primera época, David pinta, sobre todo, cuadros mitológicos: El Juramento de los Horacios, donde ha
habido una deshonra de una de las jóvenes que están en la imagen − llorando − y los horacios se están
comprometiendo. Es una composición muy equilibrada, guardando una estructura de tipo geométrico, con
colores muy cuidados (ni excesivamente cálidos, ni excesivamente fuertes). También pinta La Muerte de
Sócrates, donde sigue el mundo clásico y podemos ver a Sócrates sentado y rodeado por los discípulos,
cuando va a emprender la muerte, y parece que está en un momento dramático. Otro cuadro suyo son Las
Sabinas, pero cuando se produce la revolución francesa, se convierte en el cronista de estos acontecimientos:
El Juramento del Juego de Pelota, la Muerte de Marat (un revolucionario francés, asesinado en su propia
bañera, donde en el cuadro se ve que saca media cuerpo)... Más tarde, será también el pintor de Napoleón,
perdiendo un poco la frialdad de la época revolucionaria, haciendo que su pintura se convierta en algo más
espectacular: la pintura es muy barroca, lo representa con mucho movimiento gracias a la luz, la cola y la crin
del caballo, la capa de Napoleón... También pinta La Consagración de Napoleón, el momento en el cual se
convierte en emperador de Europa: es un cuadro muy colorista, muy exagerado (todo lo contrario de lo que
había sido hasta entonces su pintura).
Goya
Es el pintor que en el siglo XVIII, en España, destaca de la mediocridad existente en unos momentos de
decadencia (no solamente política, sino también económica y social y, por supuesto, artística), la figura de
Goya brilla con un esplendor inusitado: no solamente porque él sea un excepcional pintor, sino que cuando
parecía que el camino de la pintura está agotado, él abre numerosísimos caminos. Y, sin embargo, no
podemos decir que Goya naciese pintor, ya que se va haciendo poco a poco, tanto que si él hubiera muerto a
los 42 años (porque tuvo una enfermedad gravísima) no hubiera pasado de ser simplemente un buen pintor.
Nace en un pueblo de Zaragoza. El padre era maestro dorador. Estudió pintura en un taller de pintura del
Maestro Luján. Con diecisiete años se presenta a las becas que otorgaban la Real Academia de San Fernando
y no se la concedieron. Vuelve a intentarlo y vuelve a fracasar. Y como es un hombre muy apasionado y
temperamental, decide marcharse por su cuenta y, cuando vuelve, le encargan que pinten El Coro de la
Basílica del Pilar que, por supuesto, todavía no muestra capacidades de pintor: ni en la composición, ni el
color, ni la forma de mover los personajes tiene soltura...
Gracias a su cuñado Francisco Bayeu puede trasladarse a Madrid y entra en la Fabrica de Tapices de Santa
Bárbara para pintar los cartones que luego se llevan al tapiz. Con estos cartones, Goya aprende a pintar, es una
magnífica escuela. Si se compara el primer cartón que hace (La Caza del Jabalí, una obra muy torpe en la
composición, en la distribución del color, en la manera de mover al animal, a los cazadores...) con, por
ejemplo, El Quitasol, se ve claramente cómo ha evolucionado para bien la pintura de Goya. También tiene
más tapices: La Gallinita Ciega (majos y majas están jugando al juego de la gallinita ciega, donde vemos al
majo que se ha tapado los ojos, con un ambiente agradable, todos jugueteando... Tiene tonos amarillos y
blancos, una composición estudiada...), El Cacharrero, Las Cuatro Estaciones: La Era (El verano), La Florera
(La Primavera), La Vendimia (El Otoño) y La Nevada (Invierno)... En todos estos tapices, Goya más que
neoclásico, es rococó, ya que los temas son amables, los tonos suaves (tonos pasteles: rosa, amarillo, blanco,
celeste...), la atmósfera dorada y agradable... Todo muy rococó.
Goya vive en plena época neoclásica pero le cuesta mucho trabajo adaptarse a las normas de la academia (su
temperamento apasionado se veía confrontado con las normas de cómo pintar). Es un gran observador, con
una fina ironía que sirve para salvar esos cuadros que hace bajo las directrices de la academia, salvándolo de
la frialdad como, por ejemplo, en La Boda: es una obra muy elaborada, muy acabada (siguiendo las normas
de la academia) pero flotando con esa ironía y crítica social. En este cuadro lo que se está viendo es a un
individuo gordo, feísimo... pero (por su aspecto) muy rico, que va a casarse con una joven (que la presenta
guapa) y se ve que hay una compra−venta con mucho dinero de por medio.
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Sobre los años 80 va a emprender La Pintura de la Basílica del Pilar en colaboración con su cuñado Francisco
Bayeu, pero al final él se marcha a Madrid y lo deja tirado por peleas que tuvieron entre ellos. Y en Madrid
intenta una pintura religiosa para San Francisco el Grande, pero este tipo de pintura religiosa (pomposa,
exagerada, espectacular, grandilocuente... muy propio de la iglesia, que lo que le gusta es que vean lo
poderosísima que es) no le va en absoluto a Goya. Sin embargo, ponía mucho interés (él quería hacer algo
realmente importante) pero no le sale, aun no ha encontrado el camino de su pintura. Y sin darse cuenta, lo
está encontrando sin él proponérselo, y son los retratos, que le van a dar fama y encumbrar.
Tiene un carácter apasionado, gran conversador (le encantaba hablar), simpático, socarrón... que lo mismo
trataba con gente humildísima que con la de más alto abolengo. Va a conocer a la Duquesa de Osuna y a la
Duquesa de Alba, y son las que le introducen en la aristocracia madrileña. Y empieza a hacer retratos de esta
aristocracia, retratos en donde (como buen retratista) no solamente es el físico, sino también el interior. Y,
además, es un pintor que se involucra con el retratado.
Por este tiempo, entra también como pintor del rey Carlos III, al que retrata (al igual que Carlos IV y su
esposa). Y cuando todo le sonríe, cuando es admirado y agasajado por todo el mundo, es cuando se pone
enfermo y está a punto de morir durante varios meses. Logra salvarse, pero le queda una terrible secuela: La
sordera.
A partir de su enfermedad, como le falta el oído, agudiza la vista, y a través de ella ahonda en el ser humano y
en la sociedad que le rodea. Algo que estaba dormido, y que quizás no hubiera surgido nunca si no hubiera
tenido la enfermedad, es la imaginación que aparece en él. Ahora es capaz de ver lo que hay en el ser humano
de ignorancia, de soberbia, de envidia, de superstición, etc. Esta imaginación la lleva la pintura y a sus
grabados, empezando la serie de Los Caprichos, una crítica durísima de la sociedad de su tiempo, con escenas
de alucinaciones y monstruosidades. Ahora empieza a utilizar mucho el tema de brujería, y las tonalidades de
los tapices, de colores cálidos, de temas agradables y frívolos, se pierden, y los colores se apagan.
Poco a poco vuelve a la actividad; se había retraído durante mucho tiempo, no quería nada con nadie, y ahora
va a volver a la normalidad, siguiendo con sus series de retratos: dos de La Duquesa de Alba, una con
cinturón, y otra con mantilla; el retrato de una actriz (un trabajo muy mal visto por aquellas épocas), La
Tirana, una mujer bien plantada, segura de sí misma; retratos de intelectuales, con los que mantiene unas
buenas relaciones: Moratín, Jovellanos, Meléndez Valdés, Saavedra, etc.
Es en estos momentos cuando le mandan hacer Los Frescos de la Capilla de San Antonio de la Florida, donde
representa el milagro del santo, que resucita a un cadáver. Sin embargo, parece una pintura de género, porque
hay niños trepando por una barandilla y majas asomadas a ella, utilizando una pincelada muy suelta y rápida,
y a veces hay también rostros que parecen caricaturas. Ya está mostrando su nueva faceta de pintor.
Está haciendo también bocetos para pintar los Cuadros de la Familia Real, la familia de Carlos IV. Es una
crónica de lo que él está viviendo. En esta pintura, con esa agudeza que le caracteriza, nos muestra un régimen
que está muriendo: el absolutismo monárquico. La figura de Carlos IV es abotagada, rechoncha, hablándonos
de decadencia, así como los personajes que le rodean, porque parecen arpías, con una maldad extraordinaria.
Nos muestra también el retrato de la época: la monarquía absolutista está a punto de desaparecer.
Él sigue retratando a gente de la nobleza: La Condesa de Chinchón, un pueblo de Madrid, es un cuadro
delicioso, porque la condesa era una mujer muy poco atractiva, y, sin embargo, él la envuelve en una
atmósfera dorada. Esta mujer se casó con Godoy, y fue muy desgraciada, porque no fue ella quien eligió a su
marido, ya que en aquella época no eran las mujeres las que elegían a sus maridos. Goya conocía a la condesa
desde que ella era pequeña, y por eso siente una especial ternura hacia ella, porque a él no le gustaba Godoy.
Goya no se mostraba impasible ante sus retratados, y en este cuadro se nota que quiere a la mujer como a una
hija, porque sabe que es desgraciada y lo seguirá siendo.
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Retrata también a La Reina Mª Luisa, con la que no conecta nada en absoluto, por lo que siempre la muestra
como una mujer realmente fea (pero no representa la fealdad en sí, sino su verdadero carácter). Tiene el
retrato de una dama guapísima, Isabel de Cobos. Pinta también a caballeros, como el Conde Fernán Núñez,
con un fondo muy velazqueño (al que él admira), dorado y con las montañas al fondo; otro es El Conde de
San Adrián, cuyo retrato parece una pintura inglesa por las botas altas, por debajo de las rodillas. Está pintado
como un caballero inglés.
Cuando vuelve a estar sano y recuperado, todo le parece bien. Ha presentado Los Caprichos, esos grabados
que había hecho y que tuvo que retirar rápidamente, porque la gente se escandalizó, ya que eran visiones
monstruosas, y lo denunciaron a la Inquisición, que tomó parte en el asunto porque en el siglo XVIII, la
Inquisición tenía todavía un poder enorme. Gracias al apoyo del rey (ya que Goya era pintor de la familia
real), a la democracia y a que el propio Goya lo mandó retirar rápidamente, no le pasó nada, ni lo llevaron a
juicio.
De pronto, otro gran acontecimiento, aunque esta vez no es personal, sino colectivo: la invasión napoleónica y
la Guerra de la Independencia. Goya tiene ya 62 años; podía haberse retirado y permanecer al margen y, sin
embargo, no lo hace, porque se siente implicado en estos sucesos. Se va a convertir en el cronista de esta etapa
en la historia de España. Se le acusó durante mucho tiempo de afrancesado, porque estuvo a las órdenes de
José Bonaparte, el rey que nombró Napoleón. Pero lo único que hizo fue adaptarse a las circunstancias, ya que
él era pintor del rey, y si el rey era sustituido por José Bonaparte, podía seguir siendo su pintor, porque da lo
mismo qué rey se siente en el trono. Al igual que fue también pintor de Carlos III y luego de Carlos IV, ahora
lo es de José Bonaparte.
Goya, en Los Desastres de la Guerra, y en numerosas pinturas sobre la guerra, la describe no como se había
hecho hasta entonces (un enfrentamiento entre caballeros, casi), sino con la crueldad y la capacidad de hacer
el mal que tiene el ser humano: robos, saqueos, fusilamientos, torturas... Todo lo que tiene de atroz la guerra,
él lo va narrando a través de su pintura, que se hace mucho más triste. Es la época de sus Pinturas Negras, y
las escenas de brujería son las más comunes, como El Aquelarre, El Macho Cabrío (representación del
demonio) y La Iniciación.
El Coloso es un cuadro que pinta antes de la Guerra de la Independencia, y parece que es una especie de
premonición de la catástrofe que se está cerniendo sobre España. Representa a una figura gigantesca que
parece una amenaza inminente, ya que está entrando en un poblado y llenando de pánico a sus habitantes.
Se retrae en su finca, La Quinta del Sordo, quedando solo y totalmente aislado. Las cosas le van mal, por una
parte debido a las atrocidades de las que está siendo testigo, y por otro debido a su aislamiento. Es aquí donde
hace estas pinturas negras, donde predominan los tonos ocres, negros... Convirtiéndolo todo en una pura
caricatura.
Cuando ya por fin termina la Guerra de la Independencia y llega Fernando VII, vuelve de nuevo a la Corte,
pero entre él y Fernando VII no hay buena química. Le manda que haga dos cuadros que conmemoren estos
acontecimientos: La Carga de los Mamelucos (una guardia) y Los Fusilamientos de La Moncloa o Los
Fusilamientos del 2 de Mayo. En los dos cuadros nos muestra como protagonista al pueblo, a gente anónima,
no a grandes personajes, grandes generales, grandes aristócratas, o a la realeza, sino al pueblo. No sabemos
nombres ni nada, porque se está dando cuenta de que el pueblo, como soberano, va atener mucha importancia.
Está anunciando lo que será el futuro de Europa.
Pintará a Fernando VII, y sigue retratando, aunque ya no con tanta actividad, a su nieto, Marianito, y a su
sobrino Víctor. Pero cada vez se va recluyendo más en su finca. Allí hace otros grabados, esta vez sobre la
tauromaquia, porque se trata de captar el movimiento y la luz.
Pinta La Hija de la Celestina, Saturno Devorando a sus Hijos, La Oración en el Huerto y La Última Comunión
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de San José de Calasanz. No llevándose bien con el rey, le pide permiso para marcharse a Burdeos, donde
pintará una de sus últimas obras, La Lechera de Burdeos, con una pincelada muy pequeña y muy corta. Es
aquí en Burdeos donde muere a los 82 u 84 años. Al igual que Velázquez, no deja discípulos que le sucedan.
Significado de la pintura de Goya
Goya comienza a pintar en pleno neoclásico, pero si comparamos la pintura de Goya con su contemporáneo
David, es completamente distinta: su pintura es más espontánea, más colorista... porque, por su carácter
independiente, se salta las normas de la academia. Realmente, la pintura de Goya enlaza más con el rococó
(como vemos en los cartones para tapices) por el tema amable, sensual, los colores cálidos, la atmósfera que
lo envuelve... Es totalmente rococó.
Sin embargo, su pintura evoluciona, y a España llegan los ecos de la revolución francesa, haciéndose su
pintura más realista, más tensa debido, entre otras cosa también, a su enfermedad. Este realismo y tensión lo
podemos ver, por ejemplo, en La Tirana o en El Retrato de la Familia de Carlos IV (también de un realismo
descarnado). Y esta tensión que se vive en la pintura de Goya está anunciando lo que será el romanticismo.
El realismo llega a veces a una denuncia social como, por ejemplo, en El Obrero Herido y nos está acercando
a lo que será el realismo (posterior al romanticismo, cincuenta años después). Él admira profundamente a
Rembrandt, sobre todo en el tratamiento de la luz, atenuando o fortaleciendo las formas y que es el principio
básico del impresionismo, pero también anuncia el expresionismo (que es llevar el realismo hasta los
extremos, deformando la realidad y convirtiéndola en caricatura como, por ejemplo, en las Escenas de
Brujas, en El Entierro de la Sardina...).
Es también el precursor del surrealismo, con las visiones fantasmales, alucinantes, del mundo de los sueños...
representado en Los Caprichos, por ejemplo. Es también pintor de historia, cronista magnífico de toda su
época: El Retrato de la Familia de Carlos IV representa el desmoronamiento de la monarquía absoluta, en Los
Desastres de la Guerra escribe la desolación de una invasión, de una guerra... Y, además, se dan cuenta por
primera vez en la historia del papel protagonista que va a tener el pueblo en un futuro (de una manera festiva
algunas veces, como en El Entierro de la Sardina, o trágica, como en La Carga de los Mamelucos o en Los
Fusilamientos de la Moncloa del 2 de Mayo...).
Es un magnífico retratista que tuvo más de quinientos retratos, que no tienen la impasibilidad de los del norte
de Europa o, por ejemplo, la simpatía, la cordialidad, el amor de Velázquez que Goya explica en el retrato. Él
ama u odia, pero rara vez permanece indiferente. Goya tiene una especial predilección por las mujeres y por
los niños, que se ve perfectamente.
Técnicamente, sufre también una evolución: pasa de una pincela más cuidada (en los tapices) y poco a poco
va acelerándola: en La Maja Desnuda se recrea con el pincel una pincelada muy cuidada y, sin embargo, en
La Maja Vestida la pincelada es rápida, desenfadada, muy impresionista. Y esta pincelada rápida es necesaria
cuando tiene que captar esas imágenes que le vienen a la mente y que hay que apresarlas rápidamente. Incluso
se ayuda con las manos, pintando con los dedos en vez de con el pincel. A veces su rapidez es tanta, que no
prepara convenientemente los lienzos (se ve, sobre todo, en los retratos: cuando son amigos, lo hace en una
sola sesión, porque no es amigo en absoluto de correcciones. Lo pintado, pintado está).
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