VIERNES 5 21’30 h. Aula Magna de la Facultad de Ciencias LA ROSA PÚRPURA DE EL CAIRO (1985) EE.UU. 82 min. Título Orig.- The Purple Rose of Cairo. Director, Argumento y Guión.- Woody Allen. Fotografía.- Gordon Willis (DeLuxe). Montaje.- Susan E. Morse. Música.- Dick Hyman y canciones de la época. Productor.- Robert Greenhut. Producción.- Rollins-Joffe Productions para Orion Pictures. Intérpretes.- Mia Farrow (Cecilia), Jeff Daniels (Tom Baxter/Gil Shepherd), Danny Aiello (Monk), Dianne Wiest (Emma), Van Johnson (Larry), Zoe Caldwell (la condesa), John Wood (Jason), Milo O’Shea (padre Donnelly), Deborah Rush (Rita), Michael Tucker (agente de Gil). v.o.s.e. Premio de la Crítica Internacional en el Festival de Cannes 1 candidatura a los Oscars: Guión original Música de sala: The Irving Berlin songbook (recop.1995) Canciones interpretadas por Fred Astaire, Gingers Rogers, Frank Sinatra, Al Jolson, Benny Goodman, Marilyn Monroe, Bing Crosby… Cecilia: Verás, aquí la gente envejece y muere y…y nunca encuentran el verdadero amor. Tom: De donde yo vengo las personas nunca te desilusionan. Son consecuentes, siempre puedes contar con ellos. Cecilia: Así no encontrarás a nadie en la vida real. (de La Rosa Púrpura de El Cairo) “Siempre me estaba evadiendo con las películas. Dejabas atrás tu casa modesta y todos tus problemas con el colegio y la familia y todo eso y te ibas al cine, y allí la gente tenía áticos y teléfonos blancos y las mujeres eran encantadoras y a los hombres siempre se les ocurría una observación ingeniosa en el momento oportuno y pasaban cosas extrañas pero siempre acababan por resolverse y los héroes eran auténticos héroes, y era simplemente estupendo. Así que creo que eso tuvo una influencia tremenda en mí, me produjo una impresión abrumadora.” “Me crié en una época en que ibas al cine y el programa básico era Fred Astaire o Humphrey Bogart y toda esa maravillosa gente más importante que la vida. Era una época tan fascinante, tal como la presentaban las películas, y tan diferente de la vida real, que estar en el cine resultaba un auténtico placer, y lo de fuera una monstruosidad.” “Preferiría pasar a la posteridad por ser el director de LA ROSA PÚRPURA DE EL CAIRO. En mi opinión es la película más perfecta de mi filmografía. Para mí siempre ha sido una de mis películas preferidas, porque tuve una idea y pasé esa idea a la pantalla tal y como yo quería. Conseguí expresarme del modo que quería.” LA ROSA PÚRPURA DE EL CAIRO es una película fascinante; o mejor dicho, fascinada. Allen rinde en ella el homenaje definitivo al cine que ya se había visto insinuado en tantas de sus cintas anteriores (a un personaje, Bogart, en Sueños de un seductor, a un género, el cine europeo de batallas, en La última noche de Boris Grushenko, a un estilo de kamerspiel escandinavo en Interiores), basándose para ello en la propuesta que realizará Buster Keaton en su magistral El moderno Sherlock Holmes (Sherlock Jr, 1924). Y para este homenaje impudoroso, Allen ha echado mano a todos los recursos y memorias del cinéfilo. El mundo real que en el film se pinta es gris y tópico; el mundo de lo imaginario le pertenece entero al séptimo arte y es chispeante y mágico, ilimitado en sus combinaciones, arrebatador, regenerador de las vidas más yertas. Por eso, con el cine –y en medida menor con la música- Allen parece estar rindiendo homenaje a toda transubstanciación artística de nuestras emociones. Pero no sólo en su carrera cinematográfica habría antecedentes de esta película. En su obra teatral “Dios”, pieza de un acto frenéticamente pirandeliana, los personajes del teatro/en el teatro, entre ellos el propio autor, discuten para saber cómo acabar la obra, hacen subir a los espectadores a la escena y finalmente, ya desesperados, llaman por teléfono…a Woody Allen, cuya ayuda resulta prácticamente nula (“Vuélvanme a llamar para contarme como acaba la obra”). Lo más notable en LA ROSA PÚRPURA DE EL CAIRO no es tanto el principio, esa mezcla del plano de la ficción y el de la realidad (que resulta ya algo muy explotado tanto en el cine como en el teatro), sino la decisión de Allen de desarrollar esa mezcla sistemáticamente y extraer de ella todas las consecuencias posibles. El éxito de su propuesta se debe en parte a que el director respeta siempre una cierta lógica del absurdo. Sabe perfectamente que, cuando más imposible es un argumento, más rigor hace falta para que “cuele”. De ahí que se plantee cuestiones racionales respecto a las consecuencias de esa imposibilidad física que sirve de arranque a la película (pragmáticamente, por inverosímil que resulte, los personajes aceptan el hecho consumado: “El hecho de que algo no haya sucedido nunca, no es razón para pensar que eso no pueda suceder alguna vez” dice uno de ellos. Y otro racionaliza el milagro: “Todo es posible en New Jersey”). Así, el actor que encarna ese personaje fugitivo de la película, reacciona lógicamente inquietándose por los efectos que pueda tener sobre los personajes una eventual acción criminal del fugitivo. De la misma manera, Allen se pregunta qué bagaje podría aportar a la vida real un personaje salido de una película hollywoodiense de1935, para llegar lógicamente a la conclusión de que su experiencia y su saber tendrían necesariamente que limitarse a lo que las convenciones cinematográficas le imponen. Tom Baxter, el personaje en busca de la realidad, descubre así con gran asombro que las peleas de verdad son muy diferentes a las peleas de cine y que, en la vida real, a un beso no sigue nunca un fundido en negro. En uno de los mejores diálogos de “Dios” la fusión de lo real y de la ficción se equipara a una forma de cruce de razas (al autor deseoso de hacer el amor con una joven espectadora invitada a la escena por sus competencias filosóficas, el actor objetaba: “tú eres una ficción y ella es judía, imagínate que hijos saldrán de esto”). Y un tabú semejante se evoca en la película: incitada por uno de los personajes de la película a elegir a Baxter –en lugar del actor que lo interpreta- porque éste es perfecto, Cecilia responde: “¿y qué importa la perfección si él no es real?”. A lo que recibe la siguiente contestación: “es ficticio, sí, pero es que no se puede tener todo”. Cecilia elige la realidad (no tiene otra elección: la visión del episodio de Baxter la hace entrar en la película, que le rechaza como rechazaba a Keaton en El moderno Sherlock Holmes), pero esta realidad resulta un engaño: en cuanto el personaje se reintegra al film, el actor, tranquilizado, vuelve a Hollywood abandonando a Cecilia frente a las verdaderas realidades de Nueva Jersey y la Depresión –y con el único consuelo de una nueva película en la cartelera local, ahora un musical (Sombrero de copa, Top hat, Mark Sandrich, 1935) cuyas estrellas no corren ya el riesgo de salirse de la pantalla. Siendo un film inolvidable, de una belleza y rigor indiscutibles, no es menos cierto que a LA ROSA PÚRPURA DE EL CAIRO se le puede hacer un serio reparo –por otra parte consustancial a la mayor parte del cine de su director, y mucho más evidente en el realizado desde finales de los 90-: la tibieza de la realización, que en ocasiones estropea o, como mínimo, reduce el potencial de algunas ideas teóricamente excelentes. Nadie debería asombrarse al constatar el hecho de que, como cineasta Allen alterna con bastante frecuencia películas visualmente elaboradas con films resueltos de manera plana y funcional. LA ROSA PÚRPURA DE EL CAIRO es un ejemplo de lo afirmado: momentos espléndidos, como el plano que, a poco de empezar la película, relaciona a Cecilia con la fachada del cine de la que cae una letra del anuncio después que haya pasado ella, o la ejemplar secuencia en la que Baxter charla con las prostitutas del burdel (un momento que combina ironía y ternura con encomiable destreza), se alternan con otros cuyas posibilidades se quedan a medio camino: la secuencia de Cecilia con Baxter en el solitario parque de atracciones –un escenario, por cierto, muy recurrente en el cine de Allen-, que no acaba de tener el tono melancólico que sería deseable, o las escenas en las que el público del cine se pone a discutir con los personajes de la película que Baxter ha abandonado, divertidas al principio pero que van perdiendo su gracia a medida que se reiteran. Texto: Tomás Fernández Valentí, “Woody Allen, quince años después (1)”, rev. Dirigido, febrero 1999. Vicente Molina Foix, “La Rosa Púrpura de El Cairo”, rev. Fotogramas, noviembre 1985. Bertrand Tavernier & Jean-Pierre Coursodon, 50 años de cine norteamericano, vol. 1º, Akal, 1997. Jorge Fonte, Woody Allen, col. Signo e Imagen/Cineastas, nº 42, Cátedra, 2002.