Franco Miano-oyente intervención al Sínodo de Obispos Estoy agradecido al santo Padre por esta eccepcional oportunidad de tomar parte al Sínodo de Obispos como oyente y por Sus palabras del 11 de octubre pasado ya sea en la Celebración de la mañana por el inicio del Año de la Fe ya sea a la noche a conclusión de la marcha de antorchas por los cincuenta años de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II. En la homilía del 7 de octubre pasado, el santo Padre ha afirmado: “La Iglesia existe para evangelizar. Fieles al comando del Señor Jesucristo, sus discípulos han ido por el mundo entero para anunciar la Buena Noticia, fundando por todos lados las comunidades cristianas”. 1. En este sentido los laicos son llamados a participar a toda la misión de la Iglesia, “en la parte que les toca, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo” (Lumen Gentium 31). El mensaje conciliar coloca así la vocación de los laicos en una luz particularmente significativa que expresa un sentido vivo de la corresponsabilidad en la Iglesia local y en la Iglesia universal capaz de superar perspectivas de simples colaboraciones funcionales. Una vocación que se conforma al orden del ser antes que del hacer. El descubrimiento-redescubrimiento de esta vocación, en el sentido profundo de la participación de los laicos a la entera misión de la Iglesia, aparece uno de las tareas fundamentales que la nueva evangelización tiene delante a si misma. De aquí la necesidad de operar, a travez de las más diversas formas de compromiso educativo, para recuperar, para todos, en primer plano la dimensión vocacional de la vida, la promoción de una cultura vocacional que sepa ser al mismo tiempo cultura de la responsabilidad como respuesta a la pregunta del Señor para mí, a su llamado para la mia vida, y al llamado de los hermanos y al mismo tiempo cultura de las finalidades, capacidad de tender a las cosas que cuentan. Se trata de un compromiso decisivo a nivel antropológico y moral, pero se trata también de crecer cada uno en la capacidad de testimonio que deriva del vivir plenamente la propia vocación. El testimonio directo y vivido por auténticas vocaciones laicales, así como de auténticas vocaciones al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada, el testimonio de esposos cristianos y padres felices, de presbíteros contentos del propio ministerio, de religiosos capaces de alegría, el contacto con personas que cumplen elecciones verdaderas y profundas es aquello que más puede poner la pregunta sobre la propia vocación. 2. La búsqueda de la propia vocación tiene necesidad por lo tanto de un contexto relacional adecuado. La nueva evangelización exige nuevas capacidades de relación y de relaciones, rostros que se dejan interpelar de otros rostros, piés que tienen deseos de caminar, manos que estrechan otras manos, un corazón abierto, una mente vigilante y activa, tiene necesidad de personas que quieran salir de si mismos, personas que advierten el irresistible deseo de compartir el gran don recibido, el don del encuentro con el Señor. Necesita personas que saben contar, con la propia vida, las maravillas de Dios. La nueva evangelización tiene necesidad de vínculos buenos, de vínculos de vida buena, bella, verdadera. Es así entonces que la dimensión intrínsicamente comunitaria de la vida de la Iglesia, que tiene su fundamento en el grande don de la comunión, hoy pide de ser siempre más valorizada a fines de un renovado anuncio del Evangelio a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo. Es así entonces que, si bien con la conciencia de la pluralidad de vías y y de recorridos de los cuales es riquísima nuestra vida eclesiale, no podemos no pensar a la parroquia, lugar en el cual se encuentran nuestras casas, habitan nuestras familias, se entrelazan las primeras relaciones. La parroquia permanece también hoy la fuente del pueblo del cual hablaba Juan XXIII, imagen retomada por Juan Pablo II en la Christifideles laici 27, iglesia puesta en medio a las casas de los hombres, signo e instrumento de la vocación de todos a la comunión. 3. En la vida de la parroquia y al servicio de ésta y, aún antes al servicio de la diócesis y del Obispo, la Acción Católica puede representar “una singular forma de ministerialidad laical” en la cual se activan y se desarrollan adecuadas dinámicas de relación en sentido eclesial, en la cual cada uno aprende a entender que el grande don de la fe y todos los dones recibidos tienen un destino comunitario. No podemos, es decir, acoger un don con la pretensión de tenerlo para nosotros, sino que debemos ofrecerlo a la vida de la comunidad, de la sociedad, del mundo: la bella noticia que hemos tenido, y de la cual hemos llegado a ser responsables, va comunicada y va puesta a disposición de los otros. De esta actitud es característica la elección de la Acción Católica, cuya vocación propia está en el ponerse al servicio del conjunto, en el ser laicado asociado diocesano, en el poder ser laboratorio concreto para la nueva evangelización en la realidad de las iglesias particulares, en torno al Obispo, dando perspectivas y actuación a los orientamientos pastorales. La Acción Católica ha visto redefinida su identidad durante el Concilio EcuménicoVaticano II con las cuatro notas descriptas en Apostolica Actuositatem 20 - y luego retomadas en Christifideles laici 31. Nos sentimos entre aquellos laicos que “pueden ser también llamados en diversos modos a colaborar más inmediatamente con el apostolado de la Jerarquía - como se lee en Lumen Gentium 33 - a semejanza de aquellos hombres y mujeres que ayudaban al apóstol Pablo en la evangelización, empeñándose mucho por el Señor (cfr. Fil 4,3; Rm 16,3 ss)”: a la luz de este exigente patrimonio de vida de la Iglesia que siempre se renueva en el seguir a Cristo, ofrecemos nuestra disponibilidad a los pastores de nuestras Iglesias particulares en nombre de los tantos fieles laicos que esperan propuestas formativas exigentes, relaciones personales intensas que el ser asociación ayuda a cultivar. En particular pedimos a nuestros obispos y sacerdotes que puedan caminar con nosotros ayudándonos a poner al centro de la formación el primado de lo espiritual, la vía y la meta de la santidad, sobre el trazado de tantos santos y beatos compañeros en el camino que la iglesia nos dona ( pienso al beato Giuseppe Toniolo para hacer sólo la última referencia) una formación que haga de cada uno testigo y apóstol en los contextos de la propia vida, madurando dones y competencias, una formación que haga capaces de dialogar con las culturas, de expresar la fe con la vida y con las palabras: jóvenes adultos niños familias, enseñantes estudiantes profesionales, trabajadores de la tierra, artistas, operadores de la comunicación...., todos incluídos y protagonistas, todos corresponsables en la evangelización y en la nueva evangelización para favorecer en las personas que cotidianamente encontramos “un nuevo encuentro con el Señor, que sólo llena de significado profundo e di paz nuestra existencia; para favorecer el redescubrimieto de la fe, fuente de Gracia que trae alegría y esperanza en la vida personal, familiar y social”(Benedicto XVI, Homilía 7.10.12)