Qué impide entregarse al Señor.

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QUÉ NOS IMPIDE ENTREGARNOS A DIOS
(Oseas 5)
INTRODUCCIÓN.Cada vez que en una persona surge una fe y una entrega genuina al Señor es porque se ha producido
una acción misteriosa de Dios en esa persona. Ha habido una iluminación previa del Espíritu Santo en
el interior de la persona que a su vez ha producido en ésta una respuesta de profunda confianza (fe)
en la persona de Jesucristo. El cómo se produce esto es siempre un misterio, y no hay método ni ley
humana capaz de reproducirlo; es la acción de la gracia de Dios. Pero lo que sí sabemos es que se
inicia en una acción del Espíritu hacia la persona, que en algunos produce esa respuesta de fe y en
otros no. Cuando yo llegué a conocer al Señor me ayudó bastante un folleto pequeño que explicaba
la conversión. Así que como a mí me pareció tan valioso se lo regalaba a todos mis amigos. Y cuál fue
mi sorpresa que a la mayoría de ellos no le dijo nada aquel librito.
Los que vivieron en los tiempos de Jesús y le siguieron es porque vieron algo en Él que los atrajo, les
dio confianza. Para nosotros, quienes hemos vivido o vivimos después de la resurrección y ascensión
de Jesús a los cielos, y que por tanto no hemos visto a Jesucristo, la fe en el Señor se produce
mediante el testimonio escrito que dejaron los apóstoles o profetas. Ellos nos dicen lo que Jesús
habló e hizo. A través de sus escritos podemos conocer nosotros a Jesús.
En Jn. 20: 29-31 se nos habla de la dicha o bienaventuranza de los que no han visto (o sea, los que no
hemos llegado a ver físicamente a Jesús resucitado) y sin embargo creen. Y dice que esto se produce
a través del testimonio escrito de quienes sí lo vieron (como fue el caso de los apóstoles) y nos lo
escribieron. Así es como llegamos a saber de Jesucristo, y creyendo en Él y tenemos vida eterna. “29
—Porque me has visto, has creído —le dijo Jesús—; dichosos los que no han visto y sin embargo
creen. 30 Jesús hizo muchas otras señales milagrosas en presencia de sus discípulos, las cuales no
están registradas en este libro.31 Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el
Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida”. (Jn. 20:29-31)
Cuando Jesús estaba presente unos creían y otros no, porque estaba esa acción misteriosa del
Espíritu Santo de la que hemos hablado antes. E igual pasa hoy por la misma acción del Espíritu.
Cuando leemos u oímos, el testimonio que los apóstoles han dejado acerca de Jesucristo: unos creen
y otros no.
Como hemos dicho, hay siempre ese aspecto misterioso en cuanto a cómo funciona esa acción de
Dios, de manera que algunos responden con fe genuina y en cambio otros no. Cómo el Señor le diría
a Nicodemo comparando la acción del Espíritu con el aire: “8 El viento sopla por donde quiere, y lo
oyes silbar, aunque ignoras de dónde viene y a dónde va. Lo mismo pasa con todo el que nace del
Espíritu”. (Jn. 3:8)
Pero, ¿Cuál es la causa para que en algunos no nazca esa fe genuina? En definitiva, ¿qué impide a
algunos convertirse, entregarse, o creer en el Señor? Esto no es tan misterioso y de ello nos habla
este pasaje de Oseas.
I.- ¿CUÁL ES EL IMPEDIMENTO?
Oseas habló al reino del norte, es decir, a Israel que a veces también se le llama Efraín. Como sabéis,
después de Salomón, con Roboán, el pueblo se divide en el reino del norte –Israel– y en Judá que
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quedaría al sur. Pues bien Oseas profetizó desde el año 760 a.C., aproximadamente, y lo hizo
durante más de 30 años; probablemente casi hasta la deportación de Israel por Asiria.
Buena parte de su mensaje es una crítica a todos los estamentos sociales del pueblo (rey, sacerdotes
y pueblo en general), por causa de su idolatría. Israel mantenía una cierta creencia en Dios pero al
mismo tiempo adoraba a Baal. Este era el más importante dios local de la fertilidad. Sus adoradores
buscaban que las tierras dieran buenas cosechas y que también los animales y las personas fueran
fructíferos.
Hoy, pensamos que la idolatría es una cuestión de gente primitiva que se dedicaba a adorar
imágenes de piedra o madera, y no nos damos cuenta que la idolatría es una cuestión primeramente
del corazón. Se trata de desear, de buscar, en otras cosas que no son Dios lo que necesitamos para la
vida. Esperamos recibir de algún ídolo satisfacción personal, significado para nuestra vida, lo
material, o la felicidad. No creemos que Dios, el creador de todo, tal vez porque sea invisible, sea el
suficiente dador de todo lo que necesitamos. Por lo tanto lo esperamos de otras cosas más visibles.
Un ídolo puede llegar a serlo casi cualquier cosa. El dinero, tener poder, la aprobación de los demás,
el éxito, la novia o novio, la profesión, la familia, la eficacia, la productividad, el autocontrol, la
seguridad, etc., etc. Cualquiera de estas cosas, que en sí mismas son buenas, puede convertirse en
un ídolo actualmente. Y lo hace, cuando valoro de tal manera cualquiera de estas cosas que se
convierte en el objeto de mi deseo; algo que si lo tuviese entonces sería feliz, entonces estaría bien.
Lo que nos dice el texto de Oseas cap. 5 es que cuando mi deseo está inclinado a cualquier ídolo soy
incapaz de entregarme al Señor, y entonces no surge en mí esa fe genuina y salvadora; ese es el
impedimento para convertirme a Cristo. Veámoslo.
“4
No les permiten sus malas obras volverse a su Dios; su tendencia a prostituirse les impide conocer
al SEÑOR”.
Las malas obras son, precisamente su idolatría. Su tendencia a prostituirse les impide conocer al
Señor. La idea de prostitución aquí tiene un sentido espiritual. Posiblemente el término tenga su
origen en la prostitución que se llevaba a cabo en los templos de Baal con la que se creía que se
estimulaba al ídolo a hacer fértiles las tierras, los animales o las personas.
Lo que supone es que, en lugar de reconocer el poder amoroso del Señor y por tanto entregarme al
Él, acudo a otros ídolos esperando recibir de ellos lo que imagino que satisface mi vida. En Oseas 4:12
se aclara: “12 Mi pueblo consulta a su ídolo de madera, y ese pedazo de palo le responde; su tendencia
a prostituirse los descarría; se prostituyen en abierto desafío a su Dios”.
Así que, cuando busco de algo que no es Dios (de un ídolo) mi felicidad o mi identidad, esto me
impide realmente poder conocer o creer en el Señor. Cuando tengo un ídolo es que deseo ‘eso’
porque creo que si lo tengo me hará completo o feliz.
Un ejemplo de esto es lo que pasó con los fariseos. Jesús les dijo a ellos que no creían en Él porque
buscaban otros ídolos: “44 ¿Cómo va a ser posible que creáis vosotros, si buscáis la gloria los unos de
los otros pero no buscáis la gloria que viene del Dios único?”. (Juan 5:44) El ídolo de los fariseos era el
reconocimiento de los demás. Que otros vieran, qué cumplidores eran de las normas que valoraba la
sociedad y el mundo de su tiempo. Por eso buscaban los primeros lugares, por reconocimiento; y
también por eso hacían muchas oraciones en público, etc. Su gloria era la que recibían por la
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aprobación de la gente. Eso es la que deseaban; ese era su ídolo. Y justamente eso les impedía creer
en el Señor.
¿Qué tipo de gloria buscamos tú o yo? El asunto, como vemos, no es de poca importancia, sino que
puede decidir si llegaremos a creer o no.
Los vs. 6 y 7 clarifican un aspecto importante. (Leerlos) Se trata de que a veces pensamos que está
bien tener un poco de religión; es hasta saludable. Dios, desde luego, no es el Señor de mi vida y por
tanto sigo buscando mis verdaderas necesidades en otras cosas, en otros ídolos; pero también creo
en Dios ¿eh? Esto es lo que piensa hoy en día gran cantidad de personas en España y en todos lados.
Por eso, los israelitas iban ‘con sus ovejas y sus vacas en busca del Señor’ (v. 6) Y así hacían sus
sacrificios estipulados. Es decir, procuraban su dosis de religión para agradar a Dios, al menos eso
pensaban ellos. ‘Pero no lo encontrarán’ (v. 6b). Y la causa es la misma: la idolatría. ‘Han traicionado
al Señor; han dado a luz hijos de otros padres’ (v. 7) O sea, se han prostituido con los ídolos y su fruto
será destructivo.
Dios sabe lo que de verdad hay en nuestro corazón. Si pensamos que un poco de religión resuelve el
problema nos estamos engañando. El Señor o es todo en tu corazón o no será nada; o es todo en mi
corazón o no será nada. Él conocía perfectamente a aquellos israelitas y nos conoce a nosotros igual.
El v. 13 nos informa de la reacción de Efraín cuando tomó conciencia de su situación, que sigue
siendo de idolatría. Y la cuestión de los ídolos es que son vanidad, huecos. Nos parecen muy capaces
de cumplir nuestras expectativas pero realmente no tienen el poder de hacerlo, son vanos.
“13 Cuando Efraín vio su enfermedad y Judá reparó en sus llagas, Efraín recurrió a Asiria y pidió la
ayuda
del
gran
rey.
Pero
el
rey
no
podrá
sanarlo,
ni tampoco curar sus llagas” (v. 13). Vio su enfermedad y sus yagas pero acudió al ídolo. Y este no
podrá sanarlo.
¿Qué puede hacer Dios con alguien así? Aunque es consciente de su enfermedad y su llaga no busca
al Señor de todo el universo, no clama a Él, no se rinde a sus pies. Lo que Dios hace entonces es
dejarlo ir, retirarse de él, espera y guarda silencio hasta que reaccione, hasta que toma conciencia de
su situación y se vuelva al Señor.
Aquí vemos el amor de Dios, y también el respeto que tiene a las decisiones de los seres humanos
que ha hecho a su semejanza. “15 Volveré luego a mi morada, hasta que reconozcan su culpa.
Buscarán ganarse mi favor; angustiados, me buscarán con ansias” (v.15). Generalmente llegamos a
conocer a Dios cuando llega a haber en nuestro corazón verdaderos deseos de Él. Mientras estamos
entretenidos con otras cosas es poco probable.
Cuando Dios parece que se ausenta puede despertar en algunas personas una búsqueda más
genuina de Él. Y en aquellos que le conocen y tienen verdadera fe, aunque todo parece que se
resquebraja, la fe misma permanece e incluso es alabada y hallada en gloria.
CONCLUSIÓN.El Señor está en su trono, y aún sigue amando y manteniendo este mundo caído con la palabra de su
poder. Los apóstoles que vivieron con Él y los profetas nos han confirmado y dejado escrito que
justamente por su amor a este mundo dejó la gloria de su Padre y vino a nosotros. Vivió de forma
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inigualable, como Dios hecho hombre. Y finalmente fue levantado y muerto en una cruz para rescatar
y dar vida eterna a los que se acogen a Él. Su vida y su muerte, por amor a nosotros, han atraído a Él
a multitud de personas a lo largo de la historia. Y a quienes de nosotros dio, por su Espíritu, ojos para
ver fuimos atraídos, enamorados de Él para siempre. Y podemos decir con el salmista: “Mi carne y mi
corazón desfallecen; más la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre” (Sal. 73: 26)
Ahora Él está resplandeciente, con todo poder y autoridad en el cielo y también en la tierra. Y no sólo
quiere que alumbremos, sino que también se encarga de que nuestras lámparas estén encendidas.
Está en medio de los siete candeleros que alumbran, que son las iglesias. Y tiene en su mano lo
necesario para hacerles seguir alumbrando. Él nos conoce mejor que nosotros mismos y nos habla,
guía y sustenta. Sabe lo bueno y lo malo que hay en nosotros y nos lo comunica. Escucha algunas
cosas que el Señor sabe de nosotros: Leamos Apoc. 2: 2, 9, 13, 19; 3: 1, 8, 15.
Y teniendo a alguien así ¿para qué vamos a buscar confiar en cualquier ídolo?
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