12| ANÓNIMO ESPAÑOL (Siglo XVIII) Proyecto para finalizar la torre de la catedral de Murcia (1765) Dib/15/86/22 Dibujo sobre papel agarbanzado verjurado : pincel, pluma, tinta negra, parda y aguadas grises y pardas ; 930 x 341 mm. Barcia n.º 2177. La torre de la catedral de Murcia vino a sustituir un primitivo campanario del siglo XIV, adosado en su día a la antigua mezquita. Comenzados a abrir los cimientos en 1519, el inicio de las obras coincide con la llegada a la ciudad de Francisco Florentín, que dirigiría los trabajos hasta febrero de 1522, cuando fue sustituido por otro italiano, Jacopo Florentín, discípulo de Miguel Ángel y colaborador de Pinturicchio. Una cartela en el cuerpo bajo de la torre señala la fecha de 18 de octubre de 1521 como la de la colocación de la primera piedra del nuevo edificio. Obra monumental, se organiza estructuralmente a partir de una doble caja de muros, manifestada en fachada mediante parejas de pilastras que flanquean el vano central (Baquero 1982). Fallecido Jacopo, en enero de 1526 se registra el último pago a sus herederos, procediendo poco después el cabildo a buscar en Burgos un nuevo maestro. La elección va a recaer en Jerónimo Quijano, que en los próximos años levantará el segundo cuerpo de la torre y también el primer imafronte de la catedral, demolido después para levantar la fachada barroca. A Quijano se le pide un modelo de la torre, bien porque los italianos no lo hubieran dejado hecho, bien porque lo que propusieran se quisiera después modificar (Gutiérrez-Cortines 1987). Aunque no se haya conservado, documentos posteriores parecen referirse a él cuando hablan de un viejo dibujo sobre cartón que conservaba el cabildo. En 1782, con la torre ya completa a falta solo del remate, un informe de José López, que entonces dirigía las obras y que sin duda escribía a la vista de ese modelo, es la fuente mejor para hacernos una idea de aquel primer planteamiento de la torre. Según López, la altura total del edificio se había rebajado 21 varas y dos tercios sobre lo proyectado (algo más de 18 m). Frente a las 85 varas en que había quedado la torre, el dibujo original daba una altura de 101 varas y dos tercias, a las que habría que añadir una cúpula en forma de media naranja con su linterna que se elevaba otras quince varas y luego el remate, una aguja forrada de pizarra de cinco varas y dos tercias. Informaciones preciosas para entender lo ambicioso del proyecto de Quijano. Pero la obra se detuvo hacia 1545, una vez construido el segundo cuerpo. Durante más de doscientos años la torre queda inacabada, y hay que esperar a la terminación de la nueva fachada para que el cabildo decida concluirla. La primera noticia es bastante negativa. La da Ponz en septiembre de 1762, en una carta publicada por Llaguno, informándole de que se han reemprendido con mucha prisa las obras, que piensan podrán acabar en cuatro años. Y añade: «Yo he visto el dibujo que ha de ser y será una malísima cosa» (Llaguno 1829). Este dibujo visto por Ponz no podía ser otro que el de Quijano, con su desmesurada altura. Fuera que estas críticas surtieran efecto, o que el cabildo no terminara de estar convencido, el fabriquero presentó otro plan y modelo el 29 de marzo de 1764, y otro diseño a una junta del 12 de julio de 1765. Ante la variedad de propuestas el cabildo decidió dejarse aconsejar por un arquitecto llegado de la corte, don Baltasar Canestro, uno de los superintendentes de las obras del Palacio Real Nuevo. (Hernández Albadalejo 1990). Su informe, emitido a finales de diciembre de ese mismo año, se acompaña de un dibujo realizado por Juan de Gea y José López —dos de los ayudantes de Jaime Bort en la nueva fachada—, en el que se dice se ha tomado lo mejor de las diversas soluciones presentadas. La descripción que se hace es muy pormenorizada, lo bastante como para asegurar que se corresponde con lo dibujado en el alzado que hoy guarda la Biblioteca Nacional. Las medidas se ex- 18 presan en palmos, que corresponden a un cuarto de vara (aproximadamente 21 cm). Se habla de un primer cuerpo mixto, de órdenes corintia y compuesta, de 64 palmos de altura más dos de una grada, hasta un total de 66, y con 83 palmos de frente. Sobre este primer cuerpo, uno segundo, de orden jónico elevado 70 palmos. Esto es lo que hasta entonces se había hecho. El nuevo proyecto proponía elevar encima un tercer cuerpo de orden dórico, con 42 palmos, sin triglifos y de menor altura de lo que estaba antes proyectado (había que desmontar unos pedestales que ya se habían levantado), pero que se consideraba quedaría «hermoso y de bastante proporción». Este cuerpo se remataría con una balaustrada, remetiendo a partir de ahí la torre hasta la caja interior, dejando solo sobre los cuatro ángulos, los llamados «conjuratorios». Un zócalo de 19 palmos soportaba un último orden compuesto, de otros 45 palmos, quedando así la torre con 242 palmos, casi en proporción triple respecto a lo que era su frente. Y si se le añadía el remate con su aguja, la proporción total llegaba a poco menos del cuádruple (Vera 1993). Si aplicamos estas medidas sobre el dibujo de la Biblioteca Nacional, vemos que sobre los 136 palmos de los dos primeros cuerpos, ya entonces ejecutados, se elevan los 42 del tercer cuerpo dórico, considerada esta medida hasta la parte alta de los capiteles del orden. Desde ahí se miden los 19 palmos hasta la parte alta del zócalo, y luego los 45 del último orden corintio, hasta el arranque de la balaustrada alta, quedando efectivamente la torre con 242 palmos. Puede asegurarse que hay una correspondencia estricta entre dibujo e informe, tanto en lo referente a la descripción de cada uno de los cuerpos que quedan por hacer, como a sus medidas respectivas. Curiosamente, donde el dibujo es más inexacto es en la parte que representa lo ya construido. El primer cuerpo aparece más alto de lo que en realidad es, de manera que los 66 palmos que da de altura el informe llegan solo hasta la parte baja del friso. En los callejones laterales se aprecia claramente cómo se han separado los huecos altos, teniendo que apuntar exageradamente la pendiente de los frontones con que se rematan. De esa manera se acorta el segundo cuerpo, con lo que se consigue proporcionar el orden jónico, ya que el construido presenta una esbeltez de más de catorce módulos. Habida cuenta de que todo esto estaba ya construido, las correcciones del dibujo solo pueden interpretarse como una velada crítica a lo levantado por Quijano. No solo no había conseguido encontrar un acuerdo entre los términos del lenguaje y la dimensión de la arquitectura. También el hueco del vano central, directamente apoyado sobre la cornisa, obliga a dejar por encima un espacio ciego demasiado grande que aplasta la composición. Los proyectistas parecen no encontrar otra salida que situar encima un orden dórico, invirtiendo la disposición clásica y viéndose forzados a reducir el tercer cuerpo, para que entrara en proporción. El dibujo tiene por tanto algo de especulación académica, que en su deseo de corrección se aparta de la realidad, pues lo ya construido era inmodificable. Por eso se entiende que, a pesar de la aprobación del cabildo, el proyecto se modificase inmediatamente. Puestas en marcha las obras en 1776, bajo la dirección de José López, se sube la altura del tercer cuerpo, ordenándolo con una arquitectura corintia. El dibujo que guarda el Museo de Bellas Artes de Murcia, en el que la torre aparece extrañamente dibujada junto a la fachada, recoge ya este cambio, y por lo tanto hay que fecharlo con posterioridad al de la Biblioteca Nacional. Después se procedió a realzar toda la planta del zócalo y «conjuratorios», sobreelevándolas para terminar construyendo encima de ellas el cuerpo de campanas. Un último dibujo, guardado en una colección particular, parece corresponder con el informe de López de 1782, cuando levantada ya por completo la torre se planteó la polémica del remate, que concluiría con el informe de Ventura Rodríguez para cerrarla con la actual cúpula (Huellas 2002). [JMB] 19