La Iglesia Cátólica y el Segundo Imperio Mexicano

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LA IGLESIA CATÓLICA Y EL SEGUNDO IMPERIO MEXICANO .1
-Antecedentes y principios de un entendimiento imposibleManuel Olimón Nolasco
Academia Mexicana de la Historia
Academia Hispanoamericana de Ciencias, Artes y Letras.
1.- Ambiente previo a la llegada a México de Maximiliano.
La distancia de ciento cincuenta años que la historia nos pone delante, permite acercarnos a esa
etapa breve pero intensa del pasado mexicano—el imperio presidido por Fernando Maximiliano de
Habsburgo--con ánimo sereno y abierto, a fin de comprender más que juzgar decisiones humanas y
trazos de posibles líneas estructurales puestas sobre el tiempo y el espacio de entonces.
A fin de tener un ámbito adecuado de comprensión, la temática relacionada con la Iglesia católica
ha de situarse por una parte como asunto de carácter internacional y por otra en el contexto de la
fluctuante situación mexicana durante las cuatro décadas de independencia. La percepción de
desorden interno estaba difundida dentro y fuera del país y, desde luego, en las cortes europeas.
Estaba claro también, sobre todo en los círculos vaticanos, la dilación que había acompañado los
distintos intentos de entablar un concordato con el Estado independiente y que la legislación liberal
que se había implantado a partir de 1854 no había respetado la condición de nación católica
expresada en la constitución de 1824 ni la práctica dentro del derecho internacional de concordar
los temas en cuestión con la Santa Sede y no intentarlo sólo con el episcopado nacional, como fue
la postura de los gobiernos del incipiente liberalismo de Estado. 2
1 Conferencia presentada en el ciclo de primavera 2014: Esplendor y ocaso del Segundo Imperio Mexicano,
Centro de Estudios de Historia de México CARSO, Ciudad de México, 9 de abril de 2014.
2 Esta temática la traté con amplitud en mi libro: El incipiente liberalismo de Estado en México,
Porrúa/Comisión Nacional de Derechos Humanos, México 2009.
El asunto, pues, de la monarquía y de la estabilidad deseada en México estuvieron unidos, en la
mente del Papa Pío IX y los organismos centrales de la Iglesia, a la realización de acuerdos bajo la
forma de un concordato, modelo de tratado internacional usual para normar las relaciones entre la
Santa Sede y los Estados modernos posteriores a la etapa napoleónica. En un concordato se
zanjarían, como de hecho se zanjaron no sin pacientes negociaciones, tanto con Estados europeos
como hispanoamericanos, los contenciosos relativos a la propiedad eclesiástica, la congrua
sustentación del clero, los asuntos “mixtos” (por ejemplo, el estado civil de las personas, la
educación, la tolerancia religiosa) y algunas cuestiones más particulares del país como con
probabilidad la de las misiones con indígenas.
Desde Roma se veía la posibilidad de éxito de una monarquía católica tal vez a la manera de la que
estaba vigente en Brasil, que podría traer la paz y el orden también en el ámbito religioso.
Coyunturalmente, en México estaba presente el partido conservador que mostraba congruencia en
cuanto a su teoría política similar a la de la restauración europea que funcionó en la práctica por lo
menos entre 1815 y 1848. Su gobierno logró controlar buena parte del territorio, obtener victorias
militares de importancia y tenía simpatía a los proyectos monárquicos. Además, los planes de
Napoleón III, que sostenía militarmente la reducida soberanía papal en la península italiana y
ambicionaba una ampliación imperialista de su influencia sobre América, África y Asia, podrían tener
una acción favorable por medio de una intervención que no tuviera que prolongarse mucho tiempo.
Por último, el desarrollo de la Guerra Civil en Estados Unidos, cuyos resultados no se veían claros en
1863 y parecía que se contaba con la simpatía de los sureños de la Confederación, hacía que se
previera como posibilidad más o menos real que esa nación se mantendría ajena a intentar que los
europeos estuvieran fuera del continente con el pretexto de la “doctrina Monroe”: “América para
los americanos,” cuya más adecuada lectura es en el idioma inglés: “America for the americans.”
No es difícil comprender, pues, que el tema “la Iglesia católica y el Segundo Imperio” es complejo
en sus perfiles y requiere una metodología diversificada para estudiarse. Por ello he puesto en
apretada síntesis las coordenadas generales del contexto y me voy a restringir en esta ocasión a
abordar el seguimiento noticioso y reflexivo que hizo la revista Civiltà Cattolica, editada por los
jesuitas romanos y que ha gozado de la reputación de ser vocero oficioso de la Santa Sede, al paso
de los acontecimientos que marcaron los antecedentes del Imperio y su primera etapa que va del
ofrecimiento de la corona en Miramar en septiembre de 1863 al fracaso de la misión del Nuncio
Meglia en diciembre de 1864.3
Sin suponer que bastantes líneas teóricas y los acontecimientos aquí mencionados son de
conocimiento general, procuraré no repetir lo que puede conocerse por otras fuentes y que he
tratado también en otras publicaciones a las cuales me remito.4 Privilegiaré más bien en estas
páginas el seguimiento de una línea de opinión que expresa, a veces con fuerte adjetivación e incluso
ironía, lo que en los círculos vaticanos se reflejaba con más interés o preocupación.
En pocas palabras, en estas páginas me acerco a la manera como fueron vistos y juzgados desde el
Vaticano, a partir de una manera de pensar arraigada en una teoría de la historia y la política y del
papel de la Iglesia en ellas, los acontecimientos relacionados con la preparación, la llegada a México
y las primeras decisiones de Maximiliano.
2.- Decisiones de los jefes franceses que condicionan la política eclesiástica del emperador.
En su número fechado el 8 de octubre de 1863, la Civiltà anunció la llegada al puerto francés de
Saint-Nazaire el 28 de septiembre de la diputación mexicana que ofrecía el trono al archiduque
Fernando Maximiliano de Austria así como el deseo de ésta de saludar al emperador Napoleón III
antes de dirigirse a Miramar y la imposibilidad de que se cumpliera por “razones de tiempo.” No
obstante—leemos—:“[…] Quizá además de la razón del tiempo está la razón de Estado, pues así se
evitaba encontrarse en el caso de tener que ofrecer o rechazar promesas o garantías que pudieran
causar dificultad a otros planes.”5 También desearon entrevistarse en Viena con el emperador
3 A propósito de esta revista como fuente para la historia de México escribí: Una revista católica europea y la
reforma mexicana, en: Brian Connaughton (coord.), Las fuentes eclesiásticas para la historia social de México,
UAM-Iztapalapa/Instituto Mora, México 1996.
4 Un lapso más amplio estudié teniendo como fuente principal los documentos colectivos del episcopado en
esa época en: La consolidación del liberalismo en México (1859-1867), Efemérides Mexicana (revista de la
Universidad Pontificia de México)8/23(1990), pp. 153-180. Los documentos episcopales los editamos con
notas y comentarios: Alfonso Alcalá/ Manuel Olimón, Episcopado y gobierno en México. Cartas colectivas del
episcopado mexicano (1859-1875), UPM/Ediciones Paulinas, México 1985. En dos ocasiones he tocado el
tema del Segundo Imperio: El Padre Agustín Fischer y su misión en el Vaticano (1865-1866) ponencia dentro
del simposio “Relaciones Alemania-México en el Siglo XIX” en el Instituto de Investigaciones Históricas de la
UNAM, 11 de septiembre de 2006. El Papa Pío IX y Napoleón III. Nerviosismo político en Europa y México,
ponencia en el ciclo de conferencias “Hacia nuestros centenarios. Francia y México”, Centro de Estudios de
Historia de México Condumex, 25 de abril de 2007. (Estas dos ponencias están inéditas en cuanto impresos.
Pueden leerse en mi página electrónica: www.olimon.org.)
5 Serie V, vol. VIII, fasc. 326, 8 de octubre de 1863, p. 255. Como su nombre lo indica, Civiltà Cattolica está
escrita en italiano. En estas líneas doy mi propia traducción.
Francisco José. Sin embargo, únicamente el conde Rechberg, ministro de Estado, “[…] recibió en
audiencia sólo al presidente Gutiérrez de Estrada, deseando el emperador [de Austria]…que hasta
el final esto permaneciera como un trato particular de su augusto hermano.”6
En Miramar (Trieste) Maximiliano recibió a los mexicanos el 1° de octubre, quienes le dieron a
conocer el voto de la Asamblea de Notables a favor suyo. El archiduque agradeció la invitación, hizo
mención de “[…] la gloriosa iniciativa del emperador de los franceses que haría posible la
regeneración de vuestra patria” e indicó que su aceptación plena la haría después de que se realizara
un plebiscito entre los mexicanos.7
Mientras esto sucedía en el continente europeo, en México se realizó un cambio en la jefatura
suprema del Ejército Expedicionario Francés. El mariscal Forey regresó a Francia no sin detenerse
Washington y asumió el mando el mariscal Aquiles Bazaine. Éste, de acuerdo al conocimiento que
de su misión se tenía en Roma, llevaba instrucciones precisas de revertir el congelamiento de las
ventas de bienes eclesiásticos hecha por Forey a causa sobre todo de la opinión desfavorable que el
hecho causó en medios ingleses, franceses y estadounidenses. Además, apenas llegado, abrió un
espacio para el culto protestante, “[…] plantando en ese suelo el primer germen de la libertad de
cultos, que es uno de los dogmas de la civilización moderna.”8
Bazaine fue más adelante.
A pesar de que era acuerdo común que para la normalización del estatuto sobre los bienes
eclesiásticos se iba a esperar la llegada del emperador, el jefe francés desconoció la autoridad de la
regencia completa, presidida por Monseñor Pelagio Antonio Labastida, arzobispo de México a quien
acompañaban los generales Almonte y Salas. Bazaine presionó en noviembre de 1863 a estos dos
últimos a escribir a los tribunales locales en el sentido de que le dieran validez a los “pagarés” que
había puesto en circulación Benito Juárez. Al sobrevenir la protesta de Labastida, no sólo el mariscal
confirmó lo hecho, sino que “[…] dos obsequiosos cómplices de Bazaine, por órdenes suyas
6 Pp. 255s.
7 P. 266.
8 Serie V, vol. IX, fasc. 335, 16 de febrero de 1864, p. 637. Con este tema presenté una ponencia que se
publicó: Entre el “sí” y el “no”. La libertad de cultos en la primera etapa del México independiente, en: VV.AA.,
Del mundo hispánico a la consolidación de las naciones, Gobierno del estado de Tlaxcala/ Universidad
Iberoamericana/Centro de Estudios de Historia de México CARSO, México 2011, pp. 447-460. (Por un error
tipográfico, en esa publicación apareció el texto sin las notas a pie de página. El texto completo puede
consultarse en mi página electrónica: www.olimon.org).
respondieron [al arzobispo] que ‘Monseñor Labastida dejaba de ser miembro de la regencia.’”9 La
reflexión de los editores de la Civiltà es a la vez realista e irónica: “De este hecho pueden conjeturar
nuestros lectores qué ventajas puedan esperarse para la religión y la Iglesia de la intervención
francesa mientras ésta continúa a conducirse en forma despótica e injusta desde cualquier ángulo
como actuó el general [sic] Bazaine en asunto de tanta relevancia pues cuando se actúa mal resulta
casi imposible encontrar alguna reparación.”10
La protesta de Labastida fue contundente; escrita con la vehemencia que le caracterizaba. He aquí
el comentario de la revista después de citarla: “[…] La protesta de Monseñor Labastida, excluido
villanamente del Consejo de la Regencia…estaba fundada en tan buenas razones y ponía en
evidencia la iniquidad de los procedimientos ultrajantes y despóticos puestos en práctica contra el
arzobispo en daño de la Iglesia y al servicio de los protestantes y las sectas, que Bazaine temió su
fuerza y por ello, según se usa entre los liberales, prohibió su publicación.”11
La respuesta del mariscal al arzobispo contenía la insinuación de que esperaba “que su oposición
no disturbara para nada la marcha del gobierno.”12 Labastida, a propósito de esta insinuación
contestó con un amplio alegato jurídico acerca de las facultades del jefe francés para intervenir en
la composición de la regencia, asunto exclusivo de la autoridad de la Asamblea de Notables, que
concluyó con estas palabras: “[…] Usted me encontrará en toda ocasión dispuesto a defender lo que
sea justo y no seré jamás quien faltando a la prudencia, sostendrá cualquier acción contraria a las
verdaderas reglas de la justicia.”13
En el mes de diciembre regresaron al país los obispos que se encontraban exiliados en Europa. Casi
de inmediato, se reunieron con Labastida para estudiar la difícil situación en la que se encontraban
a causa de la actuación unilateral del comandante francés. Emitieron un solemne documento en el
que se hacía memoria de la postura manifestada por el episcopado desde 1859 a propósito de las
leyes emitidas por Juárez en Veracruz, se renovaba la invitación a poner el asunto en manos de la
Santa Sede y las censuras a los detentores de los bienes eclesiásticos. Encontrándose ausente
Bazaine de la capital, el barón Neigre, jefe militar de la ciudad de México, escribió al arzobispo una
misiva en la que consideraba, aunque indirectamente, “escritos incendiarios” las manifestaciones
9 P. 640.
10 Id., ib.
11 Vol. X, fasc. 337, 15 de marzo de 1864, p. 117.
12 P. 118.
13 P. 119.
episcopales y la postura contraria a las leyes vueltas a la vigencia sostenida por “un partido infame”
y pide, que “su voz evangélica” modere la situación. Sin “medias tintas”, Labastida respondió: “[…]
Resulta que nosotros, prelados mexicanos, nos encontramos de acuerdo a lo que usted dice, en la
alternativa o de desconocer nuestros escritos o de retractarlos. No podemos retractarnos, pues
hemos hablado con la verdad, solicitado con justicia, obrado con derecho y nos hemos sentido en
la cruel necesidad de hacerlo así.”14
Estas penosas circunstancias preveían que a la llegada de Maximiliano, éste se encontraría con
hechos consumados (faites accomplies), de difícil retroactividad.
La opinión editorial, aunque formulada a miles de kilómetros, no auguraba buenas cosas: “[…] ¿Es
de esperarse que la llegada allá del nuevo emperador reivindique las razones de la justicia
conculcada y la Iglesia atada de manos? El Mémorial diplomatique15 pretende que sí; la historia de
los pueblos beatificados por el derecho nuevo y los principios de [17]89,16 hace temer que no. En
todo caso, resta la justicia de Dios.”17 Con un dejo de amargura concluye, teniendo a la vista el
militarismo en ascenso, la suerte del nuevo rey Jorge de Grecia y en el telón de fondo la situación
italiana, aún en vilo: “Bajo estos auspicios surge el nuevo imperio [mexicano] que es todo obra de
la moderna diplomacia, del derecho nuevo y de la civilización moderna, a la manera del reino
helénico, donde se cambian los ministerios cada cuatro semanas y el rey no se puede hacer respetar
de una cincuentena de hombres vestidos de artilleros.”18
3.- Se formulan buenos augurios al “nuevo imperio mexicano.”
Un largo artículo de fondo, sin firma y que por consiguiente ha de ser valorado como opinión del
cuerpo directivo de la revista, publicado en dos partes, Il nuovo Impero del Messico e l’intervento
14 P. 126.
15 Boletín oficioso publicado en París especializado en noticias y documentos diplomáticos e internacionales
16 La alusión al derecho nuevo es constante en la fuente que utilizamos. Se trata de la legitimidad surgida de
la “voluntad popular” y del sufragio, contrapuesta a la legitimidad dinástica, sustentada en la tradición más
aceptada en el Vaticano y hasta cierto punto (pues se dieron excepciones) base del reacomodo europeo salido
del Congreso de Viena de 1815, de los regímenes de la restauración, efecto de tal reacomodo y de hecho la
base de la elección de la Asamblea de Notables mexicana a favor de Maximiliano, príncipe de la casa de
Habsburgo. Los principios del 89: los sostenidos por la revolución francesa y sus similares a partir de 1789.
17 P. 119.
18 P. 128. La alusión al “reino helénico” hace referencia a Jorge I de la dinastía Schleswig-Holstein, que asumió
el trono de Grecia como rey constitucional en 1863.
francese,19 hace un análisis cuidadoso, “con el que tratamos de aplicar a los hechos contemporáneos
los grandes principios de la justicia pública y del catolicismo”20 del comienzo del proyecto imperial
mexicano, es decir, lo enmarca dentro de la teoría política de la legitimidad dinástica, el derecho y
deber de los reyes de proteger al pueblo católico y la posibilidad moral de una intervención
extranjera en casos de especial gravedad.
La filosofía de fondo y la teoría política providencialista y legitimista, el uso positivo de conceptos
como “absolutismo”, “dependencia” o “sujeción” y el negativo de otros como “autogobierno”,
“sufragio” o sin mencionarlo expresamente, “democracia”, causa fuerte impresión en el lector de
2014, acostumbrado más bien a sostener lo contrario sin mucha reflexión, pero son los términos
precisos del análisis de la Civiltà Cattolica de 1864, año al final del cual el enfrentamiento ideológico
del “mundo moderno” y la concepción política de la Iglesia llegó a su cúspide con la emisión del
Syllabus omnium errorum, (Catálogo de todos los errores) del Papa Pío IX.21
Varias páginas están dedicadas al resumen de lo que el pueblo mexicano ha vivido a partir de la
independencia. En ellas se hace ver al lector que la búsqueda más auténtica, fallida en el plan del
Conde de Aranda en 1783 y en el plan de Iturbide de ofrecimiento de la corona de México a un
miembro de la dinastía Borbón, es la de una monarquía estable y, aunque no se afirma de modo
explícito, parece que se prefería el diseño de monarquía “absoluta.” Se hace hincapié también en
hechos que apuntan a la exportación del modelo “anglosajón” de Estados Unidos y su modelo de
república federal: “Con el establecimiento y la continuidad de la república federal, se le dio el triunfo
al partido de Estados Unidos, los cuales nada temían tanto como una monarquía mexicana, como
escribió el 28 de mayo de 1822 Chateaubriand, embajador de Francia en Londres al duque de
Montmorency, ministro de negocios extranjeros en París.”22 A modo de síntesis concluye: “[…] Tal
vez ninguna nación—leemos—ha sufrido lo que la mexicana de la inmensa desventura para la
sociedad civil de carecer de un Poder supremo, cierto, reconocido, incontrastable, frente al cual sea
19 Vol. X, fasc. 339, pp. 257-271, 23 de abril de 1863 y fasc. 340, 6 de mayo de 1863, pp. 385-399.
20 Fasc. 339, p. 257.
21 El 8 de diciembre de 1864 el Papa Pío IX firmó la encíclica Quanta cura, a la que se adicionó el Syllabus. El
capítulo VII de éste (nn. LVI-LXXIV) está dedicado a los “errores acerca de la moral natural y cristiana.” El
número LXXIII condena la siguiente expresión: “Negar la obediencia a los Príncipes legítimos y lo que es más,
rebelarse contra ellos, es cosa lícita.” Y el cap. X (nn. LXXVII-LXXX) contiene los “errores relativos al liberalismo
de nuestros días.” Cabe citar para la comprensión de la postura de la revista que nos sirve de fuente las
condenaciones contenidas en los nn. LXXVII y LXXX: “En esta nuestra edad no conviene ya que la religión
católica sea tenida como la única religión del Estado.” “El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y
transigir con el progreso, el liberalismo y con la moderna civilización.”
22 P. 262.
obligada la sujeción y casi imposible la rivalidad. La vana y soberbia presunción de no depender sino
de sí mismo, haciendo derivar todo poder y toda soberanía del propio sufragio…fue expiada por la
nación con calamidades inenarrables que si pueden parecerse en intensidad a las de otros pueblos,
no se encuentran en ninguno en cuanto a duración.”23
Una larga digresión conduce a mirar el caso de Francia y los efectos en ella del nuevo orden de
cosas después de la caída del reino de Luis Felipe de Orléans y la situación de Italia y el “estira y
afloja” entre revolución y restauración, “que ha llegado a ser la comidilla de las naciones y la burla
de sectarios impíos e insultantes que se disputan el privilegio de cauterizar las conciencias y de
llenarse sin medida las bolsas.”24
El paralelismo entre Italia y México toma también cuerpo a la hora de referirse a la acción de la
masonería en el camino político y social de esas naciones, pero observa con optimismo la diferencia
que comienza a vislumbrarse con la formación de una Asamblea de Notables mexicanos y el voto
favorable de ésta a la monarquía. El cuerpo editorial de la Civiltà va muy lejos al interpretar el
proyecto monárquico: “La Providencia no hizo a las naciones para que se gobernasen siempre por
sí mismas como pretenden los sostenedores del derecho nuevo, quienes por este medio llegan no a
gobernarlas sino a someterlas. Por ello la Providencia ha puesto por delante a los reyes como sus
ministri in bonum (ministros para su bien), y a ellos ha encomendado el oficio de protegerlos tanto
de las alteraciones internas como de las ambiciones extranjeras.”25
El documento de la Asamblea de Notables, citado con amplitud en la revista, termina aludiendo a
que con un régimen asentado con firmeza en un príncipe cristiano el pueblo espera “el día y la hora”
de superar “[…la]decadencia por cuya ruta ha caminado por más de cincuenta años.” 26 El artículo
que citamos apunta a tiempos mejores: “Gobernad a los pueblos de esta manera, es decir,
cristianamente y no dará temor el absolutismo, la dependencia será deseada y bendecida y dieciséis
millones de súbditos se mantendrán en la fe de un Príncipe extranjero y lejanísimo con sólo ocho
mil soldados; y puede ser que ni esos pocos harán falta.”27
23 Pp. 262s.
24 P. 263.
25 P. 265.
26 P. 269.
27 Ib.
4.- Visión optimista de la intervención.
La segunda parte de Il nuovo Impero del Messico parte de una crítica al “gran principio de no
intervención”, sostenido por el “derecho nuevo” y sus seguidores, pues “desde los últimos meses
de 1861 se escucharon las primeras voces favorables a intervenir en México de parte de Francia,
Inglaterra y España.”28 Y afirma de la francesa, tras el retiro de ingleses y españoles: “[…] Ésta es una
intervención bella y buena en la forma, según el antiguo significado de la palabra y tanto más
repugnante a la doctrina moderna cuanto que Francia tenía menos que las otras dos…títulos
suficientes
para mezclarse…Decimos
esto para elevar el
precio de
esta empresa
generosa…Nosotros, que no profesamos la doctrina de la ‘no intervención’, juzgamos que la ayuda
mutua, así como es muchas veces deber y siempre virtud entre los individuos, es entre los pueblos
acto de benevolencia internacional que entre cristianos puede adquirir el carácter de caridad; por
tanto no podemos hacer otra cosa que aplaudir a Francia, que por la salud de una tan digna nación
católica se comprometió en una guerra…
“Por estas razones ningún alma honesta y cristiana puede menospreciar por sí misma la expedición
a México…”29
La consideración de la intervención en México lleva a desearla con cierta expresión entusiasta
también en Italia: “[…] Si la política francesa, fiel a sus tradiciones caballerescas, desea extender su
mano que socorre a una nación oprimida, no parece que hubiera necesidad de buscarla más allá del
Atlántico…Tiene una—puede decirse—a las puertas, para cuya liberación tal vez ni siquiera se
necesita tomar las armas…”30
Después de esa digresión, debida sin duda a la creciente presión de las potencias europeas sobre
el sostenimiento de una custodia militar francesa en los territorios aún bajo la soberanía papal en
Italia, se hace referencia con cierta cautela al cambio de actitud, en forma “de actos violentos y
arbitrarios”31 hecha por el mariscal Bazaine en relación a las instrucciones sobre la cuestión
eclesiástica dadas por el ministro francés de asuntos exteriores, Drouyn de Louis al general Forey en
agosto de 1863. Se enumeran enseguida las acciones contrarias a la posición de la Santa Sede en
materia jurídica que Forey ha llevado a cabo aun después de la protesta de Monseñor Labastida y
del episcopado mexicano: “[…] La gran cuestión de la libertad de cultos en medio de un pueblo
28 Fasc. 340, p. 385.
29 Pp. 386. 387.
30 P. 387.
31 P. 390.
exclusivamente católico, de la que no existía ni el deseo ni siquiera la idea, fue zanjada por la espada
de Bazaine, al ordenar que se estableciera por la fuerza un servicio protestante en una sala del
colegio de San Ildefonso. La libertad de prensa, establecida como derecho de todos los mexicanos
se ha restringido y podemos decir que ha sido abolida por completo tratándose de los obispos,
quienes no podrán publicar nada por medio de la prensa sin el beneplácito previo de los
gobernadores civiles o los comandantes militares. Los eclesiásticos se resistían a ser sometidos a la
jurisdicción del foro laico y Bazaine con su misma rapidísima desenvoltura ordenó que se
sometieran…”32
El artículo narra los pormenores de los “hechos consumados” en relación con la autoridad de la
Asamblea de Notables y con los bienes eclesiásticos y hace ver la injusticia y la falta de congruencia
con las instrucciones originales dadas en nombre de Napoleón III al inicio de la intervención: “[…]
que se tuviesen por inicuos los actos de Juárez; que no se sustituyese por la acción de las armas lo
que libremente hubiese deseado la nación; que se dejase actuar a la Asamblea de Notables y en todo
se mantuviese la más severa imparcialidad.”33 Sin embargo, no es aventurado pensar que detrás de
esa manifestación pública se encontrara otra secreta entregada al mismo Forey o más tarde a
Bazaine en la que se hablara de una línea más inclinada a la postura liberal.
En los párrafos siguientes, la Civiltà critica con fuerza el uso equívoco de términos comunes de
parte de los liberales, común a los italianos, franceses y mexicanos (si bien estos últimos parecen
guardar silencio): “[…] En la Italia regenerada, cuando se dice libertad, respeto al derecho, exclusión
de privilegios, sostenimiento de la justicia y otras ‘palabronas’ (paroloni) puestas en boga para
acariciar los oídos, se debe entender lo que esté en gracia y favor del mismo pequeño partido que
se ha unido a sus protectores con el vínculo negativo del mismo odio a Cristo y a su Iglesia…Imaginar
que por este medio se pueda pacificar, constituir y regenerar a México es una ilusión digna de
compasión tal vez mayor para esa nación que para las de la vieja Europa.”34
Además de ese argumento, se citan algunos elementos del pensamiento político de la tradición
occidental: “[…] Aristóteles dejó dicho en su Política y lo repitió también Maquiavelo en sus
Discursos, que las instituciones han de conservarse con aquellos mismos principios en que tienen su
origen y restaurarlos a ellos. Si existe en el mundo una nación que nació católica y que debe al
32 P. 391.
33 P. 393. No es éste el único lugar donde se hace alusión a las instrucciones dadas en nombre de Napoleón
III al jefe del ejército expedicionario francés.
34 Ib.
catolicismo toda su prosperidad y grandeza, es ante todo la española americana, y dentro de ella de
manera particular la mexicana, cuya metrópoli era conocida como la ciudad santa del otro lado del
Océano.”35 Continúa sus consideraciones sobre el papel de la religión y de los bienes eclesiásticos,
pertenecientes éstos en último término a los pobres, en una nación próspera y con futuro y no deja
de tomar en cuenta los sacrificios que el pueblo francés hace en orden a esta empresa y los compara
con la aparente prosperidad, debida a la ambición, de Inglaterra. De modo velado, al mencionar a
esta nación, tiene en la mente a su hija americana, Estados Unidos, puesta al acecho de las jóvenes
naciones del continente. Al mismo tiempo, concede el beneficio de la duda en el caso de la
intervención en México, a principios tomados del “derecho nuevo”: el sufragio y la “voluntad
nacional”, enarbolados por la Francia de Napoleón III: “[…] Cuando la voluntad y el sufragio nacional
de Francia ha tenido efectos que responden a sus antiguas y naturales inclinaciones, los dos
primeros que se seguirán han de ser, sin error, la exaltación de la Iglesia católica y la humillación de
la soberbia Albión.”36
Finaliza el largo artículo con un augurio que, a pesar de los “signos de los tiempos” visibles por
todas partes, no se expresa con timidez: “[…] Tenemos plena confianza en que el emperador
Maximiliano I, puesto por la Providencia a la cabeza de una nación tan eminentemente católica,
querrá y sabrá restaurar en el nuevo mundo las tradiciones de gobierno cristiano que hoy parecen
casi universalmente desterradas del viejo. Él, vestigio precioso de la augusta casa de Habsburgo que
tiene en el piadoso y valeroso Rodolfo su más grande y caballeroso representante. La piadosa
solicitud que mostró al venir a Roma para orar sobre la tumba del Príncipe de los Apóstoles y recibir
la bendición de su sucesor han de ser prendas de la seguridad que tomará como norma de su
gobierno el orden inmortal de la Providencia.”37
Tal entusiasmo y apoyo moral al comienzo del imperio en México se vieron muy pronto
defraudados.
5.- Llegada del emperador.
El 28 de mayo de 1864 ancló en el puerto de Veracruz la fragata Novara, de la cual desembarcaron
Fernando Maximiliano y su consorte Carlota de Bélgica para tomar posesión de su nuevo encargo.
35 Pp. 393s.
36 P. 399. He invertido el orden de estas últimas citas a causa de su lógica interna.
37 P. 397.
Al poco tiempo iniciaron su marcha hacia la capital, deteniéndose por algunos días en Orizaba,
Puebla y Cholula. La Civiltà Cattolica, entrevera el relato del viaje con algunos fragmentos de los
discursos del emperador, cuya impronta liberal difícilmente podía ser desconocida. En ellos también
algún teólogo puntilloso olería el tufillo de más de una doctrina que habría de quedar condenada
en el Syllabus de diciembre del mismo año.
En Veracruz Maximiliano dijo: “[…] La confianza de la que estamos animados tanto vosotros como
yo, estará coronada de espléndidos resultados si permanecemos siempre unidos en defender con
vigor los grandes principios que son los únicos fundamentos verdaderos y duraderos de los Estados
modernos: el de la justicia inviolable, la igualdad ante la ley, el camino abierto a cada uno para
cualquier carrera o posición social, la completa y bien entendida libertad de las personas que toma
sobre sí la protección del individuo y de la propiedad; el desarrollo de la riqueza nacional; el
mejoramiento de la agricultura, de la minería y de la industria, el establecimiento de vías de
comunicación para un comercio amplio y, finalmente, el campo abierto a la inteligencia en todas
sus relaciones con el interés público.
“Las bendiciones del cielo, y con ellas el progreso y la libertad no se vendrán a menos si todos los
partidos, dejándose guiar por un gobierno fuerte y leal, se unen para lograr las metas indicadas y si
continuamos siempre animados del sentimiento religioso, carácter distintivo de nuestra hermosa
patria aun en los tiempos más infelices.”38
En Puebla, después de asistir al Te Deum en la catedral, al recibir el homenaje de las autoridades
locales expresó: “[…] Por medio de instituciones verdaderamente libres, con una justicia severa y
protegiendo las personas y los bienes de todos, nuestro gobierno preparará en México el camino
del verdadero progreso que conduce a la prosperidad y a la verdadera grandeza.”39
En el texto que tenemos a la vista se pasa revista apretadamente de las primeras disposiciones de
Maximiliano, tendientes a la organización administrativa del Estado, a la corrección de la economía
y a la conformación del ejército. También se dan noticias acerca de los hechos de armas entre los
franceses y los republicanos quienes, a pesar de la amnistía que casi al borde de la llegada del
emperador había concedido la comandancia francesa, continuaban beligerantes y hacían prever que
38 Vol. XII, fasc. 353, 18 de noviembre de 1864, p. 632.
39 Ib.
sólo por medio de acciones drásticas podría llegarse a la tan esperada pacificación y control del
territorio.
Muy pronto, sin embargo, la “cuestión eclesiástica” pasaría al primer plano de interés.
6.- Maximiliano y su sanción a las leyes liberales.
El número de la Civiltà fechado el 11 de marzo de 186540 da cuenta pormenorizada y editorializa
de acuerdo a los principios sostenidos por Pío IX, los pasos que Maximiliano dio en cuanto a los
asuntos relacionados con la situación de la Iglesia católica en el imperio: “[…] Graves cosas
sucedieron de noviembre [de 1864] a la fecha en México, ciertamente no felices para la Iglesia, pero
que podrían resultar funestísimas al nuevo imperio allá fundado por Napoleón III y hacer [más]
pesada la corona sobre la cabeza de Maximiliano I, misma que él manifestó no desear a no ser que
fuera bendecida por el vicario de Jesucristo y para restaurar en aquellas regiones no sólo el orden
civil, sino la benéfica influencia de la Iglesia católica…Los acontecimientos que desde el pasado
diciembre sucedieron en aquel nuevo imperio, hacían presentir que si no eran muy agradables bajo
la mirada política, tampoco eran infundados los temores que del lado religioso se estaban
manifestando los efectos del derecho nuevo y de la civilización moderna…41
“Pero estábamos muy lejos de presumir que se llegara tan lejos como a pretender que la Santa
Iglesia aprobara explícitamente, dado que se hacía bajo divisas imperiales, lo que había reprobado
cuando procedió de la violencia republicana.”42
Siguiendo el curo de las noticias mexicanas, el emperador realizó un amplio recorrido por las
regiones del país aseguradas por las tropas francesas y mostró signos de benevolencia hacia los
encarcelados por motivos políticos así como para los oficiales que habían pertenecido al ejército
republicano. A propósito de estas acciones, se deslizó una crítica basada en lo acontecido durante
su gobierno en la región austriaca de Lombardía y Venecia: “[…] El mismo Maximiliano puede saber
de qué valieron su benignidad y sus procedimientos liberales para vencer las artimañas de los
masones que actuaban desde Piemonte.”43
40 Serie VI, vol. 1, fasc. 360.
41 Hemos hecho referencia en la nota n. 22 al Syllabus, promulgado el 8 de diciembre de 1864 en el que se
declara la incompatibilidad del Sumo Pontífice “con el progreso, el liberalismo y la moderna civilización.”
42 Fasc. 360, p. 751.
43 P. 753.
Al acercarse el fin de 1864 se recibieron noticias, quizá esperadas, acerca de la política religiosa
que seguiría el imperio, colocada bajo las bases que no podían sino preocupar a Roma. (Cito
conforme al texto de la Civiltà): “1° Tolerancia de todos los cultos que no se opusieran a la ley civil.
2° Sanción definitiva y formal de la secularización (o sea del latrocinio) de los bienes eclesiásticos.
3° Dotación al clero por parte del Estado. 4° Facultad reservada al gobierno de otorgar el estado civil
en el tiempo y la amplitud que los juzgue conveniente. Además…el gobierno mexicano anunció que
reivindicaría los antiguos derechos de regalía de la corona de España sobre el clero, es decir la
investidura de los prelados, la supremacía (haute main) sobre los asuntos temporales, la regulación
de las tasas eclesiásticas y la limitación del número de cofradías y órdenes religiosas.”44 Casi al
mismo tiempo llegó la noticia, por medio del Mémorial diplomatique parisino de que el nuncio
apostólico había llegado a México carente de instrucciones para actuar. 45
El comentario es amplio y responde tanto a las acciones del emperador como al rumor que se
difundió en círculos de decisión europeos a través del periódico oficioso francés:
“[…] Primeramente, lo que se decidió unilateralmente podría haberse presentado al Papa para ser
negociado como se hacía en ese tiempo con otros Estados modernos de cuño liberal: “¿No eran
propuestas que podían presentarse con honor, como pactos de justa concordia, de Maximiliano I al
Papa?”46
La carencia de instrucciones del nuncio fue más bien el pretexto que puso el emperador para
adelantar sus decisiones y no esperar la negociación de un concordato. El Mémorial—y a partir de
él casi toda la historiografía sobre el imperio—le dio contenido a esa especie, que quedó colgada de
su prestigio como medio de difusión serio y oficioso: “[…] con la ingenuidad de sus pares [dice la
revista romana] exclamó: ‘¡Imagínese quien pueda el desconcierto (désappointment) del emperador
Maximiliano cuando supo que Monseñor Meglia no tenía los poderes necesarios o no se creía
suficientemente autorizado para concluir el concordato esperado con tanta impaciencia!’”47
El emperador, basado en lo anterior, anunció de modo unilateral en carta al ministro Pedro
Escudero y Echánove su determinación.
44 P. 756.
45 Cf. Ib.
46 Ib.
47 Ib.
En primer lugar, expresó que a fin de que “[…] se redujeran las dificultades sobre las leyes llamadas
de Reforma,” y se encontrara “la calma de los espíritus y la tranquilidad de las
conciencias…satisfaciendo las justas exigencias del país…nos habíamos ocupado, mientras
estuvimos en Roma, de abrir negociaciones con el Santo Padre, como cabeza universal de la Iglesia
católica. El nuncio llegó a México y para nuestra gran sorpresa declaró estar privado de instrucciones
para negociar y debía esperarlas de Roma.” Por consiguiente, “dado lo escabroso de la
situación…que no admite dilación, le encargamos ordenar de inmediato medidas que habrán de
tener por efecto: Que se ejerza justicia sin mirar la calidad de las personas. Que los intereses
legítimos creados por las citadas leyes de reforma queden garantizados sin prejuicio de las
disposiciones que hayan de tomarse para remediar injusticias y excesos a los que estas leyes hayan
dado lugar. Que se provea el mantenimiento del culto y la protección de los intereses sagrados
puestos bajo la salvaguarda de la religión…Que los sacramentos se administren y las demás
funciones del ministerio eclesiástico se ejerzan en todo el imperio gratuitamente y sin gravamen de
la población.
“A tales efectos, usted nos propondrá ante todo un plan para la revisión de las operaciones de
desamortización de los bienes eclesiásticos. Este plan deberá tener por base la ratificación de las
operaciones legítimas, realizadas sin fraude y en conformidad a las leyes que han decretado la
abolición de la ‘mano muerta’ y hecho pasar aquellos bienes al dominio de la nación.”
Y concluía: “Usted se orientará de acuerdo a los más amplios y liberales principios de tolerancia
religiosa sin perder de vista que la religión del Estado es la religión católica, apostólica y romana.”48
Salta a la vista que la carta al ministro Escudero no fue improvisada. También queda claro que por
amplias que fueran las facultades del nuncio, éste tendría que obtener el “placet” definitivo del
Papa, después que los elementos bilaterales se pusieran sobre la mesa. Además, el sustento
ideológico de la postura mexicana difícilmente podría aceptarse a causa de su evidente distancia
con la comprensión vigente en Roma. De hecho--aunque queda fuera del ámbito del presente
texto—anoto que conforme la suerte del imperio mexicano fue haciéndose menos halagüeña, el
gobierno de Maximiliano intentó negociar el concordato por medio de varios proyectos. 49
48 Pp. 756s.
49 Este tema está tratado ampliamente en: José Raúl Soto Vázquez, Proyectos de concordato entre la Santa
Sede y el Segundo Imperio, Pontificia Universidad Lateranense, Roma 1971
El Mémorial diplomatique, después de citar la carta de Maximiliano, comentó que “[…] se trata, en
cierto modo, de la consagración oficial de las propuestas del emperador al representante del Santo
Padre y esperando que éste hubiera pedido o haya ido a pedir nuevas instrucciones para concluir el
concordato--del que el nuevo soberano de México creía haber preparado las bases y obtenido la
promesa [¿de aceptarlas?] en su viaje a Roma, después de partir de Miramar--los asuntos religiosos
se regirán en México solamente por un estatuto orgánico de acuerdo a las órdenes contenidas en
la carta imperial del 27 de diciembre.”50
La Civiltà comentó que, de acuerdo a lo expresado por Maximiliano, la Iglesia estará dependiendo
de un “estatuto orgánico” como el que en su tiempo emitió Napoleón I y, desde luego, que el citado
estatuto no contradiría las leyes liberales promulgadas durante la república en materia religiosa sino
que las sancionaría.
A propósito de “las insinuaciones mentirosas del Mémorial”, la publicación romana reproduce una
carta de Pío IX a Maximiliano fechada el 18 de octubre de 1863, cuyo carácter original era el
confidencial, en la cual el Papa expone con claridad su pensamiento: “[…] Con certeza—expresa la
Civiltà Cattolica--Maximiliano ya la había recibido, leído y podido meditar, cuando escribió…a su
‘querido Escudero’.”51
El pontífice comienza su misiva recordando la visita que el ahora emperador le hizo en el mes de
abril, el tema de los sufrimientos del pueblo mexicano, las lesiones hechas a la Iglesia y los daños
que todo eso ha traído “al ministerio pastoral y la disciplina eclesiástica.” Le da a conocer su alegría
y satisfacción, así como la de los prelados mexicanos a causa de la “institución de un nuevo imperio
que apuntaba a una aurora de paz y prosperidad a la Iglesia en México; alegría que se acrecentó
cuando estuvimos seguros de que a aquel trono era llamado un príncipe de estirpe católica que
tantas pruebas ha dado de su piedad católica…Los prelados mexicanos…tuvieron la suerte de ser los
primeros en rendir un sincero homenaje al soberano electo y de escuchar de sus labios las
declaraciones más lisonjeras de la voluntad de reparar los daños hechos a la Iglesia y de reorganizar
los elementos desordenados de la administración civil y eclesiástica.”52
Con frases nítidas, el Papa expone su preocupación: “Día a día esperábamos con felices auspicios
conocer los primeros actos del nuevo imperio en la convicción de que una pronta y debida
50 P. 757.
51 Ib.
52 P. 758.
reparación se daría a la Iglesia, tan impíamente ultrajada por la revolución, sea mediante la
revocación de las leyes que la habían reducido al estado de opresión y esclavitud o con la
promulgación de otras que sirvieran para suspender los efectos desastrosos de una administración
impía.”53
Apela a su “rectitud de intención y a su espíritu católico” así como “a la fe y piedad que resplandece
en su augusta familia” y lo exhorta: “¡Ponga manos a la obra y haciendo a un lado todo respeto y
con la guía de la sana prudencia y del sentido cristiano, seque las lágrimas de una parte tan
importante de la familia católica y prepárese así a recibir la bendición del Príncipe de los Pastores,
Jesucristo!”54
Anuncia también el envío del nuncio y su “doble encargo”: “[…] pedir en nuestro nombre a Vuestra
Majestad la revocación de las funestas leyes que desde hace tanto tiempo dificultan [la vida] de la
Iglesia y de disponer, con la cooperación de los obispos y, en donde sea necesario, con nuestra
autoridad apostólica, el deseado reordenamiento de los asuntos eclesiásticos.”55
Indica enseguida sus deseos, exponiéndolos en línea de “máximos”, como el campo completo para
negociar, de modo que “[…] se quiten todos los vínculos que hasta aquí han mantenido a la Iglesia
bajo la dependencia y el arbitrio del gobierno civil. Si el religioso edificio se restablece sobre tales
bases…Vuestra Majestad responderá a una de las más grandes necesidades y aspiraciones del
religioso pueblo mexicano, calmará nuestras preocupaciones y las del ilustre episcopado, abrirá el
camino a la educación de un clero docto y celoso así como a la reforma de sus súbditos; pondrá un
ejemplo luminoso a los otros gobiernos de las repúblicas americanas donde la Iglesia ha tenido que
sufrir más o menos tales tristísimas situaciones; en fin, sin duda ayudará a la consolidación de su
trono y a la gloria y prosperidad de su familia imperial.”56
Recomienda por último al nuncio apostólico y su misión, insiste en “la confianza de ver plenamente
satisfechos sus ardientísimos votos” y emite el deseo de que “[…] calmadas las pasiones políticas y
vuelta a la Esposa de Cristo su plena libertad, pueda gozar la nación mexicana en la persona de
Vuestra Majestad, su padre y regenerador, la más bella e imperecedera gloria.”57
53 Ib.
54 Pp. 758s.
55 P. 759.
56 Id. El subrayado (consolidar…) es mío.
57 Id.
En Roma—como señalamos--se vio no sólo conveniente sino necesario hacer pública la carta papal
a Maximiliano que tenía en su origen carácter confidencial y casi familiar. Con fecha 23 de febrero
de 1865, L’Osservatore Romano presentó, en polémica con el Mémorial Diplomatique e
indirectamente con Le Monde, que sin duda tomó del Mémorial la información que dio a conocer,
las siguientes reflexiones acerca del tema de las “instrucciones” al nuncio Meglia: “[…] 1. Que en los
breves momentos en que Su Majestad mexicana se detuvo en Roma no tuvo lugar la más mínima
apertura de negociaciones tendientes al arreglo de las cuestiones eclesiásticas y religiosas de
México. Que, por el contrario,…el emperador evitó entrar en esas materias, reservándose a
tratarlas con el nuncio apostólico. 2. Que el nuncio partió de Roma con las más completas
instrucciones y amplias facultades que la Santa Sede consideró necesarias y oportunas para llegar
al total reordenamiento de las cuestiones eclesiásticas de aquel imperio. 3. Que parece presumible
que antes de la partida del nuncio, el ministro mexicano residente habrá podido en sus contactos
diplomáticos con la Santa Sede, tener conocimiento exacto de las instrucciones y de las facultades
que se le otorgaron al nuncio y que por consiguiente, no está fuera de lugar conjeturar que, por
medio del mismo ministro, Su Majestad hubiera sido informado previamente. 4. Considerando
aunque sea ligeramente el contenido de la carta del Santo Padre, puede afirmarse con seguridad
que la Santa Sede ignoraba las bases sobre las cuales Su Majestad mexicana pretende hoy haber
abierto en Roma sus negociaciones. 5. Finalmente, la índole y el carácter de las propuestas
imperiales no habrían podido ni podrán jamás en la Santa Sede más que el absoluto repudio, pues
son tales que lejos de conciliar o componer, echarían abajo totalmente la religión y destruirían desde
las raíces los derechos más esenciales y las más preciosas atribuciones de la Iglesia católica y de su
cabeza suprema.”58
En medio de estas álgidas circunstancias, Maximiliano dio un paso más decretando el 7 de enero
el exequátur (es decir, la venia estatal previa, usual en las monarquías absolutas) para la ejecución
y publicación de bulas, breves y rescriptos provenientes de la corte de Roma. Comentó La Civiltà
Cattolica: “[…] Es evidente que esto fue ordenado por el emperador para impedir que las
reclamaciones de la Santa Sede y la verdad no pudiesen llegar a los ojos y los oídos del pueblo
católico mexicano. ¡Pero Dios sabe bien cómo se espantan estos artificios y cómo se rompen esas
cadenas con las que se quiere encarcelar a la Iglesia!”59
58 P. 760.
59 P. 761.
Los amplios pormenores de los acontecimientos en torno a México de la revista del 11 de marzo
de 1865 terminan con noticias que no auspician nada bueno para el imperio: “Las cosas de los
republicanos de allá…parecen adquirir nuevo vigor…Juárez, que se pensaba prófugo y escondido
está en Sonora y fue a Nueva York donde fue bien recibido.”60 La guerra civil estadounidense tocaba
a su fin y en Europa se recibió uno de los acuerdos tomados en la línea de “América para los
americanos” que no sería algo sin importancia para las situaciones que aquí nos han ocupado: “[…]
La república de Estados Unidos al determinar el envío de un representante a México declaró que lo
acreditaría ante la República mexicana. Los federales y los confederados, al tratar sobre un acuerdo
entre ellos, pusieron como una de sus bases hacer que prevalezca en toda América la doctrina
Monroe, es decir, formas republicanas de gobierno y exclusión de toda injerencia europea.”61
Lo que sobrevino—aunque no cuesta trabajo vislumbrarlo—no es tema de estas páginas.
Tepic, 1° de abril de 2014
60 Noticia dudosa.
61 P. 761.
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