El misterio del Reina Regente

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El misterio del
“Reina Regente”
En el verano de 2010 las ministras de Defensa y Cultura sellaron un protocolo
para la localización e identificación del patrimonio sumergido en los ocho mil
kilómetros de litoral nacional. Como brazo ejecutor, la Armada eligió como
primero de sus objetivos el crucero Reina Regente, un buque desaparecido en
aguas de Cádiz en 1895 con los 412 hombres de su dotación.
Construido en astilleros escoceses el crucero fue entregado a la armada con una
serie de deficiencias estructurales entre las que cabe destacar el exceso de
desplazamiento y la falta de estanqueidad. Tras los informes de sus primeros
comandantes estaba pendiente de reparaciones cuando fue comisionado para
conducir a Tánger a una embajada marroquí.
El Reina Regente zarpó de Cádiz con idea de regresar al día siguiente y fondear
en la bahía gaditana para asistir a la botadura del crucero Carlos V. Poco antes
de abandonar la rada de Tánger el puerto quedó cerrado por un temporal, pero
el comandante ignoró la recomendación del cónsul español de permanecer
fondeado hasta el paso de la borrasca y salió a navegar. Desde las alturas de
la ciudad los últimos ojos que lo vieron fueron los de un funcionario de la
embajada que declaró que el crucero se detuvo nada más salir y arrió por la
popa lo que le pareció un buzo. Media hora después se perdió de vista en medio
de un temporal imponente. Dos buques que buscaban el abrigo del Mediterráneo
se cruzaron con el Regente hacia el mediodía; más tarde sus capitanes
declararían que tomaba muy mal la mar. Hacia las tres de la tarde, unos
labradores que trabajaban sus tierras en Bolonia declararon haber visto entre la
bruma un buque luchando contra las olas muy cerca de costa.
En la botadura del Carlos V no se hablaba de otra cosa que del temporal que
había azotado las costas de Cádiz el día anterior y que había causado la
pérdida del telégrafo, de docenas de barcos de pesca y el hundimiento del vapor
Carpio que, procedente de Huelva, se hundió con 60 pasajeros que acudían a la
botadura del flamante crucero. Nadie se acordó del Reina Regente, pues todos lo
suponían en Tánger esperando a que pasara el temporal. Cuando quedó
restablecido el servicio de telégrafos se recibió un inquietante mensaje del
Comandante de Marina de Tarifa preguntando por el barco, pues la mar estaba
arrojando a la costa numerosos restos que parecían pertenecer al crucero.
Conforme pasaron los días las playas de Cádiz comenzaron a llenarse de
familiares de los marinos desaparecidos. De día se les veía caminar entre
sollozos con un rosario en las manos y por la noche cientos de cirios
alumbraban la costa como improvisados faros que guiaran el regreso de sus
seres queridos, pero la mar sólo arrojaba restos del barco e incluso algunos
mensajes embotellados supuestamente firmados por los náufragos que
resultaron obra de un macabro bromista. El capitán general del departamento
de Cádiz recibió otro anónimo que parecía más verosímil, señalando que el
barco estaba hundido a "mil seiscientos o setecientos de Torre de Plata" y que el
personal se encontraba "en los camarotes y el comandante atado al palo
mayor…". La búsqueda en la zona señalada no arrojó resultados.
Además de dos marineros que perdieron el barco en Tánger, hubo otro
superviviente que no pudo dar cuenta de la tragedia ya que se trataba de un
perro. Participando en las tareas de búsqueda, un buque inglés lo encontró a la
deriva sobre un enjaretado de madera. Los ingleses adoptaron al can como
propio y continuaron sus navegaciones hasta que, con motivo de una escala en
Sevilla, el buque fondeó frente a la barra de Sanlúcar esperando la marea,
momento en que el perro comenzó a mostrar síntomas de nerviosismo hasta
saltar al agua y ganar la costa, tras lo cual callejeó por Sanlúcar hasta
encontrar la casa de su dueño, uno de los oficiales del Reina Regente.
La comisión encargada de la investigación concluyó que el naufragio se había
debido a la extraordinaria fuerza del temporal, declarando que a la salida de
Cádiz el barco se encontraba en buenas condiciones para la navegación. La
descripción de cómo el Reina Regente se pudo haber hundido a fuerza de
embarcar toneladas de agua como consecuencia del furioso oleaje resulta un
documento estremecedor y de una precisión impecable, sin embargo la
conclusión final volvió a levantar ampollas puesto que era sabido que el barco
tenía defectos, como así señalaba una Cédula Real que ordenaba a una serie de
obras de mejora.
En cuanto a la decisión del comandante de salir a navegar a pesar del tremendo
temporal, pesó sin duda la orden de estar presente en la botadura del Carlos V.
En aquella época los comandantes no contaban con otro apoyo meteorológico
que el barómetro y la borrasca se presentó prácticamente sin avisar, a pesar de
lo cual los informes desfavorables de sus antecesores en el mando, el escaso
tiempo que llevaba él mismo ejerciéndolo y la circunstancia de que en el
momento de zarpar el puerto de Tánger ya se había cerrado al tráfico, debieron
inclinarle hacia una decisión más prudente.
La localización del Reina Regente 117 años después de su pérdida sigue siendo
un misterio. La pista del anónimo resultó tan poco efectiva como las
declaraciones de un famoso investigador ruso que anunció haber encontrado el
pecio en el año 2002. No obstante, en aplicación del protocolo aludido al
principio de este artículo, el barrido de la zona por parte del cazaminas Segura
arrojó la presencia frente a Bolonia de dos ecos metálicos que coinciden con las
características del crucero, aunque los cien metros de profundidad, la
intensidad de la corriente y el hecho de que ambos estén enterrados en una
densa capa de fango hacen muy difícil la identificación.
Donde quiera que se encuentre, el buque constituye el túmulo de hierro que
guarda el último suspiro de sus tripulantes, una razón de peso suficiente para
que la Armada mantenga el compromiso de identificar al crucero y a los 412
hombres de su dotación.
* Un relato de Luis Moya Ayuso (Capitán de Navío)
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