CONFUSIÓN DE VALORES Germà Bel (Publicado en La Vanguardia, 21 de septiembre de 2009) La gestión de Educación es de las mejores del gobierno de la Generalitat, quizás la mejor. Se han impulsado reformas convenientes, y el Consejero ha asumido el riesgo de afrontar huelgas en defensa de los intereses creados en la escuela. Esta es buena política, como lo es la forma en que se ha abordado el asunto de los ordenadores portátiles para los alumnos. Este asunto saltó a la actualidad al anunciar en mayo el presidente del gobierno central que se regalaría un ordenador a las familias de los alumnos. Tomando nota de la ya muy irritante práctica de invadir espacios políticos propios de las autonomías (reflejo claro de una visión estatista del Poder, y por ende centralista), el hecho es que el gobierno central aportará fondos que sufragarán la mitad del coste, y se daba por hecho que las autonomías pagarían la mitad restante. Pero el gobierno catalán ha decidido que las familias aporten esos 150 euros, previendo a la vez becas para las familias de renta escasa. No soy competente para evaluar el efecto pedagógico de los ordenadores. Eso sí, la fórmula catalana es muy acorde con el principio de equidad, que sugiere promover la igualdad de oportunidades. Lo que no equivale a una política de ‘gratis total’ en el caso que nos ocupa, cuando subsisten aún costes básicos en el sistema educativo que no son financiados por el gobierno. En cambio, no me parece tan acertada la medida del gobierno catalán de instaurar premios monetarios para alumnos que hayan acabado la ESO con notas altas, de 8 o más, condicionados al nivel de renta familiar. Es excelente la idea de premiar el alto rendimiento, pues estimula el esfuerzo. Pero al condicionar el premio al nivel de renta se confunden política igualatoria y política de excelencia. Una política compensatoria no debería excluir a los alumnos de rentas bajas que acaban ESO con ‘solo’ un 7,9. Y una política de premio a los mejores no debería estar limitada a los alumnos de familias de rentas bajas (y existen muchos mecanismos sencillos para evitar que los premios acabasen concentrados en alumnos de rentas altas, pues estos tienden a tener mejores resultados por motivos de origen socioeconómico). No creo tampoco que la mejor fórmula de premiar el alto rendimiento sean los estímulos monetarios; sería mucho más formativo ofrecer recompensas de tipo no monetario, y reservar los pagos monetarios para las políticas compensatorias. Nuestro sistema educativo ha mostrado una gran capacidad de promover la igualdad, y por tanto la cohesión social. Pero tenemos muchas lagunas con respecto a la promoción del mérito y la excelencia. Adolecemos de una cierta confusión de valores en esta materia. Quizás sea este uno de nuestros mayores déficits colectivos, que deberíamos esforzarnos en superar, especialmente en la escuela pública. Hacerlo solo puede reportarnos beneficios, y es muy compatible con las políticas igualatorias.