“La puerta cerrada” ¿Qué es “la puerta cerrada” y qué creía Elena G. de White sobre la cuestión? Guillermo Millar relacionó su mensaje del pronto regreso de Jesús con el “clamor de medianoche” de la parábola de las vírgenes prudentes e insensatas (Mat. 25:1-13). Interpretó las diez “vírgenes” como aquellos que se reunirían para esperar el regreso del Señor, la “boda” como el reino eterno, y la “puerta” que se cerró (vers. 10) como “la cierre del reino mediador y la culminación del período evangélico” –en otras palabras, el cierre de la “puerta de salvación” o la finalización del tiempo de gracia. De acuerdo con Mat. 25:10, “llegó el novio; y las que estaban preparadas entraron con él a la boda, y se cerró la puerta”. Debido a que ellos esperaban el regreso de Cristo al término de los 2.300 días proféticos de Daniel 8:14, los adventistas milleritas habían enfatizado que el tiempo de gracia terminaría al final de ese período. Por tanto, por un corto periodo después del chasco de octubre de 1844, Miller y muchos de sus seguidores, incluyendo la joven Elena Harmon (posteriormente Elena G. de White), sintieron que su tarea de advertir a los pecadores había terminado para el mundo. Mientras que la mayoría de los milleritas pronto abandonaron sus creencias de que la profecía se había cumplido en 1844, un pequeño grupo continuó sosteniendo que el tiempo había sido correcto, pero que habían estado equivocados con respecto al evento que se esperaba. Estaban convencidos que el movimiento era de Dios, que la profecía de los 2.300 días se había cumplido, y que la “puerta” a la que se hacía referencia en la parábola estaba por tanto cerrada –sea lo que fuere que significase. Así, creer en la “puerta cerrada” llegó a ser lo mismo que creer en la validez del movimiento de 1844 como un cumplimiento de la profecía bíblica. Lo que es importante reconocer es que el término “puerta cerrada” sufre un cambio de significado entre aquellos que vieron que la profecía de los 2.300 días se refería a un cambio del ministerio de Cristo en el santuario celestial. Se veía la “puerta cerrada” como aplicada a la primera fase y a la apertura de la fase segunda y final de la intercesión de Cristo en el cielo. Es erróneo leer en todas las declaraciones de Elena G. de White sobre “la puerta cerrada” la definición inicial de los Milleritas. Elena G. de White mantuvo, y la evidencia lo apoya, que, mientras ella y otros creyeron por un tiempo que no se convertirían más pecadores después de 1844, ella nunca instruyó por visión que la puerta de salvación estaba cerrada para el mundo. A continuación hay una explicación de Elena G. de White de lo que ella creía respecto de “puerta cerrada”: “Por un tiempo después del chasco de 1844, sostuve junto con el conjunto de adventistas que la puerta de la gracia quedó entonces cerrada para siempre para el mundo. Tomé esa posición antes de que se me diera mi primera visión. Fue la luz que me dio Dios la que corrigió nuestro error y nos capacitó para ver la verdadera situación. “Todavía creo en la teoría de la puerta cerrada, pero no en el sentido en que se empleó el término al principio o en el que es empleado por mis oponentes. “Hubo una puerta cerrada en los días de Noé. Entonces fue retirado el Espíritu de Dios de la raza pecaminosa que pereció en las aguas del diluvio. Dios mismo dio a Noé el mensaje de la puerta cerrada: "No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento veinte años" (Gén. 6: 3). “Hubo una puerta cerrada en los días de Abrahán. “La misericordia dejó de interceder por los habitantes de Sodoma, y todos, con excepción de Lot, su esposa y dos hijas, fueron consumidos por el fuego que descendió del cielo. “Hubo una puerta cerrada en los días de Cristo. El Hijo de Dios declaró a los judíos incrédulos de esa generación: "Vuestra casa os es dejada desierta" (Mat. 23: 38). Mirando hacia la corriente del tiempo en los últimos días, el mismo poder infinito proclamó mediante Juan: “‘Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre’ (Apoc. 3: 7). “Se me mostró en visión, y todavía lo creo, que hubo una puerta cerrada en 1844. Todos los que vieron la luz de los mensajes del primero y segundo ángeles y rechazaron esa luz, fueron dejados en tinieblas. Y los que la aceptaron y recibieron el Espíritu Santo que acompañó a la proclamación del mensaje celestial, y que después renunciaron a su fe y declararon que su experiencia había sido un engaño, de ese modo rechazaron al Espíritu de Dios, y éste no intercedió más por ellos. “Los que no vieron la luz, no fueron culpables de rechazarla. Los únicos a los cuales el Espíritu de Dios no podía alcanzar eran los que habían despreciado la luz celestial. Y en esa clase estaban incluidos, como lo he dicho, tanto los que rehusaron aceptar el mensaje cuando les fue presentado, como los que, habiéndolo recibido, después renunciaron a su fe. Estos podrían tener una forma de piedad y profesar ser seguidores de Cristo. Pero no teniendo una comunicación viviente con Dios, eran llevados cautivos por los engaños de Satanás. Se presentan esas dos clases en la visión- los que declararon que era un engaño la luz que habían seguido, y los impíos del mundo que, habiendo rechazado la luz, habían sido rechazados por Dios. No se hace referencia a los que no habían visto la luz y, por lo tanto, no eran culpables de su rechazo” (Mensajes selectos, t. 1, pp. 71-72). Para ampliar el estudio, ver los siguientes documentos en la Biblioteca de Referencia: “La puerta abierta y cerrada”, artículo de la Seventh-day Adventist Enciclopedia [Enciclopedia Adventista del Séptimo Día]. “Los documentos de ‘la puerta cerrada’”, por Robert W. Olson.