E.8. EL ESPACIO INTERMEDIO. Ni en el cielo ni en la tierra

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E.8. EL ESPACIO INTERMEDIO. Ni en el cielo ni en la tierra
Linterna de Santa Andrea, obra de Bernini. Tinta y acuarela sobre papel
© José Antonio Ramos Abengózar
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Queremos referirnos al espacio donde los ángeles son capaces de
acercarse y donde el hombre aunque no puede llegar, puede verlos. Ese
lugar ha sido ampliamente cantado sobre todo en el renacimiento y más
concretamente a raíz de la contrarreforma, siendo las iglesias de los
Jesuitas las encargadas de la cruzada propagandística.
Entrar en la iglesia de San Ignacio de Roma es elevar la mirada e
introducirnos en ese espacio intermedio, más allá de donde llega la
arquitectura. Existe un suplemento espacial que duplica la altura de la
nave y la abre al cielo infinito. En ese añadido imposible se producen las
escenas normalmente ocultas a los ojos humanos, los encuentros de los
emisarios divinos con los justos, en verdaderas epopeyas escenográficas.
Las pinturas de la bóveda de Andrea Pozzo supera a la confianza
depositada en la arquitectura, aparentemente incapaz de llegar a
transmitir la esperanza religiosa. Hay que reconocer que el modelo
Vignola extremadamente usado, era una base para pintar interiormente y
así conseguir aquello a lo que la arquitectura había renunciado. Roma
tiene muchas iglesias bajo el mismo patrón y si no es por los añadidos
pictóricos, escultóricos o históricos podrían confundirse con demasiada
facilidad. Hasta la llegada del barroco no se recupera la confianza y
responsabilidad de la arquitectura en asumir su papel añadiendo el
espacio intermedio.
Si retrocedemos algo en el tiempo, encontramos en la Capilla Sixtina un
antecedente en la formación de un espacio supra-arquitectónico allí donde
la arquitectura toca su techo. Se realiza un dibujo totalmente tectónico,
ligeramente simulado con el único objeto de independizar escenas. En
cada entrepaño se recrean hechos bíblicos del antiguo y nuevo
testamento, con un argumento que en este caso elude la propaganda,
pudiendo profundizar en el carácter u unicidad de cada escena. Es el paño
frontal, extrañamente ajeno a la arquitectura, sin referencias espaciales,
el que se hace cargo del espacio eterno, desde el infierno al cielo, donde
Jesús con mano firme separa a los justos de los pecadores.
Si volvemos a San Ignacio comprobamos que la pintura se ha disparado
en sus pretensiones, agudizando su cromatismo y perspectiva, no
© José Antonio Ramos Abengózar
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sabemos si el tema es mas o menos reconocible o recordable, solamente
sabemos que es espectacular. Incluso recordamos la mano de uno de los
personajes que flotan interrumpiendo la luz de la ventana.
En el transparente de la Catedral de Toledo se narra otra escena en el
espacio intermedio, pero en este caso es la arquitectura a través de su
más preciado material; la luz, la que protagoniza el acontecimiento. La luz
de origen invisible desliza enganchando al borbotón de personajes que
flotan en ese espacio.
Bernini utiliza en el barroco un método mixto, arquitectura-escultura para
rellenar el espacio intermedio, en un intento de conseguir el reencuentro
entre el creador y su criatura. Se acercan los ángeles para introducirnos
en la escena y alejarnos de nuestra cotidiana condición.
Es Borromini quién desea construir ese espacio, basándose en estrategias
disciplinares con perfecto dominio de los materiales y la luz. Crea
paréntesis entre la tierra y el cielo, como nuevos lugares que se suceden
unos a otros, permitiendo que la luz se altere en cada uno de los
intervalos y la materia aproveche para perder e iniciar nuevas tensiones.
En todos los casos se trata de una sucesión de espacios verticales
inaccesibles, solamente el pensamiento puede habitarlos y recrearlos. Es
una manera de significar los niveles de crecimiento del hombre en su viaje
hacia el encuentro con su creador, pero al mismo tiempo alarga la
distancia sin que se insinúe un camino. De ahí el interés del Teresianum
de poder habitar los lugares intermedios, sería el colofón de la historia del
hombre en definir y acceder a dichos lugares.
© José Antonio Ramos Abengózar
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