En general cuando la Jurisdicción somete a un juicio de legalidad la previa actuación administrativa actúa como jurisdicción revisora. Ello conlleva que su declaración de que la actuación administrativa es o no conforme a Derecho se basa en criterios "ex tunc", es decir se pronuncia sobre si la resolución de la Administración era acorde a Derecho en el momento de producirse. Pero la jurisdicción en materia penitenciaria no es ni puede ser una pura jurisdicción revisora, en primer lugar porque un tratamiento personalizado como el previsto en la Ley penitenciaria (Art. 59, 62, 63 y concordantes) es incompatible con un mero pronunciamiento judicial sobre la bondad del pasado, o dicho de otro modo el Juez no puede abdicar de juzgar sobre la situación y limitarse a juzgar sobre la actuación administrativa porque ello iría muchas veces en contra del derecho a la tutela judicial efectiva (art. 24.1 de la Constitución). Pero es que, además y principalmente, porque también en materia penal (y, aún podría decirse que de forma singularmente relevante por la injerencia que conlleven las penas principalmente las privativas de libertad- en los derechos fundamentales de la persona) rige la norma art. 117.3 de la Constitución- que atribuye en exclusiva a los Jueces y Tribunales el ejercicio de la potestad jurisdiccional... "haciendo ejecutar lo juzgado" lo que, de ninguna manera es compatible con el protagonismo absoluto de la Administración y su mero control a posterior y sólo en vía de recurso por los Tribunales en orden a la ejecución de las penas. Esa ejecución es un claro ámbito de competencia del Poder Judicial que en forma alguna puede declinar en el Ejecutivo, siquiera por la vía indirecta de limitarse al seguimiento y control de sus resoluciones. Se dice lo anterior porque es posible que en la fecha de 19 de noviembre de 1999 fuera correcta la resolución administrativa que mantuvo en segundo grado de tratamiento a la recurrente. Pero desde entonces se sigue manteniendo esa situación, pese a que ha debido revisarse como máximo cada seis meses (art. 65. L.O.G.P.) es decir, al menos una vez, y, más adecuadamente, dos. Se trata de una delincuente que ha cumplido ya más de las tres cuartas partes de condena, tiene muy buenas relaciones familiares y posibilidades de trabajo en el exterior. Los informes de la prisión en cuanto a actitudes, personalidad y hábitos laborales son positivos. Ha disfrutado ya de permisos de salida sin incidencias. En estas condiciones en un sistema progresivo como el español -art. 72.4 de la Ley- lo lógico es la progresión de grado, progresión que no significa la supresión de la pena sino su cumplimiento en un régimen de semilibertad, el mantenimiento de la sanción y su compatibilidad en general y en el presente caso con los objetivos propios del régimen abierto tal como los contempla el art. 83 del Reglamento Penitenciario, y con el horario fuera de prisión acorde con el trabajo que desempeñe el penado, como establece el art. 86 de dicha norma, con las salida de fines de semana que previene el art. 87 y, que, por el momento, serán alternas, uno de cada dos fines de semana, pudiendo la Junta de Tratamiento extenderlas a todos si conviniera el tratamiento. Auto 1261/00, 26 de septiembre de 2000, JVP Nº2, Exp. 126/99