Reconquista y Defensa de Buenos Aires 1806 - 1807 por - No-IP

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Reconquista y Defensa de Buenos Aires 1806 – 1807
por Lidia González
Los documentos que hoy se incorporan al patrimonio público nos permiten volver
la mirada hacia los comienzos del siglo XIX, con una Buenos Aires en crecimiento,
como trasfondo de un espacio donde se dirimen los conflictos políticos, pero sobre
todo donde asoman sentimientos de pertenencia que podrían ser el inicio de una
incipiente identidad nacional.
La Reconquista y Defensa de la ciudad ante la amenaza del dominio inglés
representa una gran transformación en el clima colonial del Río de la Plata,
primero porque era impensable y luego porque esta circunstancia fue propicia para
despertar reacciones y corajes frente a un mundo que se abría lleno de
novedades, pero sin duda, su consecuencia más contundente fue poner en juego
una alianza de fuerzas: patricios y gauchos, mestizos, negros y zambos
ensayando una lucha que pondrían a prueba unos años después.
Han quedado muchos testimonios de este momento. Del lado inglés, las noticias
en el reino, los relatos de viajeros, las descripciones del capitán Alexander
Gillespie. Del lado americano, cartas, memorias, las heridas en las paredes de
algunos edificios, la actitud de mujeres guerreras, las definiciones de Belgrano, de
Moreno, las cartas de Liniers, y aunque aún nos faltan otras voces, muchas
anónimas que quizás no conoceremos, estos documentos que se incorporarán al
Archivo Documental del Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires,
seguramente nos proporcionarán otros elementos de análisis, o al menos, nos
provocarán para intentar nuevas reflexiones.
La Muestra
Cuando pensamos en exponer los documentos relacionados con las Invasiones
Inglesas de 1806 y 1807, la organización de la muestra giró alrededor de tres ejes
temáticos que, en estrecha relación, sintetizan el acontecimiento histórico y
permiten poner de relieve la documentación adquirida: la ciudad, como escenario
del conflicto, las invasiones inglesas, su entorno político y militar, y Liniers, como
la figura central, paradigma de este proceso de lucha, que contiene el germen de
la revolución en marcha.
La Ciudad
A partir de la creación del virreinato del Río de la Plata, Buenos Aires, su capital,
se convierte en escenario de grandes transformaciones.
En franca competencia con la capital limeña, y movidos por un espíritu de
progreso, los últimos virreyes procuran su embellecimiento, mejorar sus servicios,
y legitimar su estratégica posición de cara al mar para reafirmarla como centro
comercial del Atlántico, situación que, por otra parte, supo aprovechar para burlar
el monopolio y desarrollar el contrabando.
Una ciudad dividida en cuadras, sin empedrado, y cruzada por riachos complicaba
la vida del porteño los días de lluvia, una vida despojada de comodidades pero sin
mayores sobresaltos, alterada cada tanto por alguna plaga de insectos, la
coronación de algún monarca o las festividades religiosas.
Había algunas pocas casas de altos, pertenecientes a las familias más
acomodadas, que dejaban oír la música y los bailes de sus tertulias a través de
sus ventanas. De los edificios públicos que se destacaban, el Cabildo, rigiendo el
ritmo de la ciudad, concentraba su mirada en la plaza Mayor, eje del bullicio y de
la actividad política y comercial.
Y asomando entre la chatura de las construcciones, las cúpulas de las iglesias,
anunciaban al viajero el profundo espíritu religioso de su población.
Como un buen síntoma de su crecimiento, al comenzar el siglo XIX Buenos Aires
contaba con casi 40.000 almas, entre españoles y criollos, blancos, negros, indios
y mulatos.
Sin embargo, la llegada de los ingleses en 1806 pondrá en evidencia los conflictos
internos de la ciudad, por un lado, el grupo de comerciantes españoles amparados
por el monopolio vigente, y la ineptitud de la burocracia imperial para responder a
una situación de crisis, por el otro, el surgimiento de un nuevo grupo de poder
encabezado por los criollos que se disponen a organizar las milicias urbanas para
su defensa.
Las Invasiones
Las invasiones inglesas de 1806 y 1807 marcan una fractura en el dominio
colonial español, colocando al virreinato del Río de la Plata en el cruce de los
conflictos que enfrentan España, Inglaterra y Francia. Es imposible no referirnos a
lo que estaba pasando en Europa en ese momento: una corona española
debilitada frente a la presencia pujante y belicosa de Napoleón, que ha decidido
batallar contra la marina inglesa para disputarle el dominio de los mares. Sin
embargo, la derrota de Bonaparte en Trafalgar en 1805 define la solidez de
Inglaterra que a fin de asegurarse el circuito comercial, pone la mira en diversos
puntos estratégicos de ultramar, con la anuencia americana que veía en ella una
aliada en la empresa emancipadora.
El 25 de junio de 1806, la flota británica comandada por el general Beresford,
desembarca en las playas de Quilmes, derrotando a las fuerzas del lugar.
La débil resistencia encontrada permitió a Beresford tomar Buenos Aires sin
mayores esfuerzos. El día 28 de junio, sus habitantes podían observar la bandera
inglesa flameando en el Fuerte.
Durante los 46 días que dura la dominación británica, Beresford trató de gobernar
con mesura a una población que fluctuaba entre la convivencia amable y las
actividades conspirativas. Mantuvo en sus cargos a los funcionarios, eclesiásticos
y militares. Pero, tanto los que esperaban que la libertad de comercio los
favoreciera, o en el caso de los esclavos, se les otorgara la libertad, vieron
desvanecer sus expectativas.
Muy pronto, y ante las primeras medidas económicas que favorecían a las
mercaderías inglesas, despertaron sentimientos de patriotismo, tanto en los
comerciantes más relevantes, como Martín de Álzaga, como en los hacendados y
en la pequeña burguesía. Se organiza la Reconquista.
El 12 de Agosto de 1806 se produce un violento combate en las calles de la
ciudad, que obliga a Beresford a replegarse, rindiéndose finalmente con todos sus
soldados.
El 14 de Agosto se desarrolla en el Cabildo una asamblea para determinar si el
virrey Sobremonte debe retornar su cargo, a lo que una muchedumbre reunida en
la plaza contesta aclamando a Liniers como héroe de la Reconquista, y por
voluntad popular se lo designa jefe militar de la ciudad, mientras la Audiencia se
ocupa del despacho de los asuntos más urgentes. Posteriormente se decide el
arresto de Sobremonte y en 1808, la Corte designa a Liniers virrey interino.
Liniers, Álzaga, el Cabildo y los hombres y mujeres de Buenos Aires asumen la
defensa de la ciudad. Españoles y criollos, separados por intereses diversos se
unen para defenderse ante este nuevo dominio y se preparan para recibir una
segunda invasión.
En febrero de 1807 se designa al general John Whitelocke jefe de todas las
fuerzas que operarán en América.
Toda la ciudad será un verdadero campo de batalla: "Todos eran enemigos, todos
armados, desde el hijo de la vieja España hasta el negro esclavo", señalará un
militar inglés.
Las casas coloniales de Buenos Aires, con sus anchos muros y sus típicas
ventanas defendidas por rejas de hierro fueron también protagonistas de la
defensa. Así lo advirtió el general Whitelocke ante la corte marcial a que fue
sometido al llegar a Londres en 1808: "la rara construcción de las casas, sus
azoteas defendidas por parapetos y otras circunstancias que favorecían mucho su
defensa -confesó- de ningún modo harían que expusiera a mis tropas en una
contienda tan desigual como la que se presentaría al entrar en una plaza tan
grande como Buenos Aires, cuyos habitantes estaban todos preparados para
defenderla..."
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