Cuando nada se puede hacer, lo mejor es descansar. por Bel Cesar - [email protected] Traducción de Teresa - [email protected] La primera vez que oí a Lama Gangchen decirnos esta frase, estábamos ante una situación aparentemente “sin salida”. Él, entonces, calmamente nos dijo: “No saber qué hacer es como estar perdido, por la noche, en un bosque oscuro. Lo mejor, entonces, es encontrar un lugar seguro, encima de un árbol, y dormir hasta el nacer del sol. Cuando no se puede hacer nada lo mejor es descansar, sin olvidar que el sol nace siempre todos los días”. Existen momentos cuando tenemos que rendirnos ante nuestras expectativas y deseos, pues sabemos intuitivamente que no podemos evaluar lo que venga a suceder. Cuando estamos ante situaciones en las cuales no tenemos condiciones de prever nuestro próximo paso, finalmente tenemos que aprender a decir “Ahora, yo no sé”. Paradójicamente, cuando reconocemos que no sabemos, es cuando empezamos a abrirnos para una actitud totalmente nueva. Admitir no saber es el primer paso para sentir un gran alivio. Marcia Mattos escribe muy bien en su El libro de las Actitudes Astrológicamente Correctas sobre la necesidad de que adoptemos una actitud de entrega auténtica: “Sabemos que, en algunos casos, están en juego fuerzas tan poderosas que sólo podemos rendirnos a ellas, y esta sujeción o contrariedad a los designios del ‘Yo’ es lo que puede parecer aterradora. Lo más indicado ante tal realidad es converger, comulgar con ella, jamás combatirla. Saberse parte de un gran todo y no renunciar a esta condición, operar de acuerdo con este todo, pulsando con él, como un feto dentro de una gran barriga cósmica, me parece la mejor actitud. En vez de derrotados, debemos sentirnos incluidos”. Cuando la vida pierde la fluidez, no sirve de nada apresurarla. Sería como intentar acelerar una música sin ritmo. Parar en esos momentos no significa perder el tiempo, sino actuar de modo eficaz para observar mejor la naturaleza de la situación sin la influencia de nuestra ansiedad. Solamente cuando dejamos de alimentar nuestra ansiedad, empezamos a soltarnos. Para desconectarme de la ansiedad, procuro vagar: “andar por ahí”, ¡con la mente y/o con el cuerpo! Inicialmente, hago algo que permita a mis pensamientos vagar sin un destino cierto: dejo a mi mente en ese estado algo sonso, pues sé que no trae beneficio analizarlos cuando estoy inquieta. A medida que me calmo, reconozco cuánto estaba contaminada por la ansiedad interna. ¡Mal percibía lo que sucedía a mi alrededor! Como un modo de recuperar la percepción del mundo externo, escucho música, miro el noticiario de la TV, asisto a una película o me doy un baño perfumado… Procuro hacer algo que no me exija esfuerzo ni concentración, es decir, que sea tan sencillo cuanto mi mente sea capaz de asimilar. De esta forma, me vacío y siento que gradualmente disminuye la ansiedad. En ese momento, algunas veces, siento tocar los límites entre la calma y la melancolía. Noto, entonces, que es hora de parar de contemplar y volver a la acción. Otras veces, aprovecho la calma conquistada para meditar. Frente a la ansiedad, sólo podemos relajarnos, pero ante la calma ¡ya podemos meditar! Sin duda, este es un gran paso: cuando recuperamos las riendas del mundo interior, podemos volver a escoger para dónde queremos llevarnos. Sin embargo, en los momentos en que nuestra mente se encuentra sin saber para dónde ir, es preciso saber continuar siendo y, si sabemos seguir los consejos de Lama Gangchen, entregarnos ¡y aprovechar para descansar!